Reiner Stach
Ningún lector que eche por vez primera un vistazo a las cartas de Franz Kafka se ahorrará el sobresalto de hallarse, de pronto, dentro de la piel de otra persona. Es un sobresalto para el que no estamos preparados, en una época en la que las «confesiones descarnadas» y los «diarios íntimos» ya no apasionan a nadie, y no digamos le indignan moralmente. El aburrimiento asfixia hoy en día tales emociones, aburrimiento ante la vista de una «esfera íntima» devastada, que bajo la presión de los medios de comunicación de masas degenera en páramo. Con Kafka todo es diferente. Cuando, en el año 1969, Elias Canetti escribía su gran ensayo El otro proceso de Kafka, impresionado por sus Cartas a
La manera de ver a Kafka se ha vuelto más libre, más serena. Se acabaron los tiempos en los que sus textos servían de combustible a una fría discusión de métodos científicoliteraria, los tiempos en los que legiones enteras de exégetas auscultaban y manoseaban los textos de Kafka como si estuvieran en la escuela, buscando la forma decisiva por dónde agarrarlos. Kafka se ha naturalizado: un vecino, un conciudadano de la modernidad. Nuevas generaciones de lectores lo acogen como a un pariente mayor, el cómic de Robert Crumbs Kafka for Beginners goza de gran aceptación, y si se asiste hoy en día a una lectura pública de los textos de Kafka se perciben en ocasiones aplausos espontáneos. Aplausos para un
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