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Entre la acción y la reflexión

Entre el pasado y el futuro: Ocho ejercicios de reflexión política

Hannah Arendt

Península, Barcelona, 1996

Trad. española de Ana Poljak

315 págs.

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Es realmente sorprendente que este libro haya tenido que esperar más de cuarenta años para ser traducido. Máxime cuando el resto de la obra de Hannah Arendt ha sido vertida al castellano prácticamente al completo. Es verdad que éste es un libro complejo y en cierta medida fragmentario. También que, políticamente hablando, se trata de un libro extraño pues su objetivo declarado no es prescribir qué debemos pensar o qué verdades hemos de sostener, sino uno más modesto y difícil: «Adquirir experiencia en cuanto a cómo pensar» (p. 20). Pero, tal vez debido a estos rasgos peculiares, es también un libro magnífico.

Un libro que acaso puede ser mejor leído por nosotros, habitantes del contingente mundo de lo «post-» (-moderno, -liberal, -industrial, etc.), que por sus contemporáneos. Y es que en muchos casos el lector descubrirá que ciertos temas, comentarios, teorías y, desde luego, el enfoque general, tienen un fuerte «aire de familia» con las críticas a la modernidad que hoy son moneda corriente.

La autora, sin duda uno de los más importantes pensadores políticos del siglo, nos invita a un viaje reflexivo a través de conceptos problemáticos (tradición, autoridad, libertad, verdad y política, etc.) y lo hace sugiriéndonos la compañía de autores y enfoques que la mayoría de los libros sobre estos asuntos suelen dejar de lado. El fuerte peso de las tradiciones de pensamiento liberales hace que en la actualidad, con contadas excepciones, el tratamiento teórico se reduzca a un elenco de autores y problemas más bien reducido y estrictamente circunscrito a una corriente de pensamiento. Sin embargo, Arendt, cuyo conocimiento de los clásicos del mundo antiguo es sencillamente aplastante, nos plantea otra forma de pensar aquellos conceptos. Se trata, en efecto, de reflexionar sobre el hilo de la tradición occidental hasta hacerlo jugar en un campo que, siendo «nuestro», parece ya olvidado cuando tratamos de temas de teoría política contemporánea: Platón, Aristóteles, Cicerón, la práctica política romana, Agustín de Hipona o Maquiavelo, etcétera. Muy pocas referencias «liberales» en ese elenco. Pero es que Arendt cree que la ruptura moderna con la tradición no implica la pérdida del pasado. De hecho, «tradición y pasado no son lo mismo» y al confundirlos corremos el riesgo de olvidar. Y olvidar, a su vez, es peligroso pues nos privaría de profundidad en la existencia, dado que el ser humano «no puede lograr la profundidad si no es a través del recuerdo» (pp. 103-104).

La brecha del tiempo recorre obsesivamente este libro, pero no por afán erudito, ni para reconstruir el hilo quebrado de nuestra tradición, sino porque la vuelta a la antigüedad nos permitirá contemplar con más claridad que de ninguna otra forma la experiencia de la libertad en la acción política (p. 178). En un mundo definido por la contingencia, sólo la acción política crea su propio espacio mundano y en él permite a los hombres en su pluralidad (y no al «hombre» en singular, como ha querido cierto liberalismo) habitar el mismo espacio y compartirlo. Si perdemos este mundo común que al tiempo nos separa y nos relaciona, los individuos se verán alienados y aislados o vivirán comprimidos en una masa, es decir, se convertirán precisamente en habitantes impotentes de una sociedad de masas.

Habitantes, por lo demás, incapaces de iniciar procesos de acción política generadores de nuevos espacios de libertad. Porque la acción, para Arendt, es lo que hace surgir perpetuamente el «milagro» de lo distinto y lo inesperado incluso en un mundo dominado por los procesos automáticos y los comportamientos previsibles. Es la acción política la que genera libertad, aunque no la «produzca» en el mismo sentido que una mesa es el «producto» final de la actividad del carpintero. La acción no «hace», no «produce», y cuando oímos hablar de grandiosos objetivos políticos (construir un mundo democrático, por ejemplo) nos movemos en el malentendido de la fabricación en la que el fin (producto) sigue a los medios (fabricación). Pero esto es un tipo de pensamiento equivocado porque la acción es un fin en sí misma, es en ella y a través de ella que los seres humanos pueden aspirar a la libertad. Ésta no es el producto de instituciones o reglas, sino de la acción humana, inestable, contingente e impredecible, que es el único lugar donde se genera y sobrevive. Los seres humanos contemporáneos están, según cree Arendt, tan fascinados por las posibilidades del pensamiento técnico-productivo que lo usan en un campo en el que resulta sencillamente inaplicable: el de la acción humana. Y en eso reside buena parte de los malentendidos políticos actuales.

Por tanto el interés en el pasado es el interés por la acción política ante una situación contemporánea que parece promover, junto con el olvido, la pérdida de una dimensión humana esencial: la libertad política (tan diferente del pensamiento técnico-instrumental como del libre albedrío individualista y de todo aquello que ocurre en ese «oscuro lugar» (p. 161) que es el corazón humano). El triunfo de la fabricación y del homo faber sobre la acción política, tema tratado por Arendt en otros lugares de su obra, ocupa pues, de nuevo aquí, el centro de su interés. Y sus ideas al respecto son tan fuertes y tan pregnantes que sugieren, una y otra vez, nuevos enfoques y nuevas descripciones. Es éste un buen ejemplo de esa extraña cualidad humana que es pensar desde la brecha del tiempo y apegado a la experiencia viva: «única región en la que, quizá, al fin aparezca la verdad» (p. 20).

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Ficha técnica

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