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Las quimeras de la razón

El viajero de Leicester

JUAN PEDRO APARICIO

Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid, 1998

156 págs.

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Ignoro si con propósito de continuidad, se abre el Centro de Estudios Ramón Areces a la publicación de narrativa. No podría haberlo hecho con más acierto en la elección del autor, pues Juan Pedro Aparicio se halla en esa reducida nómina de novelistas exigentes para los que la escritura es un desafío del estilo y una auténtica reflexión sobre la vida. Pero también es difícil comenzar alcanzando mayor grado de descuido en la materialidad del libro, plagado de erratas pertinaces –nunca se acentúa el pronombre mío– que pueden poner en duda la propiedad expresiva del autor. Quienes conocemos por leerle de antiguo el esmero con que trabaja Aparicio no le echaremos la culpa a él, pero puede haber quien le señale con el dedo por confundir sistemáticamente el interrogativo por qué con el relativo porque, o el condicional si no con el adversativo sino. Sépase que el editor desluce una novela, El viajero de Leicester, a la que, si alguna pega cabe ponerle, sólo será la contraria: la parte central de ella, la que ocupa casi todas las páginas, está contada por una primera persona que habla demasiado bien, con una riqueza y propiedad no del todo oportunas tratándose de un relato oral.

Empieza Aparicio su novela con una situación que pudiera tenerse por anecdótica, pero que en él posee un fuerte arraigo: un viaje de Londres a Leicester en tren. El autor leonés ha hecho ya notables contribuciones a la literatura de andar y ver: un recorrido por Los caminos del Esla, acompañado de José María Merino, y otro, solo, siguiendo las vías de El transcantábrico, nombre que da al viejo tren hullero que hacía la ruta de León a Bilbao. Hace nada más un par de meses daba a conocer otra expedición a tierras más lejanas, a China, en La mirada de la luna. Esos títulos, aunque bastante distintos entre sí, comparten las buenas condiciones de observador del escritor y una mirada atenta a la naturaleza, física y humana, de la que se desprenden, sin pretenciosidad aparente, meditaciones sobre la existencia. En el último libro citado, la crónica pormenorizada del viaje, llena de detalles costumbristas, de apuntes sobre hábitos y mentalidad, deja un buen resquicio a la contemplación de las formas del sentimiento espiritualista oriental. Y por aquí se suelda el viaje real con el viaje de ficción de El viajero deLeicester: realidad, verismo, misterio, materia y espíritu andan en la novela fundidos, como ya lo anduvieron en otras narraciones suyas.

El mundo literario de Juan Pedro Aparicio ha pivotado sobre una comunión de lo testimonial y lo fantástico. De lo primero, va a parar a su nueva ficción un escenario que, sin nombrarlo con precisión administrativa, nos lleva a los lugares leoneses frecuentes en él, si bien afloren bajo envoltura alegórica. Aunque ésta sea una novela muy peculiar, la presencia de la familia Mosácula o la mención del paseo de Papalaguinda nos advierten del propósito de dar continuidad a toda su obra. Lo fantástico viene en Elviajero de Leicester bajo capa de onirismo, de desrealización kafkiana, de pesadilla traumatizante. Vidal, que así se llama el protagonista de la historia central, cuenta a su paciente compañero de tren una peripecia de alucinaciones, terrores o transformaciones. Cuando llegan a Londres, el sabor gótico de tanta enajenación cobra nuevo impulso, pues ahora el viajero silencioso, el que acoge el otro relato con una técnica emparentada con la del manuscrito hallado, comprueba por sí mismo el alcance real de lo que parecía farsa «carnavalesca», irónica, visionaria, escatológica.

Es este narrador primero quien al hilo de un viejo tratado de Emanuel Swedenborg –las precisiones bibliográficas incorporadas nos devuelven a una realidad cierta e inmediata– nos abisma en la problemática última de la fábula. Primero, la semejanza de los espacios de la tierra con los de la vida espiritual. Luego, la cuestión de la identidad. En fin, el cuestionamiento de los límites entre irrealidad y mundo material. Con todo ello, Aparicio nos pesca en las redes de las clásicas preguntas sobre la existencia, sobre la incertidumbre entre sueño y verdad, vida y fábula, materia y espíritu, consistencia y evanescencia… El sentir barroco del engaño, la duda de si seremos hijos de un sueño ajeno, el unamuniano conflicto de la personalidad y el doble…, todo ello entra a borbotones en esta extraña novela que tiene la innegable cualidad de dar cuerpo y certeza, de construir una materialidad consistente con las quimeras de la razón. Juan Pedro Aparicio traza una fabulación libre, pero en todo momento controlada por una disciplina cartesiana, que produce una realidad imaginaria muy rara que desasosiega y trastorna.

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Ficha técnica

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