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Los sistemas políticos modernos

Política, cultura y movimientos sociales

JESÚS CASQUETE

Bakeaz, Bilbao, 254 págs.

Prólogo de Alberto Melucci

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En los últimos años, el interés académico por los nuevos movimientos sociales ha ido incrementándose hasta el punto de que, probablemente, no resulte exagerado afirmar que constituyen ya un tema habitual entre politólogos o sociólogos, configurándose como un subcampo de análisis en el seno de estas disciplinas. Y no es que la acción colectiva o la participación política ciudadana hayan surgido, como objeto de estudio, recientemente. Sin duda, el renovado interés por los movimientos sociales tiene mucho que ver con la revitalización que han experimentado en nuestros sistemas democráticos en este convulso fin de siglo.

Desde los años sesenta o setenta han ido apareciendo en los sistemas políticos occidentales un tipo de movimiento social que, en gran medida, responde a unas lógicas organizativas, de intereses o de actuación distintas de las que carazterizaban a los vehículos institucionalizados de representación de intereses e identidades y de participación política ciudadana (los partidos políticos y los grupos de interés).

Pese a que las democracias occidentales sigan caracterizándose –pese a todo un cúmulo de cambios– por ser unas democracias de partidosP. Mair, Party System Change. Approaches and Interpretations, Clarendon Press, Oxford, 1997 (pág. 13)., los movimientos sociales parecen llamados a jugar en ellas un papel cada vez más relevante, a juzgar por las últimas aportaciones de la teoría de la democracia. Los (nuevos) movimientos sociales están sustituyendo parcialmente o, siquiera, complementando a las viejas instancias de canalización de representación y de participación. Es más, frente a estos mecanismos institucionalizados, los movimientos sociales integrarían una sociedad civil informal, activa y crítica, encargada, según la teoría democrática deliberativa, de generar procesos de retroalimentación comunicativa, fluidificando las oxidadas estructuras institucionales de nuestros sistemas políticos.

A los movimientos sociales, en gran medida protagonistas de esa periferia del sistema político-institucional, corresponde colaborar en la creación de una opinión pública que será trasladada en forma de impulsos comunicativos al centro del sistema político-constitucional, fluidificando los procesos políticos que tienen lugar en su senoJ. Habermas, Between Facts and Norms.Contributions to a Discourse Theory of Law and Democracy, MIT Press, Cambridge, Mass., 1996 (págs. 354 y ss.). La versión española está publicada por Trotta, Madrid, 1998.. La actividad de los movimientos sociales tendría, en este sentido, una doble vertiente, ofensiva y defensiva a la vez, al incorporar savia comunicativa en los procesos políticos institucionales-formales, por un lado, y al preservar espacios relacionados con la gramáticade las formas de vida en la infraestructura comunicativa del mundo de la vidaRespecto del carácter ofensivo y defensivo de los movimientos sociales, ver J. L. Cohen y A. Arato, Civil Society and Political Theory, MIT Press, Cambridge, Mass., 1992 (págs. 530 y ss.). Sobre los movimientos sociales como actores preocupados por los problemas y conflictos relativos a la identidad y a la autonomía, ver J. Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Taurus, Madrid, 1987, vol. II (págs. 555 y ss.)..

ero esta perspectiva de análisis de los nuevos movimientos sociales (o modelo de la identidad), que explica su surgimiento y evolución atendiendo a factores de carácter macroestructural, es de raigambre fundamentalmente europea. En Estados Unidos prima otro tipo de enfoque, el de la teoría de la movilización derecursos, más adecuado para dar cuenta de la forma en la que los movimientos sociales y la acción colectiva se manifiestan allá. En Europa preocupa más el porqué de los movimientos sociales, entendiendo que constituyen una respuesta a las transformaciones estructurales operadas en las sociedades postindustriales, en el sentido de intentar una construcción de nuevas identidades sociales ante la disolución de las preexistentes y de los consiguientes puntos de anclaje referenciales sólidos y duraderos que permitan a los individuos («nómadas del presente» –Melucci– en una situación que recuerda a la metáfora de la «pérdida de sentido», de Weber) una definición aproblemática de su identidad (Melucci, Tourain, Offe o Habermas).

La Teoría de la movilización de recursos pone el acento en factores microestructurales y en aspectos estratégico-instrumentales, esto es, en el cómo de la acción colectiva: el análisis de la aplicación de recursos para la consecución de un fin determinado, desde una lógica de cálculo y de relación medios-fines. Para este enfoque cobran una notable importancia los factores organizativos (Zald o McCarthy), así como los relativos al proceso político o estructura de oportunidades en la que se encardina el movimiento (McAdam, Kriesi, Tarrow o Tilly).

La obra de Jesús Casquette constituye un notable y logrado esfuerzo de síntesis de los diferentes enfoques y teorías que se han propuesto para el estudio de esa no tan nueva realidad. Pero, como el propio autor señala al final de la primera parte –dedicada al análisis de los distintos enfoques teóricos–, se trata no de perspectivas alternativas, sino de aproximaciones teóricas que vienen, en buena medida, determinadas por la distinta realidad que pretenden explicar: son modelos teóricos adecuados para dar cuenta de formas de acción distintas en muy diferentes tipos de sistemas políticos, en los que el conflicto adopta fundamentalmente la forma de conflicto de valores (Europa) o de intereses (Estados Unidos). No obstante, pueden encontrarse en cada modelo –y a ello dedica Casquette la segunda parte de su obra– diversos elementos que son recíprocamente enriquecedores cuya consideración, en una actitud sinérgica, no puede sino aportar mayor valor a nuestro análisis. De esta forma, junto a los factores macroestructurales habremos de considerar los de carácter microestructural; y además de las variables organizativas y las relativas al contexto político-institucional (estructura de oportunidades políticas), habrá que tener en cuenta lo que McAdam denomina la estructura de oportunidad cultural, esto es, las variables de índole cultural que, sin duda, influyen en la génesis y en la deriva de éstas –si no nuevas, cuando menos modernas– formas de participación política ciudadana.

Los (nuevos) movimientos sociales no han sustituido a los viejos actores (partidos políticos) ni han desplazado su forma de hacer política. Pero, como Kuechler y Dalton señalaron hace años, «han dejado su huella en la arena política reestructurando los temas de la agenda política, ampliando los márgenes de la participación ciudadana y redefiniendo los límites de la política institucional»M. Kuechler y R. J. Dalton, «New Social Movements and the Political Order: Inducing Change for Long-term Stability?, en R. J. Dalton y M. Kuechler (eds.), Challeging the Political Order. New Social and Political Movements in Western Democracies, Oxford University Press, Nueva York, 1990 (pág. 298).. En este sentido, su estudio constituye un punto de referencia ineludible para estar en condiciones de comprender el funcionamiento de nuestros modernos sistemas políticos. La obra de Jesús Casquette supone una magnífica brújula al abordar semejante empeño, tanto por sus virtudes al sistematizar los diversos enfoques teóricos (señalando certera y concisamente deficiencias y aciertos de cada uno de ellos), como por sus propuestas en cuanto a las posibilidades de entendimiento entre los diversos paradigmas. A buen seguro, quien se interese por esa parcela de nuestras realidades sociopolíticas encontrará la lectura de esta obra enormemente esclarecedora y sugestiva a la vez.

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