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El presidente y las flores

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Estos últimos días, Xi Jinping ha estado de viaje oficial por Europa. La prensa china en inglés, como era de esperar, se ha hecho lenguas de su energía y de su habilidad para presentar una imagen menos acartonada, más afable, de su cargo y de su país. Por cierto, cuando se refieren a él, los diarios locales usan exclusivamente su título de presidente de la República y dejan a un lado el de secretario general del Partido Comunista que siempre ha servido para definir a los máximos dirigentes chinos. Frente al estirado de Hu Jintao o a un rústico como Jiang Zemin, Xi persiste en presentarse como una persona sencilla, educada y accesible. Parece relativamente incómodo con el rígido protocolo del neomandarinato y fulge radiante cuando se acerca, no mucho, a las multitudes. Le gusta hacer pensar que aceptaría con gusto la invitación de cualquier admirador espontáneo para jugar unas manitas de mahjong.

También ha terminado Xi con la soltería oficial que era de rigor entre los mandatarios chinos. En este viaje, como en otros, le ha acompañado su mujer, Peng Liyuan, que es famosa por derecho propio. Peng ha tenido una larga carrera como cantante en el ejército chino. Sus primeros pinitos los hizo animando a las tropas que se las tenían tiesas con las de Vietnam en los conflictos fronterizos que empezaron en 1979. En 1989, en los días posteriores a la represión de Tiananmen, Peng tonificaba con sus canciones a los soldados armados hasta los dientes que ocupaban la plaza. Hoy es la decana de la Academia de las Artes del Ejército Popular chino; ostenta un grado equivalente al de mayor general; tiene un título universitario en música étnica tradicional; y es miembro de la Conferencia Política Consultiva Popular, un organismo que algunos comparan con un parlamento, pero cuyos miembros no tienen en la realidad otra función que la de jesuseros, a saber, la de decir «Jesús» cuando los miembros del Gobierno estornudan.

Entre su ajetreado programa en París, Xi tuvo tiempo de acercarse por la UNESCO y pronunciar allí una conferencia. No solía ser habitual que los políticos sentasen cátedra en sus salidas oficiales al extranjero, porque suelen tener ocupaciones más urgentes, pero desde que Obama decidiese disertar sobre las relaciones entre culturas, muy especialmente las de Occidente y el islam, en aquel discurso refitolero que pronunció en la Universidad de El Cairo en junio de 2009, parece haberse abierto la veda para que los políticos no sólo nos amarguen con sus decisiones, sino también para que se crean con derecho a exponer sus ocurrencias en asuntos que, hasta el momento, solían educadamente mantener más allá de su competencia. Pero, empezando por los estadounidenses, los políticos de hoy parecen haberse tomado en serio lo que Joseph Nye ha bautizado como el poder flexible (soft power), llamado, según él, a sustituir en estos tiempos de globalización al anticuado recurso al poder duro o rígido (hard power). Así que, habiendo crecido el número de quienes proponen que los buenos propósitos releven a la diplomacia de la cañonera, cada vez más políticos se animan a enredarse en principios filosóficos que, según su parecer, deberían ser unánimemente aceptados a la hora de gobernar un mundo tan complejo como el actual. Nada tan aburrido.

UNESCO, la organización de Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura, se ha convertido con el tiempo en la catedral del multiculturalismo, así que Xi organizó su perorata en torno a la diversidad que es la madre biológica de todo ese gran montaje. Fue el suyo un discurso muy a la francesa, tanto en los lances de capa con los que se adornó en citas de Victor Hugo y Napoleón, como en los fundamentos de su narración (tomo las citas del texto en inglés publicado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de China). «Una sola flor no anuncia la primavera, pero cien flores en todo su apogeo sí traen la primavera a los jardines», arrancaba Xi con un proverbio chino. «Si hubiera una sola flor en el mundo, la encontraríamos tediosa por muy bella que fuera». El progreso y la paz florecen en la diversidad y cada civilización aporta sus diversos colores al jardín común. Por eso, diversidad no significa que las culturas puedan someterse a gradación. «Todas las civilizaciones humanas son iguales en términos de valor […]. No hay una sola civilización que sea únicamente perfecta, como tampoco ninguna carece de méritos. Ninguna puede juzgarse superior a las demás». Es el proceso de interacción mutua lo que contribuye a la vitalidad de cada una de ellas. Si mantenemos su diversidad y su inclusividad, el llamado «choque de civilizaciones» podrá evitarse y la armonía reinará. El budismo se originó en India, pero China supo inspirarse en él, lo aleó con el taoísmo y el confucianismo vernáculos y dio así paso a un budismo con rasgos propios.

Xi acudía a su propia experiencia de turista. «He visitado el Museo del Louvre en Francia y el Museo de Palacio [la Ciudad Prohibida] en China […] y ambos son atractivos porque representan la riqueza de sus respectivas civilizaciones». Y seguía con una conclusión muy extendida entre los antropólogos que hoy se interesan por el turismo. Si queremos entender de verdad las diferentes culturas, hemos de armarnos de una modestia que desborde al paternalismo.

Xi enfilaba ya la recta final. Algo semejante es lo que China se propone tras embarcarse en el sueño de una total regeneración nacional, que el presidente ha convertido en el resumen y la meta de su política. «Necesitamos inyectar nueva savia en nuestra civilización impulsando todos los elementos culturales que trascienden el tiempo, el espacio y las fronteras nacionales y que poseen un atractivo a la vez intemporal y actual […]. De esta forma, la civilización china, junto con las civilizaciones fértiles y autóctonas de los pueblos de otros países, proveerá a la humanidad de una adecuada guía cultural y de profundas motivaciones». Y remataba con más flores, recolectadas esta vez de un antiguo poema chino: «Cuando miro a la cara de la brisa vernal, sé que un millar de flores púrpuras y rojas harán encenderse a la primavera»

El discurso fue muy bien acogido por la audiencia de burócratas e intelectuales subsidiados. Según la prensa china, un hombre de negocios francés que había escuchado a Xi declaró su satisfacción por tan excelente resumen de la relación entre la cultura de China y la creciente importancia de su poderío flexible. Pero, la verdad, es difícil compartir tanto optimismo. Las reflexiones de Xi son muy simples y, cuando dejan de serlo, se tornan insostenibles. Vamos, que no pasan la prueba del Dr. Evil, el archienemigo de Austin Powers. La prueba dice que cuando alguien mantiene un argumento que sólo el Dr. Evil rechazaría, ese argumento es tan obvio como irrelevante. Y sólo el Dr. Evil podría negar la diversidad, no sólo en las sociedades humanas, sino en el mundo natural. Las ventajas evolutivas de la división en sexos diferentes de nuestra especie y de la mayoría de las demás, es decir, las ventajas de la diversidad sexual deben ser considerables para que se haya impuesto tan decisivamente a la partenogénesis como estrategia reproductiva. La diversidad existe; ahí y en otros muchos ámbitos de la realidad.

Bueno, ¿y qué?

A Xi no le importa su perogrullada inicial con tal de que se acceda a lo que sigue: que ninguna cultura puede considerarse superior a las demás o, como suelen decir más técnicamente en los medios oficiales chinos, súbitamente convertidos del maoísmo al multiculturalismo, que se denuncie el sofisma de los valores universales. Traducido al castellano: la existencia de la diversidad supone que nadie externo a una determinada sociedad está legitimado para juzgarla y, menos aún, para criticarla en nombre de valores ajenos a ella.

Pero es justamente ahí donde el argumento diversitario encalla. Los conjuntos culturales también son diversos en su interior, es decir, están formados por individuos que se agrupan en subculturas con valores competitivos, a menudo opuestos y a veces mutuamente excluyentes. Esa diversidad puede ser reconocida y organizada para que sus agentes compitan entre sí por el rumbo que su sociedad debe tomar en cada momento. Así funcionan las sociedades que llamamos democráticas. Por el contrario, hay otras, autoritarias o totalitarias, que se niegan a reconocer su diversidad interna y proscriben la competencia. Así, imponen los valores que sólo reconoce una de sus partes y reprimen a los grupos y subculturas de oposición. Es decir, mientras esgrimen hacia fuera su derecho a la diversidad, niegan que ésta pueda expresarse en su seno. El Xi de la UNESCO es el mismo que ha dado un salto cualitativo a la persecución de los disidentes desde que ocupó la presidencia de China y la secretaría general de su Partido Comunista. Dos días después de que extasiase a su audiencia con sus alegrías multikulti, Desmond Tutu y Jared Ganser denunciaban la situación de Liu Xia, la esposa de Liu Xiaobo. Desde que su marido obtuvo el premio Nobel de la Paz en 2010, Liu Xia, que no está acusada de ningún delito, sigue detenida ilegalmente en su apartamento de Pekín. Aunque se le permite verse con él una vez al mes, no puede usar Internet ni el teléfono. Tampoco puede enviar o recibir correo. El pasado enero sufrió un ataque al corazón, fue trasladada a un hospital y dada de alta al día siguiente. Algo similar a lo sucedido con Cao Shunli, otra disidente fallecida el pasado 14 de marzo por falta de atención médica mientras estaba detenida.

Desde hace tiempo sabemos que los jardineros comunistas chinos acostumbran a cortar las flores por millares tan pronto como amenazan con encender la primavera.

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Ficha técnica

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