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Crónica del final de la Unión Soviética

Seis años que cambiaron el mundo. 1985-1991. La caída del imperio soviético

Hélène Carrère D’Encausse

Barcelona, Ariel, 2016

Trad. de Ana Herrera

384 pp. 23,90 €

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Permítame el lector o lectora que comience con un recuerdo personal: el año 1986, justo al comienzo de la perestroika, llegué al Madrid del final de la movida para estudiar Historia en la Universidad Complutense. Animado por los cambios que Hélène Carrère D’Encausse tan bien describe en este libro, comencé a estudiar ruso y decidí dedicarme a la historia de esa parte de Europa entonces tan desconocida. Eran tiempos en los que, aunque el Partido Comunista de España se había hundido y el desencanto había hecho mella en los estudiantes, que estaban escasamente politizados, aún existían corrientes muy poderosas que seguían considerando al comunismo y a la Unión Soviética como algo propio, cercano, como un modelo a imitar. Nadie podría haberse imaginado por aquellas fechas que cuando aquella promoción, la mía, terminara los estudios, se encontraría con que el grandioso imperio soviético se había derrumbado y, de pronto, la Unión creada por Lenin y los suyos habría pasado a la historia.

En medio de la escasez de textos históricos sobre Rusia y la Unión Soviética que por aquel entonces padecíamos los estudiantes españoles, brillaban los de una profesora francesa, Hélène Carrère D’Encausse (1929), cuyos libros, escritos con verbo y fuerza, daban acceso, bien en el original francés, bien traducidos al castellano en España o Argentina, a un conocimiento profundo del tema soviético, extraído de fuentes primarias. Además, Carrère D’Encausse se había especializado a lo largo de los años sesenta y setenta en uno de los aspectos más ignorados y escasamente valorados por quienes analizaban los Estados del socialismo real: los nacionalismos en la Unión Soviética. Su El triunfo de las nacionalidades. El fin del Imperio soviético, publicado en castellano en 1991, constituía un certero análisis de los insuperables escollos que Gorbachov había encontrado en los independentismos para realizar su programa de reformas. Mucho antes, en sus libros sobre los musulmanes de Asia Central y el progresivo surgimiento de problemas nacionalistas en esa periferia del imperio, en especial en L'Empire éclaté, la autora había apostado por que éste sería el motivo que llevaría al cumplimiento de la conocida profecía del disidente Andréi Amalrik acerca de que la Unión Soviética no sobreviviría a 1984. Esta anécdota la cita la autora –sin recordar que su propia predicción acerca de los musulmanes soviéticos no se cumplió– casi al principio del libro que aquí nos ocupa.

Con toda seguridad, el interés de Carrère D’Encausse hacia las nacionalidades del imperio soviético surgió por sus circunstancias familiares. Su padre, Georges Zourabichvili, fue un exiliado georgiano, emigrado a Francia tras la invasión bolchevique del país en 1922, y hecho desaparecer por la Resistencia francesa al final de la Segunda Guerra Mundial debido a su colaboración con los ocupantes alemanes. Gracias a su familia, Carrère D’Encausse, que nació con el estatus de apátrida, estaba familiarizada con las enormes diferencias de los pueblos que habitaban un territorio que, desde Europa Occidental, se veía como uniforme, grisáceo, homogéneo.

Seis años que cambiaron al mundo evoca, sin duda, el título clásico de John Reed. Y la autora no duda en declarar que estos seis años, los de la perestroika, supusieron un cambio tan radical como los «diez días» de 1917. Es una historia que comienza en una Unión Soviética que «todavía era una superpotencia y no tenía otro rival que Estados Unidos», que mantenía su hegemonía a lo largo de Europa del Este y del entonces llamado «Tercer Mundo». Carrère D’Encausse describe cómo esta situación, de aparente solidez, contrastaba con una elite política envejecida e ignorante, cuya decrepitud no escondía otra cosa que un país en verdadera ruina: con una economía en declive en todos los ámbitos, incapaz de alimentar a su propio pueblo; en decadencia demográfica en buena parte del Estado; asfixiado por el excesivo gasto militar; comprometido en una guerra de invasión, la de Afganistán, que había destruido por completo su ventaja propagandística en el campo de las relaciones internacionales y lo había envuelto en un conflicto que tenía para el país unas implicaciones similares a las de Vietnam para Estados Unidos. Desde finales de los años setenta, la esperanza de vida se había reducido de manera espectacular y la salud, en general, se había deteriorado: según datos entonces secretos, un recluta de cada tres no era apto para el servicio militar.

No había mucho espacio para el optimismo. Las muertes sucesivas, en tres años, de tres dirigentes, resultaron metáfora adecuada de un país que parecía estar abocado a la reforma o al abismo. El Partido Comunista eligió, si bien con precauciones y algo de inconsciencia, la reforma. Y este es el verdadero tema del libro: la revolución de Gorbachov y su final, imprevisto, inesperado, que abrió las puertas a una transformación global de amplio alcance. Con este libro, Carrère D’Encausse parece rendir un homenaje a un político que ha sido denostado y ultrajado en Rusia hasta el infinito por –según opinión general– propiciar la destrucción y desaparición del país de los soviets, en un proceso que, según el actual presidente ruso Vladímir Putin, constituyó «la mayor tragedia del siglo XX».

La autora describe hábilmente el proceso de la elección de Gorbachov como secretario general del Partido Comunista como una sucesión de oportunidades aprovechadas y de felices casualidades: las rapidísimas y sucesivas muertes de los gerontócratas impulsaron la necesidad de escoger a alguien más joven; Gorbachov no era temido por los más conservadores –entre otras cosas, porque apenas se lo conocía– y él mismo supo ganarse el apoyo de algunos pesos fuertes del partido, como Andréi Gromyko, ministro de Asuntos Exteriores, que, entendiendo que su edad lo dejaba al margen, dio su beneplácito al candidato.

Gorbachov, que contaba con cincuenta y cuatro años por entonces, traía con él un cambio generacional clave. Carrère D’Encausse habla de un «estilo Gorbachov»: no sólo porque fuera un gobernante «que no avergonzaba» a su país, como manifestó el famoso disidente Andréi Sájarov (p. 34), sino también porque era un hombre educado, que hablaba sin la jeringonza típica de los comunistas soviéticos, que había viajado y que, además, contaba con el importante activo de su mujer, Raisa. La aparición de Raisa junto con Gorbachov en todos los aspectos de su vida pública –algo nunca visto en los anteriores jerarcas– permitía conectar a buena parte de las sufridas mujeres soviéticas con una vida más allá del trabajo incansable, las colas interminables, el cuidado del hogar y la espera del marido beodo que no llega nunca. La pareja Gorbachov representaba un síntoma de modernización y de apertura hacia la mujer en un mundo político extraordinariamente cerrado y masculinizado.

En forma algo atípica dentro de las síntesis actuales de historia de la Rusia contemporánea, enormemente hostiles al personaje, Carrère D’Encausse realiza también una valoración muy justa y atinada de la otra gran figura del momento, Borís Yeltsin. Más allá de los tópicos centrados en su alcoholismo y de la responsabilidad que hoy día se le achaca en Rusia por haber alentado el capitalismo salvaje y brutal de los años noventa, la autora analiza su compleja personalidad y su papel en el desmantelamiento del sistema soviético. Y le reconoce, de un modo que recuerda y retrotrae a las emociones de aquel momento, su papel como hombre del pueblo, su cercanía populista a obreros y campesinos, su carácter radicalmente democrático y revolucionario. En la obra que estamos comentando se percibe a ese político sin miedo que en agosto de 1991 se sube a un tanque frente a la Casa Blanca moscovita y arenga a los ciudadanos para denunciar «el carácter ilegal del golpe de Estado de derechas, reaccionario y anticonstitucional» (p. 226).

El hecho de que estemos hablando tanto de biografías en un libro que es una síntesis de historia política muestra la forma extraordinariamente inteligente con que Carrère D’Encausse ha desarrollado la exposición del final de la Unión Soviética. La autora narra con agilidad y soltura las luchas de poder en el seno del Comité Central entre conservadores y liberales, con un Gorbachov basculando de un lado a otro e intentando evitar que las presiones de las nacionalidades, cada vez mayores, empujaran al Estado y al Partido Comunista hacia territorios inexplorados. Examina y valora la oposición de Yeltsin, errática pero dura, insistente y a la vez incoherente, con la única constante de la exigencia de no dar un paso atrás. Explica también con acierto las reacciones de una sociedad –mayoritariamente urbana–, a la que la glasnost, la libertad de expresión y la pérdida del miedo, convirtieron de pronto en ciudadanía consciente y activa, que comenzó apoyando y admirando a Gorbachov, para ir descubriendo luego otros horizontes. Describe con detenimiento los puntos de no retorno en los que la reforma estuvo a punto de ser aplastada, como el debate constitucional sobre la supresión del artículo que imponía al Partido Comunista como vanguardia rectora de la sociedad, un debate que acabaría por llevar al disidente Sajárov a la tumba. Habla, además, de la violencia, la practicada por Gorbachov –la intervención en Lituania, por ejemplo– y la ejercida en repúblicas vueltas poco a poco al separatismo y, en consecuencia, al enfrentamiento étnico.

No todo fue fácil y, aunque, ciertamente, la orgía de violencia y guerras civiles que muchos esperaban y temían no llegó a producirse, la disolución final de la Unión Soviética se cobró muchas víctimas y dejó muchas heridas abiertas. Y del análisis de Carrère D’Encausse se desprende algo que no siempre se ha expresado bien: no había ninguna razón para que el proyecto gorbachoviano no hubiera tenido éxito, incluso más allá de él mismo. No había razón obligatoria para que la Unión Soviética, encarnada en un sujeto político más descentralizado y democrático, no subsistiera, como de hecho querían y demostraron querer sus ciudadanos, votando masivamente por el mantenimiento de la Unión en el referéndum de marzo de 1991. La autora aporta, por cierto, un dato de cosecha propia que no resulta en rigor sorprendente, pero sí inesperado, por venir de una fuente insospechada. Nursultán Nazarbáyev, el presidente kazajo, refirió a Carrère D’Encausse que, ya firmados en diciembre de 1991 los acuerdos de Bialoveya que llevaron a la disolución final del país, recibió una llamada de teléfono del propio Yeltsin para pedirle que se uniera a ellos. Nazarbáyev no podía convencerse de que estuviera planteándose el fin del Estado soviético, y llegó a preguntarle al ruso si no se hallaba en estado de embriaguez (p.255).

Uno de los aspectos más sorprendentes de este libro es que, pese a centrarse en los seis años comprendidos entre 1985 y 1991, setenta y cinco de las trescientas cincuenta páginas de texto estén dedicadas al periodo posterior, cubriéndose el final del siglo XX. Carrère D’Encausse afirma, expresamente, que «al abandonar por voluntad propia el poder el 31 de diciembre de 1999, Borís Yeltsin puso punto final a la historia del imperio soviético y al imperio mismo» (p. 348). La autora, pues, incluye en el final del imperio todo el proceso de transición al capitalismo, que según ella concluiría con la llegada de Putin y su amplio programa de reformas autoritarias, pero estabilizadoras. Habría que preguntarse por qué, si Carrère D’Encausse considera tan importante lo que pasó después, no dice ni una sola palabra sobre la invasión de Crimea en 2014 y la subsiguiente guerra en el Donbáss, las cuales podrían considerarse perfectamente consecuencias de un proceso mal terminado, esto es, de la no aceptación, por parte del liderazgo ruso, de que el imperio había terminado en 1991, o en 1999, como mantiene la autora de este libro.

Y precisamente porque el libro termina en 1999, en un momento de terrible crisis económica y social, con la segunda guerra de Chechenia y el comienzo del terrorismo a gran escala, sorprende la valoración final extremadamente positiva y optimista de esa revolución gorbachoviana y de la disolución del imperio de Lenin. Coincido, sin embargo, por completo con el último párrafo del libro, en el que Hélène Carrère D’Encausse afirma que tarde o temprano la historia colocará a Gorbachov y a Yeltsin «en el lugar que les corresponde en la historia de Rusia, entre los grandes reformadores que, desde Pedro el Grande, se empeñaron en modernizar Rusia».

José M. Faraldo es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense. Es autor de Europe, Nationalism, Communism. Essays on Poland (Fráncfort, Peter Lang, 2008) y La Europa clandestina. Resistencia a las ocupaciones nazi y soviética (1938-1948) (Madrid, Alianza, 2011).

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