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Comunistas, sí, pero vietnamitas

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Hace muchos años que no paso por Lugano y tal vez la memoria me traicione, pero recuerdo haber visto en algún lugar de la ciudad una de esas estatuas épicas que tanto gustaban antes de las guerras mundiales, con una leyenda terminante: Liberi ma Svizzeri (Libres pero Suizos). Más tarde pude saber que Liberi e Svizzeri había sido un movimiento antifascista que se resistía a formar parte de la Italia irredenta que Mussolini quería incluir en su gran Italia. Los suizos del Ticino podían sentirse satisfechos de su parentesco lingüístico, pero se resistían a ser asimilados por sus, a la sazón, ambiciosos vecinos, como se resisten hoy a la fusión con la Lombardía que proponen algunos visionarios del sur.

Hace menos años, en mi primer viaje a Vietnam, visité, como es de rigor, la bahía de Ha Long, uno de los parajes más imponentes de la tierra. De vuelta al hotel, íbamos hablando en inglés con nuestro guía y, en éstas, nos detuvo un anciano que intercambió con él, en vietnamita, unas palabras sorprendentes. Traducción del guía: «Gracias por su visita. Ojalá nos vengan cada vez más americanos como ustedes, porque tenemos demasiados chinos merodeando por aquí. Son un turismo pobretón que, además, no es bienvenido». El anciano no tenía por qué saber que erraba en cuanto a nuestra nacionalidad; pero su conclusión sobre los chinos era exacta. Los chinos son hoy el mayor contingente de turistas extranjeros en el país y Ha Long está a un tiro de piedra de Cantón (Guangzhou) y de Kunming. Cada día miles de chinos se embarcan para extasiarse con las espectaculares formaciones kársticas de la bahía, unidas, dicen, por un estrecho parentesco con las que bordean el río Li en la cercana provincia de Guangxi. Y eso del parentesco era lo que amoscaba al anciano vietnamita, no fuera que de la similitud paisajística los chinos pasasen a creer que China y Vietnam son la misma cosa.

Ya en el coche, comentando el incidente, el guía añadió de su coleto: «La Guerra Americana duró unos diez años. Fueron muy crueles y los americanos cometieron toda clase de tropelías. Pero ya pasó. Los americanos se fueron a casa y no es de pensar que se planteen volver por aquí. En definitiva, un episodio brutal pero relativamente breve. A los chinos los hemos tenido encima por más de mil años y ellos sí que siguen con la mirada puesta en nuestro país». La hostilidad que impregnaba estas palabras se ha manifestado hace poco en la calle con motivo de las aspiraciones de Pekín a imponer su dominio en algunas islas del mar del Sur de la China sobre las que otros países, Vietnam incluido, tienen aspiraciones o, según ellos, derechos históricos. El gobierno vietnamita tuvo que emplearse a fondo en mayo de 2011 para evitar que las manifestaciones tuvieran amplias dimensiones, pero el estado de la opinión era belicoso. En las universidades, incluida la mía, se crearon comités de protesta y hubo algunas movilizaciones antichinas.

Y no olvidemos la guerra de 1979, también conocida como la Tercera Guerra de Indochina (las otras dos habían sido contra los franceses entre 1945 y 1954, y contra el régimen de Vietnam del Sur apoyado por los estadounidenses entre 1963 y 1975). En enero de 1979, las tropas vietnamitas invadieron Camboya y derrocaron al régimen de los jemeres rojos, que contaba con las simpatías de Pekín. Al poco, el 17 de febrero de 1979, Zhongnanhai (el centro de la política china) expresaba su protesta, invadiendo algunas zonas fronterizas del norte de Vietnam. Al tiempo daba un aviso a Moscú, que tanto había contribuido al esfuerzo de guerra de los comunistas de Vietnam, para que no se inmiscuyese indebidamente en esa zona del sudeste asiático. La guerra duró menos de un mes y ambos países declararon su victoria, como es habitual, pero las heridas de antaño seguían sin restañar y las relaciones mutuas han seguido siendo complejas, como se diría en lenguaje diplomático.

Con independencia de los sentimientos vietnamitas, el peso cultural de China en Vietnam es enorme y no deja de hacerse notar en dos aspectos fundamentales: uno que viene de antaño, y otro más cercano.

El más famoso monumento de Hanoi es el Templo de la Literatura (V?n Mi?u), fundado en 1070. Tiene poco de religioso porque, como todos los dedicados a Confucio en China y en otros países de su área cultural, es, ante todo, un monumento a la burocracia. En el tercer patio del de Hanoi se conservan ochenta y dos estelas con los nombres y lugares de nacimiento de 1.307 graduados (doctores) que pasaron con éxito las pruebas de entrada en la administración imperial. Más tardía en imponerse que en China, la burocracia vietnamita, sin embargo, ha sido históricamente uno de los pilares básicos del poder local. El sistema impuesto al país tras la victoria comunista, aunque no se base solamente en exámenes y destrezas intelectuales, recoge muchos de los rasgos de la burocracia anterior, como también sucede en China.

La otra analogía es económica. En los años posteriores a la victoria comunista de 1975, los dirigentes vietnamitas trataron de aplicar el patrón estalinista de colectivización agraria y planes quinquenales a un país devastado por la guerra. Al igual que en los años posteriores al Gran Salto Adelante y a la Gran Revolución Cultural Proletaria y, en general, en todos los casos conocidos, el modelo fue un completo fracaso. Los campesinos se resistieron a la colectivización y la industria carecía de las inversiones y el saber hacer necesarios para un rápido despegue. Tras los pasos de la China de Deng Xiaoping, el Sexto Congreso del Partido Comunista de Vietnam aprobó en 1986 la política de ??i M?i, o renovación, repudiando de hecho el modelo soviético. Sobre el papel, ??i M?i se presentaba como una transición natural a la llamada economía socialista de mercado; de hecho, es un claro ejemplo de lo que algunos economistas han llamado capitalismo bajo la guía del Estado, aunque tal vez sería más correcto hablar en estos casos de la guía del partido.

El nuevo modelo económico se basa en una fortísima presencia del sector público en la economía, por medio de las SOE (State Owned Enterprises), compañías estatales sometidas a la planificación, al tiempo que permite un espacio limitado para las compañías privadas, especialmente pequeñas y medianas empresas. Trata así de alcanzar lo mejor de ambos mundos. De un lado, mejorar la oferta en el sector de consumo, atrayendo hacia él capital privado nacional e inversiones extranjeras y reduciendo las barreras al comercio exterior. De otro, proteger en la medida de lo posible a las compañías domésticas importantes de la competencia exterior. Ambos experimentos han funcionado razonablemente bien hasta el presente, aunque, en el caso de Vietnam, las grietas en el sistema se hagan notar con mayor fuerza que en China.

Lo que me importa destacar ahora, empero, no es la utilidad de esas políticas que, en definitiva, están poniendo las bases de la acumulación de capital necesaria para el despertar de las economías modernas, sino las limitaciones del llamado internacionalismo proletario. La convergencia política entre sistemas pretendidamente poscapitalistas en los que se ha extinguido el poder de las antiguas clases dominantes, debería llevar, en lógica marxista, a una creciente convergencia política entre sistemas similares. Si, además, ambos cuentan con un bagaje cultural común, ese proceso debería llevarse a cabo sin fricciones.

No ha sido así, y no parece que las cosas vayan a cambiar en el futuro. Aunque las máquinas sean semejantes y funcionen relativamente bien, tanto en China como en Vietnam saben que, más que el destino final, lo que cuenta es quién decide la velocidad de crucero.

Comunistas, sí, pero vietnamitas.

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