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Para el rey, un muslo de Ávila

Un santo para una ciudad;ensayo de antropología urbana

MARÍA CÁTEDRA

Ariel, Barcelona, 1997

223 págs.

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Antaño, cuando tenían más influencia, los santos y las santas escogían pueblos y ciudades que querían proteger. Ellos mismos decidían ser abogados de lugares terrenales ante el supremo tribunal, o se les podía persuadir para que lo fueran. Pero los abogados celestiales no siempre resultaban eficaces a largo plazo; entonces, era necesario encontrar refuerzos; así, los pueblos y ciudades de España iban acumulando patronos y relegando a algunos al olvido.

Una manera muy antigua de asegurarse de que un ser celestial se comprometería realmente con un lugar era hacerse con su cuerpo, máxime si se trataba de un paisano. Los santos de cuerpo presente no sólo intercedían por el lugar, sino que atraían a peregrinos de fuera y daban lustre a la comunidad y sus cabildos, municipal y eclesiástico. En la lucha permanente por la dignidad, la prioridad y la prerrogativa, característica de la Edad Moderna, un buen santo podía ser una buena baza.

En Un santo para una ciudad María Cátedra examina esas relaciones cambiantes con la corte celestial en el caso emblemático de Ávila, «la ciudad de los santos». Su libro, sutil y ameno, combina el análisis histórico y la observación de la Ávila actual para seguir los altibajos de la popularidad de dos humildes santos locales, Segundo y Barbada, santos que posiblemente nunca existieron, pero que reflejan fielmente aspectos de una ciudad que los ha necesitado de forma intermitente. Cátedra se sirve de ellos como claves para entender las relaciones cambiantes de poder en la sociedad abulense desde el siglo XVI hasta el presente. El trabajo es una muestra más de la introducción de la historia sociorreligiosa al estilo de Peter Brown a la historiografía hispánica. Ávila es en este sentido un lugar privilegiado, ya que otra historiadora situada en esta línea, Jodi Bilinkoff, ha estudiado el contexto social de las reformas religiosas en el siglo XVI , en Ávila de santa Teresa (Espiritualidad, Madrid, 1993).

El descubrimiento de los restos de un obispo, dudosamente designado como «San Segundo», en una ermita en torno al año 1519, y los milagros obrados por su cuerpo desencadenaron una lucha por el santo entre la hermandad de dicha ermita y el cabildo catedralicio. Varios de quienes querían conservar a san Segundo en la ermita eran de origen converso, y algunos fueron comuneros. Cátedra utiliza esta disputa como muestra de la diversificación social de la ciudad a principios de la Edad Moderna.

Fue un obispo abulense, Diego Manrique de Lara, quien, en 1595, con el apoyo de Felipe II (el rey sisó para El Escorial un hueso grande «que parecía muslo»), pudo subir finalmente a san Segundo desde el humilde barrio del Puente a una costosa capilla en la catedral. De este modo, Segundo fue uno más de una serie de cuerpos de obispos santos encumbrados por unos traslados fastuosos a raíz de las reformas del concilio tridentino –como Ildefonso en Toledo, Fructuoso en Murcia y Julián en Cuenca. Con ellos quedaba realzada, a su vez, la dignidad episcopal.

Lejos de sus devotos del barrio del Puente, Segundo, patrón oficial, perdió popularidad y culto, eclipsado por mujeres santas como Mari Díaz y María Vela, santa Teresa, canonizada en 1622, y la Virgen de Sonsoles, en las afueras de la ciudad. Más tarde, en 1929, volvió a ser noticia cuando un historiador crítico, el padre Zacarías García Villada, dudó en su Historia Eclesiástica de España de que el cuerpo del llamado san Segundo hubiese sido santo alguna vez (y de que Santiago hubiera venido a España, y que la Virgen se hubiera llegado a aparecer en El Pilar, etc.). Un canónigo de Ávila salió en defensa de su obispo apostólico, pero la duda caló hondo y, cuando Cátedra llegó a Ávila en 1986, el clero daba por supuesto que Segundo era a lo sumo una tradición piadosa y no celebraba ya su procesión. Sin embargo, la autora pudo seguir muy de cerca un sorprendente renacimiento del interés por el santo en la última década, que puso de manifiesto un nuevo reparto de poder social y geográfico dentro de la ciudad.

Cátedra indagó también en la historia de una legendaria moza del pueblo de Cardeñosa que, milagrosamente, se hizo barbuda para despistar a un señorito de la ciudad que la perseguía con intenciones deshonestas. El culto a Barbada, ubicado en la misma ermita que Segundo, decayó igualmente y también ha sido reavivado en fechas recientes, primero por un párroco de Cardeñosa, y, luego, por emigrantes de Cardeñosa en Madrid. Esta leyenda y culto da pie a la autora a analizar la relación entre Ávila y su comarca.

Pero ni a san segundo, santa Barbada, san Ildefonso, san Fructuoso o san Julián se les encomiendan ahora, por lo general, los problemas graves, las crisis importantes de pueblos o personas. La vertiente religiosa de estos problemas suele reservarse a los santuarios comarcales o regionales y a los nuevos personajes santos, muchos sin canonizar aún. Este lector se quedó con las ganas de saber algo más sobre las alternativas locales: santa Teresa, ¿llegó a ser en Ávila una intercesora preciada? En la provincia de Cuenca san Julián se convirtió en especialista contra la langosta: ¿pudieron san Segundo, santa Barbada o santa Teresa ser de alguna utilidad en el campo de Ávila? Y ¿cuándo arrancó la devoción a la Virgen de Sonsoles? La autora señala el pequeño número de santas en comparación con los santos (uno frente a cuatro), pero, en realidad, la devoción votiva en España está mucho más orientada hacia figuras femeninas, si se incluye a María.

A la autora le preocupa más Ávila que la corte celestial, y su libro es un penetrante retrato de esta ciudad castellana en los últimos cuatrocientos años. Con san Segundo, logra situar admirablemente la historia de Ávila en un contexto más amplio: «La sombra de El Escorial y Madrid, Santiago, las tensiones del rey y del papa en el siglo XVI , la construcción del Estado, la monarquía absoluta, los santos europeos, la Contrarreforma, tienen que tomarse en cuenta al analizar un humilde santo en una pequeña ciudad. Y viceversa…». Un santo para una ciudad es una combinación innovadora de historia larga y antropología para entender cómo la gente encuentra, olvida y redescubre sus símbolos y señas de identidad religiosas.

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