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Una biografía

Campos enteros llenos de flores

MARTÍN CASARIEGO

Muchnik Editores, Barcelona

144 págs.

2.596 ptas. 15,6

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Campos enteros llenos de flores es un libro de cuentos estratégicamente situados. Estratégica y sabiamente, quiero decir, porque los tres relatos largos abren y cierran el libro, y el que titula éste, el de mayor extensión, por cierto, se halla en la mitad del volumen. En cuanto a los relatos cortos, unos cuantos de tan solo cuatro páginas de extensión, no es que aparezcan como complemento, pues tienen valor propio, pero sí que contrastan con la hondura de la –en definitiva– columna vertebral del libro. Un libro de factura –tal vez– autobiográfica (los relatos los firma un tal Máximo C., sospechosamente aparecido en la nomenclatura a quien de verdad se hace responsable del libro: Martín Casariego). Este Casariego, hay otros, el primero ya desaparecido pero aún vivo, Pedro Casariego Córdoba, tiene detrás de sí una amplia bibliografía, en la que aparece algún guión de cine: verbigracia el de Amo tu cama rica. Casariego (los Casariego, en fin) es un personaje asociado a la «movida» madrileña; esa en la que música, cine y literatura surgían asociados en un melting pot peculiar en el que Almodóvar no es sino un condimento más. Que Martín Casariego anda por el entramado cinematográfico lo prueba el relato central del volumen (en mi opinión no el mejor y sí el más «lírico»), lleno de frases redondas, de frases «cliché», que parecen escapadas de cualquier película inteligente en la que la fugacidad de su existencia en la mente espectadora obligan a fijar en ésta sentencias-martillo. Veamos algunos ejemplos. «Había que hacer algo para matar el tiempo y para matar la sed…» (pág. 44). «Qué novedad. Me prometiste que no ibas a volver a beber./Estaba borracho, ¿no recuerdas?» (pág. 48). «Chica, yo daría un dedo por escribir un buen cuento.» (pág. 51). «Era tan guapa que uno pensaba que desaparecería si cerraba los ojos» (pág. 56), etc. Esto de los clichés es muy del viejo Bob Dylan; aquel que triunfaba a la hora de la presunta redacción de este cuento, por Máximo C., ya se entiende, en junio de 1968. Pero a Campos enteros llenos de flores, al relato, que no al libro, le sobra intensidad lírica, pero le falta concentración épica, lo que convierte su lectura en algo agradable pero carente de suspensión. Que es lo que Martín Casariego, o Máximo C., derroca en Los puntos de Luz (fechado en el verano de 1940) y Carta no enviada de un hombre abandonado a una mujer engañada (finalizado el 17 de mayo de 2001). Los puntos de Luz, el relato que abre el libro, es una historia de preadolescentes enamorados. Máximo C. (quien a través del libro pretende narrar su vida), el que más sufre los envites amorosos, se queda sin tan siquiera el obsequio que la maestra Luz habría de darle por los puntos acumulados para triunfar en el amor ante su condiscípula favorita. Doble decepción, pues, en un relato dolorido y doloroso, y por tanto lírico, sólo que barnizado por la épica del nunca logrado triunfo escolar. Carta no enviada de un hombre abandonado a una mujer engañada, el relato postrero, es una pieza soberbia, la mejor del libro y aun de muchos libros, en el que un profesor de Filosofía más que maduro (Máximo C., de nuevo, ahora en la sesentena) vende su alma, en forma de felicidad doméstica, por un amor adolescente y desarraigado disfrazado de sobrina política. Sobre este relato se desliza la sombra alargada de Nabokov, desde luego, pero también la de Goethe y la de todos aquellos que se quedaron perplejos ante un resplandor vestido –o desnudo– de pubertad. Luego están los relatos breves, todos encajando con su fugacidad –de situaciones y personajes– en el puzzle sentimental que Martín Casariego ha montado con habilidad. Estos relatos breves son variopintos y en ello se deja ver, cómo no, el estigma cinematográfico que Martín Casariego lleva con evidente orgullo. Decir, en fin, que Máximo C. escribe entre el curso escolar de 1940, y el año 2001, el de su crisis matrimonial, con recaladas en el mítico 1968, cuando reencuentra a un viejo amor; siendo los relatos breves pausas o crujías en este entramado, tal vez autobiográfico, en todo caso vivido.

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Ficha técnica

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