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Entre el miedo y la codicia

The Impact of Haitian Revolution in the Atlantic World

DAVID GEGGUS (ed.)

University of South Carolina Press Columbia

1802: Rétablissement de l’esclavage dans les colonies françaises. Ruptures et continuités de la politique coloniale française (1800-1830). Aux origines d’Haiti

YVES BÉNOT (ed.), MARCEL DORIGNY (ed.)

Maisonneuve et Larose, París

A Colony of Citizens. Revolution and Slave Emancipation in the French Caribbean, 1781-1904

LAURENT DUBOIS

The University of North Carolina Press, Chapel Hill

Avengers of the New World: The Story of the Haitian Revolution

LAURENT DUBOIS

Harvard University Press, Cambridge

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Con ocasión del bicentenario de la muerte de Toussaint Louverture, el ex presidente de la República de Haití, Jean-Bertrand Aristide, reclamó a Francia 21.685.135.571 millones de dólares y 48 centavos. Esta cifra espectacular es el resultado de la actualización de los noventa millones de francos que la República caribeña entregó entre los años 1825 y 1885 al Estado francés en concepto de indemnizaciones estipuladas por un tratado entre los dos países. Aquel acuerdo con la Francia de la restauración borbónica fue el trago amargo que el presidente haitiano Boyer tuvo que pagar para obtener el reconocimiento de la ex metrópoli y, de este modo, romper el aislamiento internacional de un régimen cuarteado por múltiples fisuras internas. Más allá de la problemática cuantificación de los daños que cualquier cifra pudiese reparar, el discurso oficial se hizo eco de la doble necesidad de una restitución (reintegro de la deuda) y reparación (por los daños derivados de la esclavitud y el tráfico) a la nación haitiana. Como era de esperar, el gobierno francés no aceptó la idea de una compensación económica por un tratado del que no podía sentirse heredero, por un tratado infame que sí reparó los daños materiales infligidos a los antiguos propietarios entre la gran rebelión esclava en las llanuras del norte en 1791 y la proclamación de la independencia por Dessalines en 1804. En la tesitura provocada por el gesto insólito de uno de los pocos gobiernos haitianos con cierta legitimidad de los últimos cincuenta años, Francia se sintió obligada a actuar en una triple dirección: reforzar sus proyectos de cooperación y ayuda financiera a aquel desgraciado país (un quinto aproximado del total recibido en los años noventa del siglo pasado), aprobar una ley declarando a la esclavitud crimen contra la humanidad (ley Taubira de 21 de mayo de 2001), antesala de la posición francesa en la conferencia de Durban en septiembre de aquel año, y, finalmente, alegar que ningún Estado puede asumir sin más la herencia de la violación de normas cultural, política y moralmente reprobadas. En la medida que la noción de crimen contra la humanidad (o el derecho de autodeterminación) es una concepción posterior a la Segunda Guerra Mundial, el Estado francés actual no puede, en razón del fundamento moral que le da legitimidad, responder por actos que no cometióUna comisión de intelectuales franceses (Comité indépendant de réflexion et des propositions sur les relations franco-haïtiennes) publicó una muy interesante carta abierta al Gobierno francés sobre las relaciones entre los dos países: Régis Debray, Haïti et la France. Rapport a Dominique de Villepin, Ministre des Affaires Étrangères, París, La Table Ronde, 2004 (entre los firmantes se encuentran autores de algunos excelentes trabajos de historia, sociología, ciencia política y economía, como Gérard Barthélemy, François Blancpain, Myriam Cottias y Marcel Dorigny. Este último es autor de uno de los trabajos aquí reseñados)..

Si la reparación ya no es posible, la miseria del campesinado haitiano y de los bidonvilles de Gonaïves y Port-au-Prince nos devuelve hacia un pasado que parece desafiar toda noción de normalidad históricaJean Métellus, Haïti, une nation pathétique, París, Maisonneuve et Larose, 2003; Laënnec Hurbon, Comprendre Haïti. Essai sur l'État, la nation, la culture, París, Karthala, 1987.. Un pasado que parece el contrapunto lógico, y por ello inquietante y aleccionador, de las historias metropolitanas y a la postre exitosas de las potencias europeas de antaño. Una historia, sin embargo, que demasiado a menudo se reduce a ideas muy triviales sobre la gran revuelta esclava de 1791, la personalidad histórica de gran relieve del libertador, aquel que abandonó el apellido Bréda para adoptar el metafórico de Louverture (o L'Ouverture), la ocupación norteamericana de 1915 a 1934 o el compendio de horrores de la etapa Duvalier, padre e hijo. Los libros que reseñamos, escogidos entre un muy importante número de publicaciones o reediciones a propósito del bicentenario de la República, proporcionan elementos de información y de reflexión histórica de gran calidad para proceder a una revisión a fondo del significado de la gran experiencia liberadora de SaintDomingue y situar los acontecimientos del Caribe francés a finales del siglo XVIII y en la primera década del XIX en el contexto histórico que les da todo su sentido y dimensión, más allá de las fronteras de la parte francesa de la isla. Si la idea de reparar es intención vana, la vocación laica de comprender históricamente las causas del atraso y la violencia actuales no puede soslayarse.

 I

¿Por qué razón una colonia cafetalera y azucarera similar a las demás del Caribe se hundió en la década que empieza en 1791 en una ola de violencia de proporciones tan espectaculares? Es de sobra conocida la primera de las explicaciones posibles: la rápida expansión de la plantación azucarera (las habitations) de grandes dimensiones en un contexto de unidades de inferior tamaño desde mediados del siglo XVIII, con el resultado de una voraz necesidad de mano de obra esclava, que necesariamente era africana (los bozales o bossales ). Esta era una dinámica muy condicionada por la naturaleza del régimen colonial y las necesidades del comercio exterior francés (la importancia crucial de las reexportaciones de azúcar refinado), que concedía una gran fuerza a las burguesías portuarias de Burdeos o Nantes implicadas en el tráfico triangular con África y el Caribe. El resultado de todo ello fue la ralentización del proceso de «criollización» de las dotaciones de esclavos, de aculturación a las circunstancias americanas, a diferencia de lo que continuaba sucediendo en Guadalupe o Martinica, o en las islas de las potencias rivales. En consecuencia, el recuerdo del mundo africano de origen era perfectamente vivo y continuamente alimentado entre el medio millón de esclavos censados en vísperas de la Revolución. Más peligroso todavía, el hiato entre el mundo de los blancos y la gens de couleur libre, en torno a unos treinta mil los primeros y quince mil los segundos, y entre éstos y las dotaciones esclavas alcanzó unas dimensiones hasta entonces desconocidas. El recrudecimiento de las medidas de discriminación racial contra los negros y mulatos libres, tanto en la esfera privada (matrimonios) como pública (acceso a instituciones y milicia) no contribuyó en modo alguno a paliar las dimensiones de aquel foso.

Cuando llegaron las primeras noticias del cambio político en Francia, su impacto sobre los distintos grupos sociales fue inmediato. Los primeros en definir su posición fueron los blancos, los grand blancs y los petit blancs, porque tampoco ellos formaban un bloque homogéneo. Su preocupación principal era erosionar en la medida de lo posible la pesada dependencia de las reglamentaciones comerciales que regulaban la relación colonia-metrópoli, el complejo mercantilista definido por el llamado exclusif, como expresaron con meridiana claridad en los cahiers de doléances enviados a los Estados Generales convocados por la Monarquía como tabla de salvación. Cuando los grandes intereses de la isla suscitaron esta cuestión fue como abrir la caja de Pandora, ya que inmediatamente los petits blancs y los negros y mulatos libres reclamaron su lugar en la asamblea colonial que debería regir los destinos de la isla y enviar representantes a París. Lo que ocurrió a continuación era totalmente previsible, la exclusión de la gens de couleur de la representación y la transmisión a la isla de noticias más o menos precisas sobre los debates en torno a la esclavitud, hundieron a la más rica de las colonias americanas de toda la historia en una crisis sin precedentes ni posibles comparaciones en el futuro. En esto sí se puede ser taxativo: el proceso histórico que conduce de Saint-Domingue a Haití no tiene parangón con ninguna otra experiencia histórica, en la medida que significó al mismo tiempo la descolonización de un enclave crucial para su metrópoli y la negación completa de los principios sobre los que se sustentaba el desarrollo histórico general del mundo atlántico de entonces.

Los dos libros publicados por Laurent Dubois, Avengers of the New World y A Colony of Citizens, son una aportación de gran importancia para entender las complejidades infinitas del proceso de liberación de los esclavos en las colonias francesas. El primer libro, de carácter más narrativo y sucinto, está centrado exclusivamente en lo sucedido en Saint-Domingue. El segundo, de mayor contenido analítico, dedica mayor atención a Guadalupe, una de las pequeñas Antillas en manos de Francia, aunque lo hace sin abandonar del todo el escenario dominicano. Puede decirse sin temor a la hipérbole que ambos trabajos restablecen con creces el protagonismo fundamental de los esclavos, de los hombres y mujeres que no quisieron permanecer al margen de los beneficios del cambio político tan grandiosamente proclamado en París. Este es el hecho mayor de toda la historia: cómo la ruptura del mundo de la plantación, con sus instituciones políticas y jurídicas, con las estrictas y crueles normas sociales que el Code noir (1685) había tratado sin éxito de congelar para siempre jamás, se hundió sin remedio cuando los libertos primero y los esclavos después se rebelaron en su contra. El encadenamiento de los hechos es muy revelador. Mientras que en Saint-Domingue, en el contexto de las tentativas autonomistas (y subrepticiamente secesionistas) de la población de origen francés, la sublevación de los mulatos libres de Vicent Ogé no se produce hasta octubre de 1790, en Basse Terre (Guadalupe) estalla una insurrección esclava de cierta dimensión el mismo agosto de 1789, apenas llegadas las primeras noticias de lo que está pasando en la capital de la Monarquía. La pregunta cae por su peso: ¿qué factores de transmisión convirtieron al cambio político en Francia, si es que efectivamente fue así, en una referencia que conducía al levantamiento desde la perspectiva de los esclavos? Sin duda las noticias (y los rumores) de lo que estaba sucediendo en la metrópoli tomaron una superior consistencia con el paso de los meses, pero cómo debe esto relacionarse con la masiva revuelta esclava en el norte de Saint-Domingue de agosto de 1791, aquella que hundió para siempre a la esclavitud en la isla, sigue siendo algo muy difícil de precisar.

La premura con que los esclavos reaccionaron a los estímulos del cambio político desmiente con contundencia la vieja idea esclavista, compartida por el redentorismo abolicionista, de unos seres idiotizados por la mezcla de sus raíces culturales africanas, la lacra de la dependencia personal o la dureza del propio trabajo en la plantación. Lo que ocurrió demostraba lo contrario. Los esclavos actuaron con indiscutible capacidad autónoma. El problema, sin embargo, no radica tan solo en constatarlo sino en dar con las claves que ayuden a explicar aquella capacidad de reacción y el ritmo de la misma. Sin duda ésta estaba formada por ingredientes muy diversos: cultura campesina y guerrera de origen africano; lógica animadversión a la disciplina de la plantación; repudio de la fijación en un espacio físico y social opresivo. El hecho de que el primer acto de la gran insurrección esclava de Haití en la noche del 22 al 23 de agosto fuese una ceremonia vudú en el Bois Caïman es muy revelador del primer ingrediente, como lo es también la enorme violencia posterior contra las plantaciones y contra la población blanca en las dos islas. El comportamiento posterior de los esclavos, tanto en Haití como en Guadalupe, arroja igualmente mucha luz sobre motivaciones menos aparentes, sobre lo que era el mundo esclavo en el momento en que quiebra un siglo de sociedad colonial. Los esclavos y los negros y mulatos libres muestran idénticas ansias de recuperación de capacidad autónoma como pequeños campesinos, artesanos o pequeños comerciantes, así como una diligencia extraordinaria en ganar espacios de libertad humana en la formación o legalización de vínculos familiares, de movilidad, de construcción de sus propias estructuras comunitarias, para elegir y secundar a aquellos que les deberían guiar en aquella situación tan procelosa. Dubois proporciona ejemplos minuciosos y siempre pertinentes de los ingredientes de la recomposición social de individuos libres, de la construcción cotidiana de la libertad como algo tangible y con múltiples facetas. De haber sido los seres embrutecidos que describe la propaganda y la literatura europea de la época, ninguna de aquellas aptitudes para la acción y la definición de un mundo a su medida habría resultado posible.

El levantamiento masivo de Saint-Domingue de 1791 fue de una violencia casi indescriptible, sólo comparable a la furia vengadora contra todos los blancos del año 1803, cuando fracasó la tentativa de restauración colonial de los generales Leclerc y Rochambeau. Aquella enorme hoguera tomó luego el carácter de mito, definitivamente liberador desde la perspectiva esclava y negra, infinitamente amenazador y destructivo en el subconsciente de los blancos de todo el continente americano o de las metrópolis con posesiones todavía esclavistas. Laurent Dubois señala con muy buen tino que la intensidad y violencia del fenómeno no debe oscurecer las razones y el sentido del mismo. Como mínimo porque los esclavos entendieron a la perfección que sólo con la destrucción de raíz de aquel mundo se podía impedir la restauración de la institución peculiar, con el reguero de latigazos, amputaciones y muertes que acostumbraba a suceder a cualquier tentativa de mejorar las condiciones de vida en la plantación o a la pura y simple huida a los bosques de los esclavos cimarrones. La pedagogía esclavista anterior era aleccionadora al respecto.

El hilo conductor del relato de Dubois descansa en la compleja relación entre el desarrollo de la política francesa para sus posesiones antillanas y la dinámica imparable de revuelta y negociación en el interior de las dos colonias. Diversos momentos y algunos personajes destacan con luz propia en la complicada madeja de la historia que el autor desenvuelve con mano maestra. En los albores del cambio político, la suerte de los esclavos ni siquiera se contempla como una posibilidad. No se podía silenciar, en cambio, la reivindicación de la gens de couleur de obtener los beneficios de la ciudadanía plena. La negativa inicial de la Asamblea conducirá al levantamiento mulato ya citado de 1790, pero su consecuencia dará alas a su vez a la movilización de los blancos, a su pretensión de distanciarse lo más posible de una política francesa que juzgan potencialmente peligrosa. Final e inesperadamente, el levantamiento masivo de los esclavos de las plantaciones de la costa norte de Saint-Domingue advertirá a blancos y gens de couleur que había llegado el final de su calvario. La fisura en el mundo de la esclavitud es, por consiguiente, doble: de un lado está la línea que separa a blancos y negros, del otro la que separa a libres de esclavos. Asustada por una situación explosiva, la Francia todavía monárquica cederá primero a la presión de los negros y mulatos libres y les concederá la ciudadanía en mayo de 1791, con la intención nada disimulada de buscar unos aliados fieles. En Saint-Domingue, los emisarios franceses, Léger Félicité Sonthonax y Etienne Polverel, forjarán una alianza con aquellos grupos sociales para defender la posesión de la doble amenaza de la contrarrevolución blanca y sus aliados británicos y españoles. Mientras tanto, en Guadalupe, la invasión inglesa forzará al delegado de la Convención, el mítico Victor Hugues (al que Alejo Carpentier recreará en El siglo de las luces, una de sus dos conocidas novelas sobre el ciclo revolucionario en las Antillas) a forjar un ejército basado en los negros libres. Sin embargo, así como aquel hábil y autoritario personaje fue capaz de controlar a través de la alianza con la gens de couleur a los esclavos de las plantaciones, incluso aquellos que se habían insurreccionado tan precozmente, Sonthonax y Polverel, presionados por la situación forjada por el levantamiento masivo en las plantaciones del verano de 1791, no tendrán otra alternativa que proclamar el fin de la esclavitud en 1793, antes de que los jacobinos se decidan a hacerlo el 4 de febrero de 1794 para todas las posesiones francesas. En el marco de aquella alianza entre la República amenazada y los ex esclavos, la figura mítica de Toussaint Louverture se situó de manera paulatina en el centro del escenario político, tras abandonar en mayo de aquel último año su alianza con los españoles, que estaban tratando de sacar tajada de la debilidad de la República desde la otra mitad de la isla. En abril de 1796, Louverture se convierte en el jefe de las fuerzas que defendían al mismo tiempo la soberanía francesa y la recién conquistada libertad de los esclavos.

La trascendencia de esta etapa no puede medirse solamente por sus realizaciones políticas, al estilo de la exitosa campaña militar de acoso de algunas pequeñas Antillas inglesas que la alianza con los antiguos esclavos permite a Hugues. Tanto éste como Sonthonax y Polverel (aunque éstos no compartían la misma concepción de cómo garantizar la producción agrícola) y el propio Toussaint (que jamás abandona la idea de que la producción azucarera a gran escala exige al mismo tiempo la colaboración de los blancos y un implacable control sobre la antigua mano de obra esclava), comprenden que el futuro de las posesiones francesas se dirime en los cañaverales y cafetales. Por esta razón se empeñarán a fondo para devolver a los ex esclavos a la férrea disciplina del cultivo de plantación, al precio de verse obligados a reprimir el descontento armado en sus propias filas (como en el caso del general Moïse, sobrino de Toussaint). La disyuntiva entre la vuelta a la grande culture azucarera o la formación de una miríada de pequeñas explotaciones familiares como parte del impulso espontáneo de los ex esclavos para alejarse del mundo anterior dominará de manera dramática el tejido social de Saint-Domingue/Haití en el siglo siguiente, comprometiendo seriamente la viabilidad de la construcción estatal en el país que emerge de una esclavitud de imposible restauración.

La caída del jacobinismo consolidará a Toussaint en Haití y forzará la salida de Hugues de Guadalupe en noviembre de 1798, pero no conducirá en línea recta al restablecimiento de la esclavitud. La historia que nos cuenta Dubois es muy aleccionadora de las ambigüedades de la idea republicana. Ya en los postreros momentos de la Monarquía, el escaso entusiasmo por la liberación de los esclavos y las maniobras de los lobbies de plantadores y comerciantes y armadores franceses, consiguieron hacer cuajar la idea de la excepcionalidad política de las colonias. Dicha idea fue rechazada por los principios republicanos que articulaban la constitución de 1795, que establecían que las colonias eran parte integral de Francia, es decir, que debían estar regidas por las mismas leyes. Sobre el terreno, no obstante, los principios republicanos se demostraron de aplicación problemática. En Guadalupe, Hugues no se había andado por las ramas en la alegación de la necesidad de tomar medidas excepcionales para restablecer el orden y las tareas agrícolas, al tiempo que apartaba a la isla de lo que estaba sucediendo en Francia. En consecuencia, se negó en redondo a convocar elecciones y a mandar representantes de la isla a París. Ciertamente, la autonomía del proceso político antillano confirmó las prevenciones de todos aquellos que consideraban que los derechos del ciudadano deberían circunscribirse al mundo europeo. Pero todavía en los años 1797-1798, la política de la República se muestra dividida: defiende la libertad de los esclavos allí donde existe (SaintDomingue y Guadalupe), pero no la extiende a Martinica cuando la recupera de los ingleses ni se muestra capaz de imponerse a los plantadores de las posesiones francesas en el océano Índico, donde la esclavitud sobrevive sin mácula. La pérfida idea de particularidad colonial se abrirá paso con fuerza con posterioridad a la abolición de la esclavitud, ganando adeptos en masa durante el Directorio, hasta desembocar en el vergonzoso restablecimiento del trabajo servil por obra y gracia de Napoleón en julio de 1802. Era la condición de necesidad y una espuria justificación de la pretensión jamás abandonada de recuperar el dominio sobre un mundo en cenizas. En mayo de aquel año un ejército expedicionario mandado por el general Richepance aplasta la resistencia de los ex esclavos de la Guadalupe dirigida por Delgrès, que abre las puertas al restablecimiento de la esclavitud. En Saint-Domingue las cosas fueron en la dirección contraria. A pesar del apresamiento de Toussaint, la debacle de la expedición del ya citado Leclerc, con cerca de cincuenta mil bajas francesas, significó la definitiva enajenación del Saint-Domingue francés de la órbita metropolitana. En otras palabras, el nacimiento de Haití como república negra en enero de 1804, la segunda nación independiente de América y la única revolución esclava victoriosa de la historia.
 

II

El deslizamiento hacia el pasado es precisamente el objeto del libro colectivo preparado por Yves Bénot y Marcel Dorigny. Se trata de las actas de una reunión académica en torno al restablecimiento de la esclavitud en las colonias francesas por Napoleón. La narración de los hechos puede esquematizarse del modo siguiente: la Constitución de diciembre de 1799 estableció que las colonias francesas se regirían por «leyes especiales», es decir, sustraídas a la unidad legislativa consagrada en la constitución republicana de 1795 y confirmada por una ley sobre administración departamental tres años después, aunque a aquella declaración no le siguió el corolario lógico del restablecimiento de la esclavitud. Éste será obra de un decreto de Napoleón de diciembre de 1802, en el que se proclamaba el retorno a la situación anterior a 1789, es decir, a la esclavitud pura y dura, como si nada hubiese sucedido. Por esta razón, la infame institución fue restablecida en las colonias francesas hasta 1848, con la excepción formidable de la república haitiana de Dessalines, Pétion y Christophe. Gloriosa prórroga la que el inquilino de los Inválidos impone y que los gobiernos posteriores prolongan. No obstante, como algunos de los trabajos recogidos en el volumen muestran, aquel proceso en apariencia circular ocultaba ambigüedades y contradicciones de gran interés histórico

El libro está dividido en cinco grandes apartados que comentaremos como un todo, tratando de señalar los aspectos de mayor relevancia. En el primero de ellos –el restablecimiento de la esclavitud por Bonaparte–, Bernard Gainot y Thomas Pronier muestran la interrelación entre el proceso legislativo de vocación colonial y el restablecimiento de la esclavitud, su viga maestra, aportando informaciones muy precisas sobre el entorno humano que rodea a Napoleón. Un entorno en el que se abre paso una negrofobia rampante, que conduce a medidas represivas tanto en el hexágono como en las colonias. En términos de alta política, el convencimiento soterrado de la conveniencia de restablecer la esclavitud se daba la mano con un proyecto atlántico que pretendía resarcir a Francia del desastre egipcio, de su fracaso en el Mediterráneo. El segundo apartado –la consecuencia inmediata o la independencia de Haití– nos remite directamente al principal escenario de los hechos. Lo que sucede en la colonia francesa como consecuencia del fracaso del proyecto de restauración del orden colonial por Napoleón es, ni más ni menos, que el nacimiento de una república negra, donde la esclavitud desaparecerá para siempre. En este viaje sin retorno, la iniciativa de los ex esclavos fue el factor crucial y determinante, como Carolyn Fick, autora de una excelente monografía sobre la revuelta campesina haitiana, muestra de nuevoThe Making of Haiti: The Saint-Domingue Revolution from Below, Knoxville, University of Tennessee Press, 1990.. Cuando Toussaint Louverture y su Estado Mayor negocian y abdican frente al ejército expedicionario, será la revuelta menuda de ex esclavos convertidos en guerrilleros el factor que erosione la moral de las tropas francesas, minadas además por las enfermedades infecciosas. Sólo sobre esta base puede entenderse que Dessalines y el resto de generales negros y mulatos que abandonan a Leclerc retomen la iniciativa de la lucha con tanta facilidad, para fundar de inmediato y ahora de manera irreversible la república negra. Estas contradicciones internas del proceso explican las tensiones que corroen a la república de negros y mulatos desde sus mismos orígenes, así como la continuidad de la revuelta campesina, esta vez sin franceses del otro lado. Las exploran Vertus Saint-Louis, Michel Hector y François Blancpain en trabajos sobre el trasfondo racial y social del asesinato de Dessalines (presidente vitalicio de la república desde su proclamación en enero de 1804) por sus propios generales en 1806, las rebeliones campesinas de 1807 y 1844-1848 o el significado de los códigos campesinos durante la etapa del presidente Boyer (1818-1843)François Blancpain publicó un libro dedicado enteramente a la cuestión, La condition des paysans haïtiens. Du Code noir aux Codes ruraux, París, Karthala, 2003. Esta cuestión recibe un tratamiento muy extenso en el trabajo de Leslie J.-R. Péan, Haïti, économie politique de la corruption. De Saint-Domingue à Haïti, 1791-1870, París, Maisonneuve et Larose, 2003.. No es posible resumir en pocas líneas las interesantísimas sugerencias de estos autores, pero basta decir que nos emplazan frente a la continuación lógica de la tensión inherente al momento jacobino de la revolución, en la terminología de C. L. R. James. En pocas palabras: a la profunda diversidad de posibilidades que el fin de la esclavitud había destapado y sobre las que se iba a construir el nuevo e insólito país. La escisión que seguirá a la muerte de Dessalines señala una parte importante de aquella disyuntiva: la constitución del reino negro de Christophe en el norte con el restablecimiento durísimo de la plantación azucarera y la formación simultánea de una república gobernada por el mulato Pétion en el sur, con predominio de las explotaciones medianas y pequeñas en manos de los hacendados mulatos o de los cultivadores que se esparcen sobre los llanos y montañas del interior, el llamado pays dehors. La reunificación del país por Boyer en 1818-1820 heredará las dos dinámicas en el interior de una república que se expande sobre el resto de la isla. La inestabilidad que ello comportó, así como la división racial entre créoles y bossales, ayudan a entender las razones del tratado draconiano con Francia en 1825, que establecía una fuerte compensación económica sin un reconocimiento político explícito a cambioGérard Barthélemy, Créoles et Bossales.Conflit en Haiti, Petit Bourg (Guadalupe), Ibis Rouge, 2000..

Los trabajos dedicados a explorar las consecuencias del restablecimiento de la esclavitud conforman el tercer apartado. En algunos enclaves la institución peculiar no había sido siquiera abolida, como en Martinica o en las Mascareñas, mientras que en otros, como en Guadalupe o la Guayana francesa, la esclavización de los libertos de la república se demostró ardua y complicada. Fuera del espacio colonial francés, la quiebra de Haití, la gran competidora, alentó la expansión del sector azucarero, un tema bien conocido que Dale Tomich retoma con solvencia para el caso cubano. En definitiva, los ecos de lo sucedido en Saint-Domingue resonaron por todo el mundo, allí donde un esclavo pudiese leer las gacetas de época, escuchar las conversaciones de sus amos o comunicarse con los marineros que conocían la historia. El cuarto apartado nos desplaza de las colonias a las metrópolis europeas o a los Estados Unidos. Del otro lado de la barrera, los abolicionistas y los partidarios de la esclavitud discutieron hasta el hastío sobre la justicia y la viabilidad de la institución, siempre con el caso de Haití en la mente. Lawrence Jennings, Paule Brasseur y David Brion Davis trazan los perfiles tan desiguales pero tan relacionados de los abolicionismos británico y francés, en su valoración tanto de los acontecimientos haitianos como de la continuidad del tráfico de negros y de la esclavitud misma hasta las respectivas aboliciones, en 1833 y 1848. El quinto y último apartado –los nuevos proyectos coloniales– se aleja discretamente de nuestro punto de partida para conducirnos al norte de África o las ideas coloniales de Sismondi, en un excelente trabajo de Marcel Dorigny. Finalmente, Bénédicte Fortier nos devuelve de nuevo al régimen político de las colonias antillanas que sobrevivieron a la tempestad desatada en el Caribe tras la Revolución, un trabajo que, pensado desde la historia española del siglo XIX, nos impresiona por su paralelismo con lo sucedido en el horizonte colonial posterior a las Cortes gaditanas.

III

El impacto de la revolución haitiana en el mundo americano es el objeto de los trabajos recopilados por el magnífico historiador de la misma, David GeggusDe imprescindible consulta, Slavery, Warand Revolution: The British Occupation of Saint-Domingue, 1793-1798, Oxford, Oxford University Press, 1982; igualmente su compilación con David B. Gaspar, A Turbulent Time: The French Revolution and the Greater Caribbean, Bloomington, Indiana University Press, 1997.. En la introducción general a unos ensayos que cubren temas y geografías diversas, David Brion Davis y Seymour Drescher, autores de estudios ya clásicos sobre el abolicionismo europeo y norteamericano, sitúan con precisión el alcance y significado internacional de la crisis del Saint-Domingue francés. Formulado con la máxima concisión: su repercusión impresionante en el mundo que circundaba a Saint-Domingue fue un acicate para la expansión o la extinción de la esclavitud. ¿Dónde se situó exactamente el fiel de la balanza entre el miedo y el deseo de enriquecimiento que el caso de Haití catalizó durante un siglo? El balance de Drescher es claramente pesimista. El hundimiento de la gran plantación del Caribe representó un aliciente para la expansión de la esclavitud en otros países, incluso en algunos, como Brasil o las Antillas inglesas, donde el agotamiento del modelo era ya patente. La avaricia se impuso en aquella apuesta con seres humanos. La posición de Davis introduce matices de importancia en este planteamiento. Aceptando el hecho estadísticamente irrefutable de que tanto el número de esclavos como los volúmenes de azúcar y otros productos tropicales aumentaron exponencialmente en las décadas posteriores a 1791, la voluntad de evitar la repetición de los hechos de Haití estuvo siempre presente en los debates abolicionistas y en el deseo de emancipación y liberación de los propios esclavos o libres de color en toda América. Robin Blackburn, autor de trabajos fundamentales sobre la abolición de la esclavitud, se sitúa en la perspectiva de Davis para insistir en que la relevancia del ejemplo de Haití radicó en la demostración inequívoca de que dicha institución podía ser derribada, que la revolución esclava no era necesariamente un acto de desesperación, sino que podía ser fundadora de un poder y una autoridad negra. Esta fue la gran lección invocada por generaciones de esclavos y descendientes de esclavos a lo largo de un siglo XIX dominado por blancos.

Los ensayos editados por Geggus muestran hasta qué punto la revolución de 1791 y la formación de la República de Haití trece años después gravitó duramente sobre las historias particulares de las sociedades esclavistas. También, por supuesto, sobre las europeas, que ya no precisaron remontarse a Espartaco para saber cómo la esclavitud podía entrar en una crisis definitiva. Los ensayos de Karin Schüller, Olwyn Blouet y Simon Newman se detienen en la recepción de los acontecimientos antillanos en términos culturales, en el ensayista e historiador anglo-jamaicano Bryan Edwards, en el pensamiento social alemán o en un insólito jeffersoniano de Nueva Inglaterra. Otro selecto grupo de ensayos rastrea a la perfección cómo los rayos del sol haitiano se esparcieron por toda la América esclava, en particular por el abigarrado microcosmos del Caribe y su prolongación hacia la Luisiana y el sur de los Estados Unidos. Los tres últimos estudios, uno de ellos del compilador del volumen, se centran en una forma particular de impacto de los hechos de Saint-Domingue. Me refiero a la presencia de emigrados que se esparció por todo aquel mundo, de modo parecido a lo que la revolución en Francia comportó en algunos países europeos. Conviene destacar que cuatro de los ensayos (los de González Mendoza, Childs, Helg y Lasso) se sitúan en contextos que formaban parte de un imperio español en proceso de disolución o de aquellos enclaves que, como Cuba y Puerto Rico, iban a permanecer bajo órbita española hasta 1898, la condición de necesidad para el mantenimiento de la esclavitud algunas décadas más. En unos y otros casos, las noticias del levantamiento en la rica colonia francesa influyeron en blancos y en negros. Para los primeros se trataba de una advertencia de inequívoca interpretación, como muestra el trabajo dedicado a Puerto Rico. Para los segundos, el conocimiento de lo sucedido, que en ocasiones no atiende a las complejidades de la situación interna de la isla bajo Toussaint y sus sucesores, actúa como un estímulo para la concreción de las propias expectativas, del propio lenguaje y programa. En un mundo caribeño de fronteras borrosas, el ejemplo de lo sucedido en Saint-Domingue expande a otros contextos el ideal de una república sin esclavos, como muestra el estudio sobre lo sucedido en la Colombia bolivariana.

IV

El lenguaje de los derechos y deberes del ciudadano nació en 1789 al mismo tiempo en París y Le Cap, porque el mundo de los europeos había incorporado con violencia a otros (los indios arawak y caribes), o los había borrado del mapa para siempre. Pero con la misma violencia y también desde el principio, los europeos o los americanos de origen europeo excluyeron a determinados grupos de su disfrute, al tiempo que olvidaron definir los criterios culturales precisos para que aquellas invocaciones tan abstractas pudiesen naturalizarse en la vida social. La experiencia de Haití mostraría con una luminosidad cegadora, igualmente violenta y amarga, que ninguna barrera visible o invisible podía impedir que nadie, en cualquier rincón, desde cualquier condición social o rasgo fenotípico, incorporase al acervo de sus percepciones sobre el mundo la idea de que todos los hombres nacen libres e iguales. Sin embargo, el siglo XIX estuvo dominado, en una aparente paradoja, por la idea de unas diferencias innatas que excusaban la universalidad del mandato revolucionario. Para dar mayor verosimilitud a aquella voluntad de distinción, la ciencia y la codicia (el potencial no agotado de la plantación) se aliaron con resultados de sobra conocidos. A pesar de ello, la gran revolución esclava de Saint-Domingue en 1791 y la proclamación de la República negra de Haití en 1804 no fueron jamás olvidadas, aunque el miedo se perpetuó agazapado en nociones del estilo de la «supremacía blanca» del sur de los Estados Unidos y en doctrinas parecidas en otras partes.

Haití es hoy uno de los países más pobres del planeta. Los siglos XIX y XX han contemplado la profundización continuada de la fisuras entre un mundo campesino y el de los estratos negros y mulatos que han pugnado agónicamente por la hegemonía en el país. El primero trató de alejarse del mundo de la plantación esclavista al coste de hundirse en un cultivo, el café, amenazado gravemente por la expansión brasileña (un mundo con esclavos hasta 1886) en el siglo XIX y por el movimiento de precios en el siglo XX. El segundo, en cambio, optó desde el principio por apropiarse de la mayor parte posible del pastel que la destrucción del mundo colonial había dejado a merced de los que les iban a suceder. Códigos de sujeción laboral, catolicismo misional y persecución de los ritos de raíz africana, militarismo, son algunos de los ingredientes de aquel proceso de apropiación. Al riesgo de un Estado muy débil, necesitado constantemente de protección exterior, formal durante el siglo XIX, abierta con la ocupación norteamericana de 1916 a 1935 que antecede a la emergencia de los episodios de dictaduras populistas y sanguinarias del siglo XX: el balance no puede ser más penoso. Sucintamente: la renta per cápita de sus casi ocho millones de habitantes ha declinado imparablemente en la última década; el déficit en alimentos progresa anualmente, agravando una tasa de cobertura de las importaciones que no supera el 30 por 100; la deforestación derivada del uso masivo de carbón vegetal amenaza los fundamentos mismos del mundo campesino que sobrevive en el pays dehors, arrojando a la emigración hacia los bidonvilles o hacia América del Norte; los 58 años de esperanza de vida, con un 74 por 1.000 de mortalidad infantil, registran un fondo de pobreza ciertamente espeluznanteUna explicación del deterioro rural haitiano para una etapa anterior, en Mats Lundhal, Peasants and Poverty. A Study of Haiti, Nueva York, St. Martin's Press, 1979.. Sin duda, los libros reseñados no pueden ofrecer la clave de la dramática situación actual, pero sin el conocimiento de lo sucedido doscientos años atrás la lectura de las noticias procedentes de Haití resultaría doblemente insoportable por incomprensible. El reino de este mundo convertido en una anticipación del infierno.

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