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Inventiva poderosa

Que veinte años no es nada

MARTA RIVERA DE LA CRUZ

Algaida, Sevilla, 1998

365 págs. 2.500 ptas.

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Pocas veces sucede que la obra de un escritor primerizo nos sorprenda con tanta fuerza fabuladora como esta Que veinte años no es nada, firmada por la joven Marta Rivera de la Cruz (1970). Todo en la novela avala esa satisfactoria capacidad. Es generosa tanto en personajes como en anécdotas. Su estilo muestra una escritura cuidadosa en su tendencia a la frase amplia de entonación barroca. Y la realidad que construye recrea un mundo que nos resulta próximo y reconocible, pero a la vez penetra en el campo de lo enigmático y milenario.

Tratándose de una novela fuertemente argumental, mal cabe dar aquí noticia cumplida de la peripecia rica que encierra. Me resignaré, pues, a señalar que numerosos incidentes, muchos de poderosa inventiva, sirven para hacer un vivo retrato colectivo de Ribanova, una ciudad antigua y amurallada, trasunto imaginario, emocionado y crítico del Lugo natal de la autora. Los sucesos, en su ir y venir por el tiempo, abarcan una cronología que se dilata por casi todo nuestro siglo. Las gentes del lugar más otros forasteros, algunos llegados por razones no ajenas a lo mágico, nutren la vida local.

Entre las abundantes historias recogidas en la novela con un criterio acumulativo, algunas bastante singularizadas, hay una fundamental: un escritor en crisis desembarca en Ribanova buscando la paz propicia a la creación, mientras espera la siempre fallida obtención del Premio Nobel. En ese tiempo trata a una joven encantadora. La diferencia de edad de ambos, los veinte años que ella tiene y que dan título al libro, llevan al escritor a renunciar a la chica, a incitarla a labrarse un futuro y a asumir él una soledad sin remedio. Con este idealismo moral podría acabar la novela y hasta contiene una acertada visualización de la anécdota para rematarla: él se asoma a la ventana para verla por última vez antes de que ella salga para siempre de la ciudad y de su vida. Pero el afán por redondear la historia la estropea: el escritor observa que llega gente, distingue al alcalde y a su editor y oye aplausos. Le han dado el Nobel.

La ingenuidad de este efectismo final revela la inmadurez de esta nueva escritora. No es el único momento en que se le pueden hacer reproches por la misma o parecidas causas. Otra historia de amor silencioso a lo largo de medio siglo recuerda demasiado a García Márquez. Y la huella del colombiano resulta aplastante en la configuración del viaje fantasmal de otros personajes que van a dar a Ribanova. Hay aliento poético en la escritora para diseñar la ciudad dentro de los cánones del llamado realismo mágico, pero resulta mimética. Sabe la autora concebir buenos personajes (abre la novela con un excelente tipo de entrañable erudito local) y excelentes anécdotas, pero no los dosifica bien y a trechos el desarrollo argumental fatiga. Escribe bien (aunque caiga en algún cultismo reñido con una prosa narrativa eficaz), pero se deja llevar por una verbalidad algo incontenida.

Que veinte años no es nada arroja una buena suma de virtudes. Por ellas merece Marta Rivera un amplio crédito para el futuro. Pero que éste se convierta en una feliz realidad depende de que las someta a una estricta disciplina y, más allá, de que todo su mundo, los temas y la forma, adquieran una voz personal.

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