La noticia literaria del mes pasado fue la concesión del Premio Nacional de Narrativa a Javier Marías por su novela Los enamoramientos. Fue una noticia doble, pues Marías respondió que, si de aceptar se trataba, prefería, como Bartleby, no hacerlo. Acto seguido convocó una rueda de prensa en el Círculo de Bellas Artes para explicar sus razones. Al hacerlo se mostró medido e incluso considerado. Contestó las preguntas de los periodistas con paciencia de monje tibetano, habló de la crisis de la cultura, lamentó que se recortaran los presupuestos de las bibliotecas y, sobre todo, se explayó acerca de los deberes del escritor para consigo mismo y, en un sentido más amplio, para con sus mayores. El rechazo –afirmó– se condecía con una decisión madurada desde hacía años: no aceptar distinciones provenientes del erario público. «Creo que el Estado no tiene por qué darme nada por ejercer mi tarea de escritor que, al fin al cabo, es algo que yo elegí.»