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Es la economía, estúpido

El gran puzzle americano. Estados Unidos en el cambio de siglo

JULIO ARAMBERRI

El País/Aguilar, Madrid, 520 págs.

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El libro que comento es un híbrido. Como considero que el ornitorrinco es el animal más admirable de la creación, espero que no se interprete tal sentencia en sentido peyorativo. Es un híbrido, pero como lo es el ornitorrinco, es decir, bien construido. Y lo es porque no se sitúa en ninguna de las casillas clasificatorias al uso. Ni libro de viajes, ni crónica de costumbres o de personajes, ni periodismo de investigación, ni monografía sociológica o socioeconómica, la obra de Aramberri es la abigarrada encrucijada de todos estos géneros. Lo increíble es que funciona, se hace leer, interesa, incluso divierte, desde luego, informa, y consigue, con los retazos y el entrecruce de todas esas aproximaciones, dar una visión inteligente del mundo por el que se interesa. ¿Y cuál es ese mundo? El título lo deja claro: los USA, pero concebidos como un puzzle abigarrado para el que es preciso un puzzle textual. Hay, pues, coherencia entre el objetivo marcado y el resultado.

Aramberri escribe para nosotros, lectores de la reseca piel de toro. Y lo que nos quiere contar es cómo es ese país sobre el que tantos y tan torpes tópicos acumulamos. Contar cómo es un país tan complejo y de dimensiones tan desmesuradas es una tarea de imposible cumplimiento. De ahí que no quede más remedio que proceder a una selección y se tomen en consideración sólo algunos de sus aspectos cruciales. Además, si uno no quiere quedar perdido en la selva de los datos estadísticos, las historias de personajes, la miríada de acontecimientos o incluso las historietas de televisión (y a todo este material recurre Aramberri), es preciso utilizar algún principio interpretativo que permita dar un sentido tentativamente unitario al complejo puzzle. Ambas cosas, la selección de lo relevante y la utilización de un cierto principio interpretativo, estructuran el libro comentado.

El puzzle americano tiene tres piezas fundamentales, una especie de Santísima Trinidad que, como dictan los tiempos, está feminizada: la economía, la mujer y la raza. No digo con esto que Aramberri deje de atender a piezas de otro género, color y forma, sino que las tres enunciadas son las fundamentales. Y lo son porque a sus dictados pueden reconducirse temas tan relevantes como la situación de la familia americana, la llamada revolución sexual, el problema migratorio, el sistema educativo en sus distintos escalones, el fundamentalismo político-religioso, las hamburguesas omnipresentes, los guetos calcinados y las violentas letras de los raperos. Pero la cosa no para aquí porque si uno atiende a las indicaciones del libro resulta, que al modo cristiano, la Santísima Trinidad se acaba transmutando en reino del Uno. ¿De quién? De una vieja dama que ya conocemos hace tiempo, la economía. Sí, y por decirlo al modo que se hizo popular en la campaña presidencial de 1992 y que tanto gusta al autor, es la economía, estúpido (advertencia: el estúpido del vocativo era un personaje de calibre, George Bush). La consecuencia es obvia: si la economía es lo fundamental, entonces sólo a partir suyo se pueden obtener las claves para entender en lo sustancial la nueva situación de la mujer en la sociedad americana, el empecinamiento de la cuestión racial y el resto de temas conexos.

¿Qué pasa con la economía americana? Aramberri insiste en que, en los tiempos que corren, va bien, muy bien, y justifica su diagnóstico subrayando dos rasgos decisivos: primero, los USA han sido capaces de renovar en el plazo de una década su estructura económica con pasmosa eficiencia y éxito; segundo, al hilo de esa renovación se ha alcanzado una inusitada situación de casi pleno empleo que ha reducido a niveles ridículos la tasa de paro. Nueva riqueza mundialmente competitiva y trabajo para todos: he aquí las claves del éxito de la economía americana. Pero entiéndase bien, el retrato no supone que tal sea el mejor de los mundos posibles, pues ya en el escenario inmediato de tanta pujanza económica se acumulan aspectos poco amables, como las bolsas de trabajo-basura, la disminución de los salarios, la creciente disparidad de las rentas, la crisis de la clase media o la persistencia de la pobreza, aspectos en los que el libro centra también su atención. Un marxista diría que estamos ante las contradicciones del sistema. Aramberri, que confiesa haberlo sido, ya no lo es. Estamos, viene a decir, ante tensiones que pueden ser estructurales, pero que no parece que sean tales como para arruinar o hacer inviable el sistema. Ni siquiera, aventura el autor, es previsible que deriven en fuertes conflictos sociales, pues aunque estructuralmente desigualitaria en el reparto de la riqueza, la sociedad americana es creativa, abierta y meritocrática. Esa movilidad social de fondo es la válvula de escape que retiene a los actores en el espacio de la competencia eficiente y alivia sus posibles explosiones.

Sería injusto sostener que Aramberri se limita a decir o insistir en esto. Su libro no es un tratado al uso en el que de tanto ensalzar las glorias de la economía se acabe uno tornando en el estúpido contra el que se prevenía. Por el contrario, el lector que lo siga se aventurará en la exploración de aspectos muy variados de la sociedad americana, tratados en sí mismos sin insistir en su traducción económica. Es claro, por otro lado, que el libro no opta por la jerga económica y quien lo lea podrá admirar la maestría literaria de su autor que, con un estilo rápido, eficaz, lleno de humor y utilizando un castellano que, con razón, él mismo denomina recto, es capaz de hilar tablas estadísticas, historias de personajes (O. J. Simpson y su difunta, el juez Thomas y Anita Hill, y tantas otras) y anécdotas personales. No se trata de distraer o amenizar. La apuesta es más bien a favor del principio de que sólo lo que permita entretejer la sequedad de la cifra estadística y el mundo concreto y personal de vida es capaz de iluminar una sociedad tan compleja como la americana. Pero la condición de posibilidad de ese tipo de sociedad es que su economía funcione eficientemente y es esto lo que permite fijar el sentido y la posible deriva de la situación de la mujer, los conflictos raciales, la pobreza de los hogares monoparentales o las oleadas migratorias que provienen del Sur americano o del Oriente asiático. Calibrar económicamente todos estos fenómenos es condición para comprenderlos.

No entraré en lo sustantivo de la tesis y confieso, desde el principio, que me resulta difícil saber de qué se habla cuando uno se refiere a la economía y cómo se hace posible construir ese juicio que asegura que va bien. Para aclarar esto haría falta darle muchas vueltas al asunto y, desde luego, alguien que tuviera una competencia de la que carezco. Pero no por ello me evado del deber de enjuiciar El gran puzzle americano.

Se trata de un libro escrito para muchos, y además, lo reitero, extraordinariamente bien escrito. Es extraño en nuestro panorama editorial porque ni se trata de divulgación sociológica ni de periodismo (a bote pronto o de investigación, lo mismo da). Ya he dicho al principio que es un híbrido bien ensamblado y creo que libros así deberían ser más frecuentes entre nosotros y encontrar sus lectores. Como toda obra que aborde un tema extenso y quiera mantenerse dentro de límites sensatos de extensión, tiene sus lagunas. Llama la atención sobre todo una: la ausencia de una aproximación, aunque fuera impresionista, al sistema político americano. Creo que es una pieza peculiar e importante del puzzle que se quiere reconstruir y que daría claves importantes para comprender lo que allí ocurre. Me imagino, por lo demás, que el autor no habrá dejado de percibirlo y que en un futuro colmará esta laguna.

Pero vayamos al para qué de esta obra. Aramberri quiere acabar con los tópicos patrios sobre los americanos o incluso con los arraigados prejuicios paneuropeos sobre el tema. La labor es meritoria y muy de agradecer. Pero creo que hay algo más, algo no declarado explícitamente, pero decisivo en la dinámica y sentido de su trabajo. En efecto, el estudio de los USA cobra sentido si se atiende a un viejo tópico de las ciencias sociales que, expresado a la latina, asegura de te fabula narratur, y en castizo, aplícate el cuento. Y, en efecto, conocer las proezas del amo del mundo y su economía de éxito parece que permite aventurar por dónde van los tiros, qué tipo de sociedad está triunfando y cómo se acabará conformando nuestro futuro. Es la idea de los USA como laboratorio y espejo de nuestro futuro, del futuro de españoles y europeos: futuro viable si nos aproximamos a lo que allí triunfa y rige; futuro de calamidades y marginalidad si nos empeñamos tercamente en ponernos de espaldas a tanta evidencia. Pues no hay muchos capitalismos posibles, sino uno, ya conformado y que se asienta en el hemisferio norte desde el golfo de México hasta la lluviosa Seattle. Como todo hace muy probable que el futuro planetario se configure en términos de mercados libres, empresas adelgazadas y eficientes, tecnologías de la información, trabajadores juncales y demás retahíla, mejor será que atendamos al cuento y nos preparemos.

No creo ser injusto al fijar así el objetivo de fondo que da sentido práctico-político al libro. Habrá que atender a sus admoniciones. Lejos de mí la tentación trágica de la ceguera, de la negativa a aceptar lo que está ante los ojos y dice en voz alta el corifeo. Es muy evidente que el capitalismo americano es económicamente viable, socialmente sustentable y no sé si incluso ecológicamente llevadero. Pero, reconocido esto, no dejo de desconfiar de esos relatos tan decimonónicos que pretenden ver el futuro en algún presente ya cuajado en el planeta Tierra. Y no se trata tan sólo de que me parezca más de fiar la evidencia de que la historia nunca muestra sus cartas y sus procesos no se cumplen al modo de suave deslizamiento hacia una meta final prefijada, sino que además considero que, no siendo en la actualidad el objeto en que deberíamos centrar nuestra atención las sociedades nacionales, sino su entramado global, éste se muestra extraordinariamente heterogéneo, un verdadero puzzle en el que conviven piezas de muy distinto pelaje, sin que exista una dinámica férrea hacia su homogeneización. Todo esto hace que los laboratorios de futuro sean muchos y de características poco coincidentes. Optar por uno y proponer que nos apliquemos prácticamente el cuento, me parece poco de fiar.

Creo, por último, que hay dos actitudes ante el mundo que prometen una buena inteligencia de las cosas que en él se muestran: la ironía y el asombro. Sus modalidades son variadas, pero no creo difícil el acuerdo sobre su enorme poder desvelador. El problema es cuando, paradójicamente, se convierten en velos que nos impidan mirar, cosa que ocurre típicamente cuando la ironía se limita a la autoironía retrospectiva y el asombro a la fascinación. En el primer caso, el sí/no de la mirada irónica se convierte en una terca descalificación del pasado de uno mismo, limitándose a mostrar lo torpe e ingenuo que uno era en aquel entonces, sin ir más allá de tan jugosa trivialidad. En el segundo, el asombro ante lo que se muestra se convierte en puro abandono fascinado que anula la distancia y bloquea la capacidad de juicio. El libro que comento es hijo de una persona extraordinariamente dotada para esas dos virtudes cognitivas. Se vuelca así en la aproximación irónica a la realidad y apuesta con ahínco por el asombro. Ambas cosas le proporcionan lucidez y le libran de doctos dogmatismos. Pero reconocido y dicho esto, no puedo dejar de apuntar que el autor tiende también en demasía a convertir unilateralmente la ironía en autoironía retrospectiva (qué torpes e ingenuos éramos los progres de entonces) y el asombro en fascinación (qué auténtico y compacto es lo que se muestra). ¿Resfriado de madurez de quien ha superado otras enfermedades de juventud? Bien puede ser; seguramente es pasajero y, a lo mejor, puramente coqueto y retórico. En cualquier caso, lo que necesitamos son aproximaciones irónicas más allá del autoflagelo (lanzadas sobre el propio pasado, sí, pero también sobre el presente y el mundo) y un asombro libre de la parálisis de la fascinación. Que así ocurra, amén.

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Ficha técnica

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