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¿Descolonizar o modernizar?

Against Decolonisation. Taking African Agency Seriously

Olúfẹ́mi Táíwò

International African Institute & Hurst and Company, Londres, 2022

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Este es un libro sofisticado y necesario sobre una de esas corrientes que han hecho fortuna entre quienes, descontentos con nuestro mundo dispar, buscan perspectivas críticas que lo expliquen y remedien. Lo escribe el filósofo de origen nigeriano Olúfẹ́mi Táiwò, profesor de Pensamiento Político Africano en la Universidad de Cornell. Y apenas deja resquicio para rescatar algo de provecho en la literatura que analiza.

El objeto de la profunda crítica de Against Decolonization. Taking African Agency Seriously es la propuesta de descolonizar cualquier fenómeno cultural, económico o político en África. Los referentes intelectuales de dicha reclamación se encuentran en el novelista Ngũgĩ wa Thiong’o, que en 1986 llamaba a «descolonizar las mentes» y el filósofo Kwasi Wiredu, que una década más tarde proponía una descolonización conceptual de la filosofía africana.Ngũgĩ wa Thiong’o. Descolonizar la mente. La política lingüística de la literatura africana. Barcelona: Debolsillo, 2015 (Primera edición: 1986). Kwasi Wiredu. Conceptual Decolonization in African Philosophy: Four Essays, Ibadan: Hope Publications, 1995. Aunque guarde relación con lo anterior, Táíwó deja al margen de su análisis el pensamiento decolonial (hermana a su vez de las teorías postcoloniales) desarrollado en torno a la idea de «colonialidad del poder» por autores fundamentalmente latinoamericanos como Aníbal Quijano o Water MignoloUno de los pocos representantes africanos de esta corriente es Sabelo Ndlovu-Gatsheni (Decolonization, Development and Knowledge in Africa. Tourning Over a New Leaf. New York & London: Routledge, 2020).

El atractivo de las perspectivas descolonizadoras es probablemente fácil de comprender. Es lo que ocurre cuando alguien es capaz de señalar una causa única para aquello que nos preocupa. En este caso, la crisis permanente en la que parecen habitar muchos africanos se debería a una descolonización inacabada, que no puso fin a muchos elementos que impuso el colonialismo europeo: desde las lenguas hasta las categorías filosóficas y políticasTáiwò distingue entre «descolonización1» referido al proceso de independencias respecto de los imperios europeos y «descolonización2» que sería la reivindicación de librarse de cualquier herencia colonial. Es necesario volver a pensar y escribir en lenguas africanas, y recuperar cosmovisiones e instituciones propias del continente, para asegurar el florecimiento de sus sociedades.Entre los pensadores que han desarrollado su trabajo en este marco menciona a John Ayotunde Isola Bewaji, Biodun Jeyifo, Achille Mbembe, Eghosa Osaghae y Tsenay Serequeberhan.

Táíwò es implacable en señalar las falacias y los escasos fundamentos empíricos que subyacen a estas posiciones. Y lo hace a partir de un compromiso explícito con la modernidad, que él entiende como un proceso histórico de alcance mundial fundado en postulados tales como «la soberanía del sujeto» y la «proscripción de que el Estado se inmiscuya en ella sin una justificación seria» (p. 72). Su argumento sobre la necesidad de que África asuma sin dilación este proyecto ya ha sido desarrollado in extenso en dos trabajos previos.Olúfẹ́mi Táíwò. How colonialism preempted modernity in Africa. Bloomington: Indiana University Press, 2010; Táíwò, O. Africa must be modern. A manifesto. Ibadan: Bookcraft Books, 2012.

Lo que el colonialismo no fue

Las posturas descolonizadoras ofrecen una errada concepción del colonialismo europeo en África. En primer lugar, las situaciones coloniales y sus implicaciones para las poblaciones afectadas fueron enormemente diversas y complejas: desde episodios de genocidio como el sufrido por los Herero en la actual Namibia, hasta la conformación de una pequeña administración lejana y apenas percibida. Ello dependió de numerosos factores, como los intereses económicos existentes, las estructuras políticas y sociales africanas o los particulares procesos históricos de conquista y negociación.

Uno de los argumentos centrales del libro es el peligro que supone identificar como coloniales dimensiones que pudieron coincidir en el tiempo, pero que no van lógicamente unidos ni son estrictamente contemporáneos. En concreto, insiste en el error de aunar colonialismo con cristianismo, capitalismo o modernidad, e identificar a esta como un fenómeno exclusivamente «occidental» del que los africanos bien harían en liberarse. Táíwò mantiene, al contrario, que el colonialismo europeo impidió que el proyecto modernizador, abrazado durante el siglo XIX por muchos intelectuales en África Occidental, se consolidara. Fueron más bien categorías e instituciones supuestamente tradicionales, y no las leyes metropolitanas, las que sirvieron a los europeos para mantener el control sobre sus súbditos coloniales.

En cualquier caso, el dominio europeo de África no fue tan largo ni tan intenso como para interrumpir completamente muchas dinámicas locales o procesos históricos previos. Táíwò recupera así uno de los temas centrales de la Escuela de Ibadán (Nigeria) y de uno de sus fundadores, el profesor Ade Ajayi: el colonialismo europeo debe ser analizado en el marco de la propia historia del continente africano, y no solo como parte de la expansión europeaJakob F. Ade Ajayi, «Colonialismo: un episodio en la historia africana». Revista Relaciones Internacionales, n. 13, jun-sep. 2020 (primera edición 1969). Desde este punto de vista, el colonialismo fue «una etapa» más (y especialmente corta) de una larguísima historia, que los de Ibadán y otros historiadores han ido recuperando desde entonces.

Insistir, como hacen los descolonizadores, en el carácter arrollador del breve control europeo de África es, a juicio de nuestro autor, incidir en una perspectiva eurocéntrica que es la que precisamente se quiere desterrar. Asimismo, refuerza una periodización de la historia africana –«precolonial», «colonial» y «poscolonial»– que no atiende a amplias y diversas trayectorias y sitúa el breve despliegue de los imperios europeos, erróneamente, en el centro de las mismas.

Los problemas de la africanidad

Señala Táíwò que la reivindicación de descolonizar las mentes, el pensamiento o la filosofía implica la existencia de algo previo o por debajo propiamente africano que se quiere recuperar o a lo que se quiere volver. Ngũgĩ wa Thiong’o se refiere a las lenguas indígenas, en las que debería escribirse cualquier literatura africana que se quiera presentar como tal. Por su parte, los seguidores de Kwasi Wiredu remiten a un pensamiento o unas «epistemología» propias (algunos dirían «del sur»)Táíwò reconoce que el planteamiento de Wiredu es más sofisticado que el de sus seguidores (como Serequeberhan o Bewaji), porque lo que aquel propone es someter los conceptos filosóficos utilizados a un escrutinio crítico, identificando sus genealogías particulares. Ello no implicaría necesariamente rechazar aquellos que proceden de otras tradiciones filosóficas. Por eso nuestro autor se pregunta hasta qué punto la idea de «descolonizar» describe bien este esfuerzo intelectual siempre necesario..

El problema aparece cuando se intentan identificar aquellas lenguas o conceptos propia y estrictamente africanos. ¿Lo es el swahili, nacido del encuentro entre el árabe y las lenguas locales en la cosa oriental del continente? ¿Lo es el yoruba o el kikuyu, que han incorporado términos de otras lenguas incluidas las europeas, y se escriben con caracteres latinos? ¿Lo es el culto a los ancestros, tan extendido en muchos lugares del mundo, desde Japón a México? ¿No lo es el cristianismo o el islam, con presencia en el continente desde los siglos IV y VIII respectivamente?

Aislar lo no contaminado, sin influencias del exterior, en África o en cualquier otro lugar, solo nos lleva a posturas esencialistas y ahistóricas que poco favorecen los procesos de cambio más necesarios. La utilización de criterios «de pedigrí» para evaluar un argumento, una institución o una obra artística ofrece poco espacio a la reflexión constructiva o la imaginación literaria o política. Si reivindicamos a África y sus pobladores como parte del mundo y de la humanidad, no deberíamos tratar de convencer a los intelectuales más jóvenes (una de las preocupaciones de Táíwò) que el principal camino de reflexión filosófica debe ser la búsqueda de las purezas locales.

Otro inconveniente del discurso descolonizador es la dificultad práctica de pensar filosóficamente en las lenguas originales de los intelectuales en cuestión. Eso exigiría, según Táíwò, un desarrollo mucho mayor de esas lenguas como instrumento de comunicación en el ámbito de la ciencia y de la educación superior, lo que a su vez generaría un problema de fragmentación de los debates. Los intentos realizados en este sentido han dado lugar a lo que este autor denomina «equivalentismo», o la búsqueda de términos equivalentes a los utilizados en inglés o francés, más que un verdadero progreso en el pensamiento teórico (p. 106).

A Táíwò no le duelen prendas en recordar que el criterio de la africanidad nos puede llevar a reivindicar algunas instituciones nada inocuas como el matrimonio infantil, las jefaturas autoritarias o la ablación femenina, y rechazar otras como el estado de derecho, la igualdad ante la ley o la independencia de los tribunales de justicia. Lo que sería un error es considerar a las primeras como exclusivamente africanas y las segundas como únicamente «occidentales». Es saludable recordar el peligro en que se encuentra actualmente la democracia en lugares como Estados Unidos, y los avances que ha conseguido en algunos países africanos.

Lo que invisibilizan los decoloniales

De hecho, Olúfẹ́mi Táíwò trata de rescatar con su trabajo a aquellos intelectuales africanos, activistas o no, que lejos de rechazar cualquier cosa que pueda identificarse con el colonialismo europeo, han decidido participar en el debate más amplio que el proyecto de la modernidad promueve. Lo hicieron muchos de los que denunciaron el colonialismo mismo, aquellos que trataron de construir los estados posteriores, y quienes reclaman a los actuales gobernantes africanos que respondan a las necesidades y voluntad de la ciudadanía.

Más allá de su diversidad y de sus desavenencias, los intelectuales africanos son «co-autores» de los debates de la modernidad. A partir de muy diferentes posiciones, ni Franz Fanon, ni Kwame Nkrumah, ni Amílcar Cabral dudaron en abrazar principios de origen europeo y en criticar las prácticas nativas que consideraban más perniciosas para el objetivo último de la liberación africana. En el ámbito más artístico, la reivindicación de los valores culturales del «mundo negro» que hizo el movimiento de la negritud, fue rápidamente contestado por autores como Wole Soyinka o Es’kia Mphalele. Pero ni siquiera los promotores de la negritud, como Leopold Sedar Senghor, propusieron nunca la extirpación de todo lo europeo: más bien al contrario, apostaban por un humanismo cosmopolita en el que lo africano tuviera un lugar.

Como se subraya en el subtítulo del libro, lo que las perspectivas descolonizadoras acaban ocultando es la agencia africana: esta es una reivindicación central de la historiografía africanista que desde los años 1950 se ha empeñado en demostrar, con éxito, que África no es aquel continente hegeliano sin historia. Tanto las autoridades políticas como los grupos sociales más subalternos tienen, según Taiwo, más autonomía y capacidad de decisión de la que los autores descolonizadores les reconocen. Esto fue así durante el periodo colonial, pero más aún tras la descolonización y la conformación de los actuales estados soberanos.

Asumir que el fin de los imperios coloniales europeos en África no supuso una transformación de primer orden en el continente, es faltar a la evidencia histórica. Desde entonces, la responsabilidad por el establecimiento de regímenes autoritarios en todo el continente durante los años 1960 a 1980 fue principalmente de sus gobernantes. Igualmente, los procesos de democratización que tomaron impulso en los años 1990 se hicieron en gran medida gracias a la iniciativa de activistas y movimientos sociales comprometidos con principios que Táíwò identifica precisamente con la modernidad. Raramente, nos hace ver, las luchas sociales en África reivindican la vuelta a un pasado prístino o la abolición del estado moderno.

Lo que nuestro autor invisibiliza

El loable empeño de Táíwò por visibilizar la acción y la responsabilidad africanas le hace obviar, sin embargo, las dimensiones más estructurales. La afirmación de que, tras los procesos de descolonización, la toma de decisiones recae fundamentalmente en manos locales no reconoce las constricciones económicas e institucionales con las que se encuentran quienes han ocupado el poder político desde entonces.

Ciertamente, esas constricciones son producto, en parte, de decisiones tomadas también por africanos y africanas, a menudo durante el mismo proceso descolonizador. Apostar por la independencia y la construcción de pequeños estados soberanos era solo una de las posibilidades que se plantearon para acabar con el orden colonialFrederick Cooper. África desde 1940. El pasado del presente. Rialp: Madrid, 2021.. La integración en la ciudadanía y el territorio nacional del estado metropolitano, como hicieron Martinica o Guadalupe, o la constitución de amplias federaciones de estados no soberanos, fueron sopesadas y finalmente rechazadas.

La conformación de estados independientes tras la desintegración de los imperios europeos es considerada por Táíwò un paso en el camino de los africanos hacia la modernidad. Sin embargo, las grandes expectativas generadas por las independencias, y el reducido tamaño de los nuevos estados, abocaron a la mayoría de los gobernantes a mantener las estructuras extravertidas de las economías coloniales, que aseguraran el flujo de recursos hacia las administraciones heredadas. Por otra parte, la soberanía ha sido siempre más útil a los gobernantes ansiosos por enriquecerse y mantenerse en el poder, que a quienes han reclamado una mayor participación y una mejora de vida para la mayoría de la población.

Reconocer una continuidad entre las economías coloniales y las posteriores, y el fracaso de la soberanía para empoderar las gentes del continente, no supone negar la agencia africana. A menudo la extraversión y el mantenimiento de la dependencia ha constituido una estrategia de supervivencia, tanto de los de arriba como de los de abajo (y no solo en África)Jean-François Bayart. «África en el mundo. Una historia de extroversión», en África en el espejo. Colonización, criminalidad y estado. México DF: Fondo de Cultura Económica, 2011.. Pero es importante iluminar la manera en que dinámicas e instituciones que proceden de distintos momentos históricos, conforman las estructuras sociales que dificultan la configuración de mejores contratos sociales y de una ciudadanía más democrática. En cualquier caso, tenemos que convenir con Táíwò que la posición descolonizadora en poco ayuda a la exigencia de gobiernos más responsables y a un mayor respeto por los derechos de las personas. Más bien al contrario, obsesionarse por suprimir todo aquello que pueda estar relacionado con la época colonial, no ayuda a comprender la complejidad de los procesos que han provocado retos económicos y políticos tan urgentes como los existentes en África. Y aporta pocos instrumentos para asegurar el respeto de las reglas democráticas básicas por parte de sus actuales gobernantes. Si la idea de modernidad, por la que apuesta Táíwò, es mejor herramienta para ello es un debate distinto, que preferimos mantener abierto.

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Ficha técnica

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