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Realismo alemán de altos vuelos

Antes de la tormenta

Theodor Fontane

Valencia, Pre-Textos, 2017

Trad. de Helena Cortés Gabaudan

1.478 pp.

48 €

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Quien espere de una novela acción e intriga, no debería leer esta obra. Theodor Fontane, el gran maestro alemán del realismo, no daba excesiva importancia a las tramas; con su personal sorna resumía así la de su novela El Stechlin: «Al final un viejo se muere y dos jóvenes se casan: eso es aproximadamente todo lo que pasa en quinientas páginas». No ocurre mucho más en Antes de la tormenta, hasta el punto de que el capítulo 14 de su libro II (a partir de la página 549 de esta edición) se titula, como si fuera un acontecimiento, «Pasa algo». Afrontar así una novela histórica es una opción literaria muy consciente, y el cambio de perspectiva permite a Fontane desvelar otros sedimentos de lo humano.

La tormenta a la que alude el título son las «guerras de liberación» de las milicias prusianas contra el dominio napoleónico. Es un momento clave de la historia europea y constitutiva del mito nacionalista alemán, pese a la flagrante contradicción que encierra con la autoimagen prusiana como dechado de rectitud y lealtad: los aliados de Napoleón cambian de bando justo cuando la suerte parece abandonarle. Fontane no tiene empacho en meter el dedo en la llaga y pone en boca de un conde polaco las sátiras más mordaces contra esa doblez. Pero también un prusiano ejemplar, el capitán von Hirschfeldt, incide en esa acerada crítica a la falsedad: frente a la estandarizada creencia de que Prusia «es el sitio donde reina la mayor franqueza del mundo», «nuestro punto débil, el más débil de todos, se encuentra justamente en ese terreno» (p. 1292).

Una novela puede carecer de trama, pero no de conflictos. Antes de la tormenta despliega un sinfín de antagonismos, y el epicentro de casi todos ellos es su protagonista, Berndt von Vitzewitz, cuya mentalidad espartana es confrontada con la de su hermana Amalia (heredera del legado rococó, afrancesado y frívolo) y con la de sus hijos Lewin y Renate («de emociones fáciles y muy candorosos, siempre con tendencia a admirar y a perdonar, los hijos tenían un alma llena de luminosidad allí donde el padre estaba lleno de un fuego sombrío», p. 152). No menos amistoso y evidente es el conflicto de valores con el aristócrata polaco Ladalinski, prusiano asimilado cuyos hijos malogran la alianza prevista con los Vitzewitz por su veleidad, y con el general Bamme, quizá la figura más pintoresca de toda la obra, descreído y procaz, pero libre de hipocresía y de prejuicios, hasta el punto de que al final entona un canto a la igualdad entre los hombres y saluda la llegada de savia nueva: «Puedo darme el lujo de hablar así, Vitzewitz, porque conmigo se extinguen los Bamme, un acontecimiento que le aseguro que no hará que se rasgue el velo del Templo, y porque ya no me queda ni un solo pariente con el mismo apellido al que pudiera lesionar u ofender de algún modo en su conciencia de clase» (p. 1457).

Vitzewitz ha de sacrificar su orgullo de junker prusiano, pedir ayuda a una enana medio bruja para salvar la vida de su hijo, y aceptar que éste se case con la hija de un saltimbanqui. En este imponente cuadro de mentalidades, la renuncia sale mejor parada que la raza, aunque cada uno de los personajes, hasta el más abyecto, merece la empatía del autor. Fontane no alcanza aún la maestría en el understatement que caracterizará sus obras más maduras, pero a cambio brinda una exuberante galería de personajes de todas las capas sociales, como justifica en esta digresión: «Pues por mucho que sea de justicia rechazar la presentación de personajes completamente acabados […] habrá que tolerar de vez en cuando las excepciones en los casos en que, como aquí, la yuxtaposición de figuras acabadas sólo pretende presentar al lector una galería de retratos cuyo interés no radica tanto en los retratos en sí como en el lugar en el que se encuentran los mismos» (p. 390).

El resultado es un impresionante fresco histórico y un híbrido muy original entre la crónica y la ficción, pródigo en diálogos y fiel al precepto aristotélico de mostrar sólo de manera indirecta, por boca de los diferentes personajes, los horrores de la guerra. Los episodios intercalados que refieren batallas de la Guerra de Independencia española o la campaña rusa de Napoleón son leídos en una tertulia literaria, y el primer contacto real con las secuelas de la guerra no podría ser más anticlimático y constituye un momento cumbre de la novela, cuando los restos demacrados de la Grande Armée llegan a Berlín y Lewin se presta a guiarlos hasta sus cuarteles entre la conmiseración de los berlineses, que en su mayoría ven a esos desdichados como invasores, pero sobre todo como lo que Fontane no deja de recordarnos que son: seres humanos. «En sus ojos se leía lo que más puede conmover a un corazón noble: la gratitud del infortunio» (p. 961).

A falta de acción y grandilocuencia, lo que esta voluminosa novela brinda es una auténtica enciclopedia sobre la Marca de Brandeburgo (el núcleo original de Prusia) y, en particular, sobre la comarca del Oderbruch, la zona pantanosa junto al Oder desecada en el siglo XVIII por Federico el Grande y reventada a bombazos en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Es un paisaje poco vistoso pero lleno de historias, como se recalca abiertamente: «Es una suerte tenerte de guía. Jamás hubiera podido imaginar que este yermo tuviera el menor significado histórico»; «Y hubiera sido un gran error. Aquí te encuentras con tesoros ocultos a cada paso» (p. 501). Dejando hablar a sus habitantes, Fontane presenta leyendas, inscripciones funerarias, genealogías, historias de fantasmas, de los pueblos y de los castillos, de las iglesias («Sólo las iglesias de nuestros pueblos se nos muestran en su multiplicidad como portadoras de toda nuestra historia», p. 165), los linajes ancestrales y los contrabandistas, los clérigos y los estudiantes fascinados por las modas literarias del momento. Reproduce también canciones, poemas, pasajes de obras teatrales, oraciones, notas de prensa, partes de guerra, refranes y un museo impagable de textos originales del período. Aprendemos sobre las misiones pietistas en Groenlandia y sobre el debate arqueológico (de obvio alcance político) entre germanistas y eslavistas, sobre la preferencia por las chimeneas o las estufas, por secar la tinta al aire o con arena, sobre lo fascinante que podía llegar a ser una ventana «cuya mitad inferior estaba hecha con un solo vidrio, lo cual era entonces algo raro y muy admirado» (p. 417), o sobre el momento en que empezaron a introducirse los terrones de azúcar. En todos esos detalles cuidadosamente recopilados de un mundo desaparecido (aunque también hay errores: en 1812 no había aún árboles de Navidad ni plantaciones de colza) reviven su cotidianidad y sus misterios, sus anhelos y miedos, los estertores de un mundo casi feudal que atisba su final y el nacimiento de uno nuevo. En menos de un siglo, la Prusia algo acartonada que resuena en Antes de la tormenta fundará un imperio con el grueso de los territorios alemanes (excluyendo a Austria), y el Berlín jovial y provinciano que evoca Fontane se habrá convertido en la primera urbe industrial del continente. Muy pocas obras literarias nos permiten calibrar la magnitud de las transformaciones como esta elegante evocación de lo pasado, tan libre de petulancia como de nostalgia.

Fontane no ha tenido demasiado eco en nuestra lengua, y no cabe achacarlo a la calidad de las traducciones: desde las pioneras de Pablo Sorozábal y Ana Pérez (sólo en los años ochenta del pasado siglo) hasta las más recientes de Isabel García Adánez y Carmen Gauger (por desgracia, en editoriales pequeñas), han sido germanistas muy cualificados quienes se han consagrado a ello. En Antes de la tormenta, Helena Cortés Gabaudan no ha escatimado esfuerzos para hacer accesible esta obra monumental: ha visitado cada uno de sus escenarios, ha esclarecido en notas al pie sus más esquivas alusiones, y con su primorosa traducción resuelve admirablemente un problema insalvable de por sí, como son los diálogos diglósicos entre el alto alemán y el dialecto de la Marca (que vierte en un registro de habla campesina: el dialecto es transformado en sociolecto). Hace justicia así al propósito de Fontane: desplegar ante nosotros, con máxima plasticidad, un mundo ya desaparecido, pero del que derivó la tormentosa historia alemana hasta el presente.

Ibon Zubiaur ha sido profesor de Literatura Española en la Universidad de Tubinga (2002-2008) y director del Instituto Cervantes de Múnich (2008-2013). Es autor de La construcción de la experiencia en la poesía de Luis Cernuda (Kassel, Reichenberger, 2002) y editor de Al otro lado del Muro. La RDA en sus escritores  (Madrid, Errata Naturae, 2014). Ha traducido, entre otros, a autores como Christoph Martin Wieland, Adalbert Stifter, Rainer Maria Rilke, Ludwig Hohl, Brigitte Reimann e Irmtraud Morgner.
 

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