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Francisco Franco, entre sombras

La otra cara del Caudillo. Mitos y realidades en la biografía de Franco

Ángel Viñas

Barcelona, Crítica, 2015

439 pp. 22,90 €

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Ángel Viñas Martín es un historiador madrileño sobradamente conocido en el panorama historiográfico español por sus estudios sobre la Guerra Civil y la dictadura franquista, sobre todo en el ámbito de las relaciones internacionales. Si hubiera de destacar dos características de su dilatada obra, señalaría el énfasis en lo económico (como corresponde a su formación y dedicación académica) y su afán de perseguir el indicio documental. Su procedimiento positivista, a partir de la observación y la inferencia, es manifiesto en su primer trabajo, La Alemania nazi y el 18 de julio, que defendió como tesis doctoral en 1973 y que se publicó al año siguiente en Alianza Editorial. Lo mismo podría decirse de su compromiso con ciertas causas, que ha hecho que Ángel Viñas sea un historiador que no rehuye las controversias. Estas maneras de entender y practicar el oficio de historiador han marcado su trayectoria historiográfica, como ocurrió con su segundo libro, El oro español en la Guerra Civil, que le encargara el entonces director del Instituto de Estudios Fiscales, Enrique Fuentes Quintana, y cuya edición fue, en 1976, inmediatamente secuestrada.

Autor prolífico, fiel a su forma y estilo, su fecundo trabajo es mayor en los últimos años. Desde 2006 ha ofrecido a los lectores más de una decena de obras. Este último libro, cuya publicación ha coincidido con el 40º aniversario de la muerte del dictador, es una continuación de trabajos precedentes que contrastan diferentes «mitos» sobre Francisco Franco y la dictadura homónima: La conspiración del general Franco y otras revelaciones acerca de una guerra civil desfigurada (Barcelona, Crítica, 2011) y Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos del franquismo (Barcelona, Pasado & Presente, 2013), debiéndose mencionar su edición de la obra colectiva En el combate por la historia. La República, la Guerra Civil, el franquismo (Barcelona, Pasado & Presente, 2012), réplica a algunas de las entradas del Diccionario Biográfico Español, que ha editado la Real Academia de la Historia.

El propósito de Ángel Viñas, según sus palabras en el prólogo del libro reseñado, es iluminar varias facetas controvertidas del comportamiento de Franco mediante el análisis crítico de «nueva evidencia primaria relevante de época» (que el autor abrevia con la curiosa sigla EPRE) y del trabajo en archivos; todo ello presidido –añade Viñas– «por una idea inquebrantable a la verdad, por lo menos a la susceptible de ser documentada» (p. 12). En la consecución de este empeño, Ángel Viñas dice que lo que ha querido hacer es, como aprendió de Herbert R. Southworth, «otear» detrás de la superficie (p. 14). En relación con su método de trabajo, puntualiza que, a diferencia de una moda muy actual en España, su libro no trata de «representaciones», sino de «comportamientos documentables», de modo que no es «un estudio cultural» basado en fuentes abiertas [sic] o literatura secundaria y aplicando, bien o mal, modelos o conceptos teóricos. Su obra es –dice Viñas– de neta vocación «empírica» y «analítica» (p. 15). Ante tal declaración de principios metodológicos, que no puedo más que suscribir de partida, he de decir también que esa «moda» ha revestido mi propio trabajo desde hace años y que el análisis descriptivo apegado sólo al dato empírico no procura la explicación más completa, quizá por el sempiterno problema de la inducción y porque nadie está exento de acabar interpretando la realidad. La relación entre hechos e ideas supone siempre un «salto» lógico, que sólo la interpretación conceptual y teórica puede conducir por caminos más fructíferos.

Como se ha apuntado, el segundo rasgo de la obra historiográfica de Ángel Viñas es el compromiso y la controversia. En este nuevo libro, vuelve a plantar cara a ciertos historiadores. Se trata, sobre todo, del medievalista Luis Suárez Fernández, autor, entre otros trabajos suyos sobre Franco, de varias reseñas en el mencionado Diccionario Biográfico Español (que provocaron una ardua polémica), y de Stanley G. Payne y Jesús Palacios, autores del libro Franco. Una biografía personal y política (Madrid, Espasa, 2014). Frente a las posturas de estos historiadores, considero que el prolijo contenido del libro de Viñas se resume, por un lado, en el rechazo de la caracterización del franquismo como «régimen autoritario» (conforme al análisis politológico que hiciera Juan José Linz en 1964), pues Viñas remarca que hubo un componente fundamental fascista, en el que sobresalieron las doctrinas y las querencias pronazis, sobre todo del propio Francisco Franco; y, por otro, en el desenmascaramiento del «comportamiento oculto» que éste tuvo principalmente en sus finanzas personales.

Esas ideas se exponen a lo largo de los cinco capítulos del libro. En el primero, titulado «Un pasado de plastilina» (pp. 21-75), se argumenta en contra de la «plastinización» del pasado de la dictadura, mediante la cual ese supuesto régimen autoritario se fabricó un pasado moldeable a gusto de las autoridades y las circunstancias. Ángel Viñas destaca la pervivencia de ciertas características fundamentales de la dictadura del general Franco como unidad histórica y rebate los mecanismos pseudorrevisionistas de distorsión de su pasado. Así, desbroza tal asunto en cinco planos, en los que recalca la continuidad de la situación inexpugnable de Franco (al cual se refiere con la sigla SEJE, Su Excelencia el Jefe del Estado); la carencia de partidos políticos legales, la proscripción de todos los partidos y movimientos alternativos (particularmente de la izquierda), y la continua actividad represiva; la incapacidad de las clases dominantes para aceptar una modificación de algunos mecanismos de la estructura económica y social de España; la preocupación de Franco por mantener unas relaciones exteriores de acuerdo con sus propias necesidades de supervivencia personal, aunque siempre hubo una estrategia de retracción y un cierre de filas en torno a Franco como hombre providencial; y, por último, el rechazo de la modernidad y de una sociedad civil cultural, política e ideológicamente diversificada. El capítulo concluye con un epígrafe («El Caudillo hace trampas al solitario») en el que descuellan dos rasgos de la personalidad de Franco: su inmensa capacidad de autoengaño y su narcisismo, y se enfatiza que la principal motivación de sus decisiones militares fue prolongar la guerra con el fin de asegurar su propia posición política y procurar la destrucción total del enemigo.

En un toma y daca con el citado libro de Stanley G. Payne y Jesús Palacios, Ángel Viñas acude a ciertas aportaciones historiográficas recientes para fundamentar sus afirmaciones, que procura alumbrar documentalmente de manera puntillosa cuando puede. Pero la descripción precisa de una realidad sólo puede ir produciendo también una explicación, que es circunscrita de manera más amplia por una interpretación, si conceptos y teorías debidamente contrastados guían la inducción mediante síntesis o la deducción mediante hipótesis. Estas operaciones proyectan una «perspectiva» de la realidad, pues la «verdad científica» no es nunca absoluta. Valga un ejemplo de cómo ciertos conceptos pueden conformar el conocimiento, como ocurre con la noción de «redes de confianza» en relación con el funcionamiento concreto y cotidiano de un sistema político. Bajo la concentración de poder y el monolitismo en el proceso de institucionalización de la dictadura franquista (como resume Ángel Viñas), existieron agudas diferencias, que no fueron sólo ideológicas o políticas, puesto que las disputas se produjeron por ocupar espacios de poder. El funcionamiento del sistema político del «nuevo Estado» fue marcadamente personalista y estuvo movido por ambiciones concretas bajo la autoridad del general Franco y dentro del artificio del partido único, Falange Española Tradicionalista y de las JONS. La idea de «Movimiento» no fue más que una apelación a marchar hacia un objetivo común desde la tradición que legitimó el acto de la unificación política, decretado el 19 de abril de 1937. El campo político fue articulándose mediante redes personales y de confianza, es decir, vínculos entre un conjunto de actores sociales, que explican su conducta y sus sentimientos de afinidad. En estas relaciones informales, basadas en la fidelidad, la identidad de intereses y las lealtades personales, las alianzas oportunistas y las ambiciones cruzadas, la denostación y las inquinas en torno a algún punto o actores fueron las principales características que movieron la competencia política por el poder. En este sentido, hay que subrayar la relevancia de los «vínculos afectivos», es decir, las prácticas asociadas a las diversas formas de sociabilidad y de sensibilidad que caracterizan a cada colectivo, siguiendo la noción de «comunidad emocional» que la medievalista Barbara H. Rosenwein definiera como «grupos en los que la gente se adhiere a las mismas normas de expresión emocional y valora –o devalúa– la misma o parecidas emociones».

En el capítulo segundo del libro, «Franco y el Führerprinzip» (pp. 77-154), Ángel Viñas ubica el régimen de Franco sobre el eje fasticización-desfasticización frente a su categorización como régimen autoritario, insistiendo en la idea de un primer y un segundo franquismo. Así, resalta cinco rasgos simultáneos y combinados que asemejaron ese régimen a las dictaduras fascistas, sobre todo «la peculiar capacidad de Franco de ser fuente última de Derecho, es decir, de hacedor de leyes» (p. 81). Esta característica (que comportó que se adoptaran normas reservadas) sirve para que Viñas aplique, también al caso español, el concepto y la práctica del Führerprinzip o –traduzco– el «principio de liderazgo», es decir, el «caudillismo». La permanente exaltación del «Jefe» como hombre providencial, que ejerce, por su don carismático, una especial capacidad decisional sobre unas masas jerarquizadas, se destaca como un segundo rasgo compartido con los fascismos. Este análisis, que comparto, debe enmarcarse de manera más amplia dentro de la teoría del «Estado dual», que Ernst Fraenkel formuló tempranamente para caracterizar el Estado nacionalsocialista (The Dual State. A Contribution to the Theory of Dictatorship, Nueva York, Londres y Toronto, Oxford University Press, 1941). Fraenkel afirmó que la implantación del sistema legal del nacionalsocialismo provocó la intromisión del «Estado prerrogativo» (Maßnahmenstaat), ilegal y arbitrario, en el «Estado normativo» (Normenstaat), que integran las instituciones legales y nazificadas. La dimensión simbólica de la autoridad del caudillo carismático sirvió, más allá del proceder alegal o legal, como legitimación del ejercicio del poder en ambas esferas.

Además del carácter meramente formal de las Cortes y del mantenimiento de los «sindicatos verticales» en el ámbito normativo, otro rasgo que subraya Ángel Viñas es la violencia estructural. A pesar de las publicaciones que han ido apareciendo en los últimos años, la represión sigue siendo un tema que necesita tanto de nuevas síntesis como de una mayor clarificación de algunos de sus rasgos, sobre todo de aquellos que permitan una mejor concepción del fenómeno represivo. En este sentido, la categoría interpretativa básica es la distinción «representacional» entre amigo y enemigo, que penetró en la naturaleza política de los mecanismos represivos del «nuevo Estado». La aplicación de un «Derecho penal del enemigo» creó espacios de excepción en el ordenamiento jurídico para castigar como «enemigos» a un tipo de individuos estigmatizados como «desviados» respecto a las normas sociales de la tradición y el buen orden.

En el tercer capítulo, «La base militar y el modelo de disuasión de Franco» (pp. 155-202), Ángel Viñas afirma que el ejército, forjado en una guerra civil concebida como un combate en defensa de la civilización cristiana contra el comunismo, fue una de las bases permanentes, si no la principal, de la dictadura. En este punto, precisa que ello diferenció el caso español del nacionalsocialismo. Sin embargo, sostiene también que el «modelo de disuasión» de Franco tiene características especiales ajenas a las funciones tradicionales del militarismo español tanto por las circunstancias de la guerra de 1936-1939 como por el entorno internacional, siendo la relación con Estados Unidos su clave de bóveda. Se trató de un aparato militar conectado directamente con los mecanismos represivos, policiales y judiciales, y su despliegue buscó siempre disuadir al «enemigo interno», aunque fue incapaz de sostener un conflicto exterior mínimo. Quizá quepa precisar esta tesis de la novedad o la discontinuidad del Ejército a partir de 1939. Sin dejar de ser cierta, creo que también lo es la continuidad inicial de algunos rasgos ya presentes desde el último cuarto del siglo XIX, como establece la tesis de la militarización del orden público. Es posible que la novedad mayor fuera la creciente complejidad de la situación colonial en el norte de África y la injerencia política de los militares «africanistas» desde los primeros años del siglo XX. Este intervencionismo en la vida política de la Restauración explotó con el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera en el contexto internacional de la posguerra europea. La rebelión militar de julio de 1936 no fue más que otro «veto» a la situación creada tras las elecciones del 16 de febrero de ese año. La principal diferencia fue que, al discurso regeneracionista del general Primo de Rivera, siguió el discurso reaccionario de los conmilitones golpistas en el verano de 1936. Este cuadro permite reintroducir un concepto ya utilizado por la historiografía: el de «pretorianismo», es decir, un militarismo hacia el interior, que no pretende ganar poder y hegemonía estratégica en el exterior, sino, principalmente, mantener su influencia en el sistema político. Esta característica diferenciaría la dictadura franquista de los regímenes fascista y nazi, en los que el militarismo fue exterior y volcado hacia una agresiva política expansionista.

En este punto, cabe replantear la pregunta de qué fue el «franquismo». Cualquier respuesta está condicionada por la cuestión de cuáles fueron los orígenes: un golpe de Estado militar y la situación de guerra que provocó. El resultado: una dictadura militar, como siempre fue hasta la muerte del general Francisco Franco, que se articuló mediante redes de confianza e intereses, la práctica prerrogativa del poder, el castigo del «enemigo» y el pretorianismo del ejército. Otra cosa es la institucionalización inicial del régimen dictatorial en el contexto de los fascismos europeos y las circunstancias de las ayudas internacionales, que capitalizó el bando sublevado. La «fascisticización» del «nuevo Estado» se produjo más en la concepción y la legitimación de la autoridad caudillista del «Jefe» Francisco Franco y penetró hasta cierto límite los resortes de poder que controlaron sobre todo algunos sectores falangistas. Ángel Viñas expone, en el capítulo cuarto de su libro (pp. 201-280), que las querencias pronazis de Franco tras la victoria no fueron ajenas a tal inclinación, sobre todo en la política exterior durante el conflicto mundial. Pero también es cierto que procuró evitar cualquier injerencia externa que pudiera mermar su poder y eliminó cualquier amenaza que pudiera suponer el fortalecimiento del sindicalismo único más radical y la autonomía del partido único, cuidados desde Alemania. Esta ambivalencia plantea cuánto de convicción o de oportunismo hubo en las acciones del dictador Francisco Franco. La respuesta queda entre Pinto y Valdemoro.

Con este dicho, introduzco un aspecto del libro que me ha llamado la atención: el lenguaje que Ángel Viñas emplea recurrentemente. Podría hablarse del uso de un «lenguaje paródico» mediante la utilización de cierta jerga (como SEJE), un léxico a veces achulado, expresiones coloquiales y continuas calificaciones e interjecciones que buscan la degradación de una realidad, una idea u otro autor. Semejante lenguaje paródico a través de la burla se detiene una y otra vez en los fallos o debilidades de ciertos autores para evidenciar lo que haya de falso, ridículo o trasnochado. Pero Ángel Viñas es un historiador erudito y competente, consciente de los recursos dialécticos que emplea, de modo que con tal forma de lenguaje procura reafirmar su posición. El lenguaje es, así, el instrumento de una forma de argumentación polémica, además de la evidencia documental y la subsiguiente lógica del análisis. Se trata de un buen ejemplo de dialéctica erística, del arte de discutir de tal modo que uno siempre lleve razón. Pero conviene ver la otra cara de ello, pues si un narrador interviene demasiado puede mermar la ilusión de realidad del relato al desviar la atención de los acontecimientos hacia el arte de la narración y las actitudes sobre ellos.

El libro tiene, a mi juicio, otra peculiaridad llamativa: como en las bodas de Caná, el mejor vino se guarda para el final. Se trata del último capítulo, «Franco se hace millonario en la guerra» (pp. 281-377), en el que Ángel Viñas indaga en el comportamiento de Franco en relación con la fortuna personal que acumuló en poco tiempo a través de un minucioso y fino análisis de lo que Viñas llama la «operación Café» (una donación de seiscientos mil kilos de café que hizo el dictador brasileño Getúlio Vargas) y de las operaciones de la sociedad Valdefuentes. En mi opinión, son las mejores páginas del libro, que concluye con unas conclusiones a modo de resumen de todo lo expuesto. En suma: que Franco fue un dictador militar fascistizado, con proclividad hacia lo nazi y que incidió en actividades personales dudosas, como fueron las relacionadas con los aspectos financieros. Quien tenga oídos para oír, que oiga.

Francisco Sevillano es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Alicante. Sus últimos libros son Ecos de papel. La opinión de los españoles en la época de Franco (Madrid, Biblioteca Nueva, 2000), Propaganda y medios de comunicación en el franquismo (1936-1951), Alicante, Universidad de Alicante, 2003), Exterminio. El terror con Franco (Madrid, Oberon, 2004), Rojos. La representación del enemigo en la Guerra Civil (Madrid, Alianza, 2007) y Franco, «caudillo» por la gracia de Dios, 1936-1947 (Madrid, Alianza, 2009).

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