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Carbón de olivo y picón de encina: ahora, biochar

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En estos tiempos no es infrecuente que viejos inventos reaparezcan en el escenario con nuevos bríos al amparo de denominaciones que los ponen de nuevo a la moda. Así, por ejemplo, en mis tiempos ya usábamos «biomasa» como combustible, pero la llamábamos simplemente «leña», y al alcohol de quemar ahora se bautiza como «bio-alcohol». También utilizábamos carbón vegetal en la cocina y picón en el brasero, ambos producidos por la combustión incompleta de madera en condiciones de restricción de oxígeno. Ahora, de pronto, bajo la denominación de «biochar», está haciendo furor, como enmienda para los suelos agrícolas, el carbón vegetal pulverizado, y antes de que se hayan constatado los beneficios potenciales de los distintos tipos de biochar sobre los distintos tipos de suelos, se han formado dos bandos irreconciliables a favor y en contra de la aplicación generalizada de este producto. De un lado, un potente lobby de la industria que se pretende «verde», como una forma de secuestrar carbono a largo plazo y de poner en valor los subproductos de la fabricación de biocombustibles, y, de otro, un conjunto de grupos ecologistas que, antes de que se sepa bien de qué se trata, ya consideran este producto como infernal.

En un esclarecedor artículo en las páginas de Nature, Rachel Cernansky trata de poner la cuestión en su sitio, examinando la evidencia científica de las distintas supuestas bondades de un producto que no sólo puede comprarse a granel, sino que puede obtenerse al por menor a través de Amazon y de diversas tiendas de Whole Foods. En realidad, no puede hablarse de un solo producto, ya que no están normalizadas las condiciones para su obtención, tales como la temperatura, el tiempo, o el déficit de oxígeno, y, por otra parte, puede fabricarse a partir de los más diversos materiales de partida, incluidas distintas clases de desechos agrícolas, como cáscaras de arroz, tallos de maíz o maderas varias. Incluso puede obtenerse biochar de origen animal.

La incorporación de biochar u otros productos carbonados al suelo agrícola no es una práctica nueva. Ya antes de la colonización europea hubo nativos amazónicos que utilizaron este tipo de aportaciones para crear la fértil terra preta y, hace más de medio siglo, la aportación de turba a suelos arenosos de Huelva propició el despegue del floreciente cultivo de la fresa en esa región. En principio, la adición de estas enmiendas aumentan la capacidad de retener agua y nutrientes en suelos arenosos y permeabiliza apropiadamente los suelos arcillosos compactados. Esto no quiere decir que dicha adición sea una especie de panacea universal, ya que, si bien se han observado incrementos en la producción en ciertos suelos, en otros no se ha observado efecto productivo alguno, e incluso en algunos el efecto ha sido negativo. Se investiga activamente qué tipo de biochar y en qué tipo de suelo está indicada esta enmienda.

Otros beneficios posibles de la aplicación de biochar para los que la evidencia es todavía débil tienen que ver con el control de enfermedades microbianas de las plantas, el control de emisiones de gases con efecto invernadero (óxido nitroso), la disponibilidad de potasio o el contenido en materia orgánica de los suelos. La experimentación y un simple proceso de prueba y error irán depurando estas cuestiones.

En conjunto, sin embargo, los impactos positivos de la aplicación de biochar superan a los negativos. En un metaanálisis realizado hace tres años se estableció un incremento en rendimiento medio del diez por ciento, que se elevaba al quince por ciento en suelos ácidos. Su mayor potencial parece estar allí donde los suelos están degradados y no abundan los fertilizantes.

El principal motivo de confrontación es, sin embargo, la idea de usar la aplicación generalizada de biochar a los suelos como método de secuestrar carbono a largo plazo en relación con el calentamiento global. Si los productos usados en la generación de biochar se entierran directamente en el suelo, la flora microbiana irá devolviendo a la atmósfera el carbono que contienen a un cierto ritmo. En cambio, si a estos se les somete a una combustión parcial, el carbono quedará atrapado durante un largo período de tiempo. Los partidarios más radicales de esta aplicación llegan a proponer la delirante idea de dedicar suelo a una producción vegetal específicamente destinada a la producción de biochar. De este modo, lo que tal vez sería una opción razonable para dar uso a ciertos residuos agrícolas alcanzaría cotas de desmesura.
Estamos, pues, ante una confrontación artificial entre intereses industriales y grupos que colocan la ideología por delante, cuando lo normal sería que la investigación vaya dilucidando caso por caso lo que es sensato y lo que no lo es.

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