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Cómodos plazos mensuales

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El nuevo jefe supremo de Tailandia, el general Prayuth, es persona de opiniones firmes y singulares talentos. Canta muy bien y compone cuplés sobre la felicidad que él y sus colegas golpistas van a devolver a los tailandeses, quieran que no. Los culebrones televisivos le desazonan sobremanera, porque no contribuyen a fomentarla. «He mandado que se escriban series que alienten la reconciliación y apoyen al turismo y a la cultura tai […]. Están haciéndose, pero si los guionistas no saben cómo, las escribiré yo mismo», declaraba muy jaque ante un grupo de periodistas.

También es locutor de radio y en su emisión semanal reparte consejos con prodigalidad. El pasado 15 de septiembre, Hannah Witheridge y David Miller, dos jóvenes turistas británicos, aparecieron brutalmente asesinados, ella tras haber sido violada, en Koh Tao, una de las muchas islas paradisíacas de la costa tai y el general tuvo una ocurrencia. «Las turistas piensan que nuestro país es hermoso y seguro, así que pueden hacer lo que quieran, ponerse bikinis y pasearse por todas partes. Pero, ¿pueden sentirse seguras? Sólo si no son guapas», explicaba en una aciaga salida que puso al rojo a las redes sociales. Al general, suelen decir sus admiradores, le gusta hablar claro, pero tal vez le hubiera convenido pensar un poco en esos seriales de promoción turística que se propone escribir. A los dos días del patinazo, la emisión radiofónica semanal se canceló y, por una coincidencia sin duda casual, el Ministerio de Salud Pública anunciaba una «estrategia nacional para el uso del condón».

Tal vez la convicción más firme del general Prayuth sea su lealtad perruna a la Corona. Entendámonos. En Tailandia, bajo el paraguas de la Corona se cobijan confortablemente la elite castrense, los altos funcionarios y la crema financiera y terrateniente. A esos sectores y a sus apoyos sociales no les disgustaría adornarse con algunos de los atributos de los regímenes democráticos (elecciones, partidos, libertades, medios independientes), pero históricamente se han revuelto con dureza contra cualquier ampliación de los estrechos límites que consideran infranqueables. Como en otros regímenes autoritarios, ser la última instancia de contención es tarea que recae sobre unas fuerzas armadas que han protagonizado con éxito doce golpes de Estado desde 1932. Conforme a la misma tradición, también en Tailandia se las describe como «la columna vertebral de la nación» y a los militares se les inculca machaconamente en su educación la conciencia de su superioridad moral sobre los civiles, como recordaba Katsamaporn Rakson en un trabajo sobre las intervenciones castrenses. Además de superioridad moral, lo de ser garantes del orden suele arrastrar consigo algunos incentivos materiales. A muchos de sus miembros, la carrera militar les garantiza ascenso social y económico o, como dicen los sociólogos, movilidad social ascendente. Al cabo, los millonarios no alientan a sus hijos a pasarse la vida en los cuartos de banderas; mejor están en los consejos de administración. Pero, si se comportan, a los militares de mayor capacidad y rango se les puede franquear también la entrada al uno por ciento. Prayuth sabía con qué cartas jugar.

No he conseguido encontrar mucha información sobre sus orígenes familiares. Parece que el futuro general no nació con una cuchara de plata en la boca. Por la página que le dedica el Who’s Who tai sabemos que su padre sólo llegó a coronel; que Prayuth tiene sesenta años y está a punto de pasar a la reserva, porque esa es la edad mandada para los militares tais; y que nació en Nakhom Ratchasima, en el Isan, de donde provienen también muchas de las chicas de alterne de Bangkok. El Isan es la región más pobre del país y, tradicionalmente, una gran bolsa de votos de protesta contra la elite. Pero, a diferencia de Thaksin, a quien no dieron cancha, Prayuth eligió ponerse a sus órdenes.

Abrazó la carrera militar desde muy joven: estudios secundarios en la Escuela Preparatoria de las Fuerzas Armadas y graduado por la Real Academia Militar Chulachomklao (por otro de los nombres del rey Chulalongkorn o Rama V, que la fundó en 1887). Con su despacho de oficial bajo el brazo, pasó al regimiento de infantería número 21, los Guardias de la Reina, donde se han forjado muchas otras trayectorias fulgurantes. De ahí, peldaño a peldaño, hasta la cúspide de la carrera militar y, luego, de un golpe, a la de la vida civil. No fue chico el empujón que le dio en la primera el hecho de pertenecer a los llamados Tigres Orientales, una red de influencias y favores mutuos entre militares nacidos en las regiones del Este del país. Tampoco, en la segunda, su radical oposición a los gobiernos presididos por los Thaksin y, más aún, a los camisas rojas que les apoyaban. Los disturbios de 2013 y 2014 que mermaron la legitimidad del gobierno elegido en las urnas difícilmente se hubieran mantenido sin la complicidad del ejército y de su comandante en jefe. Su desprecio hacia el gobierno elegido y, en especial, hacia Yinluck, la primera ministra, era, como dicen, ostentóreo. Era mujer y, además, de las que no deberían ponerse bikini.

Ahora a Prayuth le espera una tarea hercúlea. Como a tantos otros líderes de la región, a él le gustaría convertir a su país en Singapur, que parece haber encontrado un talismán para gobernar con el consentimiento de la mayoría y, al tiempo, anestesiar a la oposición democrática. Pero a Tailandia le falta la renta de Singapur, su favorable posición geoestratégica, su tamaño, sus servicios sociales y un grupo homogéneo de dirigentes civiles. Al tiempo, le sobra corrupción. A pesar de lo cual, fiándolo todo al ensueño de la superioridad castrense, el general ha decidido poner en las solas manos de los militares su deseo de ganar una nueva legitimidad con una reforma que, insiste machaconamente, devolverá la felicidad al país.

En agosto y septiembre ha pagado los dos primeros plazos, entregándoles el control total de la asamblea legislativa nombrada por la Junta y los puestos clave de su Gobierno. El del mes de octubre será más complicado. La Constitución provisional prevé que la nueva Constitución se diseñe para una Tailandia nueva y regula un mecanismo de consulta sobre lo que deba definirla. ¿A quién se consultará? A doscientos cincuenta expertos agrupados en un Consejo Nacional de Reformas (CNR). ¿De dónde saldrán? Como si se tratase de un Delphi, de entre gente de confianza, ejem, expertos; con representantes propuestos por las provincias y por comités profesionales ad hoc entre candidatos de reconocida experiencia en las áreas de actividad que la Junta desea reformar (política, función pública, economía, y así hasta once), con atención especial a la corrupción. De la selección de candidatos no se esperaba que resolviese ese último asunto –al cabo, eso será sólo un resultado final de los trabajos del CNR–, así que el proceso ha sido no sólo complejo, sino turbio. A principios de octubre, una vez que haya culminado, de entre los candidatos propuestos, que pueden exceder del total, la Junta designará a los finalmente elegidos a razón de un representante por provincia (77); para el resto de los expertos (173) no necesita ajustarse a trabas burocráticas. Esperar, pues, que el CNR pueda hacer algo más que asentir a las propuestas de los junteros sería, por decirlo con delicadeza, una broma. Las únicas diferencias en su seno aparecerán en el aplausómetro que marque la intensidad del entusiasmo generado por cada una de ellas.

Una vez acordadas las reformas –no hay plazo para la tarea–, el CNR las pasará a un Comité Constitucional (CC) con el encargo de que redacte una nueva Constitución en ciento veinte días. El CC estará compuesto por treinta y seis miembros (veinte elegidos por el CNR, quince designados a partes iguales por la Asamblea Legislativa, por el Gobierno y por la Junta; más un presidente designado también por la Junta) y es de esperar que el entusiasmo por sus trabajos supere incluso al del CNR. Si, por alguna razón, la Junta estuviere en desacuerdo con el proyecto constitucional, podrá rechazarlo, disolver el CNR y el CC y empezar de nuevo. Si la nueva Constitución se gana el beneplácito marcial, la Junta recabará la sanción real. Y los militares habrán comprado ellos solos la felicidad colectiva de Tailandia en cómodos plazos mensuales.

Ese sueño va a resultar bastante más caro de lo que sus patronos se imaginan.

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Ficha técnica

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