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El consumo como agente a distancia de la pérdida de biodiversidad

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Las agresiones antrópicas a la biodiversidad, tales como la deforestación, la sobrepesca, la caza abusiva o el cambio climático se evidencian en sitios concretos, los puntos calientes de pérdida de biodiversidad, pero tienen unas causas distantes y difusas cuyas ubicaciones precisas deben averiguarse si quieren priorizarse las medidas para paliarlas. Buena parte de las amenazas existentes tienen su origen en las incursiones del ser humano en los ecosistemas naturales para buscar alimentos y recursos, como señalan Daniel Moran y Keiichiro Kanemoto en un trabajo reciente en Nature Ecology and Evolution.

Se estima que un tercio de las amenazas a la biodiversidad surge de la sobreproducción estimulada por el comercio internacional. Hasta el presente no se disponía de un mapa de las relaciones causa-efecto en materia de biodiversidad con una resolución superior a la de «país». Moran y Kanemoto presentan ahora una metodología que permite establecer la huella de los efectos sobre la biodiversidad terrestre al nivel subnacional. Disponiendo de esta huella espacial completa, puede preguntarse qué países y qué categorías de consumo amenazan los hábitats en los distintos puntos calientes del planeta. Así, por ejemplo, ha podido establecerse con mayor precisión el mapa de las amenazas a la biodiversidad que tienen su origen en el desmesurado consumo de Estados Unidos. El mapa del mundo, sombreado con distintas intensidades del lila, según el impacto causado en los distintos hábitats, da una imagen dramática de la cultura más depredadora del mundo.

Los datos del comercio internacional deben también refinarse para mejorar la convergencia, la fiabilidad, los detalles espaciales y los relativos a cada producto para complementar la indagación sobre las cadenas de suministro y la localización precisa de las huellas de impacto. Con lo que ya sabemos es posible identificar algunas de las cadenas de suministro más dañinas aguas arriba. El comercio internacional del aceite de palma, el haba de soja y la carne de vacuno ha sido responsable del 76% de la desforestación asociada a la implantación de la agricultura en el período 1990-2008. Paradójicamente, el incremento en el consumo de aceite de palma se ha justificado frecuentemente con la coartada de la dudosa oportunidad de producir biocombustibles.

Como señalan Moran y Kanimoto, el 90% de los seis mil millones de dólares que se destinan anualmente a la conservación va a países ricos, en los que rara vez se encuentran los puntos calientes de destrucción de biodiversidad. Es evidente que, si quieren protegerse los hábitats críticos y hacerlo de una forma económicamente eficiente, este dinero debe alcanzar de forma significativa al entorno de esos hábitats donde se destruye la biodiversidad. La investigación aquí reseñada provee una herramienta imprescindible para cumplir tal objetivo.

Resulta indudable que los destrozos deben pagarlos quienes los generan y que las limitaciones impuestas a las producciones que se consideren insostenibles en países pobres deberían ser compensadas económicamente.

 

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