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Alemán con sabor a turrón

EXTRAÑAS ESTRELLAS

Emine Sevgi Özdamar

Alfaguara, Madrid

Trad. de Miguel Sáenz

248 pp.

18,50 euros

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«Extrañas estrellas escrutan la Tierra» se titula en el alemán original este último libro de Emine Sevgi Özdamar: un verso de Else LaskerSchüler, acaso la más grande poeta en lengua alemana de todos los tiempos, algún tiempo amante de Gottfried Benn y más tarde fugitiva del terror nazi, que acabaría muriendo en Jerusalén. Emine Sevgi Özdamar ha hecho el camino de regreso: huyendo del terror policial de un régimen militar en Turquía, se vino a vivir a Alemania, y aquí se quedó, y este libro es el documento que lo atestigua.

Debutó en su patria muy joven como actriz, y aún muy joven interpretó la Charlotte Corday del Marat/Sade de Peter Weiss (después de todo, la condesa d'Armont fue guillotinada con tan solo veinticinco años de edad), y ya desde entonces estaba fascinada por el teatro de Bertolt Brecht y su puesta en escena por el suizo francés Benno Besson en la Volksbühne de Berlín oriental. Con la ayuda de un amigo suizo al que conoce en Estambul, y que a su vez es amigo de un amigo de Benno Besson, Özdamar consigue un puesto de meritoria en la compañía de la Volksbühne, teatro mítico donde los haya, ¡oh manes de Piscator! Y abandona el Bósforo camino del Spree.
 

Extrañas estrellas se divide en dos partes desiguales de dimensiones. Las primeras 76 páginas relatan la situación en Turquía, su divorcio de un hombre al que ama pero con el que no puede seguir viviendo, cómo conoce al suizo amigo del amigo de Benno Besson, cómo se decide por último a quemar las naves y marcharse a Berlín.Y allí –así comienza el libro–, mientras se le arregla la situación legal (visado para Berlín oriental) vive en el occidental, en una ex comuna AA, una de aquellas comunas accionisto-analíticas, donde se guarecía el movimiento llamado accionista de Otto Mühl, que intentaba una transformación de la sociedad rompiendo barreras y tabúes: hasta hablaban con gruñidos porque el idioma sería una convención burguesa. Pero la nueva comuna donde se aposenta Özdamar es distinta, y mucho más divertida, y algunos de sus componentes conquistan inmediatamente nuestra simpatía.

Vive en el Berlín occidental, pero va y viene casi todos los días al oriental, para asistir a los ensayos de la Volksbühne, donde pronto es una figura familiar, y sus compañeros de trabajo se interesan por los dibujos de los actores y de las escenas que Özdamar realiza sobre la marcha durante esos ensayos.Y como todo llega, un día llega el permiso para residir en Berlín oriental y se va a vivir allá, y ese es el momento en que decide llevar un diario de su experiencia.Tal es la segunda parte del libro, que abarca hasta el final, con un total de 161 páginas.

En ese diario, que comienza el 1 de abril de 1976 y concluye el 13 de enero de 1978 en París (adonde Özdamar viaja para convertirse en ayudante de dirección de Besson al abandonar él su puesto estelar en la Volksbühne), en ese diario, digo, enriquecido por muchísimos facsímiles de los dibujos de la autora, asistimos a su proceso de desarrollo profesional dentro de un elenco teatral de élite: desde meritoria sin sueldo a figuranta con papel mudo en Los campesinos de Heiner Müller (pero como dijo Stanislavski: «No hay papeles secundarios, sino actores secundarios», y la Özdamar ya había sido la Corday), y de ahí en adelante ayudante de dirección de Matthias Langhoff en El General ciudadano de Goethe, y primera ayudante del propio Besson en Hamlet.Toda una carrera, en sólo año y medio, y en un país y en medio de un idioma extraños. Aunque, como ella misma anota, recordando el extrañamiento en que vivía dentro de la propia Turquía durante el régimen militar: «Se dice que en los países extranjeros uno pierde el idioma materno. ¿No se puede perder también el idioma materno en el propio país?».

En esta segunda parte de Extrañas estrellas conocemos, además, a sus amigas y anfitrionas en Berlín oriental, cuyos pequeños pisos comparte: Katrin, que todos los días se desayuna con huevos cocidos y una lección de italiano; y más tarde Gabi, Gabi Gysi, una mujer excepcional, cuyo lema es: «No nos dejaremos derrotar ni traumatizar por ningún acontecimiento». Por decirlo en términos del mundo del espectáculo, Gabi le roba el show continuamente a Özdamar, pero –no lo olvidemos– ello sucede gracias al diario de esta última.Y, por cierto, que cuando le dice una vez a Gabi que algún día le gustaría enviarle una carta perfumada a su amante, pero en blanco, Gabi le replica: «No lo conseguirás, tienes la compulsión de la escritura».

Una escritura en la que centellean frases-perlas: «Austria es como una postal que no se puede enviar con un sello a casa» (pensado mientras la atraviesa en el tren que viene de Estambul); «Lisa es una mujer hermosa, como un río suizo»; «Vivir en Alemania es una profesión»; y la milagrosa página, fechada el 21 de enero de 1977, donde describe la versión de Hamlet que ella haría ambientándola en un pueblito turco, y en la cual el tío de Ahmet ( = Hamlet), el asesino de su padre casado con su madre para quedarse con sus tierras, quiere sacárselo de encima y lo manda como obrero a Alemania: «De allí», termina de contar Özdamar, «[Ahmet] se trae un tractor, y al final es propietario de un manzanal y hace trabajar en él a su tío, a su madre y a su mujer Ofelia. El espíritu de su padre está como espantapájaros en el campo».

Creo que debe de ser bastante evidente, para quienes lean esta reseña, que su autor ha pasado un buen rato leyendo Extrañas estrellas.Y la verdad es que sí, que me he divertido mucho con esta mirada picaresca a la República Democrática Alemana y a sus aspectos humanos, vistos por los ojos de una extranjera con un gran poder de observación, de asimilación y de transmisión de su experiencia. Pero es que, además, me he relamido los labios con este alemán sui generis, este alemán con sabor a turrón que es el alemán de Emine Sevgi Özdamar, por el cual recibió en 1991 el premio Adalbert von Chamisso, otorgado anualmente a los extranjeros que escriben en lengua germana.

[El premio se llama así en memoria de un aristócrata nacido en la Champaña y cuya familia huyó a Prusia a raíz de la Revolución Francesa, siendo él un niño, un niño que publicó de mayor, en alemán, ese relato magistral titulado La maravillosa historia de Peter Schlemihl y traducido al español como El hombre que vendió su sombra. Es un galardón que también ha obtenido uno de los mejores poetas contemporáneos en este idioma, un malagueño de la Selva Negra: José F. A. Oliver.]

 

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Ficha técnica

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