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Campoamor

Campoamor y su mundo

MANUEL LOMBARDERO

Planeta, Barcelona, 430 págs.

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En la memoria de quienes se educaron en la inmediata posguerra todavía quedan vivos versos de los Pequeños poemas de Ramón de Campoamor, leídos quizá, como los de Gustavo Adolfo Bécquer, Gabriel y Galán o Rubén Darío, en la colección de libritos de bolsillo de Reconquista. Algunos más ancianos habrán podido leer y releer la antología de Campoamor publicada en la colección de lectura popular Los Poetas (1922). De todas formas, sospecho que hoy quedan bien pocos lectores de Campoamor. Sin embargo, la historia política y el mundo social del liberalismo decimonónico están siendo objeto constante de rescate, y sus literatos más conspicuos, que fueron sepultados por los jóvenes de la generación finisecular, son objeto de un interés nuevo, que no es ciertamente el de tomarlos como modelos literarios.

Manuel Lombardero ofrece en su libro un buen ejemplo del relieve que puede alcanzar el estudio de la vida y la obra del poeta Campoamor, entrelazadas en unos avatares políticos, en el laberinto de las relaciones personales y en el desarrollo de unas instituciones culturales (El Liceo Artístico y Literario, El Ateneo Científico y Literario, la política de las editoriales francesas en el mercado americano –Baudry, Garnier–, la vinculación de los escritores con la prensa política). Así, desde la regencia de María Cristina de Borbón hasta la muerte de Cánovas y la agonía de su sistema político, a lo largo de cuatrocientas páginas, Lombardero nos muestra cómo Campoamor se fue convirtiendo, siempre al lado de los liberales moderados, en un hombre público –gobernador civil, diputado, consejero de Estado, senador–, en rico hacendado y en gloria nacional parangonable con Quintana y Zorrilla. Si bien Campoamor, en su moderación, rehuyó los fastos de una coronación poética. El texto de Campoamor y su mundo se acompaña de un índice de nombres; una bibliografía útil y peculiar en la que abundan los documentos de época y sólo menudean los ensayos recientes sobre la poesía de Campoamor y sus contemporáneos; y un acertado prólogo de Luis García Montero que interpreta históricamente el escepticismo campoamorino, la peculiar idiosincrasia que Lombardero desgrana a lo largo del libro: «Campoamor –dice el prólogo– representa el espacio cultural en el que el romanticismo conservador español busca la sencillez de los sentimientos como un espacio […] ajeno a cualquier arrebato pasional que pueda suponer un desorden individual o colectivo peligroso». Esta interpretación del prosaísmo de nuestro poeta, de su afición a las cosas vulgares y al soporte narrativo de sus poemas, así como de sus ataques al envejecido lenguaje poético, es la que condujo al rechazo de Campoamor por parte de escritores como Azorín, que veía sus méritos, pero abominaba de lo que Campoamor representaba en el contexto político y moral de la Restauración. Por eso escribió en La voluntad: «Y es, con su vulgarismo, con su total ausencia de arranques generosos y de espasmos de idealidad, un símbolo de toda una época de trivialidad, de chabacanería en la historia de España». Manuel Lombardero ha hecho un importantísimo trabajo de información y documentación que le ha permitido aclarar muchos aspectos de la vida del poeta confundidos en las biografías de Antonio Sánchez Pérez y Emilia Pardo Bazán. Ha documentado la vida matrimonial de su hermana Rafaela, lo que permite comprender mejor los años de formación del escritor. Ha rastreado la actuación política de Campoamor como gobernador civil en Castellón y Alicante, las circunstancias de la familia de su mujer, Guillermina O'Gorman, y la vinculación del autor de las Doloras al levante español como propietario de la dehesa de Matamoros, después conocida como dehesa de Campoamor. Asimismo documenta Lombardero la actividad parlamentaria de nuestro poeta, que no fue muy destacada. Estamos ante un libro de investigación erudita, que lleva a cabo un análisis crítico de las fuentes, pero que renuncia al método científico de consignar pormenorizadamente la procedencia de sus datos, fuentes y citas textuales. Esto último hace el libro más ligero y adecuado para un público amplio, no necesariamente de especialistas. Con todo, las precisiones que aporta sobre las diferentes ediciones de poemas, el comentario de algunas variantes y errores cometidos por los editores y la explicación de la génesis textual de la Poética de 1883 habrán de ser tenidas en cuenta por los futuros editores de la obra de Campoamor. En dos ocasiones enmienda la plana a José María de Cossío, máxima autoridad sobre la poesía del período 1850-1900.

El texto es ligero, ameno y rico en anécdotas y vidas de personajes históricos muy variados: desde el malogrado autor cómico Narciso Serra o Juan Eugenio de Hartzenbusch, hasta la reina regente María Cristina. Todo lo cual hace que nos encontremos con un friso interesantísimo de la sociedad y el contexto histórico en que se desenvolvió Ramón de Campoamor. Aunque a veces el avance de la obra se hace excesivamente moroso, y eso que Lombardero escribe con gracia y hace apostillas, comentarios, intercala signos de admiración y de interrogación y puyas dirigidas hacia el presente. Resultan entretenidos los intercalados que hace del epistolario entre Juan Valera y Menéndez Pelayo, que, además del morbo de la maledicencia de ambos, ofrece luz sobre uno de los aspectos más llamativos de las polémicas habidas entre Valera y Campoamor: la insulsez y pesadez de éstas. También resulta grato ver malparado al enterizo y ultramontano Alejandro Pidal y Mon, que se perfila en estas páginas no sólo como un intrigante político sino como un mal bicho.

A mi juicio, en la primera parte del trabajo resultan más pertinentes las excursiones del autor de Campoamor y sumundo porque rastrea en los años peor conocidos del poeta de Navia. Reconstruye sus amistades: Rodríguez Rubí y los primeros ensayos dramáticos de Campoamor y su poco éxito. Precisa Lombardero cómo Campoamor se convierte de concurrente a las sesiones del Liceo en escritor público con partido político, el moderado, y partidario de la reina regente. Sabe señalar la importancia que en este paso decisivo tiene la edición de su primer libro, Poesías, a costa del Liceo, pero también la escritura de versos políticos por parte de Campoamor: «A la Reina Gobernadora restauradora de las Libertades Patrias», incluido más tarde en Ayes del alma, o el poema épico «La acción de Belascoain», de Ternezas y flores, título que en adelante llevará el primer libro de Campoamor, aunque la edición del Liceo lo tituló simplemente Poesías. En cuanto a Ayes delalma, Manuel Lombardero repasa las diferentes ediciones (1842, 1847, 1874) para concluir que Campoamor convirtió este libro en un «cajón de sastre» en el que incluía lo que no encajaba en otros.

El método de trabajo de Lombardero permite, también a mi juicio, explicar en unos términos aceptables el artículo que Campoamor escribió para la revista Nome olvides en 1837, titulado «Acerca del estado actual de nuestra poesía». Juan María Díez Taboada y Salvador García, entre otros historiadores de la poesía y las ideas poéticas del siglo XIX, se han referido a este artículo como importante para perfilar los límites, alcance y cronología del movimiento romántico en España. Este artículo no revela un análisis del movimiento romántico, que de ninguna manera se caracterizó por abominar de los clásicos y menos de Calderón, como pretende Campoamor. Sí se nota en este texto la que será gran preocupación teórica y práctica de Campoamor: olvidar el lenguaje poético clásico español, que le resultaba retórico por estar escrito de espaldas a la realidad empírica y científica. Lombardero señala en Campoamor una deliberada voluntad de oponerse a la Poética de Martínez de la Rosa, además de cierta osadía juvenil, que le era en parte necesaria para hacerse notar en Madrid. Menos inquisitivo está Lombardero al comentar el cultivo del género apologal por parte de Campoamor. Se retrotrae a Samaniego e Iriarte y no subraya que la fábula había alcanzado suficiente entidad entre los contemporáneos de Campoamor. Habría resultado más significativo hablar del papel de Hartzenbusch como traductor de fabulistas alemanes y de la influencia de éstos en la renovación del género.

La imagen que nos deja este recorrido por la vida de Campoamor es la de una carrera bien regida (quizá desapasionadamente regida, antirrománticamente gobernada, irritantemente mesurada): éxitos sociales, políticos, literarios y económicos en grado suficiente. Sólo no pudo sustraerse Campoamor, y Lombardero lo señala respetuosamente, a la lenta agonía de una vejez prolongada, al ultraje de la soledad y de la incapacidad física, a la antesala de la muerte, muerte ella misma al fin.

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