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Un monumento a la razón

Cartas eruditas y curiosas, I. Obras completas, vol. II

Benito Jerónimo Feijoo

Oviedo, KRK, 2014

728 pp., 45 €

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Los libros por los que es conocido Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro (Casdemiro, Orense, 1676-Oviedo, 1764) no empezaron a publicarse hasta 1726, cuando nuestro protagonista llevaba ya a sus espaldas medio siglo de vida y una larga trayectoria –desde novicio hasta catedrático, pasando por «padre maestro» y abad – en el seno de la Orden de san Benito, en la que ingresó poco antes de cumplir los catorce años y tras renunciar al mayorazgo que, como primogénito de una familia hidalga, le correspondía en herencia. Quizá por esto, por haberse dedicado en cuerpo y alma a la «carrera» eclesiástica, la temprana predilección por el conocimiento y el estudio que el joven Feijoo demostró desde su adolescencia sólo se manifestó por escrito cuando, cumplidos los cincuenta años, se lanzó a la aventura de dar forma a una obra filosófica que, si nos atenemos a los datos (las cifras varían según la fuente, pero todas hablan de un millón de ejemplares impresos), lo convirtió en el autor más leído y difundido en la España del siglo XVIII.

Y es que, como él mismo ya vaticinó, la aparición en 1726 del primer tomo del Teatro crítico universal, o Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunesLa obra completa acabaría constando de ocho volúmenes, más un noveno publicado a modo de suplemento en el que se matizan o corrigen cuestiones tratadas en los anteriores. Las fechas de aparición de dichos volúmenes son: 1726, 1728, 1729, 1730, 1733. 1734, 1736 y 1739. El suplemento vio la luz en 1740. causó un profundo impacto entre quienes quisieron ver en su publicación una especie de ataque contra la ortodoxia, no tanto religiosa, pues ninguno de los dogmas de fe eran puestos en duda, sino más bien epistemológica, en el sentido de que en las palabras del benedictino se defendía un uso de la experiencia y la razón como forma de conocimiento por encima incluso de la auctoritas: del juicio sancionado por la tradición y aceptado sin previo análisis. Pero, además de por su contenido, novedoso y heterodoxo, aquel volumen inaugural llamó la atención desde un primer momento por la manera tan poco habitual en que las opiniones de su autor venían expresadas. En efecto, Feijoo había concebido una obra que, en contra de lo que su adscripción monástica podría hacernos pensar, nacía con la clara intención de alejarse del modelo canónico para tratar de llegar a un público lo más amplio posible.

Resultado de este innovador propósito fueron los conocidos «discursos» feijonianos, pensados como una serie de disertaciones a medio camino entre la tradición erudita barroca y ese género más libre y menos encorsetado –el ensayo– que toma carta de naturaleza con la obra de Michel de Montaigne, y las «cartas», escritas en un tono más ágil y distendido, como respuesta epistolar a las múltiples consultas formuladas por sus lectores. En este sentido, puede decirse que tanto en el Teatro como en las Cartas eruditas y curiosas, que empiezan a publicarse en 1742La obra completa acabaría constando de cinco volúmenes, cuyas fechas de aparición son: 1742, 1745, 1750, 1753 y 1760., se mezcla la información supuestamente objetiva con la opinión decididamente parcial, en una suerte de lucha verbal y dialéctica sostenida por el autor con –o contra– todas las supuestas autoridades que circulan por un gran friso de teorías rebatidas y matizadas. Tal vez por esto mismo, y para hacer más comprensible esta polifonía de voces que vienen y van, Feijoo quiso presentarnos su pensamiento de forma ordenada y digerible, siguiendo un mismo plan que se repite en todos los tomos de sus dos grandes obras: a partir de un título genérico que anuncia sintéticamente su contenido, el texto del discurso o de la epístola se divide en lo que podríamos llamar «capítulos» y estos, a su vez, se subdividen en párrafos de poca extensión, con la idea de facilitar en lo posible el seguimiento del hilo argumental.

Por eso, y pese a su apariencia exterior más compleja, hay que decir que, con la excepción de aquellos pocos ensayos que, por distintos motivos, resultan quizás algo enrevesados, lo cierto es que la escritura de Feijoo es fluida y amena, sobre todo si la comparamos con la de otros pensadores españoles de la época. Y ello gracias, fundamentalmente, al afán divulgador de un hombre que siempre quiso dirigirse al vulgo e hizo el esfuerzo de escribir en un estilo claro y sencillo que, sin ser –ni mucho menos– familiar o coloquial, sí resulta, al menos, inteligible. Desde esta perspectiva, y como argumentó en su momento Eduardo Subirats, al analizar el posible parentesco de su obra con otras aparecidas en la Europa moderna, es verdad que la pretensión de exhaustividad que preside el doble proyecto de Feijoo no encuentra su correspondencia en el uso sistemático de un lenguaje riguroso y científico, necesario para dotar al conjunto del orden y la coherencia interna que sí revisten otras empresas relativamente parangonables. Aunque su cruzada contra la ilusión y el engaño guarda cierto «aire de familia» con la crítica de los idola propuesta por Francis Bacon en el Novum Organum (1620) o con la lucha contra el prejuicio defendida por  René Descartes en su Discurso del método (1637), lo cierto es que existen notables diferencias entre la voluntad de sistema que sí se aprecia en los títulos citados y el eclecticismo de un Feijoo que raramente muestra una preocupación metodológica. Por otra parte, y también según Subirats, es esa forma tan atractiva para el lector que elige el benedictino a la hora de redactar sus obras lo que las distingue de creaciones como el Diccionario histórico y crítico (1697) de Pierre Bayle o la más moderna Enciclopedia (1751-1772) de Denis Diderot y Jean D’Alembert, con cuya función y apariencia podrían, tal vez, asimilarse.

Porque, si ojeamos el índice completo de materias abordadas por Feijoo en su extensa producción filosófica, vemos que en ella se discute sobre infinidad de temas que van desde la medicina hasta la astronomía, pasando por la física, la igualdad intelectual de las mujeres o la disciplina histórica, a la que dedicó unas brillantes reflexiones recientemente reeditadasBenito Jerónimo Feijoo, Reflexiones sobre la historia (Del Teatro crítico universal), edición, introducción y notas de Francisco Fuster, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2014.. Y todo desde una perspectiva que siempre buscó la polémica y el debate más que el avance científico en sentido estricto. Feijoo fue, ante todo, un sabio erudito, un lector autodidacta y proteico, incapaz de reprimir ese primer impulso de querer opinar, animado por una necesidad casi vital de tener que escribir sobre todo aquello que le generaba placer o rechazo. Desde este punto de vista, y aunque su constante apelación a la razón y la experiencia como método de conocimiento lo emparenten con el empirismo inglés y lo alejen claramente de la escolástica dominante en la España preilustrada, la verdad es que «Feijoo no trata de construir un saber científico ni establecer un sistema conceptual. Su obra más bien tiene la naturaleza de una empresa institucional. Ante todo se trata de transformar la realidad social, de erigir una nueva forma de conciencia pública»Eduardo Subirats, La ilustración insuficiente, Madrid, Taurus, 1981, p. 57.. Precisamente por esto, por su deseo de redimir –intelectualmente hablando, en este caso– al pueblo y sacarlo de su ignorancia, el benedictino imprimió su sello inconfundible a esa tarea mayúscula que emprendió con el noble objetivo de facilitar el «desengaño de errores comunes».

La aparición del segundo volumen –que, en realidad, puede considerarse el primeroEl primer volumen de las Obras Completas de Feijoo, proyectadas por José Miguel Caso González (1928-1995), catedrático de Lengua y Literatura de la Universidad de Oviedo, especialista en el siglo XVIII y fundador del Instituto Feijoo, se publicó en 1981. Se tituló Bibliografía (Oviedo, Cátedra Feijoo, Centro de Estudios del Siglo XVIII) y fue elaborado por el profesor Caso González y el sacerdote Silverio Cerra Suárez (1938-2014) como una especie de censo con todas las obras de y sobre Feijoo aparecidas desde 1726 hasta ese momento. Por diferentes motivos, el proyecto quedó interrumpido y no fue retomado hasta que un equipo de trabajo coordinado por Inmaculada Urzainqui, catedrática de Literatura Española de la Universidad de Oviedo, ha emprendido la tarea de continuarlo.– de las Obras completas de Feijoo, en el que se incluye el tomo primero de las citadas Cartas eruditas y curiosas, editado por los profesores Inmaculada Urzainqui (autora, asimismo, del imponente y documentadísimo estudio introductorio) y Eduardo San José Vázquez, es una noticia excelente, no sólo para quienes amamos la prosa feijoniana, sino para todos los lectores del ámbito hispanohablante. De hecho, y yendo un poco más allá en mi valoración, me atrevo a decir que la edición de estas Obras completas, publicadas por la editorial asturiana KRK y promovidas por el Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII (Universidad de Oviedo), con el apoyo del Ayuntamiento de la ciudad, debería haber sido el acontecimiento editorial del año –o uno de ellos– en un país cuya tradición filosófica no anda, precisamente, sobrada de nombres de la talla intelectual del que me ocupa. Por desgracia para sus impulsores, cuyos años de trabajo y dedicación se notan en el resultado, de un impecable rigor filológico, me temo que su esfuerzo obtendrá únicamente la recompensa de parte de quienes, desde dentro del gremio académico, ponderamos y agradecemos que, por más que se repita constantemente que una de las funciones de la universidad es transferir a la sociedad el conocimiento que allí se genera, todavía haya investigadores que sí predican con el ejemplo y trabajan en equipo para poner su saber de expertos al servicio de quienes no lo somos.

Que en el año 2015, más de dos siglos después de su muerte, no exista en España una edición de la obra completa de Feijoo es algo que debería hacernos reflexionar a todos, pues no concibo algo igual –ni remotamente parecido– en Alemania, con el caso de Kant, en Francia con el de Rousseau o en Inglaterra con el de Hume, por poner tan solo tres ejemplos distintos de otros tantos pensadores ilustrados. De la misma manera, debería suscitar un debate el hecho de que sea una editorial independiente, con un prestigio ganado a pulso gracias, entre otras cosas, a su valor para enfrentarse a este tipo de retosAdemás de las de Feijoo, cuyo primer volumen en KRK Ediciones es el que me ocupa, este mismo sello está publicando las Obras completas del también pensador ilustrado español Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), de las que ya han se han editado catorce volúmenes y sólo restan por aparecer tres. El otro gran proyecto editorial que han puesto en marcha últimamente es la publicación íntegra, por primera vez en España, del Diccionario histórico y crítico del filósofo francés Pierre Bayle (1647-1706), cuyo primer volumen vio la luz en 2012., la que asuma una responsabilidad que, a mi modo de ver, debería corresponder a quienes se encargan de gestionar el dinero público que se invierte en cultura. Si las cosas fuesen de otra manera, las Obras completas de Feijoo habrían merecido una edición institucional, «de Estado», y su aparición habría ocupado las portadas de las revistas de humanidades (las pocas que todavía sobreviven) y de los suplementos culturales de los periódicos. Sin embargo, y salvo grata sorpresa de última hora o ignorancia culpable de quien escribe, ni una cosa ni la otra. Frente a este panorama, un único y verdadero anhelo: que este faraónico empeño, concebido como un proyecto a largo plazo (se prevé la publicación de todo lo que publicó Feijoo en vida, desde las Cartas, por donde se ha empezado, hasta el Teatro, pasando por el epistolario, la poesía, etc.), sea todo un éxito y que el saber que encierra ese monumento a la razón sí ocupe un lugar de honor al menos en nuestras bibliotecas.

Francisco Fuster es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Valencia. Su principal línea de investigación se centra en la historia de la literatura española de la Edad de Plata (1900-1936), con especial interés en las obras de Pío Baroja, Azorín y Julio Camba, a las que ha dedicado distintos trabajos. Es autor del ensayo de historia cultural Baroja y España: un amor imposible (Madrid, Fórcola, 2014) y editor de Reflexiones sobre la historia (Del Teatro crítico universal) (Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2014). Es autor del blog El malestar en la (in)cultura.

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