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Casas de baños (II)

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«Dime. Y esas, ¿qué hacen aquí?» Mi colega universitario me mira con sorna. «¿Aún no te has dado cuenta? Son prostitutas». «Hombre, no estoy ciego, pero hay algo que no me cuadra». Mi colega me había llevado a una casa de baños como muchas de las que hay en China y traté de hacer una fugaz incursión antropológica por su interior en un blog anterior. «Lo que no me cuadra es que esto parece más que nada un centro de descanso familiar. Hay muchas parejas que dan toda la impresión de estar unidas por los lazos del matrimonio, sólo hay que ver la indiferencia con la que se miran. A menudo vienen con niños. Se separan en los vestuarios según los sexos y se bañan en dependencias distintas. Acabadas sus abluciones, se reencuentran en el restaurante o suben juntas al salón de descanso del piso superior. Y vienen con sus criaturas… Como este angelito siga tratando de beberse mi Coca-Cola voy a tener un disgusto con su madre, que debería haberle puesto un bozal antes de soltarlo aquí… Bueno, a lo que iba, las criaturas son ingenuas, inocentes, no han leído a Freud aún. A alguna sus papás le habrán mentado a Lacan, mayormente para meterles en el cuerpo el miedo a la lectura. Cualquiera de los numerosos tomos de sus Écrits tiene efectos fulminantes. Y en esta atmósfera familiar y enternecedora… niño, como no te estés quieto te voy a dar un pescozón… familiar y enternecedora, digo, en esta apacible penumbra que nos rodea, pululan en derredor gentes que ofrecen sus servicios y tú me cuentas que el luminoso de la pared de enfrente anuncia los precios de cada uno de ellos. Me pueden hacer las manos y los pies, sacarme la cera de los oídos, o darme un masaje de hombros aquí mismo, mientras estoy recostado en este sillón tan confortable, por unos cinco euros. Luego están las mujeres jóvenes con una bata de laboratorio con las que me puedo ir a los pisos de arriba, hay tres o cuatro más, ¿no?, para un shiatsu y sólo eso. Diez euros. Después las chicas del número doble cero sobre el pecho izquierdo y vestidas con un traje idéntico todas ellas. Los colores de sus vestidos, tan llamativos, son lo único que puede dar una pista sobre sus cometidos. Me acabas de decir que cobran unos treinta y cinco euros por una hora en una de las habitaciones de arriba. ¿Cómo es posible semejante revoltijo de condiciones y expectativas? Y no me salgas con lo de la cultura china, el neoconfucianismo o el dharma. La verdad. ¿Acaso la prostitución no está prohibida en China? ¿No estarían mejor los niños y sus padres separados de las chicas Bond?»

«Bueno, no todo son niños ni familias. Muchas parejas alquilan aquí una habitación para hacer el amor con mayor intimidad que en casa, con los niños y los abuelos al otro lado del tabique. O esconden una relación clandestina. Hay también hombres solos, como nosotros, que, además de darse un baño, vienen a pasar el rato con sus amigos. Si te paseas por las habitaciones de al lado verás timbas de póquer y de mahjong, y con apuestas bastante más altas que tus ingresos en la universidad. Está prohibido, como la prostitución, pero… Otros, creo que los menos, porque tampoco hay tantas chicas Bond, mira en torno y dime si ves más de diez, esto no es Bangkok…, otros vienen en busca de un desahogo sexual. ¿No has leído a algún psicólogo evolucionista que te haya contado lo de las diferentes estrategias reproductivas de hombres y mujeres, y que nosotros somos copuladores oportunistas? Aquí, si pagas, puedes tener tu oportunidad. ¿Quieres que nos quedemos un rato más?»

No creo que saber cómo acabó la tarde tenga el menor interés para el lector. Así que salto a algunas otras cosas en las que me hizo reparar mi colega. Tenía razón en recordarme que la tabarra de los multikulti no empece la existencia de diferencias culturales. La prostitución, que ha existido y existe en China como en todas partes, no ha ido acompañada en el país por el deshonor con que ha cargado en el Occidente cristiano. En un libro reciente (From Shame to Sin. The Christian Transformation of Sexual Morality in Late Antiquity, Cambridge, Harvard University Press, 2013), Kyle Harper insiste en que la era post-Constantino fue una OPA hostil sobre la sexualidad de la edad clásica. «El matrimonio se convirtió en el único marco legítimo para el placer erótico […]. La progresiva denuncia [de la injusticia de la prostitución] marca el final del orden sexual específicamente clásico».

Hasta Mao, por el contrario, nada similar había arraigado en China. Una sociopic de 2007 basada en The Rape of Nanking. The Forgotten Holocaust of World War II , de Iris Chang (Nueva York, Basic Books, 1997), recogía un testimonio significativo. Unos soldados japoneses habían conminado a un grupo de prisioneras chinas a que designasen a algunas de entre ellas para violarlas. En la deliberación, unas pocas mujeres, sin el menor asomo de estar haciendo una revelación vergonzosa, se ofrecían voluntarias porque, decían, su profesión de prostitutas les ayudaría a soportar la tortura mejor que a las demás.

«Sí, sí. La prostitución es un delito en China y, en algo que suele hacer felices a las feministas de misa y olla, la ley castiga tanto a quienes se prostituyen como a sus clientes», seguía mi colega universitario. «Pero, como ves, la ley se ignora a conciencia. En esto de la prostitución, como en muchas otras cosas, los chinos de hoy sólo la cumplimos cuando nos vemos obligados por una amenaza inminente. Los primeros en saltársela, por supuesto, son nuestros gobernantes y nuestros funcionarios. No hablemos de la corrupción en general. ¿Crees tú que las chicas Bond de esta casa podrían ofrecer sus servicios sexuales abiertamente si alguien en la policía o en la administración no lo tolerase? No sé quiénes son los dueños, pero puedes estar seguro de que están bien conectados. O, como decimos aquí, cuentan con un buen paraguas. Cuando los políticos o los burócratas se ven apretados por el público o por sus jefes, otra vuelta de tuerca. No te he traído aquí para tentarte. La última vez que estuve, hace unos tres meses, no había chicas Bond. A lo mejor, mañana tampoco. Pero siempre vuelven. La misma inseguridad campa en el resto de la vida social. Es peor aún que la propia corrupción, porque te lleva a no fiarte de nadie, a ignorar a los demás. ¿Te has fijado en nuestras casas? Generalmente, los apartamentos están limpios y cuidados por dentro, pero las zonas comunes son una pocilga. Los promotores de viviendas las entregan sin acabar porque no se incluyen en el contrato, así que nadie repara las luces rotas, las basuras se quedan a menudo en la escalera, los escalones pierden su revestimiento sin que nadie haga nada. La tragedia de los bienes públicos, que le dicen algunos economistas. Y al Gobierno no le hace ninguna gracia que las juntas de vecinos hayan de gobernarse por el principio de la mayoría. Se empieza por ahí y no se sabe adónde iremos a parar».

El nuevo gobierno del presidente Xi Jinping ha emprendido una amplia campaña anticorrupción cuyo primer blanco han sido algunas organizaciones del Partido Comunista y destacados funcionarios e intelectuales. Dicen las malas lenguas que muchos de esos corruptos no se caracterizaban por ser precisamente seguidores entusiastas del presidente, algo difícil de comprobar. Pero hay signos de que la campaña no se va a limitar a los sobornos y a la buena vida de tantos funcionarios. Parece que ahora le toca el turno a la moral pública y que se va a empezar por el comercio sexual. No es nada nuevo en China. Mao retiró a la prostitución del mercado para convertirla, como a tantas otras cosas, en un privilegio para altos jerarcas y, en especial, para sí mismo. Ya hace muchos años que así lo contara Li Zhisui, su médico particular.

Hoy las salvas de advertencia se disparan con métodos más modernos. Recientemente, CCTV (siglas de la televisión central china), emitió un programa de investigación sobre la industria del sexo en Dongguan, una ciudad de unos ocho millones de habitantes situada cincuenta kilómetros al sur de Cantón, y «famosa durante más de una década por su ilegal industria del sexo», en palabras de Global Times, un diario publicado lengua inglesa por el Gobierno chino. Usando una cámara oculta, los periodistas grabaron a empleados de varios hoteles exhibiendo a una serie de mujeres jóvenes para que sus pretendidos clientes seleccionasen entre ellas a cambio de dinero. Al programa de televisión siguieron noticias de que la policía de Dongguan había detenido a sesenta y siete personas y cerrado doce establecimientos por fomentar el comercio sexual. De nuevo Global Times: «En Dongguan hay entre quinientos mil y ochocientos mil trabajadores sexuales, alrededor de un 10% del total de trabajadores inmigrantes en la ciudad […]. Los ingresos de la industria del sexo en 2011 se estimaban en unos cincuenta millardos de yuanes (algo más de ocho millardos de dólares), alrededor de 14% del producto de la ciudad». ¿Querrán los moralistas arruinarla?

A los pocos días, la ola antiprostitución llegaba a Cantón, donde fueron detenidas noventa y ocho personas luego de que la policía registrase 807 casas de baños, 1.228 hoteles, 636 peluquerías y 465 karaokes. Al parecer, nadie se había percatado de su existencia en los últimos diez años. Hubo que esperar a la llegada de un dirigente local nuevo y ambicioso. Tendré que darme una vuelta por la casa de baños de Dalian para ver si también a las chicas Bond se las ha llevado por delante el fuego amigo.

Si no están, seguro que pronto volverán.

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