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Hitler: cómo llegó al poder un hombre mínimo

Werner Willikens era un veterano funcionario nazi. En el abatido y castrado gobierno de Prusia había llegado a ser secretario de Estado del Ministerio de Agricultura. Fue en febrero de 1934, poco más de un año después de que Adolf Hitler fuera nombrado canciller, cuando Willikens pronunció un discurso dirigido a altos cargos de Agricultura llegados desde todo el Reich, valiéndose de palabras que han fascinado a los historiadores en nuestro propio tiempo. «Al Führer –dijo– le resulta muy difícil con una orden desde arriba conseguir cosas que tiene la intención de llevar a cabo antes o después». De ahí que «la obligación de cada uno de nosotros sea, por tanto, intentar trabajar hacia él en el espíritu del Führer». El alemán, nada fácil de traducir con precisión, es «im Sinne des Führers ihm entgegenzuarbeiten».

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En pleno estalinismo 

El libro de Anne Applebaum se abre con un grupo de mujeres en la ciudad polaca de ?ód? y se cierra con otro. Les separan los cuarenta y cinco años transcurridos entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la aparición de una Polonia libre, no comunista. Pero las mujeres más jóvenes han decidido empezar de nuevo en el punto en que lo habían dejado sus mayores, y evitar sus errores.

En 1945, la principal estación de tren de ?ód?, al igual que la mayoría de las estaciones polacas, estaba atestada de refugiados desesperados. «Madres hambrientas, niños enfermos y, en ocasiones, familias anteras acampaban en mugrientos suelos de cemento durante días y días, esperando el próximo tren en que poder montarse. Las epidemias y la inanición amenazaban con acabar con ellas». 

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