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Retrato de pareja

Elegía a Iris

JOHN BAYLEY

Trad. de Fernando Borrajo Alianza, Madrid

229 págs. 1.700 ptas.

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Apoyada en un buró atestado de papeles, con un fondo de libros en desorden que amenazan con desplomar unas baldas ya combadas, sobre un suelo que es la viva imagen del caos, se nos aparece Iris Murdoch, mirada perpleja cuando no abismada, en la portada de Elegía a Iris. Luego, a lo largo y ancho del libro de John Bayley, iremos viendo la patética figura, azotada por el Alzheimer, de una de las mentes más lúcidas que, y no sólo entre las mujeres escritoras, ha producido la literatura británica del siglo XX . John Bayley, crítico literario (y autor, como reconoce paladinamente en el libro, de algunas de las reseñas firmadas por Murdoch), fue durante más de cuarenta años esposo de la novelista anglo-irlandesa. Y también su paciente enfermero en los últimos años de vida de ésta. Ambos títulos, sin duda, no justifican el escalpelo que Bayley introduce, con dolor exorcizante se entiende, en la intimidad herida, inconscientemente herida –el Alzheimer es una enfermedad en la que la conciencia suele resultar anulada–, de la autora de Under theNet. Queda, sin embargo, el escritor, consorte e inédito en lo que no fuera literatura erudita en vida de su esposa, que en Elegía a Iris se revela como un consumado artífice a la hora de soslayar morbosidades y descubrir el proceso, tan lento como tibio, que puede acompañar a la degradación del intelecto. Tal vez sea ahí, si es que hiciera falta (¿puede ser todo válido a la hora de crear?), donde radique el pretexto, el «alibi» literario de John Bayley. El reciente segundo matrimonio de éste, la importante fortuna, cerca de quinientos millones de pesetas (Murdoch vendía –y vende-mucho en el mercado anglosajón) que le dejó su esposa, han acrecentado las críticas que desde ciertos sectores le llovieron a John Bayley. Confundiendo probablemente su libro con las deposiciones memorialistas (digamos) con que nos obsequian los medios –del corazón o no– de medio mundo. El otro está pendiente de lo que pueda decir al respecto el anterior. Dos datos; uno, la delirante entronización mundial de Diana Spencer. Otro: en Portugal no hay prácticamente prensa del corazón, sin embargo los quioscos portugueses rebosan de revistas españolas (en castellano, por supuesto) dedicadas al género. John Bayley, sin embargo, elude sabiamente cualquier identificación morbosa. También el que su libro pueda convertirse en un manual al uso de cómo convivir con un enfermo de Alzheimer, o cosa semejante. Su testimonio es el de quien habiendo compartido la vida de una persona genial debe enfocar, con respeto y discreción, la decadencia de dicha persona, convertida ahora en poco menos que un juguete. Un juguete, en todo caso, animado y que necesita, en su sumisión, de la presencia continua de una referencia. Esa referencia, única por otra parte, es la de John Bayley, abnegado cuidador y fastidiado sujeto –tampoco lo disimula– de una dependencia que constantemente disminuye sus posibilidades creativas. En este sentido, Elegía a Iris es un libro «mortalmente» sincero, en el que -el lector avisado no perdonaría lo contrario– su autor jamás juega a provocar compasiones. Elegía a Iris es, al tiempo, apunte biográfico, memoria y autobiografía. A Iris Murdoch, que cuenta con biografías en el ámbito británico, nadie va a descubrirla, vital (en líneas generales) ni literariamente. Tampoco John Bayley, por mucho que hubiera sido su marido durante cuarenta años. El papel de éste, por lo tanto, ha de reducirse a iluminar aspectos de las novelas de Murdoch desconocidos del público lector. Esto es, la influencia relativa que tal o cual acontecimiento personal, vivido por la pareja ya se entiende, ha podido deslizar en alguna de las obras de Iris Murdoch. Por otra parte, y ello tiene mayor relieve, John Bayley enfoca varios apartados de su libro narrando, en tono suavemente lírico, con esa timidez británica que a la postre resulta fingida cuando no descaro (un modo como cualquier otro de aproximación), cómo se produjeron los primeros encuentros de la pareja, tan oxonianos, por cierto, la historia de su relación matrimonial, los amantes (¿también las amantes?, esto queda poco claro) que Iris Murdoch fue dejando en el camino. No falta el relato del background familiar de Iris Murdoch ni, a otro nivel, ciertas venganzas personales (en el ámbito académico, mayormente) que John Bayley, todo un caballero por otra parte, no puede evitar. Eso sí, John Bayley soslaya nombres aunque haya alguno –muy lograda la figura del Dichter nobelizable, reconocible–. También aparecen en Elegía aIris escritores citados por su nombre, así el dramaturgo J. B. Priestley; pero esta es una excepción en un libro donde prácticamente el único nombre literario propio es el de Iris Murdoch. Este es, sin duda, otro acierto de John Bayley, entregado a la confección de un libro que (sus estudios sobre Tolstói, Pushkin, Shakespeare, etc., son harina de otro costal) va a otorgarle una pequeña notoriedad futura. La actual, nada diminuta sobre todo en Gran Bretaña, se debe sobre todo a la aún reciente desaparición de Iris Murdoch, y en parte a la búsqueda de dinamita, por parte del lector común, en un libro que en realidad no la tiene. En España, donde la figura de Murdoch ya fue más conocida (sin llegar a cuajar nunca del todo) hay el suficiente distanciamiento como para acoger este libro en su justa medida. Es decir, la de una exposición memorialista muy bien escrita (la traducción de Fernando Borrajo da con dignidad el tono de la versión original, del mismo año que la española, por cierto, lo que habla a favor del interés o expectativas creadas por el libro), aparentemente sincera y en absoluto lastrada por la búsqueda de complicidad con el lector bien pensante. Queda la duda de si John Bayley al escribir este libro no estaba ajustando cuentas con el astro que, hasta la llegada del Alzheimer (o incluso después: Bayley seguía contestando las cartas de los lectores que llegaban al domicilio conyugal), convirtió al oscuro crítico de libros, trabajo para eunucos, Baudelaire dixit, en pura sombra relegada a postura yacente. Y el símbolo verídico de John Bayley escribiendo en la cama es bien significativo. Queda la duda, sí, pero también una elegía impecable, evocadora y como tamizada por ese flou que parece cernirse sobre los bordes de la bellísima fotografía de Iris Murdoch de la portada de la edición española.

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Ficha técnica

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