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JOSÉ MARZO. UN RINCÓN PARA CÉSAR

UN RINCÓN PARA CÉSAR

JOSÉ MARZO

Un rincón para César, de José Marzo, ha sido publicada por Bassarai.

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Este libro es un buen ejemplo, para bien y para mal, de algo que está ocurriendo en la joven narrativa española y que creo que merece una reflexión. Es ejemplar incluso en el hecho de aparecer en una de esas pequeñas editoriales (esta es Bassarai, de Vitoria) a las que tanto hay que agradecer su decisión y su riesgo a la hora de buscar libros y autores nuevos.

Un rincón para César lleva como subtítulo «Crónica de una generación» y pretende serlo. Está articulada en forma de biografía que el narrador hace de un tipo llamado César, de la generación del babyboom, del que, al principio de la novela, sabemos que acaba de irse al campo a vivir en soledad. El narrador inicia un recorrido por su vida desde su nacimiento, en 1967, hasta el momento en que cierra el libro, en 1996. La estructura funciona por una mezcla de recuerdos e interrogatorios a diversas personas que le conocieron e introduce, de cuando en cuando, recuadros con anotaciones y pensamientos del propio César, algunas notas a pie de página y cuatro fotrografías.

Una de las características de los libros de autores primerizos que vengo leyendo de un tiempo a esta parte es que éstos dan la sensación de escribir como si la novela no hubiera existido antes de ellos, no porque la subviertan sino porque la ignoran. O quizá sólo sean lectores demasiado ingenuos y no posean otra formación que la que pertenece al grado elemental de lectura, que consiste en limitarse a la identificación del lector con el protagonista. El caso es que suelen escribir una especie de literatura de superficie, sobre la que patinan incluso grácilmente, pero que se queda en pura pirueta porque no hay nada más que mostrar. Esto se advierte en la insustancialidad de las historias –que tratan vanamente de tapar a base de gracejerías servidas con desparpajo estilístico– y en lo plano de sus personajes.

El libro de José Marzo padece en parte de estos defectos, pero es ejemplar también para lo bueno, como decía al principio. Empecemos por los defectos. El principal es la renuncia a entrar en los porqués de las cosas. Por mucho que el autor hable de una crónica, si el autor desea hacer literatura está obligado a implicarse en una expresión que permita el grado de sugerencia suficiente como para que la imaginación del lector se ponga en marcha. La mera información no pone en marcha la imaginación del lector; le deja informado, como de una noticia, pero no la pone en marcha. César se va al campo y no sabemos cómo ni por qué. No lo sabemos salvo que aceptemos la simple explicación –información– de que está harto de todo. Eso y nada es lo mismo. No hay singularidad sino prototipo, y los prototipos carecen de carne por donde meter el bisturí.

César es un personaje que no se define por sí mismo; sus actos son más o menos convencionales, genéricos y no pasan de ser sólo enunciados (es decir: no se los extrae de su generalidad para encontrar su singularidad); y sus pensamientos podrían serlo igual de otro, de cualquiera, salvo alguno más personal. El autor, de hecho, busca un narrador que retrate a César por medio de los que le conocieron –lo que es significativo– y entonces sucede algo sorprendente: que César sigue siendo ininteresante –no porque no lo sea, sino porque no tiene entidad particular– y, en cambio, algunos de los interrogados van cogiendo cuerpo por sí mismos. De este modo, César se convierte en un pretexto para que otros hablen y ahí, en el modo en que los otros hablan de sí y de sus relaciones, es donde se nota el buen pulso de narrador de José Marzo. Buen pulso, buen oído, buena mirada.

El segundo asunto de interés es el de por qué el narrador decide contar la historia de César (corta, por cierto, apenas tiene 29 años cuando finaliza). Nadie se pone a contar la historia de otro así porque sí. Si lo hace es porque es relevante que lo haga él y no otro. Esa relevancia no asoma. Toda novela, toda obra de arte, tiene un porqué sin el cual no hay obra de arte que valga, lo mismo si ese porqué –esa intención– la empuja desde el principio como si es el resultado final. Así, tanto el personaje César como las razones por las que alguien decide contar su historia nos son escamoteadas. Quiero decir: las razones de fondo. Las de superficie están a la vista, pero no justifican una novela; y tampoco una crónica. En fin, ¿por qué este personaje y no otro? Esa es una pregunta que, desde luego, no nos hacemos ante el Julián Sorel de Rojo y Negro.

El problema decisivo es que los personajes están en función de la narración y no la narración en función de los personajes. Por eso el libro no tira de entrada, porque lo que le ocurre a César no tiene el menor interés tal y como nos escontado. En cambio otros sí que lo tienen, porque tras ellos se adivina una verdadera historia: sobre todo el niño Pedro, el abuelo Constancio, Fátima… e Isabel (quién era y en quién se ha convertido: el desconocimiento de su camino de perdición deja al lector con la miel en la boca). Todos ellos, al contrario de César, tienen misterio, tienen algo que los vuelve dramáticos. Ahí está lo mejor de José Marzo y no en el voluntarismo de contar la vida de un personaje que no se lo merece. Porque en esos personajes hay intención, singularidad, a la espera de que José Marzo se la juegue. Son personajes –esos u otros– que le están esperando. Y el lector también.

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Ficha técnica

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