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Noticias del paleoclima

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Mientras debatimos sobre un cambio climático que tiene, entre otros efectos, una lenta subida de la temperatura media, de fracción de grado en fracción de grado, tendemos a olvidar que las civilizaciones modernas han prosperado en el seno de una milagrosa burbuja de bonanza climática que se inició aproximadamente a partir de los 13-12 map (milenios antes del presente; por convención, milenios antes de 1950), justo a principios del Holoceno. La última glaciación se inició a partir de los 75 map, aproximadamente cuando se produjo la gran migración de los humanos desde África.

Los datos climáticos del pasado se deducen del comportamiento de ciertos parámetros que correlacionan con ellos y a los que se denomina testaferros. El estudio de estas correlaciones se hace mediante modelación por ordenador. Conforme se han refinado los modelos y la escala de tiempos se ha reducido de milenios a siglos y décadas, lo que parecían períodos plácidos y sin cambios notables se han desvelado como representados por curvas de temperatura sujetas a saltos bruscos de duraciones variables que dejan en mantillas el cambio que nos afecta actualmente.

A la salida de la última glaciación, la temperatura media sufrió, al parecer, oscilaciones que superaron los cinco grados centígrados, en transiciones de menos de un siglo e incluso, a veces, de menos de una década. Así, por ejemplo, en torno a 13 map, se dio un clima más cálido que el precedente y un medio rico en prados y pastizales, junto a la correspondiente fauna. Este período de bonanza acabó bruscamente a partir de 12,8 map, iniciándose un rápido descenso de la temperatura que diezmó la población humana y acabó con los bosques, los pastizales y la fauna de la que aquella dependía para su sustento, no tanto por el frío extremo como por la sequía que este trae consigo. El episodio climático se conoce como Younger Dryas, en alusión a las trazas de la hierba ártico-alpina Dryas octopetala, que aparecen fuera de lugar en los sedimentos correspondientes al período. De esta catástrofe climática resurgió la humanidad para inventar la agricultura. Los episodios de frío y sequía no se repetirían ya con la misma intensidad, salvo por breves incidentes ocurridos en el 8,2 map, 5,2 map y 4,2 map.

En la actualidad, algunos han expresado su preocupación por las posibles consecuencias de una brusca interrupción de la llamada «gran circulación de aguas profundas» del Atlántico Norte (GCAPAN). Algunos modelos climáticos sugieren la posibilidad de que dicha interrupción pudiera producirse, pero las condiciones actuales parecen excluir una interrupción prolongada, aunque, en un período interglaciar de circulación vigorosa como el actual, no puede descartarse que se presenten anomalías de duración más breve.

En un reciente trabajo publicado en la revista Science, Eirik Vinje Galaasen y colaboradores dan cuenta de varias interrupciones totales o parciales de la GCAPAN durante el anterior período interglaciar. El análisis de la distribución de isótopos del carbono en sedimentos no perturbados de foraminíferos bentónicos, en el sur de Groenlandia, ha permitido una resolución a una escala de tiempo inferior al siglo en la estimación de la intensidad de la GCAPAN. Las interrupciones deducidas tuvieron duraciones seculares y, entre sus consecuencias, cabe señalar una elevación del nivel del mar en la región, un aumento de la intensidad y la cadencia de las sequías en el Sahel, cambios en el patrón y la tasa de acidificación del océano y alteraciones del secuestro oceánico de anhídrido carbónico.

Aunque transitorias, las posibles anomalías enumeradas son motivo de gran preocupación entre los expertos. Los nuevos resultados sugieren que las interrupciones de la GCAPAN se produjeron en períodos que fueron templados en el norte del Atlántico y en los que hubo abundantes adiciones de agua dulce, justo lo que en la actualidad se espera que ocurra en el futuro (Groenlandia está deshelándose más rápidamente de los esperado).

Estas observaciones pueden parecer esotéricas para los que no somos especialistas en la materia, pero a mí me causan un considerable desasosiego cuando pienso que, a las preocupantes consecuencias previstas del actual calentamiento gradual, pudieran sumarse bruscos cambios como los que describen Galaasen y sus colaboradores. ¡Vivimos en el milagro!

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