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FIETTA JARQUE. YO ME PERDONO

YO ME PERDONO

FIETTA JARQUE

Yo me perdono, de Fietta Jarque, ha sido publicado por Alfaguara. La mirada del narrador 48 Noviembre, 1998.

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No deja de ser sorprendente lo poco que la historia de la América de habla española ha estimulado a los novelistas de uno y otro lado del Atlántico. Ahora que se conmemora el desastre del 98 puede constatarse que el problema cubano apenas inspiró alguna novelita más o menos contemporánea, de autores oscuros, y que uno de los mejores cuentos sobre el asunto lo escribió Jesús Fernández Santos sesenta años después. En el famoso 92, acaso por culpa del irredentismo vasco, la simbología de la conquista acabó centrándose en una figura como la de Lope de Aguirre, y convirtiendo en una especie de héroe epónimo a aquel soldadote brutal de mentalidad arcaizante, precedente de los sanguinarios dictadores que ha conocido la América Latina y capaz de matar a su propia hija en su furor de terrible patriarca.

Mientras el siglo XIX incitaba al resto de Europa a una lectura novelesca de su pasado, lo que sin duda fue una manera de reconciliarse con él o de asumirlo, del drama americano en España sólo se recordaron los amores de Cortés y doña Marina y el enfrentamiento de Pizarro y Almagro, con curiosa reiteración, en obras de poca monta novelesca y teatral. La cosa no fue mejor al otro lado del océano. No es, pues, extraño que, aún no reposadas mediante el mito las sangres de la historia, la polémica de la conquista aflore a veces de manera tan furibunda, que parece que los españoles acabamos de abandonar aquellas tierras.

La reconsideración de la conquista, de la colonia y de la independencia a través de la ficción literaria sigue siendo uno de los asuntos pendientes del imaginario hispánico. Por eso es tan interesante, en principio, la aparición de novelas que busquen su escenario en aquellos espacios y que intenten desentrañar o comprender algunos de los aspectos que sirvieron de base a una de las mayores hibridaciones culturales de la historia humana.

La acción de Yo me perdono tiene lugar durante el primer tercio del siglo XVII en el virreinato del Perú, y su tema es, precisamente, un aspecto del desconcierto y la alucinación que trajo consigo el violento cambio impuesto por los nuevos señores en la cultura preexistente, con todas las fricciones y desarraigos que llevó consigo. El propósito de la autora tiene, pues mucha más ambición que la pura reelaboración histórica, pero no sería justo desconocer la certeza con que están reconstruidos tanto los espacios del poder y sus representantes, venidos de aquel mundo tan extraño para los colonizados, como los de la vida cotidiana de los propios indígenas. Desde una consideración meramente histórica la novela está bien conseguida, la época se evoca con certeza y verosimilitud, y temas tan propios del momento que trata como el coleccionismo o el gusto por los disfraces, forman parte no sólo de lo que pudiéramos llamar la ambientación sino del propio juego dramático del libro.

La trama principal se estructura en torno a una tentativa de encuentro con las potencias superiores en que colaboran cuatro personajes. Un párroco, fervoroso creyente, pretende convertir el edificio mismo de su parroquia en una especie de bastión contra las fuerzas maléficas, que en los momentos de confusión y cambio que se están viviendo siguen descarriando a los indígenas en determinadas celebraciones furtivas. Una de las piezas fundamentales que el párroco utiliza en su labor es un libro sagrado, secreto, que puede estar escrito en el lenguaje de los arcángeles. Le servirá de secretario un inca al parecer convertido a la religión de los conquistadores, que en realidad sigue siendo depositario clandestino de su propia cultura. Colaborará con su obra un comerciante mecenas, que al parecer se reúne a menudo con oscuros compañeros para practicar el juego, lector e intérprete también de un texto clásico de magia y a la postre judío encubierto. El encargado de ejecutar las imágenes que van dando forma precisa a los arcángeles benéficos será un pintor, cuarto elemento en la singular conspiración esotérica. Como tramas secundarias, y como telón de fondo, están ciertas intrigas de influencias y poder entre el obispo y el corregidor, una historia de amor bien urdida entre el pintor y una dama, y las tensiones entre el mundo indígena como consecuencia de las actuaciones de sus líderes.

La autora ha organizado el libro a partir de la evocación posterior del párroco, que es también una invocación y una conciencia un poco delirante. Tal texto sirve de hilo escueto a un juego de textos en contrapunto, por lo general en tercera persona, que dan la perspectiva del propio párroco, de un indio pastor, del comerciante mecenas, del inca, del corregidor, del obispo y de los demás personajes del libro.

La ambigüedad del proceso de desentrañamiento de los escritos sagrados y mágicos, y el mundo de alucinación y de apariencias en que se inscribe, produce efectos felices, como la aparición de una patrulla militar metamorfoseada en batallón de arcángeles arcabuceros. En otros casos, la autora ha querido llevar a sus extremos determinados aspectos más o menos misteriosos de la trama, en un esfuerzo de énfasis, aclaración o mecánica narrativa no tan afortunados. Citaría como ejemplos de lo que creo innecesaria explicitación cierta complacencia en los misterios del desentrañamiento de los escritos mágicos, la aventura del inca en estado de invisibilidad o el augurio funesto que va a determinar el hecho de que pueda existir una réplica de las imágenes de la iglesia, y que acaba cumpliéndose. Pero añadiría que en todos los casos se incurre en sobreabundancia por lo que pudiéramos calificar como exceso de celo narrativo.

No hay que perder de vista que Yo me perdono es una primera novela, y debe resaltarse que no lo parece, por lo bien conseguido de la organización de los elementos dramáticos y del juego de personajes, por la agilidad y eficacia con que desarrolla la trama principal y las subsidiarias, pese a lo variado y complejo de las perspectivas, y por la prosa rica, cuidada, expresiva, con que está compuesta, y que le da al conjunto sólida consistencia literaria.

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Ficha técnica

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