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Los memes salvajes de la religión

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Tintoretto, La raccolta della manna. Chiesa di San Giorgio Maggiore

Ciencia en la ficción: en esta serie narrativa por entregas, la ciencia no es ficticia y se presenta tal como se discutió en una reunión real sobre Evolución que se celebró en Venecia en 2006. Se cubrieron el universo, la vida, la mente, el lenguaje, la religión y, en menor medida, las artes plásticas y la música. La expresión «ciencia en la ficción» fue acuñada por Carl Djerassi.

En capítulos anteriores: Joan y Edurne han reaccionado ante las explicaciones sobre el Big Bang y la evolución del universo de modo diferente: el primero, frustrado por lo difícil de seguir del idioma cosmológico y, la segunda, atraída inicialmente por lo que tiene de poética la narración del origen y, finalmente, remisa a aceptar el acto de fe que para ella supone creer lo que están explicándole. La discusión de la evolución biológica resulta para Edurne más asequible que las disquisiciones cosmológicas. La crisis entre Joan y Edurne se ha propagado como fuego en rastrojo a lo largo de los últimos tres días y éstos parecen adquirir conciencia de la situación durante una visita a la tumba del compositor Igor Stravinsky.

9. Los memes salvajes de la religión

«Quiero desarrollar la hipótesis de que el lenguaje y el razonamiento humanos son adaptaciones que evolucionaron por selección natural para dar lugar a un estilo de vida que depende del conocimiento y de la interdependencia social para la colonización del “nicho cognitivo”…» 

Es Pinker quien habla desde la pantalla.

«…una explicación de los numerosos rasgos humanos que son inusuales en el resto de las especies vivas…»

Está muy elegante, con la cuidada cabellera, la vistosa corbata color malva y un traje gris a rayas diplomáticas de excelente factura.

«…el uso y fabricación de herramientas complejas, la variedad de hábitats invadidos, las dietas en extremo omnívoras, la carne como alimento, las prolongadas infancias y las largas vidas, la hipersociabilidad, los patrones complejos de emparejamiento y sexualidad… nuestra división en culturas de comportamientos diferenciados y distinguibles.»

Sus palabras parecen muy precisas y se emiten con tal naturalidad que hay que ser buen observador para percatarse de que en realidad está leyéndolas.

«…el cuidado biparental de los niños, el bipedalismo, las manos prensiles, la pelvis comprometida… el espacio y la fuerza como metáforas, la vida en grupo.»

Lo que dice no es tan robusto que se preste al discurso improvisado.

«Según esto, entonces, tres aspectos clave del distintivo comportamiento humano ?saber-hacer, sociabilidad y lenguaje? coevolucionaron, constituyendo cada uno una presión selectiva para los otros dos.»

No hay dificultad en seguir a Pinker, porque las palabras de su texto van apareciendo en pantalla según se pronuncian, como si un artificio electrónico conectara por vía umbilical al orador con el proyector o como si este aparato capturara las ondas sonoras para transformarlas en escritura proyectable.

(Nada dice del papel de la envidia y los celos… Mis dos descubrimientos aquí en Venecia: la envidia y los celos. ¿Son adaptaciones resultantes de la selección natural? Nunca antes había creído sentirlos… Casi ni sabía lo que significaban esas palabras: las confundía ?piensa Joan.)

Aquí la ciencia es formulación, coherencia expositiva, forma, en definitiva, el cómo que domina sobre el qué, como algunos defienden que debe ocurrir en la buena literatura.

(Cuando Edurne quiera repasar lo que escribe en su cuadernillo, sólo quedará el cascarón. Al hombre le ha bastado adaptarse a un reto evanescente, común a todos los hábitats, para salirse de madre, para en realidad burlar las reglas y límites del juego ?piensa Joan. Puede argumentar que mucho de lo que somos, nuestra personalidad, nuestra inteligencia, nuestro desarrollo, está profundamente codificado en nuestros genes y lo heredamos, y que no pasa nada si es así, porque siempre habrá otro mucho de todo eso que no heredamos. Pero la izquierda reaccionaria sigue negando la genética hasta para las nuevas variedades de trigo. Prefieren creer que todas nuestras diferencias tienen un origen económico y social.)

Unas jóvenes sentadas a la izquierda de Joan y Edurne aplauden con furor a Pinker, quien cede el atril y el micrófono a un Marc HauserPor aquel entonces era profesor en Harvard, con un gran perfil público por haber supuestamente encontrado en primates ciertas capacidades cognitivas que se creían exclusivas de los humanos. Fue declarado culpable de un gran fraude científico en 2012, tras una investigación interna de la propia universidad que concluyó con su expulsión. Los monos dejaron de comportarse como él decía que se comportaban y él hizo caso omiso de las normas científicas básicas, falsificando y manipulando los resultados para que concordaran con sus teorías. de amplia sonrisa, barba pirata y calvicie incipiente. Este se apresta a defender la idea de que la moralidad en el ser humano es el producto de una facultad mental innata, de carácter universal, como lo es el lenguaje. Su reto no es inferior en dificultad al de Pinker, pero Hauser aporta al menos los datos en que basa sus conclusiones14. Ha planteado en la Red una serie de dilemas morales y, tras cientos y cientos de respuestas, no ha encontrado diferencias entre las de personas religiosas y las de ateos, entre las de tirios y las de troyanos.

Marc Hauser

(Lo que importa no son las respuestas teóricas a dilemas hipotéticos, sino las acciones de cada uno en la realidad, en cada ocasión, solo o en grupo. Una cosa es saber lo que está bien y otra es hacerlo. Las simplificaciones pueden ser decepcionantes ?piensa Joan.)

Esta gramática moral universal, grabada en el cerebro de todos los humanos, sería, según Hauser, un conjunto de principios inconscientes e inaccesibles, no racionales, que permiten generar juicios sobre el bien y el mal. Se trataría de un sistema de conocimiento innato, imperfectamente ligado a la actuación, cuyo secreto estaría enterrado en nuestra mente, pero fuera de alcance.

(Una cosa es que las intuiciones morales estén mal conectadas con la práctica y otra es que a muchos en Pakistán les parezca obligado matar a las mujeres deshonradas, y entre nosotros, a las que no quieren seguir aguantando ?reacciona Edurne?. Me parece que en estas cosas son los evolucionistas los que están imperfectamente conectados con la realidad…)

* * *

? Stefano è bello come una madonna! ?ha dicho Porpora a los que le hayan querido oír, señalando a Steven Pinker, quien, taza en mano, charla animadamente con Edurne, un par de arcos más allá.

Joan ha seguido la indicación de Porpora, y la contemplación de la pareja, de sus recíprocas sonrisas, le ha provocado un momentáneo malestar que ha resurgido algo más tarde, cuando se le han revelado de golpe las implicaciones de la frase de Porpora. Ha tenido de pronto una nueva consciencia de Edurne como objeto y agente de deseo, y, al mismo tiempo, se ha visto a sí mismo como objeto devaluado en un exigente mercado.

(Me imagino a Edurne rindiéndose a Pinker y me devoran la envidia y los celos. Es una demencia, es insano… y no arreglo nada sintiéndolos, o negándolos, pero los siento, son algo que debe estar también escrito en los profundos circuitos inconscientes, no en los que Freud llamaba erróneamente de ese modo, en los que de verdad no conocemos ni podremos conocer, salvo por las nefastas consecuencias de su funcionamiento. Tal vez estén registrados allí con otro nombre, instinto de comparación, deseo, qué sé yo… como elementos de nuestra adaptación al nicho cognitivo, o como lo haya llamado Pinker. Lo envidio y me hace sentir celos, de eso no me cabe duda, pero es posible que no se sienta tan cómodo en su piel como parece, a pesar de que uno solo de sus libros vende más en España que todos los que yo he escrito en mi vida. Vaya usted a saber si siquiera le gustan las mujeres, si va sonriendo a todo el mundo por pura y exquisita cortesía o por autocomplacencia. Sí que parece autocomplaciente, pero mi juicio no es de fiar: siento envidia y celos. La envidia es cosa de dos, alguien que tiene y alguien que desea tener, y para los celos hacen falta tres actores, tres actores actuando de verdad: si no, se habrían disparado en falso, en cuyo caso serían injustificados, pero yo los sentiría de todas formas… No tengo derecho a mis celos, eso me dicen todos mis circuitos, menos los del corazón, si es que el corazón los tiene. No puede haber infidelidad donde nada se prometió, ni se mencionó siquiera… Y qué sentido tiene la monogamia para alguien como yo, que se niega a ser padre. Una emoción innata y adaptativa relacionada con la estrategia de cópula, algo así diría Hauser, o Pinker, o quien sea, una emoción cuya utilidad, cuya justificación se ha evaporado hace tiempo. Pero, ¿qué quedaría si descarto el oscuro deseo de posesión? Quedaría el miedo a ser abandonado, a la soledad no remediable, al declive en solitario y a la eventual extinción sin nadie de quien despedirse. A eso quedaría reducida mi zozobra, a ese miedo, un miedo totalmente justificado. Lo que no está justificado es la pérdida de confianza en poder ser lo que Edurne espera de mí, porque ella me ha dado cada vez más pruebas de que le importo, y una pérdida lleva a otra y a otra, a mi irracional desconfianza respecto a Edurne y, al fin de la cadena causal, a la de Edurne respecto a mí. Creo que soy yo quien la estoy empujando al abandono. Y de nada sirve mi raciocinio contra lo que acabo haciendo en cada momento. Habrá que esperar varios milenios para ver si por fin se perfecciona la razón… Edurne no es celosa. Por lo menos, yo no tengo constancia de que lo sea. Esto varía mucho entre las personas, parece, y si es así, estaríamos ante un carácter que debe responder a la selección natural, y si es así, desaparecerá en un pispás. Adiós, monogamia, y si es así…. La envidia, en cambio, irá a más en esta sociedad basada en el éxito, en el brillo. La envidia se hará virtual, publicitaria, envidiaremos a seres más afortunados, más listos, más ricos, más atractivos, cuyas imágenes hayan sido previamente maquilladas y procesadas mediante un software apropiado. Los símbolos de la envidia, el perro y el color verde se incluirán en todas las banderas, y los envidiosos serán condenados al infierno, pero no a las llamas, sino al agua helada.)

* * *

El 20 de marzo de 2003 se produjo la presentación de La Genómica como religión, el libro de Joan cuya escritura se había demorado más de lo previsto. El acto acabó desvirtuándose por culpa de la invasión de Irak, que había empezado de madrugada con el bombardeo de un complejo militar, al suroeste de Bagdad, donde se suponía que estaba escondido Sadam. Los dos colegas de Joan que habían accedido a hacer la presentación del nuevo texto desertaron de su compromiso, se olvidaron de sus notas y aprovecharon la tribuna para arremeter con ferocidad contra la guerra. Joan se sintió derrotado por los acontecimientos, a pesar de que compartía en su mayor parte la postura antibelicista de sus colegas, y tuvo la premonición de que el nuevo libro había nacido gafado. En los siguientes meses se confirmaría el mal augurio, aunque la suerte del libro nada tuviera que ver con la guerra, sino más bien con el hecho de que el retraso en que había incurrido había dado pie para un verdadero alud de libros sobre Genómica, un tema cuya moda empezaba a estar pasada de fecha. Hasta un profesor de Metafísica había escrito una sarta de disparates sobre el asunto y había estado fugazmente entre los autores más vendidos. Según su editor, el de Joan era, con diferencia, el mejor escrito de todos, y probablemente tenía razón, aunque sólo fuera por las largas horas de experiencia que había acumulado en la práctica del arte de la divulgación. Como esta vez no se había hecho grandes ilusiones, su decepción no tuvo tintes dramáticos. De hecho, aceptó con gusto un nuevo encargo del mismo editor, quien le sugirió que escribiera sobre la biodiversidad, aunque éste cedió sin dificultades a los deseos de Joan de ocuparse del calentamiento global.

A Joan seguía gustándole el acto de impartir una clase. Encontraba estimulante la periódica exposición de una serie de ideas previamente estructuradas, ante un público joven y homogéneo al que se le suponía un interés por ellas. Tenía la sensación de haber adquirido una cierta maestría docente, y le resultaba rejuvenecedora la convivencia obligada con sucesivas generaciones de alumnos que le parecían –y eran– cada vez más jóvenes. Sin embargo, de un modo gradual fueron apareciendo ciertas nubes en el horizonte, la primera de las cuales, al menos la primera que luego recordaría, fue la incomprensión con que los alumnos recibieron una de las anécdotas con que solía aliñar su discurso. Después de explicar la misma asignatura durante tantos años, era inevitable que repitiera sin pensarlo los mismos ejemplos y ocurrencias, y hasta los mismos chistes, en momentos oportunos de su charla. El ejemplo en cuestión, a cuento de los mecanismos de acción de las sustancias tóxicas, se refirió al envenenamiento masivo por aceite de colza adulterado que se produjo en 1981 y que se conoció como caso del «síndrome tóxico». Joan aludió a dicho caso como si fuera de sobra conocido por los alumnos y tardó demasiado en explicarse las caras de incomprensión de éstos. Únicamente al salir de clase cayó en la cuenta de que ninguno de ellos había nacido cuando se produjo el mayor accidente alimentario de la historia española. Al día siguiente preguntó si sabían qué había sucedido el 23 de febrero de 1981, y la mayoría volvió a mostrar su extrañeza.

A partir de ese primer desencuentro, su adaptación a los cambios evolutivos de su alumnado dejó de ser espontánea e inconsciente. A menudo se sorprendía a sí mismo interrumpiendo a medio camino la narración de un chiste, y con demasiada frecuencia daba largas explicaciones sobre ejemplos que los alumnos conocían de sobra. Harto de no entender las abreviaturas de los mensajes de móvil que de forma creciente se prodigaban en los exámenes escritos, cambió el formato de éstos por otro consistente en plantear una serie de cuestiones ante las cuales sólo había que registrar acuerdo o desacuerdo. Y fue así como descubrió que quienes habían de contestarlo no comprendían lo que para él eran simples palabras de uso común. Entonces Joan tuvo que reconocer que era su lenguaje el que había dejado de evolucionar, dando por impensable y políticamente incorrecta la noción de que los jóvenes hubieran retrocedido evolutivamente hasta el Neolítico.

La vida de la pareja adquirió el acompasado ritmo de una rutina bien establecida, evolucionando lentamente hacia un régimen más casero, con menos incursiones culturales o sociales. A Joan llegó a gustarle esa vida un tanto monótona y sin sobresaltos, pero Edurne acabó por encontrarla mortecina y sin gracia. Había crecido la demanda del tiempo de Edurne, sobre todo por parte de distintas revistas que con frecuencia le pedían artículos y reseñas, y esto hacía que la mayor parte de las tardes se quedaran en casa, ella escribiendo y él dedicado a la literatura de evasión.

* * *

? Este señor va explicarnos qué es lo que nos hace humanos. Supongo que bastará con comparar nuestro genoma con el del chimpancé para ver cómo hemos descendido de él, cómo nos hemos hecho diferentes…
? Los chimpancés no son nuestros antecesores. Ellos y nosotros descendemos de los mismos tataradeudos, hace quinientos milenios. La evolución lleva el mismo tiempo experimentando con ellos que con nosotros.
? Según tú, entonces, somos fruto de la experimentación ciega. ¿Hechos a base de pruebas y errores?
? Sí, por supuesto. Y de los dos experimentos, me inclino a creer que salió más aseado el de los chimpancés, que viven sin más complicaciones que las que les creamos nosotros.
? Pero nos acaban de contar que apenas hay diferencias en los genes.
? Bueno, eso es verdad, pero es que si redujéramos los organismos vivos a sus piezas e hiciéramos inventarios de éstas, quedaríamos sorprendidos por la apabullante similitud de los inventarios, pero poco nos dirían estos repertorios sobre los factores que determinan la forma, el color y el tamaño de una mariposa, de un pez… o de una ballena. Aunque sean importantes las piezas, que están codificadas en el genoma, más importantes son las instrucciones de ensamblaje, que también lo están.
? ¿Instrucciones?
? Señales que determinan cuántas copias se fabrican de cada pieza, y cómo y en qué momento deben incorporarse a la estructura final. Es este programa constructivo y su control, codificados en el genoma, los que nos hacen distintos de los monos.

Michael GazzanigaDirector del SAGE Center for the Study of the Mind de la Universidad de California en Santa Bárbara y autor de un libro muy difundido, The Ethical Brain (Chicago, The University of Chicago Press, 2005). La particular vía de ataque del autor al análisis de la psique humana, y a la delimitación de la notable discontinuidad entre nuestra especie y las más próximas, ha sido la investigación del cerebro escindido, el estudio de las anomalías en individuos que carecen del corpus callosum, el haz de fibras que conectan el hemisferio cerebral derecho con el izquierdo. está colocándose el micrófono con calma. Bastante calvo, con su escaso pelo blanco en desorden, da la imagen tópica del viejo profesor con muchas horas de aula y de laboratorio. No parece un animal mediático. Viste con cierta dejadez. Sus primeras palabras son para decir que él carece de elocuencia, en contraste con quienes lo han precedido, pero que espera, sin embargo, que sus ideas sean recordadas al día siguiente. La aparente modestia de estas frases parece encerrar una crítica afilada a lo que quizá considere como exceso de conjetura en algún discurso anterior. Su exposición es más la de un científico que muestra los resultados de la observación y la experimentación, antes que extraer las consecuencias. Así, por ejemplo, señala el enorme parecido de un cierto tipo de neuronas en el chimpancé y en el hombre, pero a continuación muestra que la respuesta a un estímulo externo es mucho más compleja en las de origen humano. Enseña preparaciones histológicas de las conexiones entre neuronas en el neocórtex, que resultan también de aspecto muy similar en apariencia en ambas especies, pero es la abismal diferencia en el número de estas conexiones lo que singulariza al cerebro humano.

Michael Gazzaniga

Si se tratara de construir máquinas con conexiones de silicio que tomaran como modelo las conexiones neurobiológicas del cerebro humano, sería necesario centrarse en el neocórtex, con sus seis capas celulares, como sede de la inteligencia. En una disposición jerárquica, estas células recibirían en paralelo las señales de los sentidos y de los centros inferiores del cerebro para almacenarlas como patrones definidos, que serían la base de la inteligencia: la capacidad de recordar y predecir patrones del mundo, incluidos el lenguaje, las matemáticas, las propiedades físicas de los objetos y las situaciones sociales, según algunos expertos. Los fugaces patrones registrados en los niveles más bajos de la jerarquía han de integrarse progresivamente en patrones más estables en los niveles superiores. La interpretación de las observaciones acumuladas durante más de un siglo se ha atascado ante el enorme reto de desarrollar una misma teoría general que explique no sólo la inteligencia, sino también la conciencia, la imaginación, la percepción y la realidad.

? Lo que decíamos: es nuestro cerebro el que nos hace humanos, pero está hecho con las mismas piezas que el del chimpancé, aunque sea más grande y mucho más complejo ?dice Joan a Edurne.
? Y se ha quedado a medio inventar con tantas conexiones. Se ha programado para la poesía, pero también para la angustia y para la melancolía. Así no sé si ha merecido la pena el experimento humano…
? Las quejas, al maestro armero, dicen en el ejército, pero lo malo es que en este caso no hay maestro que valga. Al experimento humano le falta el experimentador…
? Cuando el chimpancé se cabrea, está claro por qué se cabrea, pero alguien como tú anda derramando angustia por todos los rincones y no hay manera de saber por qué…
? Estábamos hablando de ciencia, y mejor no volver…
? Habrá que volver, habrá que hablar, digo yo.
? No sé… Sí, no paso por un buen momento.
? Buen momento, buen momento… Es un momento que dura ya meses, si hacemos las cuentas.
? He llegado a una edad…
? A tu edad, hay gente dando la vuelta al mundo en globo.
? No encuentro algo que hacer verdaderamente: lo encontré y lo perdí. Todo tan fugaz…
? Sí, te señaló la fortuna, por unos momentos… Quizá hubiera sido mejor que no te señalara.
? La fortuna, el azar: no te hubiera conocido…
? No nos hubiéramos conocido… Ninguna tragedia, la vida habría seguido su curso y el mundo habría sido el mismo. El azar interviene en toda evolución: al menos, eso se ha dicho aquí…
? Pero hacemos algo más que jugar a la ruleta.
? Yo intento sacar partido de cualquier número, pero tú te comportas como esos jugadores que se empeñan en jugar siempre al mismo número, por una especie de superstición.
? Muy distante te veo.
? En todo caso, eres tú el que te alejas. Pero de distante, nada: realista, sí, si todo individuo es prescindible, más lo será cualquier relación entre individuos.
? Esa lectura de lo que aquí se ha dicho no es…
? No estoy leyendo nada. Hablo de nosotros. Ya está bien de tanta ciencia, tanta biología, tanta evolución. Yo me quiero largar.
? Ahora lo hablamos durante la comida.
? No voy a esperar ni siquiera a la comida. Si quieres venir, creo que voy a visitar la galería de la Academia. Hay obra de Miguel Ángel ?ha dicho Edurne con el tono de quien no espera ni desea que la invitación sea aceptada
? Vete tú. Comprendo que se te haya indigestado la evolución para el resto de tu vida. Ya te dije que no te había inscrito para que asistieras a todo.
? No, me ha interesado mucho, de verdad, pero se me indigestará si sigo un minuto más. Tú dirás.
? Quiero quedarme a ver cómo monseñor preside la sesión de la tarde, y qué dice a algunos de los conferenciantes ateos. Nos vemos en el hotel para ir a lo de Porpora.

* * *

Ningún proceso evolutivo es lineal, sino que está sujeto a quiebros y saltos más o menos frecuentes. En la relación entre Edurne y Joan, el último cambio notable se había producido dos años atrás como consecuencia de la oferta y aceptación por parte de Edurne del trabajo como directora de un importante semanario cultural. Ya andaba Edurne bastante atareada en el cumplimiento de sus diversos compromisos, y el nuevo iba a requerir su presencia asidua en la redacción no menos de cuatro tardes por semana. A Joan le sorprendió más la rapidez con que aceptó la oferta que el propio hecho de aceptarla. Edurne se había convertido con el tiempo en una respetada crítica e historiadora musical, y el nuevo puesto constituía una apertura a nuevas posibilidades. Sin embargo, el cambio alteró de modo significativo las relaciones de la pareja, al romper sin ruido un equilibrio que hacía tiempo ya que era inestable.

Volvía Edurne tan tarde y tan cansada del trabajo que pronto Joan se dio cuenta de que era difícil esperar de ella más de media hora de relajada conversación nocturna. Acabó optando por no aparecer casi nunca por casa de ella durante los días laborables, y ella pareció agradecer la nueva costumbre, a juzgar por su falta de reacción ante el hecho consumado. Sólo a veces la acompañaba a algún concierto del que ella debía escribir la reseña, aunque no con mucha frecuencia, ya que esa tarea solía encargársela ahora a algún colaborador. Siguieron conviviendo los fines de semana. Joan iba con Edurne al mercado los sábados por la mañana y luego solían tomar el aperitivo. Unas veces comían en casa y otras aprovechaban para explorar algún nuevo restaurante. Los domingos por la mañana seguían siendo musicales, pero ahora eran casi los únicos momentos en que Edurne practicaba el piano.

Joan tardó bastante en escribir el libro que le habían encargado sobre el calentamiento global, tema en el que no era experto, por lo que tuvo que estudiarlo a fondo. La experiencia fue en general gratificante y los frutos de su esfuerzo fueron muy apreciados por el editor, quien encomió la claridad con que Joan había tratado todos los interrogantes que la gente se planteaba sobre el tema. Pero el que fuera un excelente libro no trajo consigo el éxito que merecía. Ni siquiera recibió una reseña y las ventas fueron modestas. Joan no se sorprendió en exceso del insatisfactorio resultado, porque había aprendido a no esperar mucho de los libros que escribía, aunque según pasaron las semanas, la decepción acabaría haciendo mella en él, invadiéndole poco a poco los huesos, como el frío en la ventisca.

Edurne, quien realmente se había mostrado entusiasta con el texto, sí se sintió frustrada por esa falta de eco y de reconocimiento de la labor de Joan. Creía que la sociedad necesitaba claramente el tipo de ensayos divulgativos en los que Joan había alcanzado, según su opinión, una auténtica maestría, y pensaba que éste merecía mejor suerte. Por estas razones, se sintió realmente indignada cuando se enteró de que Joan se había rebajado a firmar un contrato para escribir un folleto popular sobre afrodisíacos, destinado a ser distribuido en los puestos de prensa. Algo se temía Joan, por lo que le ocultó el hecho durante bastante tiempo, hasta que una mañana de domingo, en una interrupción del habitual ensayo musical, se lo confesó. No fue capaz de contradecir a Edurne cuando ésta le recriminó que hubiera aceptado un encargo tan por debajo de su valía y de las que deberían ser sus aspiraciones.

En los días que siguieron a la confesión se sintió vacío de propósito y de utilidad, incapaz de encontrar una tarea que le satisficiera, para la que hubiera una demanda real y que mereciera el reconocimiento de sus coetáneos.

* * *

En la comida, Joan encuentra hueco junto a Peter Atkins, su viejo colega. El resto de los comensales, todos hombres, le son desconocidos, aunque ellos sí parecen conocerse entre sí. Ha saludado a Peter, sin intentar presentarse a los demás. La conversación está lanzada. Se percibe una cierta tensión, pero no entre los comensales, sino entre éstos y un ausente enemigo común. Se habla de ciencia y religión, calentando motores para la sesión de la tarde. Joan decide ver ese espectáculo desde las gradas.

Peter Atkins

Conoce de sobra las opiniones de Atkins. Para él, la cuestión no es si la ciencia supera a la religión en el conocimiento del mundo físico, sino si es a éste a lo que se reduce todo lo que llamamos mundo. Desde la religión se intenta que pasemos por el aro de que hay un mundo más allá de la materia, pero es ilógico aceptar que nos inventen aros, parece pensar Atkins. Aceptemos los retos palpables, evidentes, pero no las ideas fabricadas por arte de magia, como la existencia de un dios amante, la del alma inmaterial o la de la vida después de la muerte. Si admitimos que el universo no tiene por qué tener propósito alguno, que puede ser un ente accidental y sin propósito, no hay necesidad de andar enredando con falsas nociones y preguntas.

Bajo la presidencia del rey Atkins-Arturo, los caballeros de esta Tabla Redonda no parece que anden en busca de un Santo Grial:

? Neil Tyson sí que tuvo agallas, mostrando a la audiencia aquellas fotografías de recién nacidos con terribles defectos congénitos ?dice el caballero Baudwin.
? El pequeño jefe Bush no volverá a tenerlo de consejero ?apostilla el caballero Ulfius.
? Si hay alguien al mando de esto, no parece que sea muy inteligente, creo que les insinuó ?remata el caballero Baudwin.
? Diseño cruel, en todo caso. Arte povera sería una forma demasiado suave… ?insiste el caballero Ulfius.
? Cuando se ven contra las cuerdas, se sacan de la manga un dios que se les aparece y les da permiso para creer en la evolución. En realidad, el proceso es uno de mis inventos, les dice ese dios ?apunta el caballero Héctor.
? Pero la naturaleza es ciega y cabrona ?añade el caballero Baudwin.
?Yo estoy con Dawkins. Iba a venir, pero se quedó en casa. Ya está bien de que nos laven el cerebro con que hay que ser respetuosos con la religión. La religión no respeta a la ciencia ?apunta el caballero Lancelot.
? Sí, los que dicen que ciencia y religión no son incompatibles dejan adrede la frase incompleta. Su convicción in pectore es que, para que sea así, la ciencia debe cumplir una orden de alejamiento respecto a ciertos temas ?vuelve a intervenir el caballero Baudwin.
  

(Me inclino por lo que, al parecer, decía Thomas Jefferson. Creo que bastante hay con ocuparse de las cosas que son como para atormentarse con las que quizá pudieran ser, pero de las cuales no hay el más leve rastro de evidencia ?piensa Joan, recordando tantas y tantas torturas adolescentes?. Para estos señores todo es reducible al mundo físico y éste puede ser eventualmente desentrañado. Quizá sea así, pero lo que conocemos colectivamente es todavía una mínima parte del todo, y a mí sólo me es dado conocer una mínima parte de lo que se conoce. Sólo sé un poco de casi nada, a Edurne apenas la conozco, a pesar de que sé de ella casi todo lo que se puede saber de otra persona. Las herramientas del conocimiento son pobrísimas, toscas e insuficientes, lentas de cojones. El conocimiento carnal, sin ir más lejos. Lo intentamos obsesivamente, porque cada intento nos decepciona. El misterio nos hace vivir: no he acabado de conocer a Edurne… «Me voy a Santander con Juanjo. Nos han invitado a un curso de verano sobre revistas culturales»; eso dijo en un tono que nunca había usado conmigo. Juanjo es un colaborador de la revista de Edurne, un posmoderno pasteloso y edulcorado. Joven, eso sí. Ahí te quedas, me ha venido a decir Edurne esta vez: no me ha preguntado, como en otras ocasiones, si quería acompañarla. Los humanos somos los únicos capaces de leer en las mentes ajenas, eso dicen, pero es tan limitada esa facultad que casi siempre leemos lo que no hay. El fiasco de Freud… «Me voy a Santander», ha dicho, y no he logrado adivinar lo que ha querido decir, lo que piensa. Únicamente he intuido que algo ha cambiado y he sentido desasosiego, pero no he sabido nombrar ese sentimiento, ni reconocer, esa primera vez, al monstruo de ojos verdes. Edurne ha vuelto a los tres días con cara de felicidad, sin dar demasiados detalles de sus correrías. Los estudiantes dieron un baile en las caballerizas del Palacio de la Magdalena, al parecer… De madrugada se bañaron desnudos, pero no aclaró si ella y Juanjo también se bañaron. Cualquier individuo es un iceberg del que sólo conocemos sus aristas visibles. La capacidad de leer las mentes ajenas: una herramienta tosca hasta la inutilidad. Lo mismo que las herramientas y los métodos para conocer el mundo físico, tan limitados que no tendremos tiempo… Nuestro universo dentro del multiverso, tres dimensiones espaciales y una temporal: la temporal, la limitante… Es obvio. No nos queda tiempo para entender lo que queda por entender dentro de esas tres dimensiones, entre la x, la y y la z. Nuestra inteligencia es tan corta que en los próximos años seguiremos insatisfechos, pero al mismo tiempo sabemos demasiado, lo que sabemos es peligroso. Sabemos ya tanto que cualquier individuo, cuerdo o por completo lunático, tiene el poder de dar por concluida nuestra jornada. El error y el terror pueden darse la mano para que nuestra capacidad para el conocimiento quede frustrada lejos de la plenitud, para que nuestra especie se extinga antes de que acabe el siglo, tan esencialmente ignorante como cuando surgió. Edurne se aleja en la noche y me deja con su misterio, me deja con todos los misterios. Ella parece buscar la felicidad por caminos que no sé transitar, que me están vedados.)

* * *

Monseñor Sánchez Sorondo no puede ser ajeno a la lucha interna que sobre la evolución se ha desatado entre distintas facciones vaticanas a la muerte de Juan Pablo II, el papa que declaró públicamente que no había contradicción entre ciencia y religión, y que consideró a la evolución darwiniana como algo más que una hipótesis. Incluso rehabilitó a Galileo y admitió que su persecución había sido un error de la Iglesia. Pero Benedicto XVI es harina de otro costal. Ya en su primera misa papal dijo que no somos cualquier producto, casual y carente de significado, de la evolución y, mientras solivianta al islam, aireando viejos trapos sucios, parece afanarse en demostrar que, en realidad, la iglesia católica nunca persiguió a Galileo. Ahora se acaba de reunir en Castel Gandolfo con el cardenal Schönborn, otros dos teólogos conservadores y un único y solitario científico para ver qué puede hacerse con la noción del diseño inteligente. Parece que se han conformado con que se delimiten los campos, algo así como que a cambio de no cuestionar la teoría básica de la evolución, el otro bando deberá abstenerse de cualquier vuelo metafísico que nos declare productos azarosos de la evolución, obviando así la necesidad de Dios. Pero este etéreo pacto unilateral le estalla a monseñor Sánchez Sorondo, hecho pedazos ante sus propias narices, cuando da la palabra a Daniel DennettEn el mismo año 2006, Daniel Dennett expresó su opinión sobre Dios en una televisión británica: «Es bien sencillo, [Dios] no existe. Y no hay evidencia de que exista, ni razón para creer que exista, y por eso no puedo creer en su existencia. Y pienso que es absurdo pensar que existe». En 2008-2009 propició la campaña publicitaria en los exteriores de los autobuses de transporte urbanos londinenses sobre la probable inexistencia de Dios., el furibundo talibán del darwinismo filosófico, quien ha titulado su intervención de un modo inequívoco: «La domesticación de los memes salvajes de la religión».

Daniel Dennett

Dennett no es un filósofo al uso, sino que tiene un conocimiento más que superficial de la ciencia evolucionista. Sus blancas barbas le dan un engañoso aspecto de venerable fraile franciscano, una impresión que se disipa al instante si se atiende a su discurso.

Si se considera la religión como fenómeno natural, cuya historia puede ser contada y entendida, se trataría de indagar cómo y por qué aparece ésta, y cuáles son las razones de que hoy sea como es. Para un darwinista a ultranza como Dennett, el origen de la religión se reduce en última instancia a una cuestión de adaptación para sobrevivir y conquistar. Y si se analizan las religiones actuales, pueden discernirse ciertas características muy antiguas, que carecerían de autor individual, y otras más recientes, que serían creación deliberada de diseñadores religiosos para responder a presiones selectivas muy distintas.

Autobús londinense con publicidad ateaLas religiones organizadas son sistemas sociales que han sido diseñados brillantemente, pero la evolución supera siempre a la creatividad humana. Algunas características de las religiones organizadas serían seleccionadas de un modo no muy distinto a como lo son los caracteres que se ven sujetos a selección sexual. Para Dennett, la religión es toda humo y espejos, una ilusión vana, no un sistema de creencias racionalmente justificado. Oyéndolo, parecería que todo se reduce a contar cuántas habas hay en el cestillo. Dennett se alinea con Richard Dawkins frente a otras facciones de darwinistas más tibios, como las de Richard Lewontin o Stephen Jay Gould.

Monseñor Sánchez Sorondo cierra la sesión sin que Joan perciba en su enigmático rostro reacción alguna a lo que acaba de oír. Es evidente que ha acumulado ya una larga experiencia en su complicado oficio de conciliar lo irreconciliable.

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Ficha técnica

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