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Azul APEC

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El plenario del foro de Cooperación Económica en Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés) se clausuró en Pekín el pasado 11 de noviembre y sus habitantes debieron de dar un suspiro de satisfacción tras su remate, porque la ciudad se veía finalmente libre de restricciones al número de vehículos autorizados a circular, de cierres de calles y de gigantescos atascos de tráfico. El Gobierno chino quería dar a sus huéspedes de los veintiún países que componen la APEC una nueva muestra de su capacidad organizativa, como ya hizo en los Juegos Olímpicos de 2008 y en la Exposición Universal de Shanghái en 2010, y no ha ahorrado esfuerzos para lograrlo sobre los hombros de la población local.

Por más que los desplazamientos sean hoy menos penosos, con el fin de los fastos se han ido también algunas de las ventajas que los pequineses han disfrutado en esos escasos días. Durante la semana de festejos, los dirigentes chinos redujeron las emisiones de dióxido de carbono en un treinta por ciento. Los niveles de partículas PM2.5 cayeron a cuatro microgramos por metro cúbico desde los cuatrocientos que habían alcanzado el mes anterior. En uno de sus varios discursos, Xi Jinping recordaba a sus invitados que la lucha contra la polución era parte integral del sueño chino y lo primero que hacía por las mañanas de esos días era chequear el aire de la ciudad. En las de otros, pensarían ellos, no tenía por qué molestarse en hacerlo. Todo el mundo sabe que los dignatarios cuentan con excelentes purificadores de aire en Zhongnanhai.

¿Cómo se logró la tregua antipolución? A martillazos. Las fábricas de la ciudad y las de cinco provincias limítrofes tuvieron que cerrar; los estudiantes estuvieron de vacaciones; y las oficinas públicas y las empresas estatales mandaron a casa a sus trabajadores. Medidas similares adoptadas en 2008 con motivo de los Juegos Olímpicos redujeron el índice de producción industrial en agosto de 2008 respecto del mismo mes del año anterior en un 1,2%. La diferencia entre entonces y ahora es que la economía china crece a mucho menos ritmo (9,6% en 2008 frente a un objetivo, difícil de alcanzar, de 7,5% para 2014), con lo que el peso de los gastos se notará más. En total, un recorte a la baja para el mes de noviembre de entre un 0,2 y 0,4% con respecto al año anterior. Estas cosas no podrían suceder en una economía libre, pero en China nada importa tanto como la buena cara del neomandarinato. Por si acaso les aguaba la fiesta, la censura local se encargó de que, en esos días, no estuvieran accesibles los datos diarios sobre polución que publica la embajada de Estados Unidos en Pekín.

Una vez despedidos los últimos mandatarios, todo volvió a su cauce. Sobre el cielo azul APEC, como han dado en llamarlo los chinos en sus miniblogs, ha caído de nuevo un telón de espesa niebla contaminada. El acceso a Internet, que se había tornado algo más abierto por mor de las hordas de periodistas llegados del mundo entero, ha vuelto do solía. El organismo encargado de los medios de comunicación (SAPPRFT, por sus siglas en inglés) ha anunciado nuevas medidas y las compañías que ofrecen a sus clientes programas y vídeos con materiales procaces como «aventuras extraconyugales, relaciones poliamorosas, ligues de una noche, abusos sexuales, o material pornográfico, tendrán que cortarlos o borrarlos». También se proscribe la violencia y se exige el borrado digital de muertes violentas, suicidios, secuestros, abuso de drogas, juego u ocurrencias sobrenaturales. Los usuarios de esos servicios no han dejado de subrayar que, si se cumplen a rajatabla esas normas, no habrá programas extranjeros, mostrando en sus preferencias un injusto desprecio hacia los culebrones históricos, los dramas sentimentales y las series en que todos los malandros son del Kuomintang, cuando no japoneses, de las que tan bien provista se halla la televisión oficial. En esos días de APEC, Xi Jinping también se reunió, por primera vez desde que empezaron las ocupaciones en Hong Kong, con Leung Chun-ying, su procónsul local, y le hizo saber de su apoyo citando un poema clásico que exaltaba la lealtad de los mandarines en tiempos difíciles a la par que le recordaba la importancia de defender el imperio de la ley. El orden reinará en Hong Kong. A Xi Jinping no le gusta que la gente dude del rigor de su guía.

Los mandatarios extranjeros –ya se han encargado de recordarlo con profusión los medios oficiales– no tienen que meterse en esas cosas y, que se sepa, los mandatarios extranjeros han hecho caso de esas admoniciones. Nadie ha levantado el gallo en asuntos de derechos humanos, salvo una excepción honrosa. Con gran arrojo, tras las pasadas elecciones en Estados Unidos, Barak Obama hizo saber a quien le escuchase que «la situación entre China y Hong Kong es históricamente complicada y está en un proceso de transición».

No es, pues, motivo de sorpresa que el presidente chino se mostrase radiante entre tantos dirigentes de postín. A Xi Jinping le interesaba destacar algo básico y lo ha conseguido: que China no es prescindible en la nueva arquitectura de Asia; antes bien, quiere ser su viga maestra. El pasado mes de mayo Xi hablaba en Shanghái a un grupo de líderes asiáticos y les instruía en lo que llama su «Nuevo Concepto de Seguridad»: «Es el pueblo de Asia quien tiene que gestionar los asuntos de Asia, resolver los problemas de Asia y mantener la seguridad de Asia». Estados Unidos, donde se formuló en su día la doctrina Monroe, sabe bien lo que eso significa: sólo hay sitio para una potencia hegemónica en el continente y ése no es suyo. La de Xi, pues, es una invitación al desalojo pese a la insistencia del presidente estadounidense, como de costumbre con palabras más que con hechos, en la necesidad de que su país pivote hacia Asia, el continente al que se han desplazado la demografía, la economía y la política mundiales.

No es cierto que China haya demostrado su liderazgo global en esta cumbre de la APEC, como titulaba a la ligera algún diario no menos global. Aún le queda mucho para alcanzarlo. Pero lo que no oculta su nuevo dirigente es el deseo de hacerse con él antes mejor que después, empezando por Asia y, más concretamente, por el sudeste continental. Para pasar de las musas al teatro, Xi Jinping ha prometido abrir la cartera y dar uso a esos cuatro billones de dólares con los que cuentan las reservas de su país y que, hasta el momento, el Banco de China había preferido mantener esterilizados a bajo interés en bonos estadounidenses. Ante sus atentos huéspedes, el presidente chino ha hablado de gastar cuarenta millardos de dólares en relanzar el Cinturón Económico de la Ruta de la Seda. El fondo financiará inversiones en infraestructuras y comunicaciones en los países de la derrota comercial, terrestre y marítima, que unió durante siglos a China con el Mediterráneo. En este proyecto, que ya ha empezado a llamarse el Plan Marshall chino, habrá satisfacciones para todos. Hasta Europa que, por razones obvias, no estaba en esta cumbre de Asia y el Pacífico habrá anotado que el punto terminal de ambos sectores de la ruta será Venecia.

En la cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas inglesas) que se celebró (12-13 de noviembre de 2014) en Nay Pyi Taw, la nueva capital de Myanmar (la antigua Birmania), el primer ministro chino siguió sembrando ofertas tentadoras y más dólares. Li Keqiang hizo saber de la disposición de China a firmar un tratado de cooperación con sus países miembros y les ofreció créditos preferentes de hasta veinte millardos de dólares para las obras en infraestructuras (carreteras, puertos y ferrocarriles) que tanto necesitan y que no tienen con qué pagar. Es de imaginar que todos esos futuros proyectos impondrán compras de material chino y acuerdos para que los destinatarios acepten el renminbí como moneda de cambio.

Con estos fogonazos, China ha reforzado su apuesta para desbancar la influencia económica estadounidense en la zona (a la europea no se la toman en serio en Pekín). Anteriormente, había anunciado un acuerdo entre los principales países emergentes o BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) para crear un mecanismo de financiación rival del Fondo Monetario Internacional y el pasado octubre prometió cincuenta millardos de dólares para un Banco Asiático de Desarrollo Infraestructural que competiría con el Banco Mundial. En el terreno comercial, el presidente Xi participó su intención de fundar un Área de Libre Comercio en Asia-Pacífico (FTAAP, por sus siglas inglesas) que, en principio, contaría con veintidós naciones como contrapunto del más restringido Acuerdo Trans-Pacífico (TPP en sus siglas inglesas) que impulsa Estados Unidos y en el que no habría sitio para China.

Ya se verá cómo se ahorman todas esas iniciativas en el tiempo y si darán tanto lustre a Xi Jinping como se lo ha dado el color azul OPEC del cielo en Pekín durante unos pocos días. Una parte importante del desenlace dependerá de cómo se reorganice la política estadounidense en Asia, algo sobre lo que habrá que volver.

Pero, por el momento, los dirigentes de Zhongnanhai resplandecen. Y, como si aquello fuera la casa del tío Gilito, nadan en billetes.

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