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La red os hará ricos, pero no se puede comer

La Galaxia Internet. Reflexiones sobre Internet, economía y sociedad

MANUEL CASTELLS

Plaza y Janés, Barcelona

336 págs.

17,05 €

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Castells recuerda que en el principio era la sociedad y que en ella había redes flexibles y adaptables, pero con problemas para concretar objetivos y coordinar operaciones, pues a cierta escala su eficacia es menor que la de organizaciones formales, jerárquicas y centralizadas. Pero gracias a la revolución tecnológica de la telecomunicación y la informática, que facilita la coordinación de decisiones y su ejecución descentralizada, Internet se ha convertido en la base técnica de una nueva forma de estructura social: la sociedad-red. Miedos aparte, Internet no creará una sociedad de autistas, pero es el soporte idóneo para la expansión de una sociabilidad más individualista. Como medio de acceso a información y vía de comunicación familiar y social, Internet aumenta el consumo cultural, pero no la participación social o política. Las empresas multimedia tampoco han creado y transferido por Internet un hipertexto unificador de los códigos culturales, pero los individuos crean desde Internet su propio hipertexto potencialmente intraducible. Para evitar la incomunicación anómica, dado que la experiencia personal es cada vez más individualizada, Castells sugiere ahondar en una posible experiencia compartida unificadora: el arte. No obstante, éste ha estado casi siempre sometido a otra experiencia compartida y unificadora a la que se dedica un tercio del libro: la política.

El poder es más eficaz cuando controla la información. De ahí que los proveedores rastreen a los usuarios y usen sus datos con fines publicitarios y de marketing; de ahí que las siete grandes corporaciones globales de medios de comunicación (y sus análogos nacionales) intenten monopolizar la infraestructura de la red frente a la oposición de los hackers, a los que llaman piratas, y achacan el ciber-vandalismo de los crackers; de ahí que los estados eviten la comercialización de tecnologías punteras de encriptación con las que los ciudadanos eludirían sus diarias operaciones de identificación, vigilancia e investigación; de ahí el valor de obtener garantías políticas y financiación pública para sitios de interacción social no comercial; de ahí el pulso entre los movimientos sociales, el Estado y las organizaciones políticas clásicas por la hegemonía ideacional en la red y la subsecuente transformación de los códigos de significado (valores e intereses) en normas que reorienten las instituciones y la actividad social (lo que Castells llama la noopolítica); de ahí la creciente importancia de la defensa judicial del derecho a la libre expresión y contra los monopolios tecnológicos y el abuso del derecho de propiedad intelectual.

Internet también surge del conflicto entre competencias técnicas y entre intereses culturales y materiales. Internet no es ni será nunca socialmente neutral. Por suerte, la red fue construida históricamente por grupos favorables a la libertad: por científicos y tecnólogos muy autónomos y bien financiados que quisieron crear un medio cooperativo de intercambio gratuito de conocimientos para cambiar el mundo mediante la mejor información posible; por «curiosos» insaciables (los hackers) que crearon una comunidad meritocrática y cooperativa abierta en torno al valor supremo del virtuosismo técnico; por comunidades civiles que volcaron en la red su necesidad de comunicación horizontal y la impregnaron del valor de la conectividad soberana del usuario; y por empresarios aventureros cuyo valor central es el dinero rápido y que apoyaron desarrollos que de otro modo no se hubieran realizado nunca.

El resultado es una red cuya vitalidad se basa en el carácter abierto y modificable del software de Internet y la difusión libre de su código fuente, en su arquitectura abierta y en la gestión institucional honrada por parte de sus gestores. Esta historia tiene una moraleja; para Castells, «sirve para respaldar la idea de que la cooperación y la libertad de información [digamos, el movimiento por el software libre, tipo Linux] pueden favorecer la innovación en mayor medida que la competencia y los derechos de propiedad [digamos, Microsoft]». Sin embargo, los derechos de propiedad son la base institucional de otro efecto conexo: la aparición de una forma sociotécnica capaz de un crecimiento sin precedentes de la productividad, la «Nueva Economía» (NE).

La NE es más que la liberalización, expansión y oligopolización de los sectores de la informática y las telecomunicaciones, más que la implementación de Internet como recurso monopólico para redistribuir el valor real de la economía material hacia los expertos en producción y comercialización de información. Significa la aparición de la empresa-red: no la descentralización de la gran empresa ni la coordinación de pymes, sino la puesta en acción desde un núcleo estratégico de un «proyecto de negocio» que conecta a varias empresas y cuyas operaciones clave de gestión, financiación, innovación, producción, distribución, venta, relaciones con los empleados, los proveedores y los clientes se hacen por redes de comunicación.

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Ficha técnica

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