Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

La gran familia: la España de ayer

Cuando estudiaba Filosofía en la Universidad Complutense, mis compañeros hablaban con devoción del cine de Bernardo Bertolucci, Luchino Visconti, Éric Rohmer y Michelangelo Antonioni. Si alguien se atrevía a elogiar a John Ford, Raoul Walsh o Alfred Hitchcock, se exponía a ser calificado de fascista y reaccionario. Por entonces, casi todo el mundo había visto Centauros del desierto, Murieron con las botas puestas o Cortina rasgada. A principios de los años ochenta, sólo había dos canales de televisión y los clásicos se reservaban para las franjas horarias con más público. En la Facultad de Filosofía, aún se respiraba el aire enfebrecido del Mayo francés y comenzaba a despuntar la movida madrileña. La mayoría de mis compañeros oscilaban entre el marxismo-leninismo matizado por Louis Althusser, un pop descerebrado y hortera (que fingía ser el colmo de la sofisticación y el ingenio), y las herméticas enseñanzas de Wilhelm Reich y Jacques Lacan. Se soñaba con asaltar los cielos al ritmo de Alaska y los Pegamoides para aniquilar los peores inventos de la burguesía: la familia patriarcal, la democracia capitalista, el sentimiento religioso y el abyecto patriotismo. Desde ese punto de vista, Centauros del desierto sólo era un panfleto racista; Murieron con las botas puestas, puro y deplorable militarismo; Cortina rasgada, burda propaganda anticomunista. Ni siquiera se reconocían los méritos formales de los grandes maestros de la dirección cinematográfica. Cualquier secuencia de La luna (1979), una película increíblemente afectada y pretenciosa, se consideraba superior a toda la filmografía de John Ford. Comparar el cine de tiros, indios y vaqueros con las sublimes incursiones de Bertolucci en la oscura región de los tabúes, constituía una imperdonable herejía. 

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El precio de unas risas

«Hoy en día hacer un chiste sale tan caro que es un lujo que muy pocos se pueden permitir»: de esta forma tan sorprendente (¿provocativa?) comienza un anuncio navideño de la empresa Campofrío. ¿Un spot publicitario en esta sección? ¿Por qué no? Como habrán podido comprobar, nuestro punto de referencia habitual suele ser un libro, no para hacer algo parecido a una reseña, sino para hablar de su contenido o de temas adyacentes: el texto como pretexto, como suele decirse muchas veces. Pero no sólo de libros vive el humor, naturalmente. Nos hemos ocupado también de periódicos, revistas, obras teatrales, películas, exposiciones artísticas, cómics, viñetas, toda clase de chistes, espacios humorísticos de televisión o memes de Internet, por citar un abanico suficientemente variado de expresiones humorísticas. Pero hasta ahora habíamos dejado de lado la publicidad propiamente dicha. Como decía antes, ¿por qué no ocuparnos también del humor de los reclamos publicitarios?

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En las cloacas de los regímenes comunistas

Todas esas vidas, inocuas e inofensivas, rutinarias y políticamente intrascendentes, fueron una farsa. Las categorías elaboradas por Juan José Linz y las diferencias que estableció entre totalitarismo y autoritarismo siguen vigentes: los totalitarismos anulan la individualidad, entre otras razones porque eliminan el ámbito de lo privado. La intimidad no existe. Aspiran también a la sociedad homogénea. El partido espiaba a sus súbditos, por miedo y por inercia. Las policías políticas, dependientes de los ministerios de Interior y/o Seguridad de los países del Este acumularon durante casi medio siglo ?en el caso de la Unión Soviética, algo más? millones de fichas con todo tipo de información, la mayoría de ella banal. Era la sociedad vigilada bajo el ojo maníaco del Estado. Todo empezó con la Revolución Rusa y la creación de la Cheká, Comisión Panrusa Extraordinaria para Combatir el Sabotaje y la Contrarrevolución, ideada por Lenin para centralizar las funciones represivas y de control ante el riesgo de que se dispersara la revolución, cuyo origen fue el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado.

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Contra el revisionismo

Afirman los autores de este buen libro, al terminar su introducción, que «la historiografía sobre la Transición tiene todavía muchas carencias». Es indudable que, pese a lo mucho que se ha escrito sobre ella desde todos los ángulos e ideologías, siempre quedará algún tema por tratar o algún aspecto que mejorar de nuestro conocimiento de aquel período fundacional de la actual democracia española. Sin embargo, la sensación que producen algunos de los títulos publicados en los últimos tiempos, en la órbita de un revisionismo de izquierdas que tiene algo de catarsis política, es que, en vez de avanzar en la comprensión de un proceso muy complejo, está produciéndose una involución hacia una visión desenfocada y presentista del origen de nuestra democracia. De ahí que Carme Molinero y Pere Ysàs pretendan recuperar en esta obra, escrita con ponderación y conocimiento de causa, una cierta distancia para examinar con rigor las distintas interpretaciones de lo sucedido, sobre todo aquellas que hoy gozan de mayor predicamento.

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Neville, o el buen humor

No cumplidos aún los treinta y siete años, Edgar Neville había escrito casi cincuenta cuentos reunidos en varios libros, rodado algunas películas y publicado numerosos artículos en la prensa. Fue guionista en Hollywood, donde trabó amistad con Chaplin, y uno de los asiduos de la tertulia de Pombo, bajo la batuta de Ramón Gómez de la Serna. Además de amigo de Tono, Samuel Ros, Ernesto Giménez Caballero, Miguel Pérez Ferrero o Federico García Lorca. La despreocupación jovial propia de aquellos años de literatura, humor y vanguardia desapareció cuando la política intervino y las relaciones terminaron por descomponerse.

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Una revolución de clase media

Michael Seidman publicó entre nosotros, en 2012, un análisis sagaz de la política económica de Franco durante la Guerra Civil, La victoria nacional, que hizo honor al esclarecimiento de algunas de las razones de ésta última no siempre ponderadas, sobre todo vistas en un análisis comparativo con la suerte adversa de otras contrarrevoluciones. Por la información que proporcionaba y su modo de remover clichés con ella, constituye una lectura estimulante. Esta obra, y la dedicada a valorar el Mayo francés en su quincuagésimo aniversario, muestran un claro parentesco metodológico. Aunque el autor demuestra en la introducción conocer bien los enfoques inspirados por la psicología social y la filosofía que han tratado de dar cuenta de aquellos sucesos, prefiere atenerse a los datos de la sociología empírica y al proceso mismo de aquellos dos meses (mayo y junio) para extraer al final sus conclusiones.

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