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El espía Mo Hailong y la Segunda Guerra Fría

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Hace casi dos años escribí en estas páginas sobre la detención en septiembre de 2012 de una banda de espías genéticos, encabezada por Mo Hailong y formada por otros seis chinos. Mo Hailong, alias Robert Mo, alias Hougang Wu, ciudadano chino residente en Estados Unidos, había sido pillado in fraganti robando propiedad industrial por valor de entre treinta y cuarenta millones de dólares. El fiscal pedía para él diez años de cárcel y cinco millones de dólares de multa. En concreto, lo que la banda de Mo había robado había sido un buen número de líneas puras de maíz resistentes a la sequía y a las plagas, desarrolladas por las empresas DuPont-Pioneer, Monsanto y LG-Seeds (Limagrain) por mejora genética convencional tras largos años de trabajo e importantes inversiones. Por cruzamiento de estas líneas puras podrían obtenerse híbridos comerciales de última generación. Dos de los detenidos con las maletas llenas de semillas robadas lo fueron en el aeropuerto O’Hare de Chicago, antes de tomar un vuelo hacia Pekín, y resultaron ser nada menos que Li Shaoming, presidente de la Beijing Kings Nower Seed Science & Technology, la mayor empresa de semillas de China, y Ye Jian, el manager de investigación de la misma empresa, dos ladrones de altos vuelos donde los haya.

Las nuevas noticias sobre este caso giran en torno al juicio iniciado este mes de septiembre y desvelan una nueva perspectiva sobre el asunto que hasta ahora (me) había pasado inadvertida. El caso que se sigue contra Mo y su hermana, más tarde también implicada, ya no es un simple y rocambolesco episodio de espionaje industrial, sino que es una importante batalla de la hasta ahora soterrada Segunda Guerra Fría. La primera fue protagonizada por Estados Unidos y la Unión Soviética, con la carrera del armamento nuclear en primer plano, mientras que la segunda involucra a Estados Unidos y China y gira en torno al control de la producción de alimentos a escala mundial. A algunos lectores esta afirmación podrá parecerles una exageración, pero puedo asegurar que al Gobierno estadounidense no se lo parece en absoluto.

El hecho es que China, a pesar de su inmensa superficie, no es capaz de producir los alimentos que necesita, especialmente cuando la demanda de carne de sus habitantes se ha disparado como consecuencia del incremento de sus niveles de renta. Especialmente el maíz, ingrediente esencial de los piensos para la producción de carne, debe importarse en cantidades ingentes, dadas las limitaciones chinas de agua de riego y de suelo laborable. Entre dos y cinco millones de toneladas de este grano se importan anualmente y el 94 % de lo importado procede de Estados Unidos. Se da la paradoja de que China, gran inversora en el país americano y tenedora de buena parte de su deuda, depende estrictamente de él para comer.

Para sacudirse el yugo alimentario estadounidense, los chinos están implementando una agresiva política agrícola, que va desde la compra de millones de hectáreas de suelo laborable en África hasta la más desaprensiva y descarada práctica del espionaje y del robo industrial. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos estima que la demanda china de maíz aumentará un 41% para el año 2023, muy por encima de la capacidad del país asiático para aumentar su producción. Las «guerras del maíz», como también suele designarse este conflicto, están servidas.

Lo que ha cambiado el cariz del incidente aquí narrado han sido algunas revelaciones derivadas del sumario contra Mo Hailong y su hermana. El Departamento de Justicia de Estados Unidos sostiene que dicho incidente no es un mero acto delictivo entre empresas privadas, sino parte de una política de Estado promovida por el Gobierno chino, como lo indicaría el hecho de que los más altos ejecutivos de la empresa se hayan involucrado directamente en el delito y que éstos hayan comercializado oficialmente en China parte del material robado. En un informe de la Office of the National Counterintelligence Executive al presidente de Estados Unidos, se señala que este y otros incidentes similares indican que la tecnología agrícola es de máxima prioridad para la seguridad nacional. El sumario desvela que las investigaciones del caso se realizaron bajo la autorización de un juez federal al amparo de la Foreign Intelligence Surveillance Act, un procedimiento que, al parecer, ni siquiera fue aprobado en el caso de los robos de los planos del cohete Delta IV, del avión militar C-17 y de otros casos similares. En resumen, el Gobierno federal de Estados Unidos considera los productos agrícolas como «armas» en la partida de ajedrez geopolítico que debe disputar a largo plazo con China. Estamos ante una guerra fría de gran envergadura.

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