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El poder de los intelectuales

La caza de los intelectuales. La cultura bajo sospecha

César Antonio Molina

Barcelona, Destino, 2014

528 pp. 22,50 €

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¿Qué se le exige a un intelectual? ¿Independencia? No siempre. ¿Quiénes son los intelectuales y cuál es su función? Algunos, como Edoardo Sanguineti, lo tenían muy claro: son personas con grandes conocimientos que colaboran en la difusión de la «conciencia de clase», una afirmación donde el componente ideológico resulta por completo evidente. ¿Pueden, en este sentido, los intelectuales manifestar tan abiertamente sus tendencias, o esto es ya algo del pasado? ¿Sigue habiendo intelectuales hoy en día? Y, aún más, ¿qué posiciones ocupan dentro del sistema? Al hilo de estos y otros interrogantes, hilvana César Antonio Molina su última propuesta ensayística, un libro que centra su interés en la compleja relación fraguada entre ese extraño grupo social al que llamamos intelectuales y el no menos genérico poder. Con una prosa clara y llena de expresividad, el autor realiza un amplio recorrido histórico y conceptual por los múltiples vínculos que la cultura y diversas autoridades, sobre todo políticas, han descrito a lo largo de nuestra tradición.

La caza de los intelectuales. La cultura bajo sospecha se abre con una larga conversación entre Molina y el pensamiento y conductas de Cicerón, para concluir con una sugerente reflexión en torno a la virtualidad del mundo contemporáneo. Ambos capítulos, primero y último del volumen respectivamente, nos permiten condensar algunos de los modos de escritura que César Antonio Molina adopta en este ensayo. Si se habla de una conversación para describir el comienzo es precisamente porque ésta es la forma que emplea el autor para interrogar, retratar o criticar los juicios y posturas del rétor romano. El mismo procedimiento se sigue en otros muchos de los textos aquí reunidos y dedicados a confrontar, a través de las lecturas de Molina, las ideas y prácticas de un gran número de intelectuales: «el intelectual, tanto de derechas como de izquierdas, toma posiciones ideológicas y las defiende con convicción, pero sin desprenderse de sus propios intereses». Especialmente llamativas, en este sentido, son las profundas contradicciones que el autor del ensayo constata en personajes como Séneca, Rousseau o Voltaire frente a la integridad de, por ejemplo, Mariano José de Larra o Spinoza: «A veces sucede que entre la obra de un escritor y su vida hay un gran abismo. Sus textos pueden ser ejemplares, pero él mismo representar todo lo contrario. No es éste el caso de Spinoza». Hombres coherentes que son valorados de un modo muy positivo, a diferencia de las reservas que a cualquier lector le asaltarían ante otro tipo de comportamientos. Tal sería el caso de Knut Hamsun, que sirve al escritor como ejemplo para reflexionar sobre una importante cuestión, igualmente extensiva a otros de los intelectuales examinados en este ensayo: ¿pueden deslindarse vida y obra? ¿La primera anula los logros de la segunda? Las respuestas nunca podrán ser categóricas.

Asimismo, el capítulo con que se cierra el libro pone en evidencia la importancia que César Antonio Molina otorga a sus experiencias personales a la hora de construir el discurso. A lo largo de estas páginas, son numerosas las ocasiones en que los distintos análisis sobre algún autor o contexto cultural se ven ampliados por las propias vivencias. Por tanto, más allá de las posibilidades que esta perspectiva ofrece como recurso narrativo, el autor de La caza de los intelectuales se sitúa con ello en la senda de uno de los más altos representantes del género ensayístico: Michel de Montaigne, para quien el ensayo era el género con mayor libertad de pensamiento y dicción. «Todos nosotros somos sus herederos», escribe.

No cabría realmente otra actitud en un escritor que, al igual que muchos de los protagonistas de este libro, ha desempeñado importantes cargos públicos sin haber renunciado, por este motivo, a su actividad literaria. El libro intenta explicar al lector por qué muchos intelectuales se adentraron en política (o políticos en el ámbito de la cultura), cómo actuaron, qué les llevó a distanciarse de ella, al tiempo que sirve como meditación personal: «Todos somos cómplices de la política, por acción u omisión». También se detiene en la otra parte del binomio cultura-poder, es decir, en mostrar cómo ciertos intereses políticos, económicos o, incluso, puramente personales han sometido al campo cultural en beneficio propio. Los ejemplos son múltiples y ricos en matices, hecho que demuestra el vasto conocimiento que Molina posee de la tradición occidental, en especial de la francesa y, por supuesto, la nacional: de las conjuras latinas hasta las no menos violentas traiciones de Jovellanos y Campomanes, sin olvidar el implacable dominio de los reformistas sobre sus coetáneos, para terminar con el imperio de la sinrazón que asoló el siglo XX y del que todavía hoy continuamos padeciendo algunos de sus más sutiles vestigios. Por otra parte, a ese bagaje histórico se suma un abundante trabajo de lectura y documentación, como se constata en las múltiples y variadas citas que atraviesan los textos; algunas algo extensas, pero casi siempre tremendamente reveladoras, como es el caso del fragmento que Molina rescata de un artículo publicado por Manuel Chaves Nogales, en Ahora, sobre la connivencia de la sociedad y las autoridades judías con el genocidio nazi.

A pesar de no estar organizado en secciones ni mantener una dependencia insalvable entre sus partes, los diferentes capítulos que integran el volumen se concentran en determinados períodos de la historia y núcleos temáticos que acaban revelando la querencia del autor por los sabios de la Antigüedad o la Ilustración. También demuestran la especial perturbación que experimenta Molina al rememorar las atrocidades que muchos hombres y mujeres de la cultura sufrieron durante el nazismo y el estalinismo. Extraña, sin embargo, la nula presencia de intelectuales contemporáneos, al menos disfrutando de una consideración análoga a la de sus predecesores. A menudo Molina apoya sus ideas en interesantísimos textos publicados por autores de la segunda mitad del siglo XX, como Walter Ong, Gilles Lipovetsky o Hans Magnus Enzensberger, pero éstos no constituyen un referente social, o moral, como sí podrían hacer el resto. Tampoco el pensamiento más reciente en español, ese largamente perseguido por el régimen, encuentra un espacio semejante al que se le otorga al de la España de las luces o a otros intelectuales europeos de las primeras décadas del siglo XX. No obstante, las menciones a Unamuno, María Casares, Jorge Semprún, Octavio Paz o el capítulo dedicado a comentar la querella entre Jorge Volpi y Mario Vargas Llosa nos acercan algo más a nuestro tiempo. Por eso mismo, acaso las ausencias señaladas representen la desaparición de la figura del intelectual en el mundo que hemos construido, o quizá sea un modo de constatar su pérdida de poder.

A pleno rendimiento o no, lo cierto es que la actividad intelectual continúa siendo indispensable en la comprensión de nuestro presente y, en esta tarea, los análisis de César Antonio Molina sobre la realidad contemporánea cumplen con tal objetivo. Su profundo conocimiento de la situación cultural y política actual y, por supuesto, del pasado, le permite dilucidar con gran eficacia las nuevas distorsiones a que nos abocan ciertas derivas administrativas de la Europa menos europea, la excesiva mercantilización de los bienes culturales o el estado de anestesia mental que ha ocasionado el abandono de cualquier tipo de esfuerzo en la lectura.

Rosa Benéitez ha sido investigadora del área de Estética y Teoría de las artes en la Universidad de Salamanca. Es coeditora del libro Tipos móviles (Salamanca, Luso-Española de Ediciones, 2011). Ha traducido al poeta Antonio Porta y al filósofo Federico Vercellone (Más allá de la belleza, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013).

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Ficha técnica

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