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Las metáforas de la ciencia

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They said, «You have a blue guitar,
      You do not play things as they are.»

      The man replied, «Things as they are

      Are different upon the blue guitar.»
 Wallace Stevens, The Man with the Blue Guitar (1937)

Jorge Edwards escribe en Babelia (núm 1.142, 12 de octubre de 2013) sobre «la lengua poética, extrema, opaca, enigmática» como «reverso exacto del lenguaje informativo» y no he tardado en darme cuenta de que yo no veo las cosas exactamente como él. Esto me lleva a reiterar lo que he venido diciendo en diversas ocasiones sobre las metáforas en el lenguaje científico, pero antes digamos de entrada que el lenguaje poético aspira también a informar, si bien se centra en lo que escapa al conocimiento objetivo.

A mi modo de ver, la guitarra es azul tanto para el poeta como para el científico. La ciencia y la literatura tienen en común el hecho de que se ven constreñidas al uso del lenguaje vulgar para trascender la realidad cotidiana, y en principio divergen respecto al modo en que la trascienden y en la forma de registrar la experiencia. El lenguaje científico puede ser tan metafórico como el poético, pero sus metáforas están sujetas a restricciones específicas. Recuerdo de pronto aquellos lejanos tiempos en los que un primer día de clase de Biología, en un colegio inglés, me dieron un librito con todas las etimologías griegas y latinas de los términos propios de la especialidad. Aquel rigor se fue evaporando a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo, cuando los científicos buscaron otras raíces para los miles de palabras nuevas que fueron necesitando. Así, por ejemplo, los físicos fueron a nombrar una nueva partícula subatómica con la palabra quark, robada de la novela Finnegans wake, de Joyce, y dos de las distintas clases de quarks se bautizaron respectivamente como «encanto» y «extraño». La imaginación y hasta frivolidad de los biólogos a la hora de acuñar nuevos términos es proverbial e irreverente, como se pone de manifiesto en miles de casos, entre los que citaré el siguiente como botón de muestra: una técnica de detección de ADN recibió el nombre de su autor, de apellido Southern, y cuando se desarrollaron otras técnicas inspiradas en ella, fueron nombrándose alegremente como «northern», «western» e incluso «north-western», haciendo muy difícil traducir los textos de biología molecular desde el inglés, lengua que ha acogido a esta especialidad en su nacimiento, a otros idiomas. De hecho, la ciencia en general se desarrolla en un esperanto que se parece a la lengua del imperio, sin serlo exactamente, y se habla con torpeza pero con eficacia por todo el mundo, desde los muelles de Yokohama a los auditorios de las instituciones culturales más refinadas.

La ciencia depende de un lenguaje imperfecto para describir lo desconocido recién conquistado y debe hacerlo con la máxima precisión posible y sin ambigüedad, mientras que en la experiencia literaria, lo no dicho, la ambigüedad y el silencio deben cargarse de significado en un intento de transmitir lo no nombrado y lo inexpresable. En el primer caso debería existir una relación unívoca entre el símbolo y el concepto, entre la palabra y su referente, lo que fuerza la creación de nuevos símbolos y palabras o, con más frecuencia, la adjudicación de significados restringidos (contextualizados) a términos del lenguaje vulgar que tienen significados más amplios en la comunicación habitual entre los seres humanos. En el caso literario, el significado debe surgir de los abismos y cavernas que pueden generarse en torno a una palabra, entre una palabra y otra, o entre una palabra y su referente, un juego peligroso que puede conducir a la destrucción de todo significado.

En la realidad, los dos tipos de lenguaje representan dos extremos en los que sólo cabe situar la matemática pura y la poesía más abstracta, respectivamente, y dejan un amplio espacio para los lenguajes híbridos y «contaminados», balcanizados o no, con que se desenvuelven la mayoría de las disciplinas científicas y las distintas modalidades literarias. La hibridación en el lenguaje puede en potencia ser clave del vigor expresivo que, dentro de la imperfección, llega a alcanzarse en cada caso, o bien ser causa de patologías que derrotan los fines expresivos específicos.

Las ideas y términos científicos resultan a menudo atractivos para el poeta, porque ofrecen un registro que trasciende el mundo inmediato y puede ayudarle a crear la maravilla o el misterio, pero muchos de estos términos e ideas no sobreviven al trasplante de contexto.

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