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El virus de Wuhan

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Empecemos por el principio. La OMS ha recordado la conveniencia de hablar con propiedad y que a la peste que nos asuela la llamemos COVID-19 si queremos nombrar la enfermedad, y SARS-CoV-2, si estamos hablando del patógeno que la causa. No me gustaría ofender al gobierno chino ni que afeasen mi falta de empatía Tom Friedman o alguno de sus émulos de El País, pero tampoco pasar por lego en cosas de geografía (uno tiene sus estudios), así que pensé en echar mano, para el título, de un uso habitual en las páginas de sociedad (sí, esa sociedad) del New York Times cuando se refieren a la esposa de algún prócer de los Hamptons que, según la usanza heteropatriarcal, ha perdido su nombre de soltera: SARS-CoV-2, née Virus de Wuhan.

Pero ¡qué ****! (expletivo omiso).

¿Acaso no está Wuhan a dos pasos de Qufu, la ciudad natal de Confucio? ¿Y acaso no fue él quien dedicó una larga sección del Florilegio a la rectificación de los nombres? No es precisamente un pasaje empático.  

Zilu preguntó: «Si el soberano de Wei te confiara el gobierno del país, ¿cuál sería tu primera iniciativa?» El Maestro respondió: «Sin duda sería rectificar los nombres.» Zilu volvió a preguntar: «¿Lo harías realmente? ¿No es un poco inverosímil? ¿Para qué serviría esa rectificación?» El Maestro respondió: «¡Qué aburrido puedes llegar a ser! Allí donde un caballero no sabe, debe callarse. Si los nombres no se corrigen, el lenguaje carece de objeto. Cuando el lenguaje carece de objeto, no puede llevarse a cabo ningún asunto. Cuando no puede llevarse a cabo ningún asunto, languidecen los ritos y la música. Cuando los ritos y la música languidecen, los castigos y las penas equivocan su blanco. Cuando los castigos y las penas equivocan su blanco, las personas no saben dónde están. Por ello, un caballero debe ser capaz de expresar cualquier cosa que conciba y debe ser capaz de hacer cualquier cosa que diga. En el tema del lenguaje, un caballero no deja nada al azar» (Analectas, cap. 13, 13-3).

Vamos, que ni gobierno chino, ni OMS, ni Friedman, ni El País, ni empatía, ni Cristo que lo fundó me vengan con tiquismiquis moralistas: el virus, virus de Wuhan se queda.

Porque Wuhan está en China y es de allí de dónde ha salido el muy ****** (otro expletivo), aunque el gobierno local y la OMS se empeñen en esconderlo con el abracadabra de la ciencia, como lo intentan para sus fracasos morrocotudos el presidente Sánchez y su comité shientifico (sombrerazo a Política Menor) o la ministra portavoz y sus jespertos; o para amañar sus trapicheos con las mascarillas, los test y los respiradores el ministro filósofo Illa.

La historia inicial del estallido de lo que la OMS acabaría por bautizar como pandemia está aún por escribir (ver detalles aquí y aquí). No se conoce la fecha exacta del primer caso; parece que se dio a principios de diciembre de 2019. El 27 de ese mes un hospital de Wuhan, la capital de la provincia de Hubei, notificaba la aparición de un misterioso caso de neumonía y, el 31, el centro local para la prevención de enfermedades se refería a un número indeterminado de casos relacionados, al parecer, con el mercado central de pescado de Huanan, que fue clausurado del 1 de enero. El 8 de enero se identificó al SARS-CoV-2 como causante de la enfermedad y la OMS alabó las escasas medidas hasta entonces adoptadas como un avance positivo sobre la respuesta a la infección del SARS en 2002-2004.

En 10 de enero se confirmó la primera muerte, así como como 41 infecciones. Como la celebración del nuevo Año de la Rata (en 2020 iba del 25 de enero al 4 de febrero) estaba a un paso, el gobierno local y el central arrastraban los pies para reducir la tensión que crearían esas noticias. El 19 de enero el ayuntamiento de Wuhan celebró un gran banquete popular al que invitó a cuarenta mil personas. Para el 22, el virus de Wuhan se había propagado por todo el país con 17 muertos y 571 casos confirmados.

Finalmente, el 23 se cancelaron las celebraciones del nuevo año y, a las dos de la madrugada, el gobierno central decretó el cierre de la ciudad de Wuhan (11 millones de personas) a partir de las diez de la mañana de ese día. En esas ocho horas unas trescientas mil personas huyeron de la ciudad para evitar el enclaustramiento, buena prueba de la confianza que inspiraban las medidas. El 24 el cierre se extendió a otras localidades de Hubei hasta alcanzar a unos 50 millones de personas y, de forma menos intensa, a otras muchas localidades del país. Dos meses más tarde, las autoridades de la provincia levantaron el bloqueo en Hubei y, finalmente, el 8 de abril reabrieron Wuhan.

El número total de muertes debidas a la pandemia en China no se puede comprobar. Las cifras del gobierno chino son incompletas y la censura ha ejercido una fuerte presión para controlar los números y evitar daños a la imagen del Partido Comunista y del presidente Xi.

Los datos de Wuhan son especialmente llamativos. Antes de que fuera rápidamente retirado de Internet, en un artículo en Health Times, una publicación dependiente del Diario del Pueblo, un médico de Wuhan hablaba de entre diez mil y veinte mil casos asintomáticos; algunos residentes de la ciudad, de un gran número de enterramientos no reportados. El pasado 17 de abril, sin mayores explicaciones, la Comisión Nacional de Salud aceptaba 82.758 casos confirmados y 4.632 muertes (ni una sola entre los dos millones de efectivos del Ejército Popular que han participado en las tareas de control del virus); una subida del 50% sobre las cifras publicadas un par de días antes.

El cierre de Wuhan ha sido total y feroz, según South China Morning Post, el principal diario de lengua inglesa de Hong Kong, hoy propiedad de Jack Ma, el fundador del conglomerado Alibaba y conocido miembro de Partido Comunista Chino. «Ha sido como una vuelta atrás a los años sesenta, cuando vivíamos en las comunas del pueblo y no podías hacer nada por tu cuenta», decía uno de los entrevistados al referirse al xiaoqu, el cierre a cal y canto de la ciudad.

Las autoridades aprovecharon, para aplicarlo, el control urbano, que ha sido parte de la vida diaria desde los tiempos de Mao, aunque se había relajado un tanto con el paso del tiempo. Cada bloque residencial, sean los aún supervivientes hutong o los gigantescos bloques de apartamentos de hoy, están controlados por unos delegados que vigilan a sus residentes. A mitad de febrero, los 12.000 existentes en Wuhan fueron reforzados con 44.500 adicionales para imponer el confinamiento en las 7.000 unidades residenciales de la ciudad. Además de sus tareas habituales de control, la red de inspectores se encargaba de provisionar a sus residentes. Quienes no seguían órdenes podían quedarse sin alimentos. «Era como vivir en una de esas películas de presidiarios. Solo una familia podía salir al jardín a la vez y con los minutos contados». Los delegados organizaban ceremonias virtuales de izar bandera, sesiones de karaoke y concursos de gimnasia también virtuales para mantener la moral. Los residentes, por su parte, tenían que reportar diariamente su temperatura y mantener en marcha sus teléfonos para que la aplicación correspondiente señalase dónde estaban o les hiciese llegar nuevas consignas. «Las dificultades fueron enormes para las personas mayores que no sabían manejar sus móviles».

Todo bajo control, decían orgullosas las autoridades locales. Por su parte, la OMS ensalzaba esas medidas tras enviar una misión al país el 28 de febrero. «La actitud decidida de China para contener la velocidad de expansión de este nuevo patógeno ha cambiado el curso de esta letal epidemia», decía en las conclusiones de su informe.

¿Era ésta la única manera de mantener a raya al virus de Wuhan?

Corea del Sur ha sido capaz de hacerlo con muchos menos contagios y muertes. Taiwán y Hong Kong también están saliendo airosas sin imponer confinamientos. Hay, pues, mejores estrategias para luchar contra la pandemia sin necesidad de tantos costes económicos y sociales.

No. Ni en su contención del virus de Wuhan ni en otros muchos aspectos China es el modelo alternativo al orden liberal del que presumen dirigentes del comunismo de rasgos chinos.

Pero de eso hablaremos otro día.

Hoy —y mañana— el virus de Wuhan, de Wuhan se queda.

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Ficha técnica

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