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De lo infinitamente incondicionado

Efigies

CRISTÓBAL SERRA

Tusquets, Barcelona

243 págs.

14,42 €

Nuevos sofismas

VICENTE NÚÑEZ

Edición de Miguel Casado Germania, Valencia

128 págs.

11,54 €

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¿Puede ser definido el aforismo? Definir es «cenizar», dijo en cierta ocasión, con expresivo neologismo, el poeta Lezama Lima, y nada más exacto en relación con la índole resbaladiza e inasible del aforismo. El aforismo es, por definición, aquello que no puede ser definido (dicho sea con cierta ironía aforística). Pues si el diccionario afirma que se trata de una «sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte», en seguida se echa de ver el muy limitado carácter de la definición. ¿No se ajusta más esa definición al proverbio? ¿Cuáles son las diferencias entre el aforismo, la máxima, el adagio, el proverbio y el dicho? ¿Cabría establecer con precisión lo propio y exclusivo de cada una de esas modalidades? ¿Estamos ante una expresión de la literatura o más bien ante una forma de la filosofía? Las preguntas se suceden y no es fácil encontrar respuestas para ellas.

Si algo ponen de manifiesto, para empezar, estas Efigies recopiladas y presentadas por Cristóbal Serra es que, en lo relacionado con el aforismo, estamos en el más puro territorio de la paradoja, esto es, de la imposibilidad que se hace posible. Serra ha hecho un recorrido por la tradición del género y de su viaje se ha traído un puñado de aforismos memorables que van desde Lao-Tsé hasta Carlos Edmundo de Ory, pasando por Chuang-Tsé, Heráclito, Marco Aurelio, Ramon Llull, Leonardo da Vinci, William Blake, Angelus Silesius, Blaise Pascal, Novalis, Swift, Lichtenberg, Vauvenargues, Joubert, Chamfort, Nietzsche, Péguy, Léon Bloy, Paul Claudel, Jules Renard, Giovanni Papini, José Bergamín, Juan Ramón Jiménez, Stanislaw Jerzy Lec y Chesterton. No debe preguntarse el lector por qué no figuran aquí aforistas tan conocidos como, por ejemplo, Gracián o La Bruyère, Elias Canetti o Antonio Porchia, o incluso un nombre que consideraríamos imprescindible: Emil Cioran. Serra no ha querido hacer una historia del género, y ni siquiera, en sentido estricto, una antología, sino un personal viaje al aforismo en el que no se trata tanto de inventariar unos nombres cuanto de penetrar en la sustancia y en la variedad morfológica, conceptual y creadora de lo que él llama efigie, una frase (o conjunto de frases) breve y oblicua que el escritor mallorquín asocia siempre, esencialmente, a la poesía («Difícilmente encontraremos aforismos en quienes no son poetas», escribe).

El resultado es un libro apasionante en el que no sólo puede apreciarse la variedad aludida sino también la dificultad en que se encuentra el lector a la hora de escoger los aforismos más certeros (¿cuál es la diana invisible en la que dan?) o más hermosos, de tantos aforismos certeros y hermosos como los que aquí se nos ofrecen. El aforismo es obra tanto del pensamiento (falla cuando se trata de un puro juego de ingenio) como de una rara capacidad para producirse en lo absolutamente incondicionado. Su raíz es, en el fondo, la misma que la del poema. Y, sin embargo, se trata de algo distinto. El aforista es –afirma Serra con razón– un «contrabandista de la literatura» (lo dice a propósito de Joubert, uno de los artífices más extraordinarios del género). De hecho, muchos versos, e incluso poemas breves, pueden ser confundidos con aforismos. Véanse solamente estos versos de Gosta Agreen, poeta de Finlandia: «No es / que la muerte empiece después de la vida. / Cuando se acaba la vida / se acaba también la muerte». Los ejemplos podrían multiplicarse, y con esta clase de versos de valor y sabor aforístico podría elaborarse, en realidad, un volumen como el que comento. Es evidente que también cierta prosa admite esa lectura aforística (Serra lo hace, por ejemplo, en el caso de Léon Bloy, pero no es éste, me parece, un ejemplo afortunado). Como sea, lo cierto es que encontramos aquí muestras admirables de la altura alcanzada por el aforismo tanto en Oriente como en Occidente (aunque la representación oriental sea sólo muy simbólica). Ante aforismos como los de Novalis («Todo goce es musical y, por ende, matemático»), Joubert («Cierra los ojos y verás») o Lec («Su conciencia estaba limpia. Nunca la había utilizado») se advierte de inmediato la vitalidad histórica del género. Sólo cabe oponer a la presente edición algunos pequeños reparos: no se indica el nombre de los traductores y se opta por grafías incorrectas en la transcripción castellana de ciertos nombres extranjeros («Swedemborg», «Lichtemberg», «Tristam Shandy», etc.). No se explica, por otra parte, en el caso de Silesius, la omisión de su más bello aforismo: «La rosa es sin porqué; florece porque florece, no se inquieta por ella misma, no desea ser vista» (en la traducción de José Ángel Valente).

Los aforismos del poeta cordobés Vicente Núñez (1926-2002) no eran conocidos hasta hoy sino por su difusión en diarios andaluces y en pequeñas ediciones de difícil acceso. Ha sido un acto de justicia la publicación, en edición regular, de una amplia recopilación de esos aforismos, realizada y prologada por Miguel Casado. Para muchos, Nuevos sofismas será toda una sorpresa, pues un amplio número de lectores tiene ahora no sólo la oportunidad de conocer por extenso los aforismos de Núñez sino también la ocasión de penetrar en el mundo de un aforista de incuestionable interés. En el mejor espíritu de la paradoja inconmensurable y de la súbita aparición de lo oblicuo y lo incondicionado, los aforismos de Núñez logran, en sus mejores momentos, una insólita intensidad. Unos pocos ejemplos: «Más que hablando, el embustero miente oyendo»; «Alguna vez no he escrito nunca»; «¿Qué son las cosas sino frustradas tentativas de fracaso?»; «La suprema libertad reside en la aceptación de la muerte»; «Todas las almas tienen sed del desierto»… El reconocible sabor lírico y el fondo estoico que a menudo cabe advertir en estos aforismos hacen de ellos piezas de gran valor y de inconfundible personalidad en el presente de un género que, lejos de desfallecer, goza de absoluta vitalidad. En el caso de Núñez, es verdad que no siempre queda resuelta esa contradicción superada en una superior unidad conceptual que es (entre otras muchas cosas) el aforismo, pero sus aciertos son numerosos. No suelen éstos encontrarse en los puros juegos de palabras (a los que tiende tal vez con demasiada frecuencia), sino en aquellos otros aforismos guiados por la libertad y la imaginación poéticas. Acaso habría sido deseable una selección algo más estricta que la que aquí se nos ofrece: las caídas en el verbalismo o la pura humorada se habrían notado menos. Estamos, en cualquier caso, ante un aforista capaz de ponerse a veces a la altura de la mejor tradición del género. No es poco.

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Ficha técnica

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