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El precio de la lucidez

Belladonna

Daša Drndić

Automática Editorial, Madrid, 2023

Traducido por: Juan Cristóbal Díaz

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La belladona es una planta con cuyas hojas las damas de antaño preparaban infusiones que luego se aplicaban a los ojos en forma de gotas, ya que la atropina que contiene les dilataba las pupilas y potenciaba su atractivo físico. La contrapartida era que, mientras duraba el efecto de la belladona, sufrían una pérdida de visión. «Así pues, esas damas del Renacimiento ociosas embutidas en sus corsés, ataviadas con vestidos de seda, brocado, terciopelo y algodón, iban errando medio ciegas, parpadeando sin saber a quién y riéndose de forma estúpida frente al vacío. Sus ojos parecían profundos y oscuros, pero en realidad eran vacuos y sin color. Eran mujeres supuestamente bellas, le belle donne, en realidad unas necias ofuscadas», explica el narrador de Belladonna, novela de la autora croata Daša Drndić, publicada ―como sus predecesoras, Trieste y Leica Format― por Automática Editorial.

El sacrificio de la capacidad de ver en aras de la apariencia es justo la actitud contraria a la que mantuvo Daša Drndić en vida. Desde su reaparición literaria a finales de los 90 ―al cabo de 13 años de silencio― hasta su muerte en 2018, Drndić insistió en recordar una y otra vez el pasado más siniestro de Europa: las atrocidades cometidas por los nazis y sus aliados en la Segunda Guerra Mundial. El caso paradigmático es su obra mayor, Trieste, una novela documental en la que la investigación de una madre y un hijo, separados cuando este era un bebé porque los nazis lo secuestraron para entregarlo a padres arios, sirve para detallar los crímenes de estos en la región del Adriático oriental, hoy fronteriza entre Italia, Eslovenia y Croacia. Drndić afirmaba que solo sentía interés por una clase de pasado: «El que duele. El que hace que la gente enloquezca o muera. El que no quieren recordar, el pasado en el que no quieren pensar».

Esa negativa a adoptar la ceguera para ser apreciado por los demás también es la que asume el narrador y protagonista de Belladonna, Andreas Ban, un personaje con numerosos rasgos de la propia Drndić. Se trata de «un psicoanalista que ya no psicoanaliza, un escritor que ya no escribe, un guía turístico que ya no guía a nadie a ninguna parte». Andreas Ban ―los lectores de Danilo Kiš, antigua pareja de Drndić, detectarán en el nombre un eco de Andreas Sam, protagonista de la trilogía Circo familiar― vive solo después de que su mujer falleciese de cáncer y su hijo se marchase a estudiar cine en el extranjero. La ciudad donde reside es provinciana y decadente: «Una ciudad con un horizonte estrechado, una ciudad junto al mar sin vistas al mar, una ciudad que observa su interior decrépito, su decadencia física y social, igual que un niño curioso se hurga el ombligo».

Se trata de la ciudad croata de Rijeka, en la que Daša Drndić se instaló durante los años 90 tras marcharse de Serbia huyendo del nacionalismo azuzado por Slobodan Milošević. Como Drndić, Ban llegó a Rijeka desde Belgrado y jamás se ha adaptado a la vida allí, por proceder de Serbia, mantener el acento belgradense y mostrar una vehemencia e informalidad que en Croacia se asocian a los serbios: «Hablaba distinto, se reía distinto (fuerte), se vestía distinto (con desaliño) […]. Para quienes estaban dentro de los muros tenía un pasado enigmático, potencialmente peligroso […]. Sus órganos, su sangre, su dolor se encuentran atrapados en una sociedad felizmente aséptica, anestesiada y mecanizada, en una sociedad planchada y sin una sola arruga». Profesor en la universidad local, cerrada y mediocre, la exigencia intelectual de Ban hace que sus compañeros no vean la hora de que se jubile.

El narrador asegura que, en toda Rijeka, los únicos que cuidan a Andreas Ban son sus médicos, y es que Belladonna es una novela atravesada por la enfermedad. Aunque Ban apenas se acerca a la edad de jubilación, ya en el inicio del libro cojea por un problema en la rodilla y un médico le advierte de que su columna vertebral es como la de un anciano de 90 años. A lo largo de la novela, asistiremos a su degradación física por la acumulación de achaques, la cual vendrá acompañada de una descomposición psíquica. A medida que sus males aumenten, Ban irá vaciando el apartamento donde vive de libros, cuadros y muebles, señal de que su conciencia se desmigaja: «Ahora, sin aire, se seca por dentro, se recoge, se reduce en un microcosmos silencioso, deshabitado, casi poscataclísmico».      

Puesto que las dolencias de Ban son las de una persona anciana, comparte pasillos y salas de espera con numerosos integrantes de la tercera edad, a quienes ve como «humanoides cautivos, disfuncionales, mutilados» y compara con muñecas de trapo o reclusos en un campo de concentración. Pese a la distancia que toma respecto a ellos, Ban es uno más de este sufrido colectivo. A lo largo de la novela, va de una consulta a otra sometiéndose a pruebas y operaciones, debe luchar contra la burocracia si quiere obtener volantes y horas de visita, se siente un mero cuerpo desvalido antes de pasar por el quirófano y constata el impulso de aferrarse a las tinturas, la alimentación sana ―zumos de remolacha, setas japonesas― o los remedios supuestamente milagrosos para espantar el miedo a la muerte. Durante estos pasajes de Belladonna, Drndić denuncia el tratamiento inhumano que da el sistema a quienes ya se encuentran en una situación apurada de por sí.

Igual que en novelas anteriores como Trieste o Abril en Berlín, Drndić dedica rotundos pasajes a denunciar la pervivencia del fascismo, en esta ocasión encarnado no en los nazis sino en los ustachas, sus colaboracionistas croatas. Pese a que estos ustachas perpetraron un triple genocidio contra serbios, judíos y gitanos durante la Segunda Guerra Mundial, hoy se siguen celebrando misas de difuntos en honor de su cabecilla Ante Pavelić o se recuerda como un héroe a Max Luburić, impulsor de los campos de concentración en la Croacia independiente (ambos, dicho sea de paso, acogidos por Franco y enterrados en España). «Es una época sorda de silencios sucios en la que los cerdos corren en estampida y gruñen entre las lápidas de cera de la memoria», constata el narrador. También señala la paradoja de que, hoy, la «madre Croacia» sea un lugar despoblado por la emigración masiva: «Un país pequeño, inventado y fracasado […], un país del que todos los que pueden se marchan a la carrera».

Drndić aborda todas estas cuestiones mediante la forma particular que había ido refinando a lo largo su carrera. Lo primero que salta a la vista es la interpolación de elementos visuales en el texto, recurso que le valió comparaciones con W. G. Sebald. En el caso concreto de Belladonna, aparecen fotografías en blanco y negro, carteles antisemitas de la Segunda Guerra Mundial, partituras musicales e incluso un gráfico de las partes de la oreja según la acupuntura china. Drndić también introduce en la narración columnas en cursiva con fragmentos de autores como Conrad, Ajmátova, Gombrowicz, Huxley, Séneca, Montaigne, Kafka o Kierkegaard, los cuales sirven de respaldo o contrapunto a las ideas expresadas por el narrador o Andreas Ban. Igual que en el resto de la obra de Drndić, el relato no discurre de forma lineal, sino oblicua y fragmentada, para reflejar lo que Ban describe como «el tiempo troceado, perforado de nuestro existir».

La coherencia moral de Andreas Ban en Belladonna es lo que le ha condenado al aislamiento: no quiso renunciar a lo que tenía de belgradense para integrarse en Rijeka; en la universidad se negó a apoltronarse como sus compañeros, y, de la misma forma que la propia Drndić, rechazó el paradigma nacionalista impuesto en Croacia desde la independencia. Por este no ceder a las presiones del rebaño, por no renunciar a mirar, por no aplicarse belladona en las pupilas, cuando llegan la vejez y la enfermedad Ban está solo, con el añadido de que su permanente actitud crítica le impide engañarse respecto a su situación. Belladonna es un fresco de la soledad que padece el individuo cuando se niega a someterse a los consensos sociales y, al mismo tiempo, una reivindicación de la lucidez, por cara que cueste.

Marc Casals es escritor y traductor especializado en los Balcanes. Es autor de La piedra permanece: historias de Bosnia-Herzegovina (Libros del KO, 2021), escribe textos sobre la región en varios medios y traduce literatura del BCMS (Bosnio/Croata/Montenegrino/Serbio) y del búlgaro.

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Hotel en ruinas en Srebreno, Croacia. Imagen: Marcin Szala
Hotel en ruinas en Srebreno, Croacia. Imagen: Marcin Szala

Ficha técnica

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