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La guerra nos interpela

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Hoy, miércoles 2 de marzo, hace una semana que Putin inició la invasión de Ucrania desatando una guerra criminal. Todas lo son. Y, pese a la indiferencia con la que la vida continua allí donde la guerra no impacta directamente, todas las guerras nos conciernen, a todos. Sin embargo, si no fuera por un cierto grado de indiferencia no podríamos seguir adelante cuando la infamia golpea tan insistentemente. Probablemente, nuestra especie no haya vivido ni un instante de su historia sin que, en un grupo humano u otro, aquí o allá, no hubiese algún conflicto armado, alguna guerra.

Hoy nos damos de bruces contra un criminal atentado a las libertades y la integridad del pueblo de Ucrania. A la realidad de cientos de asesinatos de militares y civiles de toda edad y condición, que no desean la guerra ni la han buscado. Obligados a defenderse, a ser héroes en el sentido más estricto del término. Obligados a un sufrimiento indescriptible, a contemplar la destrucción de sus familias, sus hogares. Obligados al abandono de su vida cotidiana para abrazar el camino doloroso e incierto del exilio, el frio, el hambre. Como si no tuviéramos suficiente con los episodios del pasado, que la ficción recrea machaconamente, un tirano nauseabundo, que se cisca en su pueblo adormecido, silenciado o, directamente, reprimido de todas las maneras, lo ha vuelto a hacer.

La guerra, hermano, nos interpela, a todos. De la misma manera, aunque cada uno, luego, acomode esta incómoda interpelación a su comodidad. No es esta la primera vez que escribimos sobre la guerra. En nuestra pasada entrada del 24 de noviembre ya abordábamos la cuestión.

La pregunta que nos hacemos hoy saltaba estos días en las redes sociales: si tanto te disgusta esta guerra, ¿qué estarías dispuesto a hacer para luchar contra ella?

No a la guerra

El pacifismo todavía no ha logrado acabar con las guerras, pero el militarismo menos aún. Solo hay una manera de que el pacifismo acabe con las guerras: que sea un pacifismo interno y aguerrido. Es decir, que brote con fuerza en el mismo seno del país agresor. Este fue el heroico caso de los pacifistas americanos que acabaron con la injusta guerra de Vietnam. No nos caerá esta breva en Rusia. Putin ha hecho todo lo posible para acallar los movimientos civiles que se le oponen. Para cooptar a los elementos más corruptos de la sociedad, tanto los herederos del nauseabundo régimen comunista que hundió a la sociedad entera, del que todavía quedan «apesebrados» que lo añoran como a los nuevos magnates rusos, a los que toleramos en Occidente esperando que compren nuestras baratijas allí donde se instalan.

El pacifismo en la propia Ucrania sería inconcebible. Y, ¿cómo sería en países terceros? Pongamos en Finlandia, o Suecia, a los que el sociópata de El Kremlin ya ha apuntado la actitud que espera de ellos y lo que podría sucederles de no cumplir con sus expectativas. O pongamos en España, donde ese mismo sociópata despierta, para desmayo de biennacidos, incomprensibles simpatías. Solo porque se es anticapitalista (de salón, claro) hay que oponerse a una respuesta a Rusia. Si esta insania mental doliese las unidades del dolor de todos los centros de salud de España estarían colapsadas.

El «no a la guerra» es hoy un Babel de dimensiones siderales, si es que alguna vez fue algo comprensible. Pero, hoy, la maldita liquidez del fluir social y las conciencias pone las cosas mucho peor y nos rinde a todos a los pies de los demagogos. Mientras tanta gente siga creyendo que hablar de la liquidez de las sociedades les hace más interesantes, las cosas solo irán de mal en peor. Amor líquido, patriotismo líquido, impuestos líquidos, relaciones laborales líquidas, egoísmo líquido… estupidez granítica. Sr. Bauman, no sabe Vd. el «favor» que nos ha hecho. Ya éramos estúpidos antes de que llegasen sus ideas, ¡ahora niquelados!

¿Qué quiere que hagamos Sr. Presidente?

Hablábamos antes de que las redes sociales están ya interpelándonos a cada uno al respecto. Añadiríamos que demasiado poco y demasiado amablemente, para lo que suele ser el cometido oscuro de estos canales, por lo demás importantes y hasta necesarios.

Pues bien, creemos que no hay que permitir que Putin y sus fuerzas militares avancen ni un milímetro y lograr por todos los medios que retrocedan lo avanzado. Por supuesto, evitando una escalada que se fuera de control y provocase un holocausto. Los estrategas saben de estas cosas, por suicida que sea el Sr. Putin. Está también la quinta columna civil que esperemos los aliados estén activando al máximo.

Hay que pedir a las autoridades de la UE y a todos los Estados miembro que asignen sin demora miles de millones de euros y creen estructuras para atender lo mejor posible a los cientos de miles, quizá millones de refugiados que se han a desplazar desde Ucrania. Tanto en los países limítrofes como en el resto de los países de la Unión. También, ayuda militar de todo tipo y hasta donde se pueda para ayudar a un país que no es miembro de la OTAN.

Bruselas y los Estados miembro deberían iniciar también cuanto antes una gigantesca campaña para que los casi cuatrocientos cincuenta millones de habitantes realicen donaciones dinerarias masivas que alimenten los fondos de ayuda a los refugiados.

No somos estrategas militares, pero sabemos que la OTAN existe y conocemos su historia y su misión hoy. La OTAN nunca ha iniciado una guerra, de la misma manera que la OMS nunca ha provocado una pandemia, aunque las diferencias entre estas dos organizaciones supranacionales son abismales. La narrativa del Sr. Putin es venenosa y, desgraciadamente, mucha gente ha sucumbido a ella. Los aliados deberían «apilar» armamento y equipo en los países miembro fronterizos con Ucrania, en la medida al menos para, calculando los riesgos, ejercer la máxima disuasión.

Y nosotros, hermano, los ciudadanos de países libres y, por ahora, democráticos, ¿cómo nos situaríamos?
«Mambrú se va a la guerra» es la traducción española de una popular canción infantil francesa compuesta en 1709 cuyos orígenes militares se remontan a las cruzadas (Marlbrough s’en va-t-en guerre). Dicen sus biógrafos que hasta Napoleón la silbaba animosamente durante los preparativos de sus campañas. También dicen que, cuando preparaba la campaña de Rusia, no se escuchaban estos silbidos tan frecuente ni tan animadamente.

Pero esto no consiste en un despliegue de aspavientos a favor o en contra de la guerra. Nadie sensato desea la guerra, pero cuando esta estalla en tu cara puede que no haya muchas opciones.

Los ciudadanos debemos confiar en los líderes gubernamentales en quienes recae la ardua tarea de gobernar en tiempos tan aciagos. Siempre que estos hayan luchado por evitar la guerra y siempre que sus propuestas de acción no nos arrebaten la dignidad ni gestionen abusivamente la libertad que les rendimos en tiempos extraordinarios. En caso contrario, nuestra obligación es derrocarlos, pero esta es otra guerra que se da a menudo con la anterior.

Como decíamos antes, nos sorprende la sensatez con la que las redes sociales han abordado la fastidiosa pregunta de ¿qué estarías dispuesto a hacer tú para parar la guerra? Que también puede formularse mediante la pregunta de si ¿estarías dispuesto a ir al frente para parar a Putin?

Nadie sensato desearía ir al frente de batalla y a todos nos costaría mucho tomar una decisión de este calibre en cualquier circunstancia. Pero es lo que, en estos momentos, se están viendo confrontados a hacer los ciudadanos ucranios bajo el mandato de sus autoridades legítimamente constituidas y plenamente capacitadas para tomar estas gravísimas decisiones. Los hombres en edad adulta, por ejemplo, deben abandonar los coches que conducen para sacar a sus familias de la guerra y quedan a disposición de las autoridades militares. Pónganse Vds. en su lugar.

No descarten que los aliados occidentales de Ucrania se involucraran selectivamente en la guerra, lo cual indicaría un enorme agravamiento del problema ¿Qué harían Vds. si el gobierno estima que su ayuda debe ser en el frente o cerca de él?

Este tipo de preguntas, estamos seguros, fluyen ahora por la mente de muchos ciudadanos europeos y estadounidenses.

Agamenón y su porquero

Los argumentarios de las guerras son dignos de estudio científico. Putin no tiene razón en nada de lo que dice ni en nada de lo que hace. Y lo ha demostrado ampliamente en el pasado. La URSS no existe porque su desaparición fue por muerte natural debido al crecimiento incontrolado del peor cáncer que existe en un organismo social: la tiranía. Lamentarse ahora de cómo se hizo la «desovietzación» no sirve de nada. Lamentarse ahora de que Ucrania no debía haber porfiado por entrar en la OTAN y esta tampoco debía haber ofrecido expectativas de ello es igualmente inútil. El decir que habría que ver la reacción de los EE. UU. si México aceptase instalar misiles rusos en su territorio es un ejercicio vacío, porque México, desde hace generaciones, no tiene nada que temer de los EE. UU., más bien todo lo contrario. Anunciar que las tropas rusas van a Kiev a liberar al pueblo ucranio de un genocida nazi es hacer más odiosa la agresión criminal de Putin y la Corte Judicial Internacional que lo juzgará más adelante debería tenerlo en cuenta como agravante.

Rusia es hoy un Estado criminal y no valen argumentos de apaciguamiento, como los que tratan de ver en las ansias de protección de Ucrania un elemento para tener en cuenta a la hora de entender lo que está pasando. Nunca el apaciguamiento sirvió para nada ante los tiranos. Es más, este exacerba su celo asesino, porque les hace creer que sus acciones están justificadas. ¿No tuvimos suficiente con tiranos como Hitler, Stalin y Mao?

Lo que está pasando es que Putin quería la guerra y ya la tiene. Muchos nos equivocamos pensando que no la quería y que pararía de amenazar en cuanto se le hiciesen algunas concesiones. Hoy está claro que Putin quería, al menos, esta guerra. Puede que solo quiera eso, por ahora, y que espere concesiones de Ucrania y los aliados que apoyan a su gobierno. Pero nadie haría bien en confiar en Putin.

La verdad es que Putin es un criminal. Otra verdad es que está haciendo mucho daño fuera y dentro de su país. Y lo increíble es que suscite división de opiniones en los países a los que, si pudiera, también destruiría. Esto es verdad, independientemente de las razones que cada cual esgrima para justificar su apaciguamiento. La verdad es la verdad dígala Agamenón o su porquero.

¿Y el precio del gas?

El precio del gas, amigos nuestros, es la más ruin de las razones para abordar las graves cuestiones que emergen de los terribles sucesos de estos días. Cuando un recurso escasea, sube su precio y, si la oferta no reacciona y el recurso es de primera necesidad, especialmente para los menos favorecidos, se raciona. Y si no llega… no llega. Se esfuerza uno por encontrar sustitutos de hasta debajo de las piedras. Pasa con el agua, con el oro, con la leche, con el pan, con los buenos libros, y con las buenas compañías.

Es incomprensible que los estrategas de los países más avanzados no tengan estas cosas en cuenta. No sabemos si tanto leer a Tsun Zu en las escuelas de negocios ha servido para algo. Pero para lo que no ha servido es para calibrar bien los riesgos de los eventos geopolíticos, que es para lo que, en teoría, debería haber servido.

Otra de las inevitables secuelas de los tiempos bélicos que vivimos es la preocupación por las consecuencias económicas de la guerra. Menos mal que, al menos, suelen ser grandes economistas quienes se ocupan de responder a estas importantes cuestiones. Ya lo saben: las consecuencias son carestía y escasez de materias primas esenciales para la vida en los países avanzados. Desaceleración, si no recesión, de las grandes economías. Al parecer, Alemania ya lo está. Quizá esta circunstancia le ha impulsado para salir del sopor geopolítico en el que llevaba instalada unos cuantos años, bienvenida. Es el país europeo (y, por lo tanto, el país, a secas) que más tiene que perder. Alemania corría el riesgo de perder su prestigio no enterándose de donde estaban las piezas del tablero. Un prestigio, por cierto, alcanzado bravamente en el momento fundacional de la reunificación y que nadie le había regalado.

Más secuelas: desempleo, puede que algunos puntos porcentuales adicionales. O inflación, ídem. No décimas de punto, puntos porcentuales enteros, varios. O colapso del comercio internacional para determinados sectores en muchos países. Como el porcino de capa blanca en España, que cuenta con las compras de Rusia para su prestigiosa, y bien merecida, posición global.

Rusia no se va a tomar nada bien las duras medidas económicas y financieras que la UE y los EE. UU. están adoptando contra sus dirigentes y la economía del país. Como parar las importaciones de bienes y servicios, bloquear las reservas de divisas en el extranjero del banco central o los activos exteriores de los «cleptogarcas» amigos del Sr. Putin, y de este mismo. Por si acaso, todos los habían sacado fuera de la madre Rusia a los destinos más habituales. ¡Pues ya ha llegado el por si acaso!

Pero habrá que pagar un precio por todo esto. Preparémonos a hacer lo único que cabe hacer: pechar con plena consciencia de que esto es lo que toca. Habrá que pagarlo, claro que sí: el precio de la decencia. Lo contrario sería vender a Ucrania y nuestra autoestima por el gas, o por la panceta. Occidente tiene en estos gravísimos acontecimientos muchas oportunidades para encontrase a sí mismo. Ya que no hay nada mejor que se pueda hacer, agradezcámoselo a la vida.

La guerra nos interpela, y mucho. ¿no lo crees incomparable hermano?

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