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Eso de las dos culturas

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Para mí que todos somos incultos en mayor o menor medida. De hecho, ante la inmensidad actual de la Cultura, todos deberíamos considerarnos en esencia lo mismo de incultos. Aunque he tenido la suerte de conocer a algunos de los sabios más notables de mi siglo, ni siquiera entre ellos he encontrado a uno que estuviera en posesión de ese conjunto que es la Cultura, a nadie que pudiera asumir su ámbito completo. La Cultura debería ser sólo atribuible al colectivo, y los acervos individuales de conocimiento no deberán ser reconocibles sino como encarnaciones de la incultura. A mi modo de ver, debe haber tantas inculturas como individuos y no me parece que existan las manidas «dos culturas», sino múltiples nódulos de un mismo conjunto. Si integráramos o agregáramos las aportaciones individuales, podríamos averiguar si el conjunto presenta una o dos chepas. Mi impresión es que, a vista de astronauta, la cultura es más dromedario que camello, y que, a vista de pájaro, lo que aparece es más bien una cordillera (o un archipiélago, si se restringe el sacrosanto nombre sólo a las cimas). También podría considerarse que el conjunto de las cumbres representa la Cultura, mientras el macizo montañoso completo constituye la Civilización. Desde este punto de vista, los seres humanos seríamos también altamente incivilizados. En cualquier caso, nuestra incultura tiene al menos dos referentes: lo que ignoramos del acervo colectivo y lo que la colectividad ignora todavía de lo que hay por saber. Por esta razón, todos estamos condenados a ser doblemente ignorantes.

Si nos fijamos en la Ciencia, cabe señalar que las inculturas de cada uno de los que la profesan cubren ya pobremente el propio ámbito científico, pero se extienden con más o menos vigor a otros ámbitos, en una combinatoria individualmente distinta. Es decir, hay violinistas cinéfilos, químicos que se interesan por el Arte o literatos insensibles a la Música. Además, la Ciencia es una isla más del archipiélago de las Humanidades. Supongo que muchos poetas debieron soliviantarse cuando Goethe tituló Poesía y verdad al que habría de ser uno de sus libros más notables. ¿Es la Poesía ajena a la verdad, como el título sugiere? ¿Es la Ciencia ajena al pensamiento? ¿Se puede ser científico sin ser pensador? ¿Se puede ser pensador sin ser científico? Estas preguntas requieren respuestas matizadas, pero creo que no es mucho afirmar que, si la Ciencia no es pensamiento, no es nada.

Cualquiera que sea la acepción de «pensador» que adoptemos, desde las más restringidas, como la que considera este término como sinónimo de filósofo o la de «aquél que da pienso a los caballos» (plenamente equivalentes, a mi modo de ver), a las más generales, como la de «aquél que piensa con intensidad y eficacia» o la de «aquél que se dedica a estudios muy elevados y profundiza mucho en ellos», es indudable que el científico quedaría englobado en dicho concepto. Respecto a si «pensador» y «científico» son términos sinónimos, no me atrevería a afirmarlo, aunque en el sentir popular tal vez lo sean, si se tiene en cuenta la frecuencia con que se emplean denominaciones tales como Ciencias Económicas, Ciencias Empresariales, Ciencias de la Información…

Si se admiten las ideas recién expuestas, debería estar claro que debemos rechazar expresiones tales como «las dos culturas», «Ciencia y Pensamiento», «Ciencia y Cultura», «Ciencias y Humanidades», y tantas otras que no representan sino intentos maniqueos para aislar a la Ciencia del conjunto de la Cultura, ya sea para olvidarla o para hacerla reinar.

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