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El mal trago de Obélix

El mal trago de Obélix

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Casi cuarenta años después de que la revista Pilote tuviera el inmenso acierto de publicar las primeras aventuras de la victoriosa aldea gala de Armórica, cuyos valerosos habitantes sólo temen que el cielo se desplome sobre sus cabezas, desde ese primer Astérix el Galo, han cambiado algunas cosas a pesar de que Abraracurcix todavía es el jefe, Asuranceturix el bardo es un encantador pelmazo y los romanos siguen estando locos. Los ingeniosos gags del ya desaparecido Goscinny perdieron gracia, al hacerse cargo de los guiones el dibujante Uderzo. Aun así, siempre es de agradecer la aparición de un nuevo álbum de la archifamosa serie, que, en esta ocasión, coincide con el centenario de del cómic moderno. El título alude a la glotonería del voluminoso Obélix, que, desoyendo los sabios consejos del druida Panoramix, bebe de la poción mágica (no hay que olvidar que se cayó en una marmita de pequeño y los efectos en él son permanentes), convirtiéndose primero en granito, como uno de sus menhires, y después en niño. Ni el olor de los jabalíes ni la bella Falbalá conseguirán hacerlo volver en sí. Tan sólo el ver a su inseparable Astérix en una situación de peligro le devuelve a la realidad, lo que demuestra que para Obélix la amistad es lo más importante del mundo. Pero ahí no acaba todo. Hay otra historia, la de los esclavos que buscan asilo en Armórica, cuyo jefe, Spartakis, es un calco del actor americano Kirk Douglas (no olvidemos que protagonizó Espartaco de Kubrick), a quien, por cierto, está dedicado este libro. Traducido a todos los idiomas y dialectos que uno quiera imaginar, y, al parecer, más popular en Europa que Tintín o Mickey, Astérix es algo más que un personaje, hasta el punto de que el ensayista inglés Theodore Zeldin lo inscribe en la tradición de Voltaire.

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