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Manuel Sacristán: el lado político

LA PRÁCTICA DE MANUEL SACRISTÁN. UNA BIOGRAFÍA POLÍTICA

Juan Ramón Capella

Trotta, Madrid

284 pp.

15 €

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Antes de entrar en un análisis de mayor profundidad, conviene resaltar que este libro es producto de una solicitud estudiantil a un profesor que se suponía buen conocedor de Manuel Sacristán. El citado profesor –ahora autor del libro– había tenido, en su juventud, a Sacristán como maestro, y después, transcurridos los años, como colaborador y amigo íntimo. Esto, sin duda, le da al libro un aire de familiaridad, que se traduce en el uso del nombre «Manolo» para referirse al autor biografiado y protagonista del libro, sin que esa referencia familiar sea óbice, por supuesto, para un tratamiento pedagógico y de carácter eminentemente didáctico. Estamos, pues, ante una introducción a la vida y el pensamiento de uno de los más interesantes pensadores españoles del siglo XX, que puede resultar de gran importancia para recuperar la verdadera significación de su figura. Por otro lado, el ángulo escogido para dicho estudio es el de la «práctica política», lo que resulta especialmente sugerente, dado que el autor y protagonista del libro comparten actitudes y criterios. En cierto modo, el libro es un testimonio de las dificultades del marxismo durante la dictadura franquista y los años inmediatamente posteriores. Desde este punto de vista, resulta definitoria la primera página del libro, donde se establece la identidad «comunista» de Manuel Sacristán, a despecho de la equívoca interpretación que tal palabra pueda despertar, sometida a los prejuicios y vaivenes que su uso ha sufrido en los últimos tiempos. Aquí «comunista» no significa adscripción a ningún régimen político ni país que lo pueda representar, sino adhesión a una doctrina que se opone a cualquier forma de capitalismo. «Ser comunista –dice Capella– es oponerse a los sistemas sociales de dominio y explotación de las personas, incluidos los sistemas de dominio y explotación que se autodenominaron «sociedades socialistas»» (pp. 17-18).

El autor divide el itinerario intelectual de Sacristán en cuatro grandes períodos: uno, juvenil hasta los treinta años; otro, entre 1956 y 1969; el tercero, muy breve, de transición; y, un cuarto, definitivo, entre 1970 y su muerte en 1985. Capella apenas presta atención al primero y al tercero, por considerarlos de menor importancia, enfatizando el valor del segundo (desde el ingreso en 1956 de Sacristán en el PSUC hasta su dimisión en 1969 del cargo que tenía en el comité ejecutivo del mismo) y del tercero (en el cual el autor sienta las bases de una profunda renovación temática de las razones de la izquierda social). Esta división tan tajante nos parece excesivamente unilateral, pero, bien considerada, resultaba imperativa desde la óptica elegida, en que se privilegia la «practica» política. A despecho de esto, el libro en su conjunto nos ofrece documentos e información que permiten al lector tener una visión más amplia y comprensiva del itinerario intelectual de Sacristán en su conjunto. Desde esta óptica, el libro de Capella contiene elementos de objetividad e imparcialidad suficientes que permiten al lector que no comparte su punto de vista contar con una visión testimonial del conjunto del período histórico que abarca todo el periplo biográfico de su vida (1925-1985), y de forma especialmente apasionante las dificultades con que se desarrolló en ese tiempo el pensamiento marxista en nuestro país. Me referiré brevemente en lo que sigue a ese múltiple valor testimonial.

El libro tiene mucho de documento testimonial del primer franquismo. La inevitable, al parecer, adscripción de Sacristán al movimiento falangista, y su intervención progresista dentro de sus filas, es suficientemente elocuente. Aparte de haber sido «Jefe de la Centuria», se adscribió muy pronto al ala izquierda del falangismo, lo que le creó problemas en la universidad. Como joven de vanguardia fundó una revista, Laye, que adquirió visos rupturistas con el régimen; desde ella contactó con los principales escritores de su generación en Barcelona: Jaime Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, José María Castellet, Carlos Barral, Alberto Oliart, Juan Goytisolo, entre otros muchos. Desde este punto de vista, Laye es referente generacional importante de un momento de nuestra historia, como ha demostrado Laureano Bonet en su importante estudio (La revista Laye, Barcelona, Península, 1988).

Desde el punto de vista generacional, es evidente que Manuel Sacristán es un integrante de la que yo he llamado «Generación de 1956» en numerosos estudios sobre el tema. Es la generación que rompió conscientemente con el régimen franquista y puso las bases de lo que después se llamó «la transición democrática». Por numerosas razones que sería largo ir explicitando, habría que situarlo al lado de figuras como Miguel Sánchez-Mazas o Carlos París: su itinerario intelectual así viene a confirmarlo.

En lo que se refiere a sus aportaciones en el área de la filosofía, el diagnóstico viene a confirmar dicho punto de vista. En contraposición a la filosofía oficial del régimen franquista –neoescolástica tradicionalista en el peor sentido–, Sacristán se manifestó como importador de corrientes renovadoras en el más amplio sentido de la palabra. Aunque tocado por el existencialismo en su primera juventud, muy pronto reaccionó contra el mismo. En su tesis doctoral, Las ideas gnoseológicas de Heidegger, realiza una fuerte crítica contra sus fundamentos, utilizando la metodología de la filosofía analítica.Aunque se declaró comunista desde 1956, el interés por el «neopositivismo lógico» prevaleció filosóficamente frente a otros intereses; esto marcará una tendencia irreversible de su pensamiento, según la cual considerará el filosofar como una actividad crítica, desdeñando todo lo que en ella puede haber de especulativo. Ese interés por el análisis filosófico culminará en una atracción creciente por la lógica matemática: en 1964 publica su Introducción a la lógica y al análisis formal, lo que lo convierte en un introductor de dicha disciplina en España. Pero, ya en ese mismo año, su preocupación por los problemas de la ciencia y de la sociedad de su tiempo toma una primacía que lo irán acercando al marxismo. Su texto «La tarea de Engels en el Anti-Dühring» (prólogo a una edición de este libro, publicado en México por Grijalbo en 1964) es ya un texto definitorio de la nueva orientación de su pensamiento, cada vez más volcado hacía la dialéctica. Ésta no fue nunca para él una concepción del mundomaterialismo dialéctico, sino una metodología de aproximación a lo concreto: la práctica era lo que le interesaba, es decir, el trato entre sujetos y entre sujeto y objeto. La dialéctica no fue para él sino un principio regulador dirigido a recuperar la concreción del pensamiento, huyendo tanto del impulso especulativo como de la tendencia reductiva y especializada de las ciencias. Como dice Capella, «el marxismo era para Sacristán ante todo una praxeología» (p. 55).

En este contexto cabe entender la polémica con Gustavo Bueno. El escrito de Sacristán Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores (1968) suscitó el impulso polémico del filósofo ovetense, que contestó con un mamotreto titulado El lugar de la filosofía en el conjunto del saber. En su escrito, Sacristán había defendido la naturaleza metateórica de la filosofía, rechazando, por el contrario, la «filosofía especulativa», a la que considera una «pseudo-teoría» en la medida que «no es susceptible de contrastación científica». Esto le lleva a repudiar el estudio de la filosofía en las universidades. «Extirpado el tumor pseudofilosófico –dice– que es la especialidad en filosofía, se trata de promover la motivación filosófica auténtica que acompaña siempre a la ciencia, al arte y a la práctica racional». En una palabra, «suprimida la filosofía como especialidad cabe restablecerla como universalidad», es decir, como actividad crítica universal.

En una evolución coherente con esos planteamientos se produce un acercamiento crítico y científico al marxismo, cuyo fruto serán los dos tomos de Panfletos y materiales, titulados respectivamente: Sobre Marx y marxismo (1983) y Papeles de filosofía (1985). Se aleja en estos escritos de toda actitud hagiográfica o dogmática, reafirmándose en una postura de reacionalidad crítica y ética de carácter marxista. Si, por el lado crítico, sus preocupaciones son sobre todo epistemológicas, por el lado ético su fin no es sino contribuir a una postulación rigurosa de los valores sociales del comunismo. En contra de lo que pudiera parecer, no hay contradicción «ideológica» entre ambos planteamientos. He aquí su postura, expresada con sus palabras: «El atenerse por de pronto a la ética no es, por lo demás, una renuncia intelectual, sino que resulta ser una conducta coherente con la actitud crítica. La naturaleza intelectualmente viciosa del pensamiento especulativo sistemático hace que la gente piense mucho más verazmente cuando estima lo que está dispuesta a hacer que cuando proclama dogmas especulativos o filosofemas sistemáticos» (Cristianos y marxistas. Los problemas de un diálogo, Madrid, Alianza, 1969, p. 201).

La actitud marxista de Sacristán está, pues, muy lejos de todo carácter dogmático. Se basa sobre todo en una utilización de la dialéctica como metodología praxológica de investigación sobre el conocimiento científico, marcado por una orientación ética de carácter revolucionario. Esa orientación ética tiene como objetivo una liberación emancipatoria de una sociedad capitalista basada en la búsqueda del lucro privado. Dialéctica, Ciencia y Ética están las tres condicionadas por dicho proyecto revolucionario.

El mundo occidental se ha introducido en la lógica de una escalada destructiva que percibimos todos los días: calentamiento de la tierra, descongelación de los polos, contaminación de la atmósfera, aumento del agujero de ozono, intervenciones imperialistas del capital multinacional que destruyen el equilibrio de los países y agotan los recursos energéticos. A la explotación del hombre por el hombre se ha sumado la de la naturaleza por la inversión capitalista. Por eso, la propuesta ético-revolucionaria de Sacristán termina convirtiéndose en ecologismo, pacifismo, antisexismo: el anticapitalismo que subyace a esa triple revolución no es más que la búsqueda de alternativas a tan siniestro futuro. Desde este punto de vista, el pensamiento de Sacristán sigue teniendo extraordinaria vigencia, y el libro de Capella no puede resultar más actual. Es cierto, por otro lado, que el autor privilegia a lo largo de su exposición la dimensión política del autor tratado. Él mismo lo reconoce cuando dice: «Este libro es unilateral en su descripción de la vida y la obra de Manuel Sacristán» (p. 266). El resultado de dicha unilateralidad es que el aspecto filosófico propiamente dicho del autor queda postergado. Nada, sin embargo, puede eludir la conclusión más importante: estamos ante un gran filósofo de la ciencia, insuficientemente atendido por críticos e historiadores. Dejemos, pues, a un lado la tan tergiversadora filiación de «comunista» con que gustaba denominarse. Hay otras cosas por las que, a nuestro juicio, merece mayor respeto: el haber introducido en España la filosofía analítica y el pensamiento dialéctico, el haber sabido sintetizarlos en una praxis común orientada hacia la emancipación total del género humano respecto de condicionamientos que lo enajenan y degradan. En esto su vida fue ejemplar, y quizás es la impresión más fuerte que nos queda al final de la lectura: la de un hombre que fue fiel a sí mismo y a los prójimos con los que compartió su vida. Desde este punto de vista, este libro es un testimonio muy emotivo.

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Manuel Sacristán
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