
Familias infelices
Es materia opinable si las familias felices se parecen unas a otras, o si las desdichadas lo son cada una a su manera, pero la infelicidad es fundamental en cualquier drama que se ocupe de esa difícil unidad humana. Si la infelicidad es un pesar pasajero, un escozor que incita a la acción, tendremos una comedia, que termine en boda y, por ende, en una nueva familia; si no hace más que ahondarse, o extenderse, tendremos una tragedia, que, por supuesto, comporta la destrucción de una familia: Medea acuchilla a sus hijos, Clitemnestra muele a palos a su marido, Fedra se cuelga tras la muerte de su hijastro, etc. Las tres obras reseñadas son de este segundo tipo, aunque no se limitan a la tragedia familiar. Artaud, al referirse a la suya, afirma hablar «no de hombres, sino de seres, que son cada uno como grandes fuerzas que se encarnan y que conservan del hombre sólo lo que hace falta para resultar plausibles desde el punto de vista psicológico». Es una manera un poco exaltada de decirlo. Otra sería que los personajes de las tres, como miembros de una célula cerrada, se hacen eco de dilemas políticos y morales propios de la sociedad en su conjunto.