El huérfano del Pequod
Siempre he soñado con un jardín al final del invierno. En el pueblo disponía de una pequeña huerta y de un patio lleno de flores con las paredes cubiertas de madreselva. Era mi jardín, mi Edén, eso sí, ensombrecido por una dolorosa ausencia: mi mujer, a la que perdí hace año y medio. Cuando me obligaron a dejar el pueblo para vivir en Madrid, sentí que me arrebataban un sueño. Un sueño incompleto, pero que empezaba a poblarse con un nuevo afecto, una joven rumana con la que había establecido un vínculo cada vez más estrecho.