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El mundo editorial

Opiniones mohicanas

JORGE HERRALDE

El Acantilado, Barcelona, 360 págs.

Lo peor no son los autores

MARIO MUCHNIK

Del taller de Mario Muchnik, Madrid, 488 págs.

Banco de pruebas

MARIO MUCHNIK

Del Taller de Mario Muchnik, Madrid, 202 págs.

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A los mohicanos, como tales, hace mucho tiempo que se los llevó el viento de la historia (y del olvido). Y menos mal que tuvieron a un Fenimore Cooper para cantar al último de ellos (y a un Daniel Day-Lewis para llevarlo al cine). A los mohicanos de América del Norte, ya se entiende, que los de aquí, tipo Herralde, editor pequeño pero bravo, autor precisamente de Opiniones mohicanas, o Manuel Rivas, autor periférico pero con mando en plaza, siguen al pie del cañón. Opiniones mohicanas de Jorge Herralde es un libro, más o menos, de memorias. Bien que vertidas éstas en forma de fragmentos, que son los que Herralde viene elaborando para homenajes, artículos, necrológicas y así sucesivamente. No sorprenderá, pues, el tono ditirámbico que Jorge Herralde emplea cuando se refiere a sus amigos y conocidos. Claro que entre éstos se encuentran Patricia Highsmith (para ella el memorable «So long», Patricia), Carmen Martín-Gaite, Roberto Bolaño, Antonio Tabucchi o Charles Bukowski, todos –por cierto– autores de la casa Herralde, es decir, de Anagrama. Ahora, ¿de quién se espera si no que hable un editor, además pequeño, además en ejercicio? Así que raras veces Jorge Herralde aplica el escalpelo a sus opiniones, por muy mohicanas, es decir, de francotirador, que éstas puedan resultar. En todo caso cuando sí lo hace reserva su andanadas para los «holdings» editoriales: Nadando con tiburones es el título del artículo, anteriormente publicado en E lMundo, paradigmático en este sentido. Naturalmente Jorge Herralde, quien escribe francamente bien, no evita los vivas a Cartagena. De esta manera, en un momento dado escribe: «O sea que como editorial independiente que publique narrativa y ensayo, con cierta solera y peso específico en la vida cultural, aparte de Anagrama, creo que sólo queda Pre-Textos» (pág. 295). Ahora bien, a la vista del fondo de Anagrama, parece que ha lugar al autobombo. Por otra parte, conviene agradecer a Herralde (editor clave en los últimos veinticinco años) su tono discreto de «pasaba por aquí», con el que hace más digeribles sus opiniones/sensaciones. También el respeto que siente hacia ciertos críticos literarios, por ejemplo J. Ernesto Ayala-Dip, reseñista favorable en este caso de La caídade Madrid. Lo que viene muy a cuento cuando hay editores, también escritores (Luis Goytisolo, Javier Marías, Pérez Reverte, por ejemplo) que denuestan del, seguramente, más viejo oficio del mundo.

El tono amable, neutral pero inteligente, de Jorge Herralde deja paso con Mario Muchnik a un estilo bastante más afilado (aunque no menos inteligente). Lo peor no son los autores fue el primer libro de Mario Muchnik una vez que abandonó el mundo editorial de los «trusts», fundando su propia compañía, Del Taller de Mario Muchnik. Una vez más «outsider», francotirador, mohicano o independiente, Muchnik optó por ajustar cuentas con quienes lo habían puesto en entredicho, para lo que reservó la continuación de Lo peor no son losautores, es decir Banco de pruebas, y en todo caso para escribir una prosa torrencial y dignísima y llena de alusiones a los «buenos» (mayoría) y a los «malos» (unos cuantos). Así las cosas, Lo peorno son los autores, ya en su tercera edición, ha tenido fortuna editorial. Lo que no sorprende porque, además de los consabidos escarceos con el mundo de la edición, Mario Muchnik venía a ocuparse de escritores fundamentales en el siglo XX, con quienes había trabado más que trato circunstancial. Así, Sábato, Elías Canetti o Julio Cortázar ocupan lugar destacado en un libro amistoso. Incluso cuando en él aparecen escritores o intelectuales con los que Muchnik acabó, por una u otra circunstancia, en abierta refriega. Bien que como en el capítulo dedicado a Alberti, y titulado significativamente «Rafael Alberti y las viudas», la «culpable» –muy duro su retrato– parezca ser María Asunción Mateo, a quien Muchnik compara con Fanny, la esposa de Stevenson.

Los casos Benet y Haro Tecglen, ambos damnificados de Mario Muchnik, son diferentes. En ambos el autor argentino alza su pluma de adalid de la causa hebrea ante hipotéticas alusiones antisemitas. Por ahí uno de los flancos de la ofensiva muchnikiana, quien harto por otra parte de una acusación para él injusta, se defiende una y otra vez de la imputación de publicar demasiados autores judíos. Sea como fuere, su autor, en este caso, autora bandera sería Kenizé Moured, de quien aquí se habla por lo menudo. Su reivindicación, Isaac Montero. Después del éxito de Lo peor no son los autores, Mario Muchnik lanzó su Banco de pruebas, subtitulado Memorias de trabajo, bastante más árido que el anterior, pero no menos interesante, al menos para quien no desdeñe leer el testimonio de un editor que habla, básicamente, de editar libros. Bien que Muchnik, autor inteligente, no soslaye adobar su epopeya editora con alardes biográficos en los que –digámoslo-nunca sale malparado. Esto último no tendría que ser algo obvio. En efecto, para que un testimonio autobiográfico resulte más creíble lo justo es combinar cal y arena, de manera que el autobiografiado no parezca el mejor de los seres posibles. Así, Muchnik se retrata como un físico de categoría, un fotógrafo de talla, un músico aficionado de interés al que finalmente absorbe un mundo literario al que llega desde una compulsión por la lectura. Y aquí viene la parte más discutible de Banco de pruebas, llena de malandrines, es decir aquellos con los que se encontró Muchnik en su camino, sin duda emprendedor, pero desmesurado. Ahora los damnificados son Joan Seix, Germán Sánchez Ruipérez, Víctor Freixanes (de cuyo retrato trazado por Muchnik es muy fácil discrepar; pocos tipos he visto que, como Freixanes, sí se hagan querer). Al contrario, salen bien parados los que allanaron el camino de Muchnik. En cualquier caso, hay bastantes páginas de este libro aburridas, cuando no prescindibles, y es que para los ajustes de cuentas hay que ser (paradójicamente) generosos y, por supuesto, divertidos. Amenos y didácticos resultan, en cambio, los «Consejos a un joven editor independiente», que salpimentan un libro irregular, e inferior, a Lo peor no son los autores.

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Ficha técnica

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