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Las Norton Lectures

Seis paseos por los bosques narrativos

UMBERTO ECO

Miralles Lumen, Barcelona, 1996.

Trad. de Helena Lozano

160 págs.

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Eco pronunció en Harvard las seis conferencias del curso 1992-93 para el ciclo de las Norton Lectures. En 1994 aparecieron publicadas en inglés y en italiano; ahora Lumen las edita en la excelente traducción al castellano de Helena Lozano Miralles.

El recorrido por los bosques de la ficción empieza con un homenaje a Calvino, autor de otras «lecciones americanas» (Propuestas para el próximo milenio, 1988) que no llegó a pronunciar, pero que se han convertido en su auténtico legado. Sin embargo, Eco evoca al Calvino de Si una noche de invierno un viajero (1979), novela cuyos protagonistas son lectores y cuyo tema aparente es la lectura y toda su fenomenología. Lo recuerda porque el lector también es el protagonista declarado de estos paseos que son las conferencias de Eco. A él dedica este recorrido distendido por el que el lector deambula confortablemente, como se pasea, sin la tensión de la estricta teoría, reencontrándose proyectado en esa combinatoria siempre única y virtual que es la relación entre autor, texto y receptor.

Caperucita Roja, Homero, Kafka, Nerval, o el Rick de Casablanca y Molly Bloom, le sirven a Eco para convertirse en un autor que va desvelando sus estrategias de semiólogo –también como escritor de ficción– para acompañarnos en el descubrimiento de que la vida se ensancha y se alarga gracias a la ficción, y que la narración nos adiestra en la difícil tarea de poner orden en la experiencia, también en el pasado. Eco invita a reflexionar sobre ello, consciente de que la literatura contribuye a la construcción de una particular «terapia contra cualquier sueño de la razón» y sirve para evitar la producción de los monstruos.

Pero en los bosques de Eco –con explícito guiño a los senderos de Borges-el lector no se pierde; al contrario, si ha atendido a las instrucciones del juego, si ya conocía o ha ido aprendiendo las reglas, acabará con la sensación reafirmante de haber cumplido su papel de forma satisfactoria, encontrando por el camino espacios nuevos en su conocimiento, nuevas direcciones hacia donde mirar, nuevos espejos donde reflejarse. Y si, por el contrario, no las conocía, irá discurriendo por las páginas, entre letras e imágenes, de la mano de Eco, conducido, instruido y acompañado, sin perderse, aprendiendo a separarse de él.

El tono discursivo de sus conferencias, no planteadas como ensayo técnico para iniciados, sino pensado para un amplio espectro de lectores, permite recorrer puntos fundamentales en el desarrollo de las teorías de Eco sobre la interpretación y otros aspectos de la narrativa, desde las formulaciones de Obra abierta (1962) hasta sus trabajos más recientes.

Eco presenta el problema de cómo Entrar en el bosque y tomar conciencia del acto de introducirse por los caminos de la ficción. Para ello hay que conocer los elementos que componen el bosque. Así, presenta un análisis sobre el concepto de lector –ideas en gran parte formuladas en Lector in fabula (1979)–; desde el lector que se acerca al texto como si se tratara de un contenedor de sus propias sensaciones y de los acontecimientos de su vida, hasta el «lector modelo» que perfilará en la conferencia siguiente. Define el concepto de autor: el «empírico», que es el menos importante, porque es el autor en su verdadera contingencia; la «voz narrante» y el «autor modelo» en que se convierte todo escritor cuando se pone una máscara, siempre que asume una voz para transmitir sus diferentes instrucciones desde cada uno de sus textos.

Por Los bosques de Loisy, Eco profundiza en el tipo de lectura que hace preferentemente el «lector modelo», consciente como es de saber responder a los requerimientos del autor, de poder rellenar los espacios huecos que deja el texto –esa «máquina perezosa» que espera del lector mucha colaboración– y de conocer los medios para sonsacarle al autor sus estrategias y toda la instrumentación, conocida o no por el escritor real, que el «autor modelo» creía haber ocultado. Entre los mecanismos de este último está el dominio del tiempo de la narración, el saber demorarse en el bosque, como provocación al lector que así deberá acudir a otros ámbitos, literarios o no, para resolver la suspensión en que se ve abandonado y extraviado. En este sentido, Eco establece la diferencia entre tiempo de la fábula, tiempo del discurso y tiempo de la lectura, a través de ejemplos tomados del discurrir por la Divina Comedia o del extraordinario zoom con que Manzoni inicia su obra maestra Losnovios, donde se funden el tiempo y el espacio.

Los bosques posibles en que la narración introduce al lector permiten a Eco analizar la relación entre el mundo real y el de la ficción; el mundo narrativo es mucho más limitado en cuanto que es pequeño y circunscrito al texto, acotado por el mundo real y es un mundo que conocemos en profundidad («sabemos más de Julien Sorel que de nuestro padre»).

Un recorrido por el París de Los tres mosqueteros y la detección de un error de Dumas, le sirven a Eco para demostrar lo difícil que es para el autor establecer el formato de la enciclopedia –otro homenaje a Borges– en el que cifrar su narración y para concluir que leer significa apostar por una suerte de fidelidad a las sugerencias de una voz que tampoco está diciendo al lector claramente lo que quiere, sino que le abandona a sus propias conjeturas.

Eco practica una interesante operación que consiste en estudiar de qué manera la ficción modifica el mundo real, y por ello, la vida y la historia. La conduce a través de una escalofriante indagación por algunos textos de ficción que él mismo ha rastreado, desde el quebrantamiento de la orden de los templarios y del mito de la conspiración judeo-masónica, hasta el terrorífico resultado de los campos de exterminio nazis.

Sin embargo, ante la esperanza de hacer coincidir la historia personal de cada uno con la del universo, Eco juega a ser protagonista de una historia de ficción y de verdad a la vez, al narrar la experiencia que tuvo en el planetario de La Coruña cuando observaba la reproducción de la esfera terrestre que cubría Alessandria la noche de su nacimiento. El único protagonista de esa historia era él: ante las estrellas proyectadas, el mundo real y el de la ficción eran uno solo.

Porque esta impecable y deliciosa instrumentación que son los bosques narrativos de Eco vuelve a confirmar, con Calvino, que un escritor sólo puede hablar de la relación que él mismo establece con la escritura; pues él y sólo él es el único protagonista posible bajo las estrellas el día de su nacimiento.

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Ficha técnica

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