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Génesis de un movimiento ciudadano

Ciudadanos. Sed realistas: decid lo indecible

José Lázaro y Jordi Bernal (eds.)

Madrid, Triacastela, 2007

208 pp. 16 €

La creación de Ciudadanos: un largo camino

Antonio Robles

Madrid, Triacastela, 2015

192 pp. 16 €

Viajando con Ciutadans

Jordi Bernal

Madrid, Triacastela, 2015

132 pp. 14 €

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A tan solo unos días de las elecciones autonómicas catalanas, los sondeos preelectorales pronostican, con un buen margen de confianza, que Ciudadanos está a punto de convertirse en la segunda fuerza política de Cataluña, sólo por detrás de una amplia coalición de partidos y entidades sociales que abogan por la independencia (Junts pel Sí). A tres meses de las elecciones generales, todo parece indicar que Ciudadanos será también una pieza imprescindible para formar nuevo gobierno en la próxima legislatura. Han pasado algo menos de diez años desde el congreso fundacional del partido, y poco más desde que sus promotores cobraran conciencia de la necesidad de gestar un nuevo proyecto político en un entorno que era absolutamente hostil a la emergencia de un partido de esa naturaleza.

Los tres libros que reseñamos ofrecen un relato de primera mano de la forja de un partido político a partir de un movimiento social, que recogen testimonios directos, declaraciones y documentos fundacionales. El lector encontrará muchas claves sociológicas para entender los primeros pasos de un movimiento social y su transformación en un actor político. En este sentido, como pone de manifiesto la literatura académica sobre movimientos sociales, en el relato aparecen tres elementos cruciales para entender su gestación: 1) unas visiones intelectuales que proporcionan un «encuadre» (framing) para entender la realidad y empujan a la «insurgencia»; 2) una cierta capacidad organizativa y de movilización de recursos preexistentes; y 3) una estructura de oportunidades políticas propicia.

Las visiones intelectuales

En el nacimiento de Ciudadanos –o Ciutadans– desempeña un papel de primer orden una visión intelectual singular sobre la realidad catalana, que entra en contradicción con la que se predica desde espacios hegemónicos. Los impulsores de Ciudadanos comparten, a grandes rasgos, una perspectiva sobre la realidad que impugna los relatos que abrazan buena parte de las elites políticas, mediáticas y sociales catalanas, y que divulgan a través de los canales sobre los que tienen control. El subtítulo de uno de los trabajos remite a esta idea: «Sed realistas, decid lo indecible» es un llamamiento a la insurgencia intelectual. Una insurgencia intelectual en un entorno hostil, que intimida, acosa y vitupera a quienes osan apartarse de consensos intersubjetivos amplios, que machaconamente son recordados desde órganos oficiales e instancias mediáticas.

La principal reivindicación de los impulsores más ilustrados de Ciudadanos es la llamada a construir una sociedad posnacionalista, en la que los elementos de adscripción étnica puedan seguir siendo constitutivos de las identidades personales de los ciudadanos, pero, en acertada expresión de Fernando Savater, «no salpiquen» y «no provoquen un lío con eso» (Ciudadanos. Sed realistas, decid lo indecible, p. 43). Se aspira a una nueva política en la que las principales cuestiones que entren en el debate y en la agenda gubernamental no conciernan a dimensiones de la identidad nacional que, a juicio de estos intelectuales, estarían eclipsando y postergando la atención a otros problemas más urgentes. Su preocupación se inscribe en un contexto muy específico –los primeros años de gobierno del Tripartito en Cataluña–, años en los que los temas identitarios cobran un protagonismno inusitado a raíz de la decisión de Pasqual Maragall de forjar una alianza de gobierno con Esquerra Republicana y embarcarse en el proyecto de diseñar un nuevo Estatut.

El suyo es, en ese sentido, un agravio con un claro componente coyuntural, pero que hunde sus raíces mucho antes de la llegada del Tripartito al gobierno. En los tres libros aparecen repetidamente los sentimientos de profundo malestar ético y estético que entre los impulsores de Ciudadanos produce la deriva nacionalista del Tripartito catalán, ejemplificada en las multas que la Generalitat empieza a imponer a los comercios que no rotulan en catalán. Una iniciativa como ésta representa la culminación de un proyecto de ingeniería social que pretende «forzar la realidad para que se parezca a su fantasía» (Félix Ovejero, op. cit., p. 76).

En el rechazo a este proyecto se advierten distintos componentes, matices y sesgos. Desde una óptica intelectual más depurada, algunos de los protagonistas de los libros expresan la animadversión a un proyecto que pretende intensificar el ejercicio del control ideológico de espacios públicos como la enseñanza, los medios de comunicación, la Administración y el ámbito de lo social y económico, construyendo un relato oficial de lo que debería ser Cataluña, imponiendo códigos de «buena conducta» y sanciones a quienes no los cumplen, o subvencionando generosamente actividades culturales que promuevan esa nueva Cataluña. Los intelectuales impulsores de Ciudadanos expresan una preocupación eminentemente racionalista, de matriz ilustrada. La visión nacionalista del mundo es percibida como una emanación primaria de un pensamiento «mágico», «milenarista», que posiblemente pueda augurar inquietantes derivas antirracionales de una sociedad donde esta clase de orientaciones son toleradas y jaleadas. En particular, con grandes dotes premonitorias, les inquieta la posibilidad de que la mixtificación nacionalista pueda contribuir a sustentar un régimen de corrupción institucionalizada, donde la degradación de la calidad democrática pueda encontrar coartadas, arropándose en la senyera. Les preocupa también la erosión del respeto por la legalidad. Que desaparezca una bandera española del mástil de un ayuntamiento no es un ultraje a la patria: es simple y pura violación de la Ley, admitida con naturalidad e indiferencia.

Otros protagonistas expresan más claramente su objeción a que la cultura española quede arrinconada por este proyecto nacionalista, relegando a una suerte de «ciudadanía de segunda» a todos aquellos cuya adscripción cultural primaria no fuera la catalana (por el hecho de no poder optar a una enseñanza en su lengua materna, no recibir información administrativa en su lengua, no obtener el mismo tipo de apoyo económico para publicar o producir obras artísticas, etc.). Para algunos –aunque esta opinión aparezca poco en los tres libros– esto representa no sólo un ejercicio de mutilación etnicida de una realidad multicultural, sino un proyecto clasista, que subordina y degrada los elementos culturales e identitarios de la mayoría de la población más desfavorecida (op. cit., p. 76).

Más allá de estas percepciones de agravio e injusticia, los promotores de Ciudadanos comparten una sensación común de acoso. Esa sensación se fundamenta en su posición periférica en la sociedad catalana. Se trata de un grupo singular, extraño en un escenario donde la mayoría de las elites intelectuales y políticas han abrazado la fe nacionalista, han «naturalizado» sus premisas y supuestos, y juzgan como «sospechosa», cuando no la tachan como abiertamente ilegítima (españolista, ultraderechista, lerrouxista, «facha») la más mínima desviación. Se saben un «bicho raro», tradicionalmente condenado al silencio y la marginalidad, que osa agitar las aguas calmas del oasis catalán. Por eso intuyen cómo van a ser tratados. Pero la sensación de formar parte de un grupo singular se sustenta, además, en la experiencia directa, a veces incluso física, de la intimidación y asedio. Son conocedores de precedentes históricos recientes. En el año 1981, el Manifiesto por la igualdad de los derechos lingüísticos en Cataluña, promovido por un grupo de intelectuales, profesores y académicos, había acabado con una avalancha política y mediática contra los promotores, abocados en muchos casos al destierro y el silencio civil, cuando no, como ocurrió con Federico Jiménez Losantos, a un atentado contra su integridad personal.

La sensación asfixiante de asedio es también, obviamente, la experiencia en el País Vasco de Fernando Savater, que participa directamente en las primeras iniciativas del grupo intelectual promotor. Y la de otros miembros destacados de la organización cuando acuden a actos donde son increpados, insultados o incluso zarandeados por comitivas de jóvenes nacionalistas apostados a la entrada del acto, o interpelados violentamente por alguno de los asistentes. Esa sensación de asedio se incorpora muchas veces al discurso, cargándolo de una retórica agonística. Antonio Robles se refiere al núcleo duro que defiende los derechos lingüísticos y se opone a las políticas identitarias durante los años que preceden al surgimiento de Ciudadanos como la «Resistencia», y algunas páginas de los libros rezuman épica a borbotones, quizás algo desaforada en un contexto donde, a pesar de todo, las instituciones democráticas no han dejado de funcionar y, a grandes rasgos, rige el imperio de la ley.
La capacidad organizativa

Al igual que sucede en la gestación de muchos movimientos sociales y partidos, los intelectuales desempeñan un papel crucial de vanguardia ilustrada. El éxito inicial de Ciudadanos es inconcebible sin el impulso de un grupo de escritores, dramaturgos, periodistas y profesores universitarios que aportan, en un momento propicio, elementos motivadores al discurso con el fin de arrastrar a colectivos más amplios a la acción política. Ciudadanos es, en buena medida, producto de artículos periodísticos, pequeños opúsculos, charlas públicas y manifiestos de una indudable calidad argumental y eficacia instigadora. Los quince intelectuales que intervienen en la gestación de Ciudadanos se reúnen periódicamente, mantienen correspondencia electrónica, contemplan diversas opciones de movilización y, en algún caso, se comprometen directamente en la articulación de las estructuras del partido (incluso, a tenor del testimonio de Antonio Robles, intervienen activamente en la elección de los primeros líderes). Muchos de ellos participan en los primeros actos de agitación y las actividades de campaña electoral tras la constitución del partido.

Son un grupo indudablemente eficaz, que atesora grandes dosis de talento y carisma. Pero no están solos. Gracias al testimonio de Antonio Robles, sabemos que Ciudadanos es producto de la confluencia de estas energías intelectuales con otras de carácter más prosaico, pero absolutamente necesarias para articular el proyecto. El libro de Antonio Robles es un extraordinario recordatorio del papel de pequeños agitadores sociales, casi anónimos, integrados en estructuras organizativas precarias, que permanecen semilatentes durante largos períodos, pero que pueden cobrar un protagonismo inusitado cuando entran en contacto con esas energías intelectuales catalizadoras y, en el espacio político, aparecen «ventanas de oportunidad». En esas células se gestan ideas, pero, sobre todo, se reclutan y coordinan activistas, se captan recursos, se desarrollan actividades de divulgación y propaganda, y se diseñan estrategias de acción política.

La gestación de Ciudadanos no es un proceso lineal ni exento de tensiones. No todos los promotores comparten el mismo proyecto ideológico y estratégico. El libro de Robles nos ofrece interesantes estampas de enfrentamientos y refriegas derivados del choque de proyectos personales, talantes y visiones programáticas. Especialmente destacable es el dualismo ideológico, que a veces desemboca en conflicto abierto, entre promotores de corte «liberal» (con Arcadi Espada a la cabeza) y socialdemócratas (capitaneados por Francesc de Carreras). En palabras de Robles, los primeros querían diseñar una plataforma política fuera de las coordenadas izquierda/derecha, donde encontraran acogida ciudadanos que se sintieran abandonados o traicionados por las opciones políticas en el mercado, ya fueran de izquierda o de derecha (La creación de Ciudadanos, p. 46). Los segundos ponían el acento en construir un alternativa progresista al Tripartito, pero sin renunciar a sus valores sociales y su estética. La verdadera ambición de estos últimos, de acuerdo con Robles, era ofrecer una alternativa en el espacio político desocupado por el Partido Socialista de Catalunya una vez comprobado –fehacientemente– que los socialistas habían traicionado los valores ilustrados que se le presuponían.

A estos problemas de tensión ideológica entre los promotores del proyecto hay que añadir la complicada gestión del desembarco masivo y repentino de cientos de nuevos militantes. La llegada de estos nuevos simpatizantes y colaboradores levanta las suspicacias de los «liberales», que temen que la entrada en el partido de esos contingentes pueda desequilibrar la orientación ideológica del partido en beneficio de sus rivales progresistas. Robles también se refiere a la entrada de grupos de derecha intransigente, que llegaron a poner en peligro la existencia misma de Ciudadanos (p. 48), pero nos ofrece pocos detalles sobre el papel que pueden haber desempeñado en la vida interna del partido y en la adopción de ciertas estrategias (como la infausta alianza con la plataforma de extrema derecha de ámbito europeo llamada Libertas).

Una ventana de oportunidad política

Ciudadanos no podía haber aparecido en el panorama político en cualquier momento. Como nos relata Robles, antes de la gestación de Ciudadanos se habían producido diversos intentos de articular instrumentos políticos para hacer frente al nacionalismo, pero ninguno se había materializado en una opción electoral con posibilidades de alcanzar representación parlamentaria. Robles los califica como «años perdidos» (p. 26) y relata cómo muchos de los promotores posteriores de Ciudadanos (comenzando por Francesc de Carreras) tenían depositadas sus esperanzas en la llegada del Partido Socialista de Catalunya a la Generalitat.

En este sentido, el triunfo electoral de Pasqual Maragall en las elecciones autonómicas de 2003 provocó el entusiasmo de muchos militantes de la causa antinacionalista. Un entusiasmo que no tardó en tornarse en frustración y toma de conciencia sobre la necesidad de abandonar cualquier expectativa de que el Gobierno del PSC (junto a sus socios ecosocialistas e independentistas) iba a representar un cambio de rumbo drástico respecto al nacionalismo pujolista.

Los movimientos sociales son algo más que ideas y promotores que tienen la capacidad de propagarlas. Los movimientos cristalizan cuando aparecen espacios de oportunidad política. Sin esas ventanas que se abren de manera muchas veces inesperada, el embrión de cualquier movimiento social está abocado a una vida generalmente corta. Como sugieren los politólogos Astrid Barrio y Juan Rodríguez Teruel en un artículo publicado en la revista de ciencia política Pôle Sud («Pour quelles raisons les partis politiques en Catalogne se sont-ils radicalisés? Le système des partis et la montée du souveranisme (1999-2012)», núm. 40 (2014), pp. 99-120), la clave del cambio que se produce en la política catalana, y que abre una ventana de oportunidad a la irrupción de Ciudadanos, se gesta a partir de 1999, cuando el PSC empieza a disputarle a Convergència i Unió la hegemonía política y consigue «desbloquear» un sistema de partidos que hasta el momento se había mostrado hermético a la alternancia. En el curso de este proceso, los distintos partidos del arco parlamentario catalán van a terminar proponiendo el eje centro-periferia como el espacio principal de competición interpartidista (un eje que no figuraba como foco de atención prioritario de la ciudadanía).

El principal hito que precipita el cambio de estrategias políticas es el resultado electoral del PSC en 1999: victoria en votos, derrota en escaños. Durante la legislatura 1999-2003, el PSC fue alimentando la expectativa de alternancia y cultivando relaciones políticas que pudieran hacerla posible. Como sugieren Barrio y Rodríguez Teruel, en este contexto, el PSC lanza la propuesta de reforma del Estatut para favorecer el acuerdo con ERC y dificultar la relación entre independentistas y nacionalistas de CiU, sin que existiera realmente una demanda social transversal a favor de esta iniciativa.

La formación del Tripartito en 2003 consolida este cambio de la dinámica de competición partidista, que otorga un protagonismo creciente al eje centro-periferia y provoca la radicalización de programas y estrategias. Tras la salida del gobierno, CiU adoptó una estrategia de máximos en la negociación de la reforma del Estatuto de Autonomía, llevando al extremo la amenaza de bloqueo. En el trasfondo, hay una estrategia de CiU para recuperar el electorado nacionalista que se había ido a ERC y evitar pérdidas adicionales de su electorado tradicional.

En este proceso, todos los partidos van a verse empujados a catapultar al primer plano el eje identitario. Las tensiones en torno al intento de reforma del Estatut terminan provocando la salida de ERC del gobierno tras una rebelión interna contra la postura de la dirección. Posteriormente, ERC acaba sufriendo escisiones que condujeron a la aparición de pequeños partidos (Solidaritat Catalana per la Independència, Reagrupament) volcados programáticamente en la consecución de la independencia. Por su lado, la estrategia de radicalización del PSC para atraerse a ERC en 2003 fue una fuente continua de tensión interna, y de conflicto con el Gobierno central del PSOE. La deriva de este proceso es la sustitución de Maragall por Montilla, la debacle electoral de 2010 y la catarata de abandonos de los dirigentes más catalanistas del PSC.

En este marco de radicalización nacionalista de la oferta partidista y exacerbación de las tensiones territoriales, Ciudadanos encuentra rápidamente un nicho electoral que no existía. Se trata de un espacio vacío, desalojado por el PSC, donde se atrinchera una bolsa importante de votantes, activistas anónimos e incluso militantes y cuadros políticos frustrados y dispuestos a pasar página. Los promotores de Ciudadanos, sin duda, se atreven a «decir lo indecible», y los pequeños héroes casi anónimos que colaboran en la logística realizan un esfuerzo ímprobo por dar a conocer y suscitar simpatías por el nuevo partido, pero sin esa «ventana de oportunidad política» que aparece, Ciudadanos no se habría convertido en la maquinaria política que alcanza representación parlamentaria en Cataluña en 2006 y hoy aspira a convertirse en opción de gobierno en el conjunto del Estado.

De Ciutadans a Ciudadanos

En los últimos meses, Ciudadanos ha irrumpido en el escenario nacional dispuesto a desempeñar un papel de primer orden en la conformación de nuevos gobiernos. Tras las elecciones municipales y autonómicas de mayo, su apoyo ha sido necesario para investir gobiernos en distintas Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, y los sondeos electorales auguran que va a ser determinante para asegurar la estabilidad a cualquier nuevo gobierno que surja de las próximas elecciones generales. Después de una década de vaivenes en la política catalana, Ciudadanos da el salto a la política nacional, impulsado por un nuevo equipo de intelectuales, de perfil mucho más técnico, liderados por el economista Luis Garicano, y que aparentemente tiene el visto bueno de sectores empresariales y profesionales irritados con la falta de iniciativa reformista del Gobierno popular.

En este sentido, Ciudadanos vuelve a reclutar fundamentalmente segmentos que se sienten traicionados por las políticas del Gobierno. Pero, esta vez, el relato es mucho más prosaico. No abanderan causas marginalizadas (más bien hay quien los ve como el «partido del IBEX» o el Podemos de derechas que reclamó en su momento el presidente del Banco de Sabadell, Josep Oliu), ni pueden cultivar retóricas de resistencia y asedio. Los destinatarios de sus mensajes regeneracionistas son, a tenor de lo que nos dicen los sondeos, votantes centrados, de predisposición crítica y lealtades hasta hace poco volátiles a los dos partidos mayoritarios. Ciudadanos es una nueva criatura política. A diferencia de lo que sucedía en Cataluña en 2005, sus discursos y propuestas no provocan rechazo, sino que más bien corren el riesgo de terminar siendo apropiados –de manera más o menos adulterada– y metabolizados por los partidos mayoritarios.

En este nuevo contexto, los retos y dilemas son diferentes. Hay diversos proyectos editoriales en marcha –entre otros, un libro del propio Luis Garicano y Antonio Roldán Monés de próxima aparición– que prometen ofrecer claves para entender qué queda del partido insurgente, que jugó y sigue jugando a la contra en el escenario catalán. No me cabe duda que los trabajos aquí reseñados serán de obligada referencia.

Pau Marí-Klose es profesor de Sociología en la Universidad de Zaragoza. Sus últimos libros son Infancia y futuro. Nuevas realidades nuevos retos (Barcelona, Fundació “la Caixa”, 2010) y Adolescents a Barcelona. Estils de vida, àmbit educatiu i conductes relacionades amb la salut (Barcelona, Ajuntament de Barcelona, 2010).

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