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Bohemia incurable

La estrella de la tarde. Antologçia poétoca

PORFIRIO BARBA JACOB

Huerga y Fierro Editores, Madrid, 152 págs.

El mensajero. Una biografía de Porfirio Barba Jacob

FERNANDO VALLEJO

Alfaguara, Bogotá, 424 págs.

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El poeta y ensayista cubano Gastón Baquero, con motivo de los veinticinco años de la muerte de Porfirio Barba Jacob (Santa Rosa de Osos, Antioquia, Colombia, 1883Ciudad de México, 1942), escribió un conciso y perspicaz artículo recordando la presencia viva, considerable y poderosa del colombiano en las letras de su continente, remitiéndola, más que a una influencia volcada en seguidores, a su integral hispanoamericanismo de veras, que lo situaría en la órbita de una Gabriela Mistral o un César Vallejo. Y es que para Baquero, Barba Jacob encarna la expresión lírica de lo americano en su actitud, trascendiendo los moldes y las orientaciones previas, y su poesía «es la poesía de la fiebre, de la ansiedad, del hombre en marcha sin saber hacia dónde va, pero incapaz de detenerse, de sosegarse». Y añade que los beatniks de ese momento (es decir, de 1967) tienen en él a un maestro. Lo que Whitman significaba para un Allen Ginsberg, lo habían representado para Barba Jacob sus mayores Rubén Darío y Valle-Inclán; y Baquero advierte, bajo los ropajes de la retórica modernista de época, una extraña y violenta esencia –quizá la esencia sagrada del espíritu errante que Barba Jacob explicita en uno de sus poemas– de origen nietzscheano, ligada a un erotismo vitalista y torrencial que suponen hermanados «una rotunda afirmación de lo viviente». No es ocioso que este artículo, a modo de homenaje, figure como epílogo en la edición que comentamos.

Al cuidado del conjunto ha estado Ángel Luis Vigaray, quien en esta misma colección Signos ha sido el rescatador de otros grandes poetas hispanoamericanos de la primera mitad del siglo XX , como el mexicano Villaurrutia o el cubano Ballagas. Un largo recuento autobiográfico que Barba Jacob escribió en México, en 1920, aparece al frente de esta antología. Y ello es de capital importancia, pues dicho texto, titulado «La divina tragedia», es una detallada poética de autor que se revela como proclama personalísima del posmodernismo en español. Aquí, el creador exige entusiasmo, inteligencia y complejidad emocional al lector, pues su poesía es para hechizados, y se reclama heredero de la familia ilustre del romanticismo, y de los parnasianos y simbolistas franceses, siempre con el maestro Rubén al fondo. Aunque los nombres de José Asunción Silva o Leopoldo Lugones también se destaquen entre sus admiraciones.

La selección de una cincuentena de poemas nos permite obtener una amplia visión de conjunto de la obra del poeta. Junto a piezas muy citadas, como la «Canción de la vida profunda» en alejandrinos rubenianos al amparo de una cita de Montaigne, o la «Balada de la loca alegría», descubrimos otras más íntimas como «El corazón rebosante» o la «Elegía platónica». Nos permitimos llamar la atención sobre dos títulos de tono simbolista, «La dama de cabellos ardientes» («eres el caracol, donde concentra / y fija el mar su cántico profundo»), y el largo poema «Acuarimántima», en nueve secciones, que se asocia en el imaginario de su hacedor a las mujeres de la Odisea, a las ciudades de Marco Polo o a las lagunas de los países que tocó Simbad; culminación de las relaciones melódicas y de la elipsis que el autor buscaba en su libertad compositiva.

Fernando Vallejo (Medellín, 1942) ha urdido un grueso volumen en pos de Barba Jacob a lo largo de su disparatado e imprevisto periplo hispanoamericano. Y digo urdido porque el rastreador Vallejo, en su búsqueda de la quintaesencia del poeta, ha dispuesto cautelosamente sus armas y bagajes hasta conseguir el designio propuesto en plenitud: y esta plenitud es la del creador literario. Vallejo afirma que «el hombre, el yo, son sus recuerdos; y en la medida en que se conserven (en el papel o en la memoria ajena), menos definitiva es su muerte». Barba Jacob es el seudónimo insigne de quien nació como Miguel Ángel Osorio Benítez, pero que comenzó a gozar de celebridad como Ricardo Arenales, poeta, conferenciante y en especial periodista de la estirpe de Larra, que tuvo un accidentado peregrinaje por Cuba, México, Guatemala, Honduras… hasta desembocar en el Barba Jacob que lo convertiría en personaje reconocido otra vez en Cuba, en Perú, de retorno fugaz a su Colombia natal durante la década de los veinte, y que lo llevaría a radicarse definitivamente en México en 1930. Vallejo busca en los mares de papel impreso que dan fe de vida de su paisano, y como un detective pesquisidor, antes de que se los arrebate la muerte, entrevista y conversa –medio siglo después de los hechos– con quienes conocieron a Barba Jacob; antes de que el gran naufragio del olvido y los estragos del tiempo cometan sus malditas fechorías. El retrato obtenido recuerda el rompecabezas de Charles Foster Kane proporcionado por Orson Welles; pero, eso sí, de un Kane de la bohemia pues, como arguyó uno de los muchos médicos que lo trató: «Su bohemia incurable lo arrastra a lo peor».

Poeta maldito, sablista de hoteleros y gerifaltes, homosexual, putero y marihuano, conferenciante cautivador, alcohólico menesteroso y fundador de periódicos, editorialista lúcido y amigo generoso en su desprendimiento, espíritu burlón y orfebre imaginativo del lenguaje: el biógrafo de este Barba Jacob se define a sí mismo como removedor de sombras y cazador de recuerdos: trata de acercarnos la tempestad interior del biografiado, puja por descorrer el velo de la leyenda y lo logra al convertir su dibujo en el tapiz en labor escrita de poeta. Miguel Sánchez-Ostiz afirmaba del Vallejo novelista que leerlo «es uno de los contados viajes literarios de verdadera intensidad que se pueden emprender en lengua castellana»; en su faceta de biógrafo sabe levantar el armazón adecuado no sólo para conocer una época ya ida, sino también para trenzar con las mil y una historias reunidas el tomo de un ocioso –de un curioso muy pertinente– que quiere que no se olviden «los fuegos de artificio en la noche de la fiesta».

Este libro tiene algo de la novela de un literato por recordar la bohemia que reflejase Cansinos Assens; por sus páginas pululan López Velarde, Santos Chocano, Salomón de la Selva, León de Greiff, Federico García Lorca o Valle-Inclán; pero sobre todo es un elogio y recompensa de la poesía y del efímero gozo de la vida y su deleite; también una consagración de sus dolores. Los poemas resisten los embates del huracán del tiempo. Barba Jacob fue retratado por su coetáneo el guatemalteco Arévalo Martínez, en un cuento de 1915 muy famoso, «El hombre que parecía un caballo». Allí, el señor de Aretal, un Porfirio todavía Arenales, exclama: «Yo siento la radiante luz del sol que nos posee a todos, que nos redime a todos». Barba Jacob, en tal relato, se torna mensajero divino e inconsciente del pozo mismo del misterio. Vallejo, en su libro, lo paganiza para salvarlo del desorden de la destrucción, y el lector evoca la piedra angular de su poesía, cual una nueva Xanadú onírica, al recordar el verso aquel: «Y fulge Acuarimántima a lo lejos…».

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Ficha técnica

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