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Los comunistas no acaban
de ver la luz de la Genética

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Me han llegado un lúcido artículo de Juan Segovia, militante del Partido Comunista de Andalucía, publicado en la web de Mundo Obrero, en el que se apoyan los cultivos transgénicos, al tiempo que una invitación para celebrar en la Universidad de Gante el trigésimo aniversario de este hito tecnocientífico. No acabo de congratularme por ambos acontecimientos cuando me llega la noticia de que el artículo ha sido censurado y mandado retirar por la curia comunista. ¡Viva el sectarismo!

Los cultivos transgénicos vienen siendo rechazados tanto por los exestalinistas reconvertidos como por los fundamentalistas cristianos. Ya en los años cuarenta, Trofim Lysenko convenció a Stalin para que condenara la Genética, como ciencia burguesa, y encarcelara e incluso ejecutara a sus exponentes soviéticos más notables. Impuso así sus disparatadas teorías sobre la modificación ambiental de la herencia, que fueron responsables de que la antigua Unión Soviética tuviera que hacer importaciones masivas de grano, nada menos que desde Estados Unidos, y de que durante la transición al sistema político actual se pasaran hambrunas y se redujera la esperanza de vida en varios años. En su formulación actual, el atávico rechazo a la Genética había dado paso al de los cultivos transgénicos, por principios y como forma de combatir a las multinacionales, lo que supone algo así como combatir los monopolios de Bill Gates, apelando a que los ordenadores son de derechas y muerden.

En el ámbito fundamentalista, la «manipulación genética» no es sino un intento impío de «suplantar a Dios». No me extrañaría que el papa Francisco se apresure a levantar esa especie de excomunión, aunque sólo sea para librar de ella a su país de origen, Argentina, y a su vecino Brasil, que han apuntalado sus economías con el nuevo invento y que juntos ya producen casi tanto grano transgénico como los países de América del Norte.

Parece mentira que hayan transcurrido treinta años desde que pasé un buen número de intensas semanas en el laboratorio de Jeff Schell y Marc Van Montagu, en la Universidad de Gante, aprendiendo los trucos experimentales para introducir genes foráneos en los vegetales, cuando apenas se había resuelto el problema y todavía no se sabía si los genes transferidos funcionaban en destino, algo que se confirmaría enseguida. Poco después, en enero de 1983, participaría también, con una modesta contribución, a la presentación en sociedad de la importante innovación, durante el Miami Winter Symposium que se celebró en un exhotel Playboy de Miami Beach. El clima de dicho acontecimiento fue extraordinariamente tenso por la feroz competencia entre el grupo de Gante y dos grupos norteamericanos, el de Mary-Dell Chilton y el de un investigador de la empresa Monsanto, Robert Fraley, que se disputaban la prioridad del avance. Puede decirse que el invento fue europeo porque el grupo de Gante batió por cuatro días a sus competidores en la solicitud de registro de la propiedad intelectual. Como la penicilina, los anticuerpos monoclonales y otras aportaciones europeas, los estadounidenses se adelantaron en la explotación comercial.

La transformación en plantas ha sido ante todo una poderosa herramienta de conocimiento que ha propiciado una verdadera edad de oro de la Botánica y, además, ha mediado una de las mayores revoluciones agronómicas del siglo, ya que la implantación de los cultivos transgénicos ha crecido vertiginosamente hasta ocupar en la actualidad unos 170 millones de hectáreas, más de la mitad de las cuales corresponden a pequeños agricultores de países en desarrollo. En tres décadas, los transgénicos no han causado el más mínimo efecto adverso para la salud humana o para el medio ambiente.

En la celebración de Gante no estará Jeff Schell, porque falleció prematuramente, siendo director de un Instituto Max Planck en Colonia. Tuve el privilegio de tratarlo asiduamente. Era un hombre de gran dinamismo, capaz de jugar feroces partidos de tenis o de atravesar el Atlántico, pilotando su propio velero. Coincidí con él en numerosos consejos científicos y durante dos mandatos fui miembro del consejo del instituto que él dirigía.

El acto de Gante lo cerrará Jan Leemans, quien presentará el homenaje a Marc Van Montagu. Con ambos he mantenido una activa amistad a lo largo de los años y a ambos les debo, aparte de sus buenos consejos científicos, un conocimiento gozoso y detallado de la gastronomía belga. Jan, discípulo de Marc, fue director científico de la pequeña empresa Plant Genetics Systems (PGS) desde que en 1982 la fundaran Van Montagu y Schell en un viejo edificio de la Universidad de Gante hasta su venta a AgrEvo en 1996, por un precio que superó al de la compañía aérea belga, Sabena, vendida por las mismas fechas. Los empleados de PGS habían estado recibiendo sueldos muy raspados que se complementaban con acciones aparentemente sin valor, ya que PGS no cotizaba en Bolsa. La venta enriqueció a todos, desde la mujer de la limpieza que, del susto, hubo de pasarse una semana en la cama, a Jan Leemans, quien decidió invertir buena parte de estos beneficios en proyectos solidarios en África que supervisa personalmente.

La interesante vida de Marc Van Montagu merece una breve glosa. Huérfano de madre desde que nació en 1933, su infancia discurrió en un barrio obrero en torno a la industria textil cuyas casas carecían de agua corriente y de aseos, y los dormitorios, de calefacción. Un tío abuelo suyo había sido uno de los fundadores del movimiento obrero en Gante y nadie en su entorno había pasado de la educación primaria, salvo un providencial tío que se hizo maestro y encauzó sabiamente la vida académica del niño, quien desde siempre parecía servir sólo para leer libros sin descanso. Contra todo pronóstico, fue accediendo a los distintos niveles educativos hasta completar un doctorado en la Universidad de Gante. Entonces unió fuerzas con Schell para estudiar los tumores que la bacteria Agrobacterium tumefaciens produce en las plantas y descubrieron que el mecanismo involucrado era la transferencia de un tramo de ADN desde la bacteria al genoma de la planta. Basados en esta observación, idearon una forma de sustituir los genes que la bacteria transfiere habitualmente por otros que fueran del interés de los investigadores. Así se consiguió por primera vez la transgénesis vegetal. Van Montagu acabó dirigiendo un grupo de más de un centenar de investigadores muy jóvenes, seleccionados mayoritariamente en los países menos favorecidos y ahora dirige una fundación que ha creado para apoyar la ciencia de los países en desarrollo. En resumen, los transgénicos pueden ser tan de izquierdas como Marc Van Montagu, benefactor de la humanidad.
 

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Ficha técnica

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