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El nacionalismo, la religión y la Biblia

La Biblia desenterrada. Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de los textos sagrados

ISRAEL FINKELSTEIN, NEIL A. SILBERMAN

Siglo XXI, Madrid, 414 págs.

Trad. de José Luis Gil Aristu

La arqueología y la Biblia

JOHN C. H. LAUGHLIN

Crítica, Barcelona, 217 págs.

Trad. de Yolanda Montes

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Pese a lo que algunos quisieran creer, la arqueología no sólo no es una disciplina inocente desde el punto de vista político e ideológico, sino que resulta, a poco que analicemos la trayectoria de su evolución como ciencia, una de las más cargadas de contenidos potencialmente explosivos, sobre todo en cuestiones religiosas y en todas aquellas relacionadas con el nacionalismo, temas que por lo corriente afectan a los niveles más viscerales del comportamiento intelectual humano. Por citar un mecanismo de comunicación de verdadero impacto social (y no como los libros, de difusión tan limitada), series cinematográficas como la de Indiana Jones, en la que nazis perversos buscan poder y conocimiento en objetos como el Arca de la Alianza o el Santo Grial, reflejan con más acierto de lo que pudiera parecer el uso bastardo que de la arqueología se ha hecho y se viene haciendo por parte de algunas instancias políticas y –ahora también– mediáticas. También reflejan estas películas cómo en determinadas ocasiones la academia colabora voluntariamente en estos manejos, pensando con ingenuidad que podrá cabalgar el tigre para extraer beneficios científicos o personales, al modo en que los industriales alemanes de los años treinta pensaban también, desde su autopercibida superioridad intelectual, que podrían controlar a Hitler.

Uno de los ejemplos más frecuentes de mal uso intelectual de la arqueología es el de la valoración sesgada de la protección o destrucción del patrimonio arqueológico por parte de los bandos contendientes durante las guerras. No hace falta ir muy atrás en el tiempo: la normalmente desinformada –y a menudo sesgada– información que se nos ha servido sobre las antigüedades del Museo Nacional de Bagdad y los daños sufridos por los importantísimos yacimientos iraquíes en la reciente guerra es buena muestra de cómo la protección del patrimonio arqueológico se puede utilizar para defender o atacar la actuación global de uno u otro bando. Las cifras de 170.000 piezas supuestamente saqueadas en el Museo Nacional iraquí y que dieron lugar a tanto comentario catastrofista han resultado suponer el total de lo inventariado por el museo, y las cifras de lo perdido –siempre dolorosas, eso sí– parecen reducirse ahora a unas decenas, mientras que piezas señeras, como la Dama de Warka, no solamente no habían salido de Irak, como se temía en un principio, sino que se han ido recuperando casi en su totalidad. Sin embargo, la reducción de las pérdidas a su limitada medida actual no ha recibido la misma atención que la noticia inicial: simplemente esa secuela no vende el antiamericanismo hoy tan de moda. El sesgo pseudoprogresista de muchas de estas noticias queda equilibrado por la basta propaganda servida por los estadounidenses, que insistía en la inherente perversidad baazista al proteger baterías antiaéreas a la sombra de ziggurats, o la referida a unos denodados esfuerzos de protección patrimonial por parte de las fuerzas estadounidenses que tampoco parecen corresponderse con la realidad. Como en muchos otros casos, también en éste el patrimonio arqueológico se ha convertido en un arma argumentativa más a favor o en contra ––normalmente lo segundo– de la política global estadounidense. En sentido inverso, recordemos la santa indignación occidental cuando hace algún tiempo el régimen talibán afgano voló las famosas estatuas de los Budas de Bamiyan, lo que sirvió a muchos tertulianos para defender con un argumento más la necesidad de una intervención directa occidental para corregir semejante barbarie.

Uno de los empleos sectarios más frecuentes de la arqueología y la historia antigua fue, sobre todo durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, la creación (y su expresión tangible mediante excavaciones y monumentos) de mitos que trataban de establecer una suerte de hilo invisible entre presente y pasado, como si el supuesto «carácter nacional» moderno de las naciones debiera sus esencias a unos primitivos pobladores cuyos rasgos característicos se habrían perpetuado. En particular, reyes y gobiernos (a menudo instigados o apoyados por intelectuales e historiadores profesionales) fomentaron trabajos arqueológicos destinados a crear mitos basados en estas primeras glorias nacionales. Las excavaciones ordenadas por Napoleón III a partir de 1861 en Alesia, destinadas a rescatar las glorias del, a la postre, vencido Vercingetórix, son una excelente muestra de ello Michel Reddé, «César ante Alesia», en Las guerras cántabras , Fundación Marcelino Botín, Santander, 1999, págs. 119-144. Para un enfoque más general, véase Vercingétorix et Alesia, catálogo de la exposición en el Musée des Antiquités Nationales de París, 1994. . La multitud de monumentos que en el siglo XIX surgieron en diversos Estados nacionales ensalzando las gestas militares de los ancestros constituyen otro buen ejemplo Véase para más detalles Fernando Quesada, «La imagen de la antigüedad hispana en la plástica española del siglo XIX », en Ricardo Olmos (coord.), Al otro lado del espejo. Aproximación a la imagen ibérica, Madrid, Col. Lynx, 1996, págs. 211-238. : es el caso de la estatua de la reina Boadicea de los iceni que lucharon contra los romanos en Bretaña, fundida por Thomas Thornycroft y ubicada junto al Parlamento londinense, o del coloso de Arminius, el Hermannsdenkmal , dedicado al noble germano que destruyó en Germania las legiones de Varo Por cierto, que el descubrimiento del casi seguro campo de batalla de la Varusschlacht en las cercanías de Kalkriese hace que la ubicación del gran monumento a Arminio en Detmold resulte errónea, lo que resulta casi cómico habida cuenta de la obsesión decimonónica por la precisa localización topográfica de antiguas batallas. Un libro apasionante, en parte crónica arqueológica y en parte reconstrucción novelada de la destrucción de las legiones varianas es Tony Clunn, In Quest of the Lost Legions. The Varusschlacht. Londres, Minerva Press, 1999. , inaugurado –significativamente– en 1875.

El extremo de esta tendencia a asociar arqueología con nacionalismo, ya en el siglo XX , puede quizá hallarse en la frase atribuida al Reichsführer Heinrich Himmler, según la cual la arqueología sería la doctrina de la eminencia de los alemanes en los inicios de la civilización Citado por Graham Clark, Arqueología ysociedad , Madrid, Akal, 1980, pág. 236.. De esta aberración intelectual, cimentada en la obra de historiadores serios como Gustaf Kossinna (1858-1931), surgiría una de las ramas menos conocidas de las siniestras SS, la Ahnenerbe-SS , fundada en 1935 y dedicada entre otras cosas a realizar excavaciones y expediciones arqueológicas que probarían esta añeja superioridad de la raza alemana Foto curiosa en Lynn H. Nicholas, El saqueo de Europa. Barcelona, Destino, 1996, pág. 97. Véase también un breve resumen de la historia y actividades de esta rama de las SS en http://www.russianbooks.org/montsegur/ ahnenerbe.htm; http://www.germaniainterna tional.com/ahnenerbe.html..

Por supuesto, España no fue en absoluto ajena a esta creación de mitos, como las gestas de Numancia y Viriato. Las excavaciones de Numancia desde 1861, y los trabajos allí realizados por el alemán Adolf Schulten y las reacciones patrióticas surgidas ante algunas de sus conclusiones Santiago Gómez Santacruz, El solar numantino. Refutación de las conclusiones históricas y arqueológicas defendidas por Adolf Schulten. Madrid, 1914. , corren paralelas a los trabajos en Alesia o a la gestación del nacionalismo alemán. Los diversos monumentos a Indíbil y Mandonio, o a Viriato, son la versión hispana de los erigidos por toda Europa. A veces, dos nacionalismos exacerbados pero coyunturalmente aliados podían chocar a causa de este recurso al pasado. Es reveladora la anécdota que narra el hijo del escultor Eduardo Barrón según la cual, durante la Guerra Civil, dos oficiales italianos del Cuerpo de Tropas Voluntarias enviado por Mussolini quisieron retirar la verja forjada que rodeaba –y rodea– el monumento a Viriato de Zamora, diseñada también a principios del siglo XX. ¿El motivo? Como símbolo de la victoria de Viriato sobre Roma, Barrón había colocado haces de fasces, el emblema de los lictores, pero al revés, a la funerala . Los oficiales fascistas italianos no podían consentir que su símbolo apareciera humillado de esa manera Quesada, op. cit., págs. 225 y 234, nota 38..

Las discusiones, agrias polémicas, e incluso actos violentos producidos por una vinculación forzada entre pasado y presente no son cosa del siglo XIX , y ni siquiera se extinguieron con la derrota del nazismo. En otros lugares, y bajo condicionantes bien distintos, arqueología y concepto de nación se trabaron hasta formar una mezcla potencialmente explosiva, adobada además con religión.

Entre los años 1963 y 1965, cuando el joven Estado de Israel todavía vivía bajo la zozobra y sensación de amenaza que habría de atenuarse algo sólo tras aplastar a sus vecinos árabes en la Guerra de los Seis Días, Yigael Yadin excavaba el yacimiento de Masada, lugar emblemático de la resistencia zelote frente a Roma Yigael Yadin, Masada. Londres, Weidenfeld and Nicholson, 1996.. No es casual que Yadin hubiera sido militar de alta graduación en los duros años de la independencia, llegando a ser jefe del estado mayor de las Fuerzas de Defensa israelíes. Yadin, a partir de restos arqueológicos diversos, sostuvo haber encontrado pruebas de la heroica resistencia de los zelotas, narrada por Flavio Josefo; las excavaciones de Masada alcanzaron enorme popularidad internacional y se convirtieron en un símbolo de la voluntad de lucha del Estado hebreo. No por casualidad, durante muchos años los nuevos soldados del ejército israelí juraban bandera en el yacimiento, simbolizando así una voluntad de lucha y de resistencia hasta la muerte Íd., ibíd., pág. 202. . Sin embargo, las revisiones recientes han demostrado hasta qué punto se distorsionaron los datos arqueológicos para reforzar el mito fundacional Una visión nueva y desmitificadora, pero rigurosa, que llega a acusar a Yadin de falsear o distorsionar deliberadamente datos arqueológicos para reforzar la creación del mito puede hallarse en Nachman Ben-Yehuda, Sacrificing truth. Archaeology and the Myth of Masada, Amherst, Humanity Books, 2002. Véase una síntesis en http://www.bibleinterp.com/articles/ben-yehuda_masada.htm..

Si bien la excavación de Masada adquirió tintes claramente militares y políticos durante muchos años ––bien que contestados desde algunos círculos intelectuales del propio Israel–, su simbolismo se limitaba a ese Estado. Otro es el caso de cualquier excavación o hallazgo arqueológico que pueda ser conectado con las Sagradas Escrituras, libro fundamental no sólo para los judíos sino también para los cientos de millones de cristianos en todo el mundo. Si hay un terreno pantanoso en el trabajo arqueológico, ese es el de cualquier resto arqueológico en Palestina, Siria o Egipto que pueda ser conectado con algún pasaje de la Biblia. Buen ejemplo de ello es la reciente película The Body, protagonizada por Antonio Banderas. Se trata de un filme mediocre, no bien resuelto, pero cuyo guión plantea un problema que haría sudar tinta a cualquier arqueólogo: el descubrimiento de una tumba judía con el cadáver de un crucificado, cuya datación, restos óseos, estructura y ajuar parecen coincidir con los de Cristo. Si así fuera, argumenta el guión de la película, el dogma de la resurrección y ascensión a los cielos de Jesús se revelaría falso, con potenciales efectos desastrosos para la cimentación misma del cristianismo.

Sin llegar a este extremo, son constantes los esfuerzos de un poderoso grupo de presión –que incluye arqueólogos de renombre– que han tratado de «demostrar» desde hace muchas décadas la veracidad histórica de las narraciones bíblicas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, a partir de la investigación arqueológica. Arqueólogos de la talla de William F. Albright insistieron en su momento en la historicidad básica del Génesis (Finkelstein y Silberman, pág. 38), y el dominico y arqueólogo Roland de Vaux llegó a sostener que «si la fe histórica de Israel no está fundada en la historia, será errónea, y por tanto [sic], también lo será nuestra fe» (citado por Finkelstein y Silberman, pág. 38). Se trataría, en efecto, de demostrar históricamente unas creencias religiosas concretas. Ya Flinders Petrie, uno de los fundadores de la arqueología moderna, fundó en 1934 la Biblical Research Account cuando abandonó sus trabajos en Egipto para desplazarse a Palestina: ya entonces la palabra Biblia era clave para conseguir financiación privada, incluso si había de camuflarse una investigación seria bajo la capa de la demostración de la Biblia Margaret S. Drower, Flinders Petrie. ALife in Archaeology. Londres, Victor Gollancz, 1985.. Hoy en día, la BiblicalArchaeology Society http://www.bib-arch.org/. Véase además http://www.bibleinterp.com/index.htm.es una influyente asociación estadounidense, que edita diversas publicaciones y alcanza a un público medio muy proclive a la interpretación literal de la Biblia.

Junto con las referidas al antiguo Egipto, aunque por distintas razones, las noticias sobre descubrimientos arqueológicos relacionados con la Biblia alcanzan hoy en día una atención y difusión por los medios informativos muy superior a la obtenida por cualquier otra rama de los estudios del pasado. La reciente –y todavía activa– polémica sobre una cista de piedra con una inscripción que podría recoger el nombre de Jesús, que se ha difundido muy ampliamente por Internet, prensa escrita y televisión, es uno más de los múltiples ejemplos que podrían citarse Por ejemplo, http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/articles/A612912003Dec12.html y http://www.bib-arch.org/ bswbbreakingflawed.html.. En sus casos más extremos, las búsquedas de los fundamentalistas bíblicos en pos del Arca perdida en Etiopía o cualquier otro lugar, o de los restos del Arca de Noé en algún monte de Anatolia, obtienen una atención periodística muy por encima de lo que la sensatez aconsejaría Aunque la prensa general recoge de vez en cuando artículos sensatos, como el publicado por Karen Armstrong en El Mundo el 11 de agosto de 2003: «A los autores bíblicos les habría sorprendido mucho tener noticia de una expedición científica que busca el verdadero diluvio»..

Una simple búsqueda de los términos Biblical Archaeology en Internet proporciona instantáneamente unas 40.000 referencias Entre las más importantes, con cientos de enlaces: http://www.bib-arch.org/; también http://www.biblical-studies.org/ ; http://www.bibleinterp.com/index.htm., a lo que se acompaña una ya colosal bibliografía escrita Véase la reveladora página web sobre libros judíos en http://www.jewishbookmall.com/ Books_on_Biblical_Archaelogy_and_Ancient_Israel.htm. . Resulta difícil –y especialmente en Internet– diferenciar la paja del grano en esta masa de información, que va desde la sobria información arqueológica al misticismo exacerbado. Por todo ello resulta refrescante la aparición en castellano de los dos libros que han motivado las presentes reflexiones Dos más entre una verdadera avalancha. Podríamos haber incluido entre las obras recientes trabajos como el de William G. Dever, What did the Biblical writers know and when did they know it?: What archaeology can tell us about the reality of Ancient Israel, Grand Rapids, Eerdmans, 2001; o, de entre las obras traducidas al español, el clásico ya superado por los acontecimientos de Ernest G. Wright, Arqueología bíblica, Madrid, Cristiandad, 2003 (ed. orig., 1957). Aprovechamos la ocasión para recomendar la a nuestro juicio excelente traducción del diccionario de Geoffrey Wigoder (ed.), Nuevo Diccionario de la Biblia. Lugares, concordancias y personajes. Madrid, Taller de Mario Muchnik, 2001. . Porque junto a los –en mayor o menor grado– fundamentalistas bíblicos existe otra escuela de pensamiento denominada minimalista por aquéllos En sus casos más extremos llega a negar la evidencia de un Estado israelita externa a la propia Biblia. Por supuesto, el trabajo de Finkelstein y su escuela no llega a esos extremos. Una descripción apasionada sobre el debate entre fundamentalistas y minimalistas y la posición de Finkelstein en este cenagoso terreno puede encontrarse en un artículo popular pero perceptivo y claro de Laura Miller reseñando el libro de F & S en Internet: http://archive.salon.com/books/feature/2001/ 02/07/solomon/print.html., y por ellos despreciada y a menudo combatida con dureza Véase, por ejemplo, el libro de Dever citado en la nota 17.. Los minimalistas consideran que la arqueología no ha de tener como objetivo probar la Biblia, sino que ha de limitarse a lo que puede hacer mejor: contextualizarla. No se trata de probar la historicidad del Éxodo o existencia de Jesús, sino de describir y explicar el mundo en que pudo vivir. En su versión más radical, algunos minimalistas niegan cualquier traza de historicidad a la Biblia, cayendo quizá en un fundamentalismo escéptico de sentido opuesto al anterior.

En principio y en apariencia, los libros de Laughlin (en adelante, L.) y de Finkelstein/Silberman (en adelante, F & S) tratan exactamente de lo mismo; más aún, su perspectiva es idéntica: una sobria aproximación de carácter arqueológico e histórico (más lo primero en la obra de L., más lo segundo en la de F & S) que rehúye la polémica teológica y que no busca hallar verdades religiosas de ningún tipo, sino que trata de encajar los textos bíblicos en el marco de los conocimientos históricos que la arqueología ayuda a construir. L. lo expresa perfectamente en el epílogo de su obra (pág. 171; véanse también págs. 20-22): «[la Arqueología] es la única disciplina que puede proporcionarnos el retrato contemporáneo de la cultura de la que emanó la Biblia. Dicha disciplina nunca ha probado ni probará la verdad de la Biblia, si por ello entendemos probar la veracidad de las intepretaciones teológicas que los escritores bíblicos hicieron de su propia historia. La arqueología es una materia humanística, no teológica, aunque en ocasiones puede iluminar el contexto en el que los autores de las historias bíblicas las situaron y puede aportarnos una perspectiva diferente a la que conservamos en el texto sagrado». Párrafos similares pueden hallarse en F & S.

Pese a que compartan su aproximación al problema, nos hallamos ante dos libros muy diferentes. La obra de L. es un pequeño manual de carácter bastante elemental, destinado a un público culto pero ajeno al medio académico; el libro de F & S tiene el doble de longitud, y presupone una cierta familiaridad con el contexto histórico y arqueológico de los temas tratados.

L. comienza su obra con una breve historia de la arqueología en Palestina y Asiria, centrada en una serie de figuras señeras, desde mediados del siglo XIX en adelante. Es una síntesis correcta, aunque su propia brevedad le hace caer en imprecisiones graves, como la incorrecta explicación de lo que es la seriación o sequence dating diseñada por Flinders Petrie. Es una pena que las ilustraciones del capítulo (como la importante fig. 2.1, Tell el-Hesi) sean ilegibles y oscuras, problema común a las fotografías reproducidas en el resto del libro, que habría merecido un mínimo de cuidado en este aspecto. Sólo al final de este capítulo introductorio aparece un apartado titulado «La arqueología y la Biblia» que de manera precisa define la naturaleza del problema entre fe religiosa y disciplina académica. Un segundo capítulo se convierte en una síntesis, probablemente innecesaria en un libro con este título tan preciso, sobre las técnicas de excavación en arqueología, con ánimo sin duda de ilustrar al lector ignorante acerca incluso de los principios más básicos del trabajo de campo: apartados como la numeración de las bolsas hallarían mejor acomodo en un manual de excavación para estudiantes de primer curso de carrera que en un libro específico como éste.

F & S, por el contrario, obvian todos estos preliminares y plantean directamente en una larga introducción titulada, cómo no, «La arqueología y la Biblia» (págs. 5-27), similares problemas a los abordados por L. en el apartado ya citado. Sin embargo, la aproximación de F & S («¿Qué es la Biblia?, ¿quién y cuándo escribió el Pentateuco?», etc.) refleja una aproximación opuesta a la de L.: mientras que éste parte del dato arqueológico y luego se acerca a los textos, F & S proceden al revés, de manera sistemática, con un planteamiento más adecuado al propio título de la obra. Sucesivamente abordan la definición de las partes de la Biblia, las diversas fuentes originales, las identificaciones geográficas, las fuentes complementarias (archivos egipcios y mesopotámicos), las excavaciones arqueológicas y la cronología.

L. comienza el núcleo de su libro literalmente ab initio, con dudosa justificación. Su capítulo 4 (págs. 43 y ss.) sintetiza el nacimiento de la civilización en Siria-Palestina entre el Neolítico y el Bronce Antiguo, esto es, a grandes rasgos, entre 8500 y 2000 a.C., incluso con apartados específicos dedicados a la tipología cerámica o las prácticas funerarias. En realidad, aunque interesante, nada de todo esto tiene algo que ver con la Biblia, como tampoco casi nada de lo referido en el capítulo 5, dedicado al Bronce Medio, coetáneo del Reino Medio y Segundo Período Intermedio en Egipto (ca. 2000-1550 a.C.). Si en el capítulo 4 de L. ni siquiera hay un apartado que tenga la palabra «Biblia» en su encabezado, en el 5, en la página 87 (justo en la mitad del libro) encontramos por fin tres páginas que discuten la posibilidad de que el Bronce Medio corresponda o no a la época de los Patriarcas de la Biblia, para concluir que «es imposible a la luz de los debates actuales conocer la verdadera antigüedad de las historias bíblicas de los Patriarcas (si fueron figuras históricas o no parece más cuestionable que nunca, salvo para aquellos que toman la Biblia al pie de la letra) […] Dada esta situación, no está claro en absoluto qué contribuciones pueden hacer los arqueólogos a esta discusión en curso» (pág. 89).

F & S entran en materia mucho más directamente, y desde su capítulo 3 (págs. 31 y ss.), complementado con el denso apéndice A (págs. 351-355), abordan la cuestión de la búsqueda de los Patriarcas. Tras describir con concisión las cuatro generaciones desde Abraham hasta la muerte de Jacob y la llegada de los judíos a Egipto, según el relato bíblico, los autores pasan a diseccionar la información para concluir que la búsqueda de un Abraham histórico es una empresa inevitablemente fallida: los escuetos datos cronológicos que proporciona el Génesis, por ejemplo (pág. 39), obligarían a aceptar cifras muy superiores a los cien años para las vidas de Abraham, Isaac y Jacob, y los textos se contradicen directamente en varias ocasiones. Por tanto, sostienen F & S, en directa contradicción con la escuela de Albright, que la composición de los textos es muy tardía, entre los siglos VIII VII a.C., y está llena de anacronismos, por lo que su validez como fuente histórica directa es nula, ya que aunque «es totalmente posible, e incluso probable, que los episodios particulares de las narraciones patriarcales se basaran en antiguas tradiciones locales, sin embargo, el uso que se les dio y el orden en que fueron organizadas las transforma en una vigorosa expresión de los sueños judaítas del siglo VII » (la cursiva es nuestra).

L. no comienza a abordar el núcleo del tema bíblico hasta el capítulo 6, dedicado al Bronce Tardío (1550-1200), continuado con el capítulo 7 (Hierro I, 1200-1000 a.C.) y el 8 (Hierro II, 1000-550 a.C.). La propia estructuración de los capítulos por períodos arqueológicos nos indica el tempo del análisis: a cada descripción arqueológica siguen apartados destinados a comentar los problemas bíblicos supuestamente asignables a cada período arqueológico. Así, en el Bronce Tardío se discute en cierta extensión el problema del Éxodo; se comenta, como no podía ser menos, la estela de Merneptah, y L. llega a la conclusión de que es extremadamente dudosa la idea de un éxodo de proporciones bíblicas en ninguno de los períodos normalmente propuestos (págs. 104-106), conclusión idéntica a la que plantean, en mayor detalle y con mejores argumentos, F & S (págs. 55-80).

En el capítulo dedicado al Hierro I, L. discute la cuestión filistea y, sobre todo, el nacimiento de Israel (págs. 124 y ss.), explicando sobre todo los modelos y teorías elaborados por otros investigadores, desde Albright hasta Finkelstein. Concluye que tampoco en este tema es posible intepretar los relatos bíblicos en términos literales, ya que no hay indicios de una invasión a gran escala desde el desierto, mientras que sí hay indicios arqueológicos de que «los habitantes de la región montañosa central durante el Hierro I formaban el pool genético del cual nacería con posterioridad el Israel bíblico» (pág. 132), conclusión que de nuevo abordan en mucha mayor extensión y detalle F & S (págs. 109-137).

Por fin, en el capítulo dedicado a la Segunda Edad del Hierro (1000550 a.C.) L. llega, ya hacia el final de su libro, a la afirmación de que «si hay un período arqueológico que merezca el apelativo de bíblico, ése es la Edad del Hierro II» (pág. 133). Por fin, también, los apartados del capítulo no son categorías taxonómicas de la arqueología, sino planteamientos de problemas como la monarquía unida, la arqueología de Jerusalén, el templo de Salomón, o la estela de Tel Dan, documento hallado en 1993 que contiene la primera referencia documental al rey David al margen del texto bíblico.

Para el mismo período que va desde mediados del siglo XVI a mediados del siglo VI a.C. y que abarca el grueso de los relatos bíblicos, F & S adoptan una estructura opuesta, basada no en las fases arqueológicas palestinas, sino en los grandes temas bíblicos. Así, sucesivamente, los capítulos adoptan títulos sugestivos como «¿Tuvo lugar el Éxodo?», «¿Quiénes eran los israelitas?», «¿Un estado, una nación, un pueblo?», «Exilio y regreso», etc. Pese a la mucha mayor densidad y longitud de su análisis, la lectura de F & S se hace más atractiva para el no arqueólogo que el trabajo de L. gracias precisamente a esta acertada elección de enfoque. Los planteamientos de F & S giran en torno a la tardía fecha de sistematización de los textos bíblicos (a partir del siglo VII a.C.), a las limitaciones de la arqueología para trazar un cuadro de desarrollo histórico de acontecimientos y, sobre todo, a la separación de las cuestiones de fe de las históricas. Se consigue así un cuadro tan lleno de luces como de zonas oscuras o de visión borrosa, donde la historicidad del período patriarcal, del Éxodo y de muchas otras cosas queda en duda, pero es iluminada desde perspectivas nuevas y a menudo sorprendentes. Por poner un ejemplo, puede resultar chocante que Finkelstein siga a Donald Redford en sus consideraciones sobre que muchos de los aspectos del Éxodo tal y como se describen en la Biblia tienen poco que ver con el Egipto del Reino Nuevo, y en particular con la época de Ramsés IIMerneptah, mientras que hay muchos elementos asociables con la época saita (Dinastía XXVI, siglo VII y principios del siglo VI a.C.) (F & S, págs. 74-77), pero esta nueva óptica resulta irresistiblemente iluminadora: a viejos recuerdos que se remontarían a la expulsión de los hicsos de Egipto (pág. 78) se sumarían elementos contemporáneos a la definitiva composición del Éxodo hacia finales del siglo VII a.C.

La edición española del libro de F & S viene precedida de un extenso, elogioso y polemista prólogo de Gonzalo Puente Ojea, cuyo argumento principal es que la obra constituye un «golpe de consecuencias, en mi opinión, irreversibles, para la fe religiosa de quienes aún siguen obnubilados por la tradición» (pág. XX ). Estamos en nuestro derecho de sospechar que los propios autores del libro estarían lejos de aceptar esta intepretación radical aunque legítima de su prologuista español Y así lo han entendido también otros recensionistas del libro de F & S, como Phyllis Trible. Véase http://www.tbs-nc.org/BibleUnearthed.htm. y, en todo caso, la cuestión de fe es cuidadosamente apartada de las argumentaciones de los autores, que evidentemente no desean verse atrapados en ese pantanoso terreno.

En lo sustancial, ambas obras coinciden en su sano escepticismo científico, en la valoración de la Biblia como un texto compilado en su mayoría en fases muy tardías, y en la dificultad de considerar grandes partes desde una perspectiva de veracidad histórica. Y esto es así porque los autores son en todos los casos científicos ponderados que no escriben desde la perspectiva de la fe; y en parte porque el autor de un libro, Laughlin, bebe en muchos casos de las investigaciones desarrolladas por uno de los autores del otro, Israel Finkelstein. Ambos libros, por último, contienen amplias bibliografías, pero la de F & S, ordenada por materias y capítulos, resulta mucho más útil para quien desee profundizar.

En resumen, ambos son trabajos útiles e importantes, cumplen su función, pero son de calibre muy diferente, y sólo el de Finkelstein y Silberman puede ser considerado además una obra imprescindible y necesaria. Si lo que se busca es una guía breve y concisa, correcta, de la arqueología en el área palestina desde el Neolítico a la Edad del Hierro, esto es, desde muchos milenios antes de que la palabra «Biblia» tenga sentido para describir la historia de la zona, una guía arqueológica acompañada, además, por apartados concretos que insertan las distintas fases de la tradición bíblica en su contexto supuesto (en general con sanos planteamientos escépticos), deberemos optar por el libro de Laughlin. Si se quiere analizar en profundidad lo que el título promete, es decir, los problemas concretos de la arqueología en relación con la Biblia, entonces el más extenso y mucho más denso –pero también mucho más satisfactorio– trabajo de F & S es la opción a escoger. Quizá unas frases de su epílogo resuman bien la filosofía del libro (y un último disclaimer por si los fundamentalistas): «Sólo cuando la Biblia hebrea empezó a ser diseccionada y estudiada al margen de su poderosa función en la vida de la comunidad, los teólogos y biblistas comenzaron a exigirle algo que no era. A partir del siglo XVIII […] el carácter histórico factual de la Biblia paso a ser –y sigue siéndolo– un asunto de enconados debates. […] Sin embargo, la integridad de la Biblia y, de hecho, su historicidad no dependen de una dudosa demostración histórica de sus sucesos y personajes concretos, como la división del mar Rojo, el resonar de las trompetas que derribó las murallas de Jericó o la muerte de Goliat […] La fuerza de la epopeya bíblica le viene de ser una expresión narrativa convincente y coherente de temas intemporales relativos a la liberación de un pueblo […] la máxima contribución de la arqueología a nuestra comprensión de la Biblia es, quizá, la constatación de que unas sociedades tan pequeñas, relativamente pobres y remotas como la de los últimos años del reino de Judá y la de la provincia de Yehud tras el exilio pudieron haber producido las líneas principales de esa epopeya perdurable en un período de tiempo tan reducido» (págs. 348-349).

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